Jean-François Champollion, conocido como el padre de la egiptología por haber descifrado la escritura jeroglífica con la piedra Rosetta, fue el primero en leer un nombre en las paredes del templo funerario Deir-El-Bahari, a orillas del Nilo frente a Tebas. El egiptólogo encontró unos jeroglíficos acompañados de la imagen de dos faraones: Tutmosis III y otro hasta entonces desconocido: Hatshepsut.
Años después se descubrió su historia, la de una mujer que, tras la repentina muerte de su esposo, Tutmosis II, se autoproclamó como Esposa de Dios y faraona de las dos tierras de Egipto. Posteriormente, tuvo que hacerse pasar por hombre. Tras su muerte, Tumotsis III decretó que se eliminaran todas las referencias a su reinado.
Muchas otras mujeres tuvieron que hacerse pasar por hombres en una interminable lista en la que podemos encontrar a una española del siglo XVII que también terminó desapareciendo de la mayoría de registros históricos conocidos, hasta que se localizó una copia manuscrita de sus memorias: en ellas contaba cómo también tuvo que convertirse en hombre para poder ser mujer.
Fue monja y ladrona, asesina, ludópata, pendenciera y estrella mediática del siglo XVII, mientras se hacía pasar por un hombre. Su figura sigue siendo en la actualidad una fuente de inspiración para escritores, dramaturgos, directores de cine y artistas: Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga, la Monja Alférez.
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Catalina nacía en San Sebastián el 10 de febrero de 1585, en el seno de una familia de tradición militar. Su padre era el capitán Miguel de Erauso, un importante militar, comandante de la provincia vasca a las órdenes del rey Felipe III. Su madre era María Pérez de Galarraga y Arte.
A los cuatro años ingresó, junto a sus dos hermanas, en un convento de dominicas de la ciudad, donde su tía ostentaba el cargo de priora, una práctica habitual en aquella época, en la que se internaba a las niñas a tan temprana edad para ser educadas según los criterios del catolicismo y en las labores propias de su sexo, para posteriormente poder ser desposadas.
Pero Catalina era una rebelde con un carácter extremadamente explosivo, provocando que las religiosas de ese convento fuesen incapaces de controlarla, por lo que fue trasladada al Monasterio de San Bartolomé de San Sebastián, donde las normas eran mucho más estrictas, y donde viviría hasta los 15 años.
Durante su estancia en aquel convento, otra monja la tomó con ella, provocando habituales altercados y peleas, lo que le valió para ser recluida en su celda casi de manera constante. Catalina, harta, decidió fugarse del convento.
La víspera del día de San José del año 1600, le ordenaron que fuera a buscar un libro para la priora y por el camino encontró las llaves del convento. Cogió algunos materiales que tenía a su alcance y se escapó, llegando a un castañar donde permaneció tres días haciéndose ropa de hombre, además de cortarse el cabello.
El inicio de una leyenda
Catalina anduvo de pueblo en pueblo comiendo hierbas y manzanas que encontraba en el camino, y así llegó a pie hasta Vitoria, donde sirvió a un doctor al que estuvo ayudando durante tres meses. Partió a Valladolid, en donde se encontraba la corte del rey Felipe III, influido por el Duque de Lerma, y comenzó a servir como paje del secretario del monarca, Juan de Idiáquez, camuflada como un varón y bajo el nombre de Francisco de Loyola, durante siete meses.
Intentó buscarse la vida en Bilbao, Navarra, San Sebastián y Sevilla, hasta que llega a Sanlúcar de Barrameda, donde consiguió una plaza como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguino, que era primo hermano de su madre. En 1603 partía rumbo a América.
En Cartagena de Indias, Catalina mató a su tío de un disparo y le robó 500 pesos, con los que llegó a Panamá, donde un comerciante la contrató como gerente de un negocio de ropa y tuvo un importante altercado. Cierto día, mientras asistía una comedia de teatro, un joven la amenazó, al parecer porque Catalina le obstruía su vista al sentarse, por lo que acabó cortándole la cara al muchacho que la había retado.
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La llevaron a la cárcel, pero el comerciante para el que trabajaba intercedió por ella con la condición de que se casara con la tía del sujeto al que le había cortado la cara. Temiendo ser descubierta se negó rotundamente a dicho casamiento y huyó a Lima.
En la capital del entonces Virreinato de Perú encontró un reclutamiento de compañías para la invasión de Chile, así que se alistó a las órdenes del Capitán Gonzalo Rodríguez, acompañada por 1.600 hombres de Lima con destino a la ciudad de Concepción.
Junto a sus compañeros, Catalina arrasó las tierras de Chile y a sus indígenas, los mapuches, y fue acogida por el secretario del gobernador, que resultó ser su hermano, Miguel de Erauso, al cual no conocía porque se había ido de casa cuando ella tenía tan solo dos años. Permaneció allí tres años hasta que fue desterrada a Paicaví debido una reyerta.
Allí luchó al servicio de la corona en la Guerra de Arauco contra los mapuches en el actual Chile, ganando fama de ser valiente y hábil con las armas, sin revelar nunca que era una mujer. En la batalla de Valdivia, Catalina realizó una heroica acción recuperando la bandera, por lo que fue ascendida a alférez.
En el siguiente enfrentamiento asumió el mando, ganando la batalla, sin embargo, debido a las múltiples quejas que existían contra ella por su crueldad contra los indios, no fue ascendida al siguiente rango militar, provocando que, frustrada, se dedicara por un tiempo a cometer actos vandálicos, asesinar a cualquiera que se cruzara en su camino y a provocar numerosos daños y quemar sembrados enteros. Su ira era tan grande que, durante un duelo, asesinó a su propio hermano, aunque no está del todo claro si sabía que era él cuando lo hizo.
Recorrió buena parte del Nuevo Mundo: Lima, El Callao, Potosí, Cuzco, La Paz,… cometiendo tropelías y luchando en el ejército contra los indios hasta que llegó, en 1623 a Huamanga, Perú, donde fue detenida por una nueva reyerta. Para evitar su ajusticiamiento pidió clemencia al obispo, Agustín de Carvajal, a quien confesó que en realidad era una mujer y que se sometería al examen de unas matronas para demostrarlo. El obispo, dicen las crónicas, que la abrazó.
Hija, ahora creo lo que me dijiste y creeré en adelante cuanto me dijereis, porque eres una de las personas más notables de este mundo
Catalina quedó bajo su protección. La noticia corrió como la pólvora por todo el Virreinato, convirtiéndola en un personaje mediático.
Nacía una estrella
Fue enviada a España, donde la recibió el rey Felipe IV, coronado en 1621, a quien le pidió que la premiara por sus servicios a la corona en la Capitanía General de Chile. El monarca se limitó a trasladar el asunto al Consejo de Indias, que aprobó su petición, otorgándole una renta de 800 escudos, mientras el rey le mantuvo su graduación militar y la apodó monja alférez, a la vez que le permitía emplear su nombre masculino.
El relato de sus aventuras se extendió por toda Europa e incluso el papa Urbano VIII la convocó a una audiencia en Roma, donde su visita fue todo un acontecimiento. El pontífice la autorizó para continuar vistiendo de hombre y fue nombrado ciudadano romano, asentando su nombre en el libro de la ciudad: Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.
Tras su paso por Roma estuvo en Nápoles, suscitando también admiración con su presencia, pero ya estaba cansada de su popularidad. Se traslada a A Coruña, decidida a embarcarse a Nueva España, donde se instala en 1630, en la ciudad Orizaba, lugar en el que fundó un negocio de transporte entre la Ciudad de México y el puerto de Veracruz con el nombre de Antonio de Erauso.
La tradición local afirma que murió en 1650 transportando una carga en un bote y que sus restos descansan en la Iglesia del Real Hospital de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de los Hermanos Juaninos, conocida en la actualidad como la Iglesia de San Juan de Dios de la ciudad de Orizaba, en Veracruz, México.
Hoy sigue sorprendiendo que, en la España de la época, en vez de quemar a la monja alférez en la hoguera, se le acogiera e inmortalizara casi de inmediato. Quizá su historia de aventuras asombrosas, a pesar de ser más que reprobables, cautivó la imaginación de una sociedad necesitada de prodigios y héroes reales, más allá de los que se contaban en las obras de ficción del momento.
Sea como sea, esta mujer se convirtió en uno de los personajes más legendarios y controvertidos del Siglo de Oro español y durante casi 400 años, su mito ha permanecido vivo a través de estudios históricos, relatos biográficos, novelas, películas y cómics, la prodigiosa Monja Alférez: Catalina Erauso.