En 1936, durante unas excavaciones en una colina de una aldea al sureste de Bagdad, en Irak, los trabajadores del Departamento Iraquí del Ferrocarril descubrieron una vieja tumba cubierta con una losa de piedra. Durante dos meses, el Departamento de Antigüedades extrajo multitud de artefactos y piezas con una edad estimada de casi 2.000 años.
Entre los hallazgos encontraron unos recipientes muy singulares de arcilla, con forma de jarrón y de color amarillo, que en su interior contenían un cilindro de cobre, fijado con asfalto al cuello de los jarrones, y con una vara de hierro en su interior, de los cuales desconocían su aplicación.
En 1938, el arqueólogo alemán Wilhelm König, a cargo del laboratorio del Museo Estatal de Bagdad, analizó estos objetos y realizó un experimento introduciendo dentro de uno de ellos un electrolito. Tras conectarle una lámpara, ésta se encendió muy débilmente. El informe oficial posterior describía que estos artefactos se comportaban exactamente igual que una pila eléctrica moderna, motivo por el cual comenzaron a ser conocidos como “pilas de Bagdad”.
Casi 20 siglos después de que aquellas rudimentarias pilas fuesen inventadas, un inventor español creaba una pila revolucionaria que quedó en el olvido, hasta que, a mediados del siglo XX, un estadounidense utilizó su trabajo para crear un nuevo tipo de pila de la que nacería una legendaria marca que cambiaría la historia: Duracell.
Ramón Gabarró y Julien era un genio nacido en Manresa que había dedicado su vida a hacer del mundo un lugar mejor con sus inventos, dejando para la posteridad algunas ideas maravillosas.
El 31 de mayo de 1892 se le concedía una patente por un nuevo sistema de pilas secas compactas, robustas y baratas que producían energía eléctrica y que hacía de aquellas pilas algo nunca visto hasta ese momento, ya que contar con una pila potente y que además fuese fiable no era sencillo, además de que las únicas que se comercializaban en aquel momento se empleaban exclusivamente en talleres y laboratorios.
Pero como suele ocurrir, Ramón no era profeta en su tierra, así que, en 1894, se fue a París y a Londres, donde probó su sistema de alimentación en algunos tranvías de estas ciudades. Por desgracia para él, la agitación política de la época provocó que sus ensayos no fuesen excesivamente populares, haciendo que regresara a España sin haber conseguido que alguien se fijase en sus ideas.
El primer vehículo eléctrico español
Aprovechando la tecnología que había inventado, en 1896 decidió desarrollar, para la reina María Cristina de Habsburgo y Lorena, el considerado por muchos historiadores como el primer vehículo eléctrico español, basado en un bastidor de carruaje y una elegante carrocería fabricada en Londres bajo sus órdenes.
Con un pequeño motor eléctrico, baterías propias de menos de 100 kilos y faros eléctricos, aquel carruaje podía alcanzar los 16 kilómetros por hora y contaba con una autonomía de 60 kilómetros. Las pruebas de la unidad fabricada se hicieron en Londres y a las mismas asistieron el embajador español, representantes del príncipe de Gales y los principales periódicos londinenses. La idea de Ramón era trasladar el carruaje a Madrid días después de las pruebas, pero se desconoce lo que finalmente ocurrió con aquel novedoso vehículo.
Pionero del correo electrónico
En el año 1900, Ramón tuvo otra idea que se puede considerar precursora del correo electrónico actual. Su objetivo era repartir correspondencia utilizando electricidad para conseguir que fuese más rápida que la transmisión telegráfica. Comenzó a hacer pruebas en el año 1900 en el barrio madrileño de Prosperidad y para ello ideó una cápsula poligonal, con capacidad para 1.000 cartas, que era impulsada por los tendidos eléctricos del ferrocarril para alcanzar altas velocidades.
Posteriormente realizó más pruebas empleando el tendido eléctrico entre Madrid y Aranjuez, con un éxito innegable, pero no pudo conseguir los permisos para seguir adelante con su trabajo, por lo que su tecnología quedó relegada y olvidada, excepto para un italiano, Piscipelli Laeggi, que copió su idea y consiguió, tan solo un par de años después, que el gobierno de su país financiase la instalación, entre Nápoles y Roma, del invento del catalán.
A pesar del éxito de todas sus pruebas, tanto de sus pilas como de su sistema de transmisión de correo, sus ideas quedaron en el olvido. Ramón era un adelantado a su tiempo, un pionero, un precursor demasiado audaz y atrevido para la época que le había tocado vivir, por eso, otros genios utilizaron su trabajo, pero mucho tiempo después de que él ya no estuviera. Uno de ellos se llamaba Samuel Ruben.
La pila de botón
En 1920, el empresario Philip Rogers Mallory y el ingenioso científico Samuel Ruben se encontraron fortuitamente. Samuel necesitaba una pieza de maquinaria que Philip fabricaba en su empresa, P. R. Mallory Company, pero cuando ambos se conocieron, decidieron unir fuerzas. Uno pondría el talento inventivo y el otro el talento empresarial.
La compañía comenzó su andadura fabricando pilas y baterías estándar hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense pidió a los fabricantes un producto que pudiera alimentar a los equipos de comunicación, linternas y detectores de minas del ejército.
Samuel y Philip crearon, gracias a la patente de aquel genio catalán, la conocida como pila de botón de mercurio, más pequeña, con mayor capacidad y resistente a los climas más duros de los escenarios de la guerra, como el norte de África y el sur del Pacífico, que las de zinc-carbón no soportaban. En su patente, Samuel Ruben nombraba la pila y la patente de Ramón, como parte de su propio invento.
Fabricaron millones de pilas de mercurio durante la guerra, su tecnología les hizo millonarios y fundaron una nueva compañía “The Mallory Battery Company”. Durante años siguieron introduciendo mejoras en las pilas, haciéndolas más compactas y duraderas como jamás se habían hecho antes, hasta que un día todo cambió para ellos (y para nosotros).
En la década de 1960, la legendaria Kodak lanzaba al mercado su nueva e innovadora cámara, la Instamatic, una cámara que traía flash integrado y que precisaba baterías con mayor potencia y menor tamaño. Para ello, The Mallory Battery Company creó las pilas AAA, una creación que cambiaría para siempre la historia de la Humanidad.
El nacimiento de Duracell
La industria fotográfica catapultó a la empresa, ya que en todo el mundo se necesitaban sus pilas, pero Kodak les pidió que licenciaran su diseño a sus competidores para garantizar su disponibilidad en el mercado de consumo. Tras hacerlo, decidieron registrar su marca, en 1965, con el nombre de Duracell. Su reputación llegó a tal extremo que, cuatro años después, se convertía en la primera batería que pisaba suelo lunar como parte de la misión del Apolo 11.
Y todo gracias a un genio catalán del siglo XIX que se adelantó a su tiempo y que tan solo quería hacer del mundo un lugar mejor.