La falta de relevo generacional ha puesto en jaque en los últimos años a muchas profesiones. Sin embargo, hay otros oficios que, pese a pervivir y gozar de buena salud, no suelen tener talento joven en sus filas. Es el caso de los taxistas. A Coruña es una de las ciudades gallegas en la que más rentable sale operar, según los trabajadores del sector. Los vecinos de la urbe tienen predisposición a usar el servicio, sobre todo en viajes intraurbanos.
El taxi es una profesión con futuro, sin embargo, el perfil de conductor es muy concreto: varón de mediana edad. Las asociaciones de la ciudad, Teletaxi y Radiotaxi, confirman que es poco o nada habitual encontrarse a un menor de 25 años al frente de uno de estos vehículos de servicio público. Si aumentamos el rango y subimos la vara a los 30 la cosa cambia: "Incluso a partir de 25 es más sencillo encontrar conductores, pero por debajo de esa edad la cosa se complica", comentan desde la dirección de Teletaxi.
Muchos conductores llevan toda la vida al volante. Otros tantos vieron en el taxi la oportunidad perfecta para dar un giro a su vida o reinventarse profesionalmente, pero lo cierto es que hay pocas personas que la vean como su primera opción. Bruno Carnoto, joven de 23 años, asegura que, de no ser por la tradición familiar, no se dedicaría a ello: "No me metería a taxista, pero porque no conocería la profesión", explica.
Y es que los tres testimonios con los que cuenta Quincemil de taxistas menores de 25 años en A Coruña tienen dos denominadores comunes: la edad y que se han criado en una familia de taxistas.
120.000 euros por una licencia
Una de las principales barreras a la hora de adentrarse en el mundo del taxi si previamente no se tiene ningún vínculo con la profesión es la obtención de una licencia. Hacerse con los derechos de explotación de un vehículo en A Coruña supone, como mínimo, un desembolso superior a los 100.000 euros. Profesionales del sector explican que los precios varían mucho, ya que hay algunas que se venden con el vehículo incluido, lo que aumenta considerablemente el dinero a pagar.
Actualmente, en A Coruña hay 522 licencias de taxi —385 de Telexati, 130 de Radiotaxi y siete que operan sin emisora—. De esta forma, la única manera de hacerse con una explotación en la ciudad es comprársela a otro taxista. Generalmente, las oportunidades surgen de la jubilación de algún compañero o, la más habitual, al heredarla de un familiar.
Fernando Sánchez, taxista de 24 años, es precisamente a lo que espera. Cada uno de sus abuelos tiene una licencia de taxi y en algún momento la heredará. "A día de hoy no compraría ninguna licencia. Me tocará como herencia", resume. Es un desembolso que, de verse obligado a hacer, condicionaría "mucho" su decisión de ser taxista.
120.000 euros es una inversión importante, más para un principiante que no sabe si el taxi será el trabajo de su vida. "Muchos compañeros empiezan como empleados y luego, si ven que es lo suyo, ya se embarcan en comprar una licencia", detalla Bruno Carnoto. Es precisamente lo que él hace. Con apenas 23 años trabaja para su tío. Tiene un contrato en el que se estipula un horario fijo, es una de las ventajas que tiene ser trabajador frente a autónomo en el sector.
Tras un año y medio al volante de su taxi, explica que empezar en la profesión no es difícil. Todo lo que hace falta es tener el carnet de conducir y sacar el permiso municipal, un trámite muy sencillo que consiste en aprobar un examen teórico que cuesta alrededor de 50 euros.
El permiso debe renovarse cada 5 años y da derecho al propietario a conducir cualquier taxi. Una vez se obtiene el aprobado llega lo más difícil: buscar un taxista con licencia que quiera contratar a un conductor.
Una profesión que "se lleva en la sangre"
Un requisito importante para disfrutar la profesión es, sin duda, ser un apasionado del mundo del motor. Fernando Sánchez lo es desde que era pequeño y veía a su abuelo y bisabuelo conducir el taxi. Por ello, en plena pandemia y tras desencantarse del curso de Formación Profesional que estaba completando, decidió probar suerte en el taxi.
Con apenas 20 años ya era taxista. Ahora, con 24, corrobora que es la profesión para la que nació. Está convencido de que terminaría trabajando de ello incluso si no hubiese crecido en una familia de taxistas. Eso sí, reconoce que no "no hubiese tenido la curiosidad desde tan temprano".
Fernando dice que el primer año y medio fue el más duro. Su turno se desarrollaba a lo largo de la tarde-noche y, aunque disfrutaba de su jornada, los horarios eran matadores. "Me acostaba por la mañana y me levanta al mediodía. Tenía la vida cambiada", recuerda. Ahora, sin embargo, logra tener más tiempo libre. "Si me sale un servicio a las 21:00 horas al aeropuerto voy, pero porque soy capaz de organizarme mejor", cuenta.
Precisamente el horario es, dice, lo bueno y lo malo de la profesión. Permite tener una jornada más flexible que la de un trabajador de oficina, aunque a veces los turnos sean eternos.
Bruno Carnoto no tiene ese problema. Para él ser taxista es algo "que llevo en la sangre". Es nieto e hijo de taxistas y desde pequeño le interesó el mundo del motor: "Ya antes de dedicarme a esto no había año en el que bajase de 30.000 kilómetros hechos con mi coche particular". Ahora, tras un año y medio en la profesión, el cuenta kilómetros de su taxi supera los 60.000.
Al igual que Fernando, un desengaño educativo fue lo que motivó a Bruno a probar suerte como taxista. Y no hay un día en el que no dé las gracias por haber tomado esa decisión: "Nunca trabajo a disgusto, me encanta conducir y además no es una profesión monótona. No hay un día igual al anterior", explica a Quincemil.
A su favor juega el hecho de que nunca trabaja por las noches. Tiene pactada una jornada laboral de ocho horas en turno de mañana o de tarde, pero nunca de madrugada. Así, su día transcurre entre viajes intraurbanos con un recibo medio de 5 o 6 euros. "La mayoría de gente se desplaza en la ciudad. Si cruzas A Coruña de punta a punta, por ejemplo de Monte Alto al Alcampo, la carrera te sale sobre 12 euros, no más", calcula el joven.
Peligros de la profesión: robos, ‘simpas’ y agresiones
Alejandro Mosquera tan solo lleva tres meses trabajando como taxista. Él también es empleado de su padre, que es la persona de la familia que tiene licencia de explotación. Los horarios son "maravillosos", ya que solo trabaja por la mañana y parte de la tarde. Sin embargo, sabe que en unos años "tocará pringar". Se refiere al momento en el que herede la licencia.
Desde que tenía 8 años sabía que su trabajo soñado estaba vinculado al motor. De hecho, anteriormente trabajó como mecánico en varios talleres. Sin embargo, ser conductor le ha encandilado: "Tiene que gustarte conducir, pero también charlar y ser sociable. Muchos clientes te sacan tema de conversación", detalla.
En su caso, el tema del que más habla con la clientela, por excelencia, es su corta edad. "Muchos te preguntan directamente, otros dan más rodeos, pero al final lo que quieren saber es cuántos años tienes", comenta entre risas
No obstante, en los tres meses que lleva en el mercado también le ha tocado vivir situaciones tensas en las que "pasas un mal rato". Lo ‘simpas’, las agresiones o los robos es algo a lo que se expone cada día y, aunque por el momento no ha tenido ninguna mala experiencia, sí ha vivido "algún sustillo".
"Al principio se pensaban que era un cliente"
Ser un taxista joven tiene, en definitiva, su lado positivo y su lado negativo. Eso sí, lo que está asegurado son las miradas de sorpresa y las preguntas curiosas: "Pareces muy joven", "¿Hace mucho que eres taxista?" o "¿Cuánto hace que tienes carnet?" son el pan de cada día de Bruno, Fernando y Alejandro.
Fernando ha vivido situaciones surrealistas. "Al principio me preguntaban si estaba esperando para subirme al taxi. Se pensaban que era un cliente", comenta entre risas. Lo entiende, es muy poco habitual que el conductor de un taxi tenga 20 años. Algunos viajeros incluso dudaban de si se trataba de aprendiz nobel.
Ellos, sin embargo, llevan su trabajo con orgullo. Saben que la profesión tiene futuro y, afortunadamente, tienen a una familia que les respalda con su licencia propia. Una condición que, no ocultan, les hace dormir más tranquilos por las noches; las que no pasan al volante, claro.