La frivolidad de Almodóvar
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Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer (¡según el dicho de los machistas y los pescaderos!) y detrás de Pedro Almodóvar hay un gran hermano, Agustín Almodóvar, que sale en las películas de Almodóvar como Hitchcock salía en las de Hitchcock. Ahora ha salido también a decir que lo de Panamá era cosa suya, o de sus asesores, y que Pedro no sabía nada. Ha situado a su hermano, pues, en el papel de infanta. Con lo que casi se podría hacer ya otra película de Almodóvar... Me recuerda a lo que declaró Falete cuando su exnovio fingió un secuestro: “Me empiezan a pasar las tragedias que canto en mis canciones”.
El affaire de Panamá ha tenido, sin embargo, un efecto bonito. Almodóvar debió cambiarle el título a su película, Silencio, para que no coincidiera con el de la nueva de Scorsese. Le puso Julieta, y al final se ha visto obligado a hacer algo que no había hecho nunca: guardar silencio durante la promoción; como si el título inicial presionase. Almodóvar pretende evitar así que se hable de playas aproximadamente caribeñas en vez de cine. Por esta ausencia resaltan lo que fueron siempre los estrenos y ruedas de prensa de Almodóvar, esa particular mezcla de Hollywood y Cannes, con toques castizos, que nos dábamos en los tiempos felices.
Yo soy almodovariano y todas sus películas me han gustado (en grados distintos) menos tres, que me parecen malísimas; otras tres las considero obras maestras. Julieta aún no la he visto, pero la crítica de Boyero me da esperanzas: cabe la posibilidad de que me entusiasme. Aunque de Boyero no se puede uno fiar: de Almodóvar pone mal hasta las películas malas.
El problema de Almodóvar ha sido, y sigue siendo, su error de autopercepción. Él piensa que de joven fue un frívolo y que de maduro ha tomado conciencia y por eso se compromete políticamente. Ocurre lo contrario: es su compromiso actual, ramplón y de cantautor, el frívolo. Antes en cambio, en la gloriosa movida, fue un benefactor que nos trajo aire fresco, risas, colorido y ligereza. Justo lo que los españoles necesitábamos para sacudirnos el franquismo. El propio Almodóvar dijo que rodó sus primeras películas “como si Franco no hubiera existido”. Aún hoy sigue siendo la mayor putada que se le ha hecho. El dictador se murió en la cama, pero luego montamos una orgía en la colcha, pasando de su cadáver.
Ahora el muerto está otra vez encima de la mesa; por la fijación que se han fabricado, para tener algo, los nuevos antifranquistas del “se acabó la diversión”. El que Almodóvar se encuentre hoy entre ellos, como un Ismael Serrano más, hace pensar que sí que la cosa debía de estar atada y bien atada, puesto que ha terminado atando hasta al que más la desató...
De todas formas, como me recuerda (¡a tiempo!) mi amigo Julio Tovar, Almodóvar es un artista. Valga lo anterior para la vida, siempre defectuosa. Queda el arte, incluido el de las películas en que aparece Agustín Almodóvar. Ojalá me guste Julieta.