Julia Navarro es una hija sana de la Transición, es decir, de la cultura del pacto. No es amiga de las grandes pasiones, sino de la templanza (de la mesura, digamos), aunque sus 35 años como periodista la obligan al ojo quirúrgico. Le pregunto mucho por política y al rato se cansa, medio que se molesta, pero, ¿cómo no hacerlo, si su última novela, El niño que perdió la guerra (Plaza&Janés), está atravesada por ella?
La ideología no lo será todo, pero casi. Es el corpus, al final, un bodegón sentimental de valores. En este libro Navarro cuenta la historia de Pablo, un crío de cinco años al que su padre, militante comunista que trabaja para los rusos en los últimos años de la guerra civil, decide enviar a Moscú... sin el consentimiento de su madre. El problema es que no podrá volver. En la Unión Soviética, Stalin cincelaba al hombre nuevo, una criatura robótica, imposible, cimentada en el miedo. A Pablo le recibe una fabulosa madre adoptiva, hija y esposa de revolucionarios, ya cansadita de las tonterías del régimen.
A ella, a Anya, la miran con sospecha por amar la cultura. Por pensar. Por viajar lejos con la cabeza. Por leer poesía, por no adorar lo que le dicen que adore. Pablo vivirá dos vidas: la añorada y la sufrida. Será amado y traicionado. Conocerá la pasión y el infierno en la tierra mientras su madre, en España, ansía a su niño perdido a morir y es encarcelada por Franco por su oficio de caricaturista.
La escritoria se sirve de esta tragedia múltiple para hablar de la libertad, de la identidad, de la cultura como punta de lanza contra el horror. De los enfermos de poder de un lado y del otro. De las mujeres como camino para encontrar la casa.
¿Cómo surge la idea de reflexionar sobre los totalitarismos? Tanto el de la Unión Soviética como el de Franco.
Todos los totalitarismos son iguales. No importa que los pintes de rojo o los pintes de azul. Al final el resultado es el mismo: es cercenar la libertad. Tienen características comunes aunque los actores principales sean diferentes y los países sean diferentes. Cada uno tiene su idiosincrasia, pero le destino es el mismo: coartar esa libertad.
Se debate mucho sobre si lo personal es político, pero, desde luego, lo político es personal. Las vidas de tus personajes están atravesadas por su momento político. ¿Cómo está Julia Navarro condicionada por su época?
Yo soy una observadora. Creo que estamos viviendo un momento político en todo el mundo que es muy preocupante. El auge de los regímenes totalitarios está ahí, y también de las autocracias. La autocracia es una especie de pseudodemocracia: parece que hay países donde se celebran elecciones, pero celebrar unas elecciones no es suficiente para que un país sea realmente democrático. Tú puedes celebrar elecciones, dar el pucherazo y ya está.
Lo hemos visto hace poco, ¿no?
Claro. Claro. Entonces sí, estoy preocupada. Quizás por haber ejercido el periodismo tantos años hace que yo siga viendo la realidad con los ojos y el alma.
Ha manifestado alguna vez su preocupación de que el gobierno de Sánchez tuviese una especie de cruzada contra los periodistas.
Sí. Porque yo creo que la mejor ley de prensa es la que no existe: no me gustan sus anuncios de crear comités que decidan no sé qué y no sé cuánto. Es verdad que vivimos en una sociedad en la que todos los paradigmas han cambiado a través de las nuevas tecnologías y las redes. Si tú calumnias a alguien en a vida real o en un periódico de papel, esa persona tiene herramientas para defenderse, pero si lo haces a través de la red o del anonimato es más complicado y a veces imposible hacerlo. Tenemos un problema. Pero eso de “vamos a ver qué dicen los medios” o de “le voy a poner reglas a los medios”… pues no. A mí eso me produce una inquietud enorme.
Me refería a cómo está atravesada también usted por su generación, no sólo por el momento político presente. Es una gran defensora de la Transición.
Sí, soy de esa generación, y creo que la Transición fue una obra colectiva. No fue una obra de unos políticos. Mi generación fue la generación del nosotros, es decir, del todos, de una mayoría de ciudadanos que empujaron en una dirección que era hacia la recuperación de libertades. Yo creo que se hicieron las cosas razonablemente bien. Y ahora es muy fácil de decir que no, ¿eh?
Parece que ha habido jóvenes que han pecado de adanismo a este respecto: creen que ellos lo hubieran hecho mejor…
¿Se podrían haber hecho mejor? Quizás, no estoy segura, depende de quiénes hubiesen sido los actores principales, porque a veces hay gente que en vez de arreglar los problemas lo que hace es agudizarlos, ¿no? Yo creo que fue una obra colectiva y que se hizo razonablemente bien.
"La Transición fue una obra colectiva y se hizo razonablemente bien"
Los maridos de las protagonistas piensan que la ideología es todo. Mi pregunta es: ¿qué más hay?
La ideología es una parte importante de la vida, qué duda cabe, porque se refiere al pensamiento de los seres humanos. La ideología evidentemente marca… y los comportamientos cotidianos también denotan una ideología.
¿Le daba más miedo Stalin o Franco?
Insisto: son igual de terribles. En sus torturas, en sus cárceles. Pero entiendo que tuvo ese plus de crueldad el tema de los trabajos forzados a 40 bajo cero. Ese plus de dureza… pero no hay mayor dureza que la pérdida de libertad. Ese es el castigo principal.
Hay quien señala también que la Segunda República no fue precisamente un remanso de paz. Se ha revisado críticamente. ¿Cree usted que se ha idealizado?
Yo creo que la Segunda República fue un momento político donde se empezaron a ensanchar espacios de libertad, ¿se hizo todo bien? No, claro. No creo que haya que denostar ni que entronizar. La historia es lo que fue. Punto. Algunos utilizan algunos sucesos de la Segunda República para ensalzarla y otros, otros para denostarla. No creo que ninguna obra política haya sido absolutamente perfecta. A mí lo que me preocupa es que la historia hay que dejarla en manos de los historiadores y no de los políticos. Mejor que no metan las manos ahí. En nuestro país hay historiadores fantásticos, excelentes, que nos siguen contando lo que pasó. Los hechos son los hechos. Punto. En la Segunda República hay luces y hay sombras, como en cualquier periodo histórico, y no voy a participar más de ahí.
Quiero decirle que algunos consideran que sucedieron cosas que fueron el caldo de cultivo de la Guerra Civil, y de ese período también habla su libro.
Insisto. Me quedo con lo que cuentan los libros de Historia.
Bien. Usted ha retratado mucho el desarraigo y el exilio. ¿Qué es la patria para Julia Navarro?
Qué pregunta. Nunca me la había hecho. Me has dejado descolocada. En nombre de la patria se han cometido tantas barbaridades a lo largo de la historia… Yo he nacido en un lugar, dentro de una cultura, dentro de una familia. Supongo que al final tu patria es tu familia y lo que te rodea. Es lo que tienes en común con las personas que quieres. Te sientes inevitablemente mas cerca de una gente que de otra.
¿Sigue habiendo dos Españas?
En la Transición el acuerdo fue que ya no hubiera más dos Españas. Puede que haya quien las quiera resucitar en uno y en otro lado, pero yo creo que mayoritariamente los ciudadanos no están en eso.
¿Son Cataluña y el resto de España las nuevas dos Españas?
Cataluña es una parte de España, no es ‘otra’ España. Hay un desencuentro político en estos momentos y lo que hay que hacer es buscar caminos para el reencuentro. Cataluña no se puede explicar a sí misma sin el resto de España ni el resto de España se puede explicar sin Cataluña. Hay que pensar en lo que no se ha hecho bien para corregirlo. No podemos vivir de espaldas los unos e los otros.
"En la Transición acordamos que no hubiera más dos Españas: los ciudadanos ya no están en eso"
¿Cuánto tiene Puigdemont de personaje literario?
Nada. Para mí, nada. No me interesa en absoluto. No está en mi imaginario.
Hablé con Cuartango de que Puigdemont no valía como personaje literario porque no tenía nada heroico.
No lo tiene.
Hablemos de Anya, la madre adoptiva de Pablo en la URSS. Tenía que ocultar su gusto por la lectura, la música o la poesía porque eran aficiones sospechosas o consideradas burguesas. ¿De qué manera la cultura nos hace rebeldes?
No sé si la cultura nos hace rebeldes, lo que sí sé es que el arte y la literatura nos dan herramientas para ir configurando un pensamiento propio. Nos interpela un cuadro, una música, muy poema… son elementos para pensar y elaborar un pensamiento crítico. Por eso los dictadores y los autócratas siempre tienen como uno de sus principales enemigos a todos aquellos que tengan ese pensamiento. La relación de la URSS con la cultura fue cercenar todas sus vías, acallar las voces que no ensalzaban la locura del hombre nuevo.
Una de sus protagonistas es encarcelada por Franco por sus caricaturas. ¿Como se lleva ahora, en 2024, la cultura con el poder? ¿Sólo tiene sentido una cultura insurgente, una cultura que tenga una relación molesta con los poderosos?
Al poder nunca le gusta que le confronten. Se siente incómodo, pero eso es bastante humano. Siempre preferimos que nos traten bien a tratar de encajar las críticas, ¿no? Pero yo pienso que la cultura no está para aplaudir ni hacer la ola a los gobernantes de turno. La creación tiene que ser libre. Y si eso no gusta a los gobernantes, peor para ellos. Pasa en las dictaduras y pasa en las democracias.
¿Ha tenido usted algún problema con alguien del poder político en su trayectoria, por su condición de periodista o de escritora?
(Ríe) Vamos a ver, al poder nunca le gustan las críticas, pero hay gente que lo manifiesta de una manera y gente que lo manifiesta de otra. Hay muchas formas de intentar acallar a las voces críticas. En las dictaduras, los métodos son brutales. En las democracias, los métodos son más sutiles. A lo mejor se acaba el contrato y no te renuevan. A lo mejor estás en una tertulia y de repente consideran que hay que renovarla… pro renuevan al resto y no a ti. La cuestión es estar dispuesto a pagar ese precio. A veces… todos pagamos ese precio, pero es todo muy sutil en democracia. No te ponen el esparadrapo directamente en la boca. Se hace de otra manera.
Pablo, el niño protagonista, es un crío migrante. Huye de España durante la guerra y se refugia en la URSS pero luego no puede volver porque sus padres perdieron la guerra… y tuvo que vivir una vida que él no había elegido. ¿Cómo se traduce eso ahora? Cuando hablamos de los MENAS y de la responsabilidad que tenemos como ciudadanos con esos niños…
El problema con la inmigración es un problema que me escandaliza… Gobierno y oposición hacen política de pim, pam, pum. Nadie deja su casa si no es por un motivo. Y ese motivo siempre es violencia, miseria, hambre, guerras. Por tanto, la primera respuesta a la gente que llega tiene que ser humanitaria, tiene que ser de acogida y con todas las garantías, sin quitarles ningún derecho. ¿Qué es eso de meterlos en los CIES? Yo en los últimos años colaboro con Entreculturas y he conocido a mucha gente que trabaja directamente con los inmigrantes… y he conocido a muchos inmigrantes. Estoy especialmente sensibilizada con ese problema.
"Me escandaliza que Gobierno y oposición hagan política de ‘pim, pam’ con la inmigración: nadie deja su casa si no es por un motivo"
¿Qué ha aprendido al tenerlo más de cerca?
He aprendido eso: que nadie se lanza al mediterráneo a jugarse la vida porque sí.
¿Le parece que hay inmigrantes de primera y de segunda? Quiero decir: hay culturas que parece que generan más rechazo que otras. ¿Qué hay de nuestro racismo? ¿Por qué aceptamos mejor a un chico ucraniano que a un chico magrebí?
Cuando la guerra de Ucrania, es verdad que hubo grupos de migrantes que decían “ellos lo están teniendo más fácil”. Yo no sé si eso fue así o no. Luego entra la condición humana de cada grupo, de cada persona… yo no veo tanto eso. Yo lo que veo es que las personas que están trabajando a pie de calle con los inmigrantes están acogiendo igual a todo el mundo.
¿Y la mirada del español medio es igual, o sí que somos un poquito racistas?
Mi visión es que la gente de la calle está a la altura del problema y que los políticos no lo están. Hay que crear condiciones para que esta gente tenga una vida digna, hay que ayudarles, esto de la integración no es pulsar un botón y ya está, es un proceso. ¿Qué te pasaría a ti si mañana te enviaran al Extremo Oriente y tuvieras que empezar de cero con un idioma nuevo y costumbres nuevas? Es fácil decir “no, no, intégrese”. Exigimos desde el primer día que así sea. “Usted desaprenda todo lo que ha sido su vida e incorpórese a ésta”. Creo que el espacio público es un espejo en el que todos tenemos que tener los mismos derechos y las mismas responsabilidades para no crear guetos. Luego cada uno en su casa puede vivir de acuerdo a sus costumbres y sus pensamientos, pero el espacio público es común.
El ‘hombre nuevo’ del que se habla ahora también es sospechoso: el aliado.
Yo soy feminista porque soy demócrata: no puede ser de otra forma. Lo que no es asumible es que la mitad de la población no tenga los mismos derechos y oportunidades que la otra mitad. El feminismo es cuestión de democracia, de ampliar el espacio de la democracia, no se trata de construir artificialmente nada.
Se trata de construir a hombres y a mujeres cada vez más liberados del machismo, ¿no?
Yo creo que eso se aprende de la escuela a la casa. Se trata de construir una sociedad de iguales. Yo no soy como un hombre ni quiero, ni pretendo que un hombre sea como una mujer. Somos diferentes… pero somos iguales en derechos. Me preocupan esas políticas que se han puesto en marcha ahora y que difuminan lo que es ser una mujer.
He visto que es muy crítica con el wokismo.
Sí, me parece un movimiento profundamente reaccionario. Ser mujer no es una elección, es un hecho biológico, qué le vamos a hacer, esto es así y no creo que sea ni bueno ni malo, es y ya está.
La pueden llamar tránsfoba por decir eso.
Pero bueno, es que esto va a acabar mermando los derechos de las mujeres. Yo no quiero que nadie sienta malestar en una sociedad democrática, nadie, ningún ser humano se tiene que sentir mal por su condición, pero esto no se arregla diciendo que un hombre es una mujer. Es muy preocupante lo que está pasando hoy en día: cómo se está utilizando la ley Trans para beneficiar a maltratadores o conseguir que vayan a una cárcel de mujeres.
¡Y que el Gobierno permanezca impasible ante esto e insista en que la ley está bien! Oiga, no, no está bien, si sucede esto es que no está bien. Este es el Gobierno menos feminista de la historia de la democracia para mí, porque ha hecho desparecer a las mujeres. Curioso: los hombres no han desaparecido. Sólo las mujeres. Las mujeres no somos seres gestantes ni seres menstruantes, somos mujeres. ¿Con qué derecho decide usted que yo no existo, con qué derecho me quita mi condición?
Claro que hay que resolver los problemas del colectivo trans: se tienen que sentir bien en la sociedad, no discriminados, ni perseguidos, ni nada por el estilo. Pero la solución no es decir que yo no existo.