Hasta los ateos están seguros de que Dios habla castellano con la voz de José Sacristán, este hombre enjuto y temible cargado de dignidad, ese hombre que resume la mejor de las Españas con su gesto inteligente y grave. ¡Resulta tan vulnerable y feroz! Camina tan exultante de humanidad... de una forma secreta y oscura, rabiosa de memoria, con una cadencia de pasos propia del que ha pasado hambre, propia del que recuerda de dónde viene.
Hace poco ruido y a veces avanza a saltitos por el Teatro de La Abadía, como un pájaro pequeño que se ha colado en una iglesia: algo encogido, polizón discreto... hasta que abre la boca y rechinan todos los poemas de la historia desde el centro de la tierra. Hay algo poderoso en Sacristán. Es, quizá, que podría hacer daño pero elige no hacerlo.
Dice que hace las giras para cenar, palabrita del niño que pasó hambre. Cuando a uno le han rugido las tripas, actúa siempre conectado con todo el cuerpo a la humanidad. Ya no hay actores como Sacristán, ya no se conocen las fatiguitas ni el dolor jondo desde el Estado de Bienestar.
Pepe cree, como Goya, que quien pinta es el tiempo. Tiene los recuerdos en punta como un puñado de lápices afilados. A veces se acuerda de cosas extrañas, curiosas, lejanísimas, como cuando tenía tres años y le dio la difteria. "¡La padeció también mi amigo Fernán Gómez en el barco que le traía de Buenos Aires a España...! Era una inflamación... te morías por asfixia, ¿eh? Yo me salvé de chiripa. Pero me acuerdo de las cataplasmas que venían con el médico, y de las inyecciones, y de que mi madre me decía que me curaría ella... me acuerdo de eso últimamente". Tener memoria es lo contrario a estar muerto. Tener memoria es lo contrario a haberse rendido.
Ahora protagoniza La colección, un texto colosal de Juan Mayorga que se ha estrenado en La Abadía pero se dispone a girar por España. Cuenta la historia de una pareja de ancianos sin herederos que no saben a quién legar su colección de arte... una colección que les costó toda una vida, una colección que les unió amorosamente y les separó para siempre, todo al mismo tiempo. Una colección que es más grande que uno, que sus deseos y sus terrores. Una colección que es, sobre todo, lo que le falta. Una colección como una religión, como forma de trascendencia. La obra habla de la relación que tenemos con los objetos. De cómo nos poseen. De cómo cambian nuestra vida cuando los desordenamos. Es filosófica, algo confusa y genial. Tienen ustedes que ir a verla.
Claro que es una obra sobre la finitud. Y sobre los milagros pequeños. "Pobre del coleccionista", dice Pepe. "Sufre tanto porque sabe que se va a morir. Todo quedará aquí, todo. ¿Recuerdas Ciudadano Kane? William Randolph Hearst fue el gran coleccionador, diríamos. De objetos y de seres humanos. O sea: la hostia. ¿Recuerdas la palabra que dijo cuando murió? 'Rosebud', ¿no? Bien, hubo biógrafos, entre ellos Peter Novick, que aseguraron que se refería a los genitales de Marion Davis. En fin: que el coño de la David era Rosebud. Pero en la película entendemos... cuando ya está todo desmontado, desvalijado... que 'Rosebud' era el trineo con el que jugaba de niño. Siempre volvemos a la infancia, siempre", alega.
Habrá que dejar de obsesionarse con la posesión, le digo. "¡Por descontado!", sonríe. Lo mejor de la vida es gratis. Lo mejor de la vida, de hecho, no hace falta tenerlo entre las manos. "Esto es un puto circo lleno de maldad, pero, afortunadamente, tenemos Las meninas y podemos escuchar a Bethoveen y a Mozart... y podemos agarrarnos a la dignidad de la rebeldía. Lo demás, ¿qué más da? Nos vamos a morir".
P.- ¿Usted cree que las cosas tienen memoria de las personas? ¿Eso tiene algún influjo sobre la realidad?
R.- Ah, ¡yo sí, sin ninguna duda! Los propósitos que mueven al que hace la creación artística son más nobles que los que mueven las acciones políticas, ¿no te parece? Algo queda: hay un poso, algo que se destila, algo que se desprende… de todo lo que sucede en el enfrentamiento del ser humano y del arte. Desde mi punto de vista, uno crea porque la naturaleza es insuficiente. Todo lo que el hombre fabula, inventa, recrea… en esas cosas viven otras cosas. Ojalá no acaben, claro, en el depósito de los fanáticos ni de los mesiánicos.
P.- ¿Tiene algún talismán José Sacristán? En fin, un lugar donde haya depositado la posibilidad de su suerte.
R.- Guardo álbumes de cromos de cuando tenía siete u ocho años. ¡Los conservo! Y algunos programas de cine antiguos… de esos que daban en los cines. Tú no te acordarás, ¿no? En fin, eres muy joven. Pues algunos eran unas joyas, unas obras de arte maravillosas… son mis joyitas de la corona.
"Lo que más me define es mi memoria. Tengo ciertas evocaciones… mi amigo Luis García Montero me dijo que éramos optimistas melancólicos"
P.- ¿Cuál sería el bodegón sentimental de José Sacristán? Quiero decir, ¿qué objetos hablarían de usted, cuáles le acompañan, cuáles le definen?
R.- No soy un hombre apegado a los objetos. Me manejo con pocas cosas a diario: con mis lecturas, con mis afectos, con mis miedos. Ah, lo que más me define es mi memoria. Tengo ciertas evocaciones… mi amigo Luis García Montero dijo que éramos optimistas melancólicos. La melancolía tiene que ver con una sensación de pérdida, ¿no? Cada día que pasa tienes más claro que te vas a morir rodeado de hijos de puta, de chorizos, de ladrones. Yo lo tengo clarísimo, vamos. Pero también mantengo el optimismo de salir cada día a defender mi idea de la vida en mi propio territorio.
P.- Entiendo. ¿Cómo se neutraliza a la chusma?
R.- No hay manera de neutralizarla: lo que más acojona es que cuentan con el aplauso de mucha gente. No están solos. El tirano nunca está solo. Piensa en el esperpento este de Trump. O en el señor Netanyahu. O en los impresentables de Hamás. Todos tienen mucha gente detrás.
P.- En esta obra hay una llamada a la trascendencia, incluso a la espiritualidad. ‘La colección’ es algo más grande que uno. Hay algo religioso en eso. ¿Tiene usted fe, o algo que se le parezca?
R.- ¿En la trascendencia? Ah, no, nada de eso, yo soy un humanista. Y creo que vale la pena seguir apostando por la humanidad, aunque en ocasiones… ¡hay tantos ejemplares de mi especie de los que no quisiera recibir la menor noticia…!
P.- ¿Cómo reconoce usted a los hijos de puta?
R.- Yo tengo un código. Unas normas. Una manera sólida de proceder en mi propia vida. No digo que sea perfecta ni mucho menos, pero se ajusta al principio del respeto al semejante y del respeto que yo me debo a mí mismo a partir de mis convicciones, ¿no? Entonces no tolero el atropello. Ni el mínimo atropello.
P.- Es una obra sobre el matrimonio, o, mejor dicho, sobre el amor. No sólo es que no sean lo mismo, sino que a veces son opuestos. ¿Qué sabe usted de eso?
R.- Yo no estoy ya para sorpresas… el amor no es una sorpresa. Es un aprendizaje permanente y formidable. A lo largo de los años, la madre naturaleza se va encargando de despojarte de una serie de atributos, de una serie de estímulos… y bueno, te va proporcionando otros que tienen que ver con la posibilidad de mantener una relación feliz en pareja. Claro que los elementos que sustentan esa relación no son necesariamente los mismos que cuando uno tenía veinte años.
P.- Hábleme de los suyos.
R.- El respeto y la complicidad.
P.- ¿Cómo reconoce usted que se ha enamorado?
R.- Hombre, llevo ya más de veinte años con Amparo y todavía recuerdo las primeras veces que la vi. Su belleza, su belleza siempre. Soy un loco de lo femenino, eso siempre ha sido para mí muy importante, aunque parezca una actitud machista, ¿eh?
P.- No creo que el culto a la belleza sea machista. Creo que es artístico.
R.- Desde luego, la belleza no tiene por qué ser canónica. Eso es importante para mí… y el encontrar complicidad en la propuesta de vida en común. ¿Cómo amaría yo a alguien que aspire a una vida que no tenga que ver conmigo? Pero, por encima de todo, hay algo en el aire, algo sucediendo… algo que tiene que ver con la belleza, esa forma de lo femenino.
"No sé si el amor se pueda vivir tranquilamente. Hay a quien le gusta que le azoten y hay a quien le gusta azotar"
P.- ¿Puede uno vivir tranquilamente el amor sabiendo que siempre hay uno que quiere más al otro? ¿Cómo vamos a dormir sabiendo de la asimetría...?
R.- No sé si el amor se pueda vivir tranquilamente. Hay a quien le gusta que le azoten y hay a quien le gusta azotar.
P.- A la protagonista de la obra no le basta con la tarde en la playa de arena roja, contemplando a su amor. Necesita buscar un sentido, meterse en una empresa, tener un propósito. Por eso forma la colección. ¿No debería ser el amor anticapitalista, antiproductivo?
R.- Ah, te entiendo bien, pero allá cada uno. Yo sí que creo en algunas formas de confort, en fin, en tener la posibilidad de amar y a la vez de ir al grifo y que haya agua caliente…
P.- Eso sería un detallazo.
R.- Sí. Y estaría bien que se siguiera dando, porque hubo muchos años en los que agua no había. No me atrevo a calificar o a proponer una relación perfecta en base a posesiones. Uno no ama el aire. Ni vive sólo del aire. Todo tiene que pillar materia… carne, sustento.
P.- Albert Pla me dijo que no quería dejarle nada en herencia a sus hijos, que las herencias le parecían un anacronismo brutal, y que se jodieran. ¿Está de acuerdo?
R.- Joder, no. Mi relación con mis hijos, de entrada, no pasa por el dinero.
P.- ¿No es usted rico?
R.- No, no. Rico no soy. ¡Rico… imagínate…! (Ríe). Yo he pasado hambre. Sé lo que es el frío del invierno y el calor del verano. Sé lo que son las precariedades y sé lo que es ir al grifo y que no salga agua, un año y otro y otro. Entonces no voy a ser tan cínico como para decir que nada de eso es importante. No soy rico, pero quiero tener mis discos y mis libros y mis tiempos para oír música y ver películas.
P.- El tiempo es el lujo.
R.- Sí. En fin, que mis hijos se queden lo que se puedan quedar, y que se apañen y se lo repartan y demás, que lo disfruten, coño. Eso sí, los álbumes de cromos me los voy a llevar yo.
P.- A dónde se los va a llevar.
R.- ¡A la tumba!
P.- ¿Se va a meter en la tumba con los álbumes?
R.- Sí.
P.- ¿Están los suyos informados de esto?
R.- Sí. Por supuesto. Y además quiero una cabeza de ajos encima de mi ataúd.
P.- ¿Por los vampiros?
R.- No, no, los vampiros no me preocupan. No les tengo ningún miedo. Es porque me gustan los ajos de mi pueblo. Y quiero que me acompañen hasta el final.
P.- ¿Para qué sirve el dinero, y, en concreto, el dinero aplicado al arte? ¿Qué sentido tiene comprar arte?
R.- Eso es muy interesante. Orson Wells se lo planteaba ya en ‘F de fake’, porque hay mucha gente que se ha muerto (gente no de a pie, o sea, gente de museos, directivos de sala), creyendo que habían visto un Modigliani o un Van Gogh o un Rubens… y habían visto un Elmyr de Hory, una falsificación suya. Tú coges y te lees un poema de Kipling dices “esto es bello, pero, ¿qué vale esto?”… ¿Quién coño pone la cifra? Ahora he hecho una intervención en la serie ‘Bellas Artes’, para Movistar, Disney, con mi amigo Óscar Martínez, que va de museos y demás, y hablábamos de que… mira, a mí me regalan la mayor parte de lo que exponen en ARCO y no lo quiero ni regalado.
P.- ¿Se siente estafado por el arte contemporáneo?
R.- ¡No, no, en absoluto estafado… no me atrevo, no tengo autoridad…! Simplemente, me pasa como con la música. Me he quedado en un punto y ya no me puedo mover. El otro día vi un chiste de El Roto… que es genial: salía “artista contemporáneo” y viene un tipo con un bote de pintura y actitud de lanzarlo como si fuera una granada. No soy tan idiota como para decir “qué mierda”. ¡Pero no me gusta! No sé, luego he hecho un recital de poemas de Machado con la música de David del Puerto, pero hasta ahí llego, no hay otras manifestaciones.
P.- Estamos acostumbrados a sentirnos raros frente al arte moderno, como si nosotros no fuésemos tan modernos, o como si la modernidad significase, acaso, no poder decir que el emperador está desnudo.
R.- Sí. Es que hay que tener cuidado, claro porque a Stravinski le mandaron ‘La consagración de la primavera' en Nueva York cuando se estrenó y sin él no se concibe la música moderna. Como se dice en esta función, “el tiempo hace el arte”.
P.- Sí, pero, ¿cuánto tiempo?
R.- Eso digo yo. Cada época se pelea con su propia época y con las anteriores. Es confuso. La gente es adanista, viene a derribar lo anterior.
"El problema de muchos críticos es que son sensibles a la belleza pero son incapaces de crear... entonces despotrican"
P.- Tu personaje dice que lo importante es seguir sintiéndose uno insignificante. Esto nos sucede con las grandes obras de arte. Nos dan una cura de humildad bestial.
R.- ¡Ah, sí! “¡Sentir la inferioridad!”. En este personaje he defendido algo incluso en contra de la opinión del autor, que le quería dar más dignidad de la que yo mismo quería darle. En fin, dignidad tampoco, sino pedigrí. A mí me parece un pobre hombre que ha padecido la desgracia de ser hipersensible a la belleza.
P.- Le sucede también a usted. Diagnosticado. Stendhalazo tras stendhalazo…
R.- Totalmente. La diferencia es que él es incapaz de crear, mientras que yo no. Yo lo he hablado muchas veces con mi amigo Mario Vargas Llosa: él escribe, yo interpreto. Detrás de la Novena Sinfonía, o de El Quijote, o de Las Meninas… hay un gordo, o un flaco, ¿cuántos años tiene?, ¿es tonto?, ¿es listo? No se sabe de golpe, se puede buscar y tal… pero a mí no me pasa eso, yo tengo que estar ahí físicamente, yo soy el tambor y el que toca el tambor. Yo soy el ejecutor de mi propio instrumento y estoy comprometido físicamente. Otra cosa es que lo haga bien o mal. La putada es la de la gente que tiene sensibilidad pero tiene incapacidad de crear… y entonces se revuelve, y despotrica, y grita.
P.- ¡Ah, la frustración de la inacción…!
R.- Sangra la herida, sangra la herida. Cuando este hombre dice todas esas cosas que dice de los artistas y eso… hay una guerra por inferioridad, que es lo que a él le pasa. Él se hubiese cortado una mano por intervenir en el arte. Se hubiese cortado los huevos con tal de pintar, de dar una pincelada de Los girasoles, por ejemplo. Es el problema de muchos críticos, la verdad.
P.- ¿Qué hacemos con los ricos, Pepe? ¿Los abolimos o los imitamos?
R.- Ni una cosa ni la otra. Me parece que lo que hay que procurar es que no existan esas desigualdades brutales. Ir contra los ricos es como ir contra los miércoles: siempre habrá, ¿sabes?, siempre estarán ahí en medio, en fin, los ricos son el sistema, son la convención. Pero el sistema habría que ajustarlo. Lo que me parece ignominioso es la desigualdad.
P.- Su personaje dice que no cree en ningún Estado.
R.- Yo sí creo. Creo en unos y en otros no, qué duda cabe. Pero me parece que una forma de Estado que maneje el cotarro bien manejado, pues vale la pena.
P.- ¿Le gusta el Estado de Yolanda Díaz?
R.- Me gusta, me parece bien, sí. Vamos a verlo, claro. Al menos su propuesta tiene vocación de aglutinar, de incluir… porque mira Podemos e IU… que cada uno saque sus conclusiones sobre lo bien que les ha ido siendo tan sectarios, ¿no? ¡Y Podemos, tan mesiánico…! Yo les he votado a los dos y he estado con ellos, pero en fin, son una cosa testimonial. Ya se han ido a hacer puñetas. Su impaciencia de mal aprendiz les pudo.
P.- ¿Ha estado en la taberna de Iglesias en Lavapiés? ¿Qué le diría con un vinito?
R.- Ya no me decepciona. No tengo nada que decirle.
P.- ¿Qué hay del regreso de Puigdemont?
R.- No me gusta nada ni él ni lo que representa. Me parece un señor lamentable. Pero no creo que lo que ha hecho toda esta tropa del independentismo deba ser llamado terrorismo, desde luego, ni siquiera sedición… ¡no! ¡No tienen ese valor! Son unos chapuceros. Lo que hicieron fue una vulgar chapuza.
P.- Dijo usted que la República es una cosa muy seria y que no se puede instaurar como quien inaugura las fiestas del pueblo.
R.- ¡Vamos, es que…! ¿Qué castigo se le puede aplicar a un chapucero como Puigdemont? Es ridículo. La ley de Amnistía me parece bien para quitarle la posible grandeza trágica a los independentistas, su victimismo… porque no fueron más que unos chapuceros.
"Ir contra los ricos es como ir contra los miércoles: siempre habrá. Lo que hay que ajustar es el sistema”
P.- Le hago su propia pregunta: ¿qué castigo le parecería justo para un chapucero?
R.- Yo no voy de castigador. Ya hay por ahí quien se encarga de establecer esos tristes parámetros.
P.- Dicen los chicos que Bildu que ETA no era un grupo terrorista, sólo un grupo armado. Están a dos cafés de decir que fue un grupo de música.
R.- Eso es terrible. Es miserable. Muy lejos de lo que ellos pretenden argumentar, porque ellos se sienten valientes diciendo eso, es muy cobarde. Es un gesto muy cobarde no reconocer que pegarle un tiro en la nuca a un guardia civil que está esperando a que su hijo salga del colegio es… una bajeza… un atropello… puestos a reivindicar las patrias, a mí todo eso me parece miserable.
P.- Parecía un debate superado y aquí estamos.
R.- Hay que reconocer que aquello pasó, joder. Y ojo, Bildu tiene un peso importantísimo en la sociedad vasca. Yo, personalmente, pienso que es miserable, a estas alturas, no reconocer que aquello que se hizo, que pudo tener un contexto o un argumento, vale, pero que… fue una brutalidad.