*Este reportaje ha sido elaborado por: Laura M. Mateo, Lola Alonso, Andrea Pérez-Bouzada, Uxía Miranda y Amara Santos.

Existen determinadas profesiones donde la mayoría son hombres y este aspecto provoca que en multitud de ocasiones las mujeres lleguen a ser menos valoradas o incluso invisibles. Todas han tenido que pasar por la misma formación y escollos que sus compañeros para conseguir el puesto en el que están y a pesar de ello, son muchas las que admiten que en ocasiones ven menospreciada su labor por el simple hecho de ser mujeres o que incluso a algunos subordinados les cuesta obedecer órdenes de una voz femenina.

Una gran mayoría reconoce que afortunadamente estas situaciones se dan cada vez menos, pero admiten que estos avances hacia una igualdad real se producen a "paso lento". Independientemente de eso, son más las que cada vez están presentes en profesiones tradicionalmente masculinizadas y que están poniendo el granito de arena para facilitar el camino a las que vengan detrás y que se convenzan de que todas pueden realizar cualquier trabajo que se propongan y afrontar todo tipo de retos profesionales.

Desde este diario, hemos realizado una recopilación de trabajadoras que ejercen profesiones donde la mayoría son hombres, pero que han sabido ganarse su sitio y que día a día luchan por su propio bienestar y por conseguir un mundo mejor para todas, siendo a su vez referentes para las que quieran seguir sus pasos.

Beatriz Casas, marinera

Foto: CEDIDA

Beatriz Casas es una marinera natural de Moaña (Pontevedra) de 56 años. Esta profesión, en la que no es habitual ver muchas mujeres, la desarrolla por tradición familiar, dado que su marido Javier Costa, actual patrón mayor de Cangas, se dedica al mar desde niño. Cuando se casaron, ella ayudaba en tierra, pero posteriormente quiso crecer profesionalmente y cursó las titulaciones correspondientes para poder ejercer en el barco familiar, el ‘Nuevo Dos Victorias’, en el que salen a faenar casi a diario.

Casas reconoce que en su profesión la mayor parte de gente que le rodea son hombres y hace hincapié en que "no es una labor reconocida académicamente", por lo que pide más divulgación a nivel académico y de formación profesional. Dado que el mar es un ámbito masculinizado, se pueden dar situaciones de discriminación, pero admite que en ningún momento este ha sido su caso, "sino todo lo contrario", porque los marineros le enseñan y le ayudan.

A la hora de acceder a su profesión, la moañesa cuenta que no ha tenido dificultades extra por ser mujer y dice orgullosa que ha pasado las mismas pruebas que los marineros hombres para poder trabajar en el mar (posee el título de patrón local de pesca desde 1998). Sobre el denominado "síndrome de la impostora" que pueden sufrir algunas mujeres que desarrollan labores tradicionalmente de hombres, sintiéndose menos capaces que sus compañeros o menospreciando sus propias capacidades, argumenta que ella no se siente así. "No me comparo con ellos", afirma. Dentro del sector del mar, opina que sí son necesarias más referentes mujeres, aunque pone en valor la labor de compañeras que desarrollan otras tareas diferentes a la suya como las percebeiras o rederas, por ejemplo.

Su día a día en el mar es intenso y comienza muy temprano: a las cinco de la madrugada. El tiempo que tardan en desplazarse hasta el punto donde van a trabajar depende del día, pero habitualmente cuando sale con su marido en el barco les lleva ese desplazamiento una hora u hora y media, un tiempo que aprovecha haciendo anzuelos. En la zona de trabajo larga el palangre, donde va poniendo anzuelos, corchos, plomos y boyas, que dejan hasta el amanecer y posteriormente recogen. A continuación, quita los anzuelos del producto que han pescado y lo ordena en cajas para llevarlo a la lonja.

En temporadas sobre todo invernales o cuando el tiempo no acompaña, hace redes en casa junto a su familia (su hijo David también trabaja en el barco cuando no está en A Coruña cursando el grado de Náutica) y en ocasiones ella y su marido también van a Vigo a trabajar en los aparejos de altura. Sobre su trato con mujeres en el día a día en su trabajo, rememora que hace unos cuatro años trabajaban dos parejas (su marido y ella y otra pareja) en el mimo barco cogiendo almeja.

Andrea Novás, ingeniera naval y oceánica

Foto: CEDIDA

La pontevedresa Andrea Novás, de 37 años, es Ingeniera Naval y Oceánica y se dedica a esta profesión porque desde pequeña siempre le gustaron el mar y los retos. En su ámbito, cuenta que la mayoría son hombres y frente a la necesidad quizá de una mayor divulgación académica sobre su labor, que las que vienen detrás sepan que pueden acceder a su cargo, opina que no lo considera tan prioritario, sino que "cada uno debe hacer lo que le guste, independientemente que sea una profesión de hombres o de mujeres".

En profesiones masculinizadas, se han dado numerosos casos de mujeres que denuncian discriminación por el hecho de serlo, y asegura que en su caso muchas veces, tanto clientes como jefes, parecen restarle valor a su trabajo o no fiarse de sus conclusiones. "A veces algunos superiores piden una segunda opinión", lamenta, a la vez que relata que en otras ocasiones se ha encontrado con hombres, "sobre todo ya mayores a los que les cuesta acatar órdenes de mujeres".

Para acceder a su profesión, se muestra agradecida por la suerte que tuvo, porque encontró trabajo a los 15 días de terminar la carrera. Trabajar entre hombres no supone un inconveniente para ella, porque asegura que le gustan los retos. "Me siento totalmente capacitada para conseguir exactamente los mismos objetivos que alcanzan mis compañeros", dice. "Es más, cuando me dicen que ese proyecto no lo hagas, que es muy difícil, me dan un impulso para hacerlo", comenta.

Asimismo, considera que son necesarios más referentes femeninos en la suya y en todas las profesiones con minoría de mujeres porque opina que "cualquier mujer puede hacer cualquier trabajo".

Marta García González, farmacéutica militar

Marta García durante una misión. Foto: cedida

Con 32 años, Marta García es Capitán del Cuerpo Militar de Sanidad desde julio de 2022, aunque lleva en las Fuerzas Armadas desde 2018, cuando aprobó su oposición. Estudió Farmacia en una universidad civil y reconoce que no fue hasta que terminó la carrera cuando se planteó presentarse al Ejército. "En ese momento baraje las opciones que tenía y tenía claro que quería preparar una oposición", explica: "Entre las opciones disponibles, la Farmacia Militar fue la que más me atrajo y me decanté por ella". Después de aprobar los exámenes, ya dentro del Ejército, confiesa que se dio cuenta de que "sí existe esa vocación que te hace levantarte cada día orgullosa de tu trabajo, de vestir este uniforme y de ser parte de las Fuerzas Armadas".

Como parte del Cuerpo de Sanidad Militar, su vida es algo diferente a la de sus compañeros y compañeras, explica, pues hasta hace muy poco todos los sanitarios del Ejército cursaban sus carreras en el ámbito civil y accedían mediante un concurso-oposición a las Fuerzas Armadas (actualmente se puede cursar la carrera de Medicina en la Escuela Militar de Sanidad de Madrid). "En este caso la prevalencia hombres/mujeres está casi al 50-50, por lo que no considero que sea una profesión que se encuentre masculinizada: dentro de mi promoción somos 5 mujeres y 4 hombres", dice Marta, aunque reconoce que "esta salida era una gran desconocida hace 10 o 15 años" y se ha popularizado con la aparición de las diferentes academias de preparación de oposiciones.

En la "corta experiencia" de Marta, como ella misma la describe, siempre ha recibido un trato "profesional y correcto", pero reconoce que, como en todas las profesiones, "hay alguna oveja negra, pero no por nuestro trabajo como militares". Considera una suerte que en el Ejército se premie el trabajo, "indistintamente de quién lo realice", promocionando a las personas que realizan formaciones de actualización o especialización, o premiando también a aquellas personas que se incorporan a misiones y despliegues fuera de España. "En la mayoría de los casos, para todo esto el acceso se realizará por antigüedad, la regla de oro dentro del ejército, sin discriminar entre hombres o mujeres".

Lo mismo ocurre con el acceso a las Fuerzas Armadas, que se realiza por un concurso-oposición que incluye exámenes teóricos y prácticos, pruebas de idiomas y psicofísicas y pruebas físicas, siendo estas últimas las únicas que presentan diferencias entre hombres y mujeres: "No considero que haya tenido dificultad para acceder por el hecho de ser mujer", afirma. Una vez dentro, se siente una más de su equipo, formado en un 70% por hombres y un 30% de mujeres, en el que ella disfruta de "un ambiente excelente" en el que se siente afortunada. "Por lógica, creo que con el paso de los años más mujeres irán accediendo a estos puestos", remata: "Son puestos hasta ahora mayoritariamente ocupados por hombres porque, hasta hace no relativamente mucho, la presencia de mujeres en el ejército era ínfima".

Las mujeres pueden ser parte del Ejército español desde 1988 y actualmente representan en torno al 13% del total de los militares de nuestro país.

María Ferreiro, ganadera de vacuno de leche

foto: CEDIDA

María Ferreiro es ganadera de vacuno de leche en el municipio de Curtis (A Coruña), además de responsable de la Secretaría das Mulleres del Sindicato Labrego. Aunque es "filla de nai e pai labregos", hizo de esta profesión su vida ya de adulta, después de estudiar fuera y vivir en la ciudad, cuando sintió que "quería vivir nun entorno de aldea. Botaba de menos a terra e os animais, e iso foi facendo semente" relata. Esa sensación fue la que terminó de empujarla a regresar a la aldea y dedicarse a la ganadería "como forma de vida máis alá do económico".

Sobre la situación general de las mujeres en el mundo labrego, Ferreiro explica que "mellorou bastante", aunque "segue a ser un sector moi masculinizado". En ese sentido, explica que en el campo aplican los mismos criterios y asunciones que en cualquier otro ámbito, por lo que si la estructura general es desigual, "aquí tamén o é". Una desigualdad que se hace patente en situaciones del día a día pero también a nivel estructural.

A ese respecto explica la tendencia a otorgar más apoyos o subvenciones a aquellas granjas que disponen de una mayor producción o tamaño, que generalmente están en manos de hombres. "Nas granxas máis pequenas ou sustentables hai máis presenza de mulleres, pero xusto todo o sistema de axudas e organización está feito de xeito que ao final subvenciónanse e visibilízanse máis os proxectos masculinos".

Una situación que acaba deteriorando los proyectos de las mujeres, que suelen apostar por otro tipo de modelos, o que trabajan de acuerdo a objetivos "menos produtivos".

Ferreiro también destaca las diferencias que se dan, por ejemplo, en las reuniones de la cooperativa, donde es habitual que las mujeres sean minoría y tengan más dificultades para hacerse escuchar. Ella misma reconoce haber sentido esa presión por comunicar sus ideas en público: "Non vou dicir que sintas medo, pero creo que os homes non se plantexan nada máis do que queren dicir, e ti si vas con toda esa preparación anterior, cunha estratexia. Ás veces tes a sensación de que están escoitándote pero non te están facendo caso", relata.

"Gustaríache que a túa palabra fose como a do resto, pero normalmente as mulleres plantexámonos máis como facelo para ser tomadas en serio", admite.

En ese sentido, desde la Secretaría das Mulleres del Sindicato que ella coordina trabajan a distintos niveles para apoyar el trabajo de las mujeres agricultoras e ganaderas. Por un lado destaca la defensa "dos dereitos profesionais das mulleres, para que sexan donas das súas granxas e actividades e coticen, e se ten parella que sexan donos os dous, e non só a parte masculina, que é a tendencia".

Ferreiro subraya que es importante que las mujeres entiendan que sus problemas son colectivos, estructurales, y compartidos con otras mujeres: "Non somos illas, non son cousas que pasen por circunstancias individuais, senón por unha organización que non nos sitúa en igualdade de condicións". En ese sentido, ofrecen también recursos particulares dirigidos a las mujeres que puedan sufrir violencia psicológica, física o económica en el desarrollo de su profesión.

Por último, señala que desde el 2007 tienen aprobada la paridad en el Sindicato, y siguen aplicando medidas para seguir defendiendo y mejorando las condiciones de trabajo de las mujeres labregas.

Tamara Malvido Seoane, soldadora

Imágenes: Cedidas

Sin duda, la de soldadora es también una profesión en la que las mujeres no abundan. A Tamara Malvido, natural de Cangas, le gustaba trabajar con las manos y fue a través de un amigo, que había hecho un curso de soldadura, cuando tuvo el acercamiento a la profesión. "Me dije, ¿y por qué yo no? ¡Y se me dio muy bien!", cuenta en una entrevista a este diario. 

Para ella, normalizar el acceso de la mujer a estas profesiones resulta fundamental. Si bien reconoce que hay una parte física tanto en el trabajo de soldadura como en el de calderería, también afirma que "ahora hay puentes grúas para mover las piezas grandes y con un buen trabajo en equipo eso está solucionado". 

Su experiencia en el desarrollo de su trabajo ha tenido momentos difíciles en los que ser mujer sí ha sido un problema, algo que le llevó incluso a abandonar algún puesto de trabajo. Aunque opina que aún hay mucho que cambiar su visión es optimista. "Aunque al principio a muchos compañeros les choque, enseguida se adaptan y terminas siendo parte del equipo", cuenta. Esta soldadora también destaca situaciones concretas en las que ser mujer puede generar ciertos contratiempos: "la hora de trabajar fuera, por ejemplo, eres mujer y creen que no debemos compartir apartamento con otros compañeros".

Aunque no tuvo referentes en la profesión, Tamara asegura que ver que hay más mujeres resulta algo reconfortante, además, explica que ha leído sobre las mujeres que trabajaron como soldadoras durante la guerra. De alguna manera, hay un camino anterior al suyo que también sirve de inspiración.  

Sus objetivos laborales los tiene claros. En su caso, se esfuerza por hacer la producción de piezas que toque en cada jornada, aunque asegura que no tiene tanto que ver con el sexo, sino con la responsabilidad laboral. "No me gusta hacer menos, pero si fueran mujeres sería lo mismo", sostiene.

Noa Bouzón, jefa de un taller de automoción

Noa Bouzón con su uniforme de Euromaster. Foto: cedida

El mundo de la automoción también suele asociarse con entornos donde las mujeres escasean. De hecho, la protagonista de esta historia no hubiera imaginado nunca que se dedicaría a ello y admite haberse "enamorado" de la profesión. Noa Bouzón tiene 41 años, es de Pontecesures y es jefa de un taller de la multinacional Euromaster ubicado en O Porriño.

Bouzón estudió Administración y Finanzas. Antes de comenzar en su actual empleo trabajaba como administrativa en su ayuntamiento natal, cubriendo una excedencia. En cuanto el contrato finalizó, Noa no dudó en imprimir su currículum y buscar trabajo en empresas de todo tipo, entre las que figuraba Euromaster, empresa dedicada a los talleres de automoción. Desde allí llegó la llamada para incorporarse, hace ya nueve años.

"Mis padres tienen un bar de toda la vida, igual eso me dio un poco de don de gentes. En el taller me tuve que poner cara al público, explicarle problemas a los clientes", cuenta Noa Bouzón. Al principio entró como administrativa en un taller de O Milladoiro. Tras tres años en el puesto, el que ocupaba la posición de jefe del taller ascendió y quiso que fuera ella quien tomara el relevo: "Siempre me decía que yo manejaba el taller en la sombra".

Así, Noa relata cómo su mesilla de noche pasó de albergar las novelas de ciencia ficción que le encantaban a manuales de mecánica y libros sobre neumáticos. Admite que sus compañeros del taller la apoyaron en todo momento; sin embargo, las dificultades llegaron por parte de los clientes. La imagen de una figura femenina al mando de un lugar donde se arreglan vehículos no acababa de cuadrar en la mente de muchas personas.

"Recuerdo una vez en Santiago que había dos puestos y siempre que entraba alguien por allí, sobre todo hombres, se acercaban al de mi compañero y no al mío. En una de estas, un chico se dirigió a mi compañero, que estaba liado en ese momento y le pidió que acudiese a mí. El chico dijo que no, que prefería esperar porque quería ser atendido por un hombre", rememora Bouzón.

Situaciones así llenan a Noa de impotencia, pero ha aprendido que no le afecten y a no poner en duda su propia valía profesional. "Ahora en el taller de O Porriño me pasa a veces, no hubo nunca una mujer en este puesto. La gente cuando entra viene a preguntarme por el jefe siempre en masculino y yo les digo el jefe soy yo", afirma con rotundidad.

Raquel Calvo Ferreiro, fresadora en un taller de mecanizado

Imagen: Cedida

Esta viguesa de 43 años trabaja como fresadora en el Taller de Construcciones de Mecanizado de la planta de Stellantis en Vigo, compañía en la que lleva más de 22 años de trayectoria. "Mientras trabajaba en el turno de noche, me animé a cursar un Ciclo Superior de Formación Profesional -Producción por mecanizado- en el Instituto Politécnico de Vigo, donde solo estábamos tres chicas y donde descubrí que era un trabajo bonito que antes desconocía", explica sobre su desarrollo profesional, en el que, sin duda, el esfuerzo y la determinación han sido aspectos clave.

Aunque asegura que nunca ha sentido discriminación en su entorno de trabajo y que sus compañeros siempre la han ayudado y tratado "como a una más", reconoce que "a veces sientes que tienes que dar siempre un poquito más que tus compañeros para encontrarte al mismo nivel que ellos".

Respecto al acceso a la formación para el ejercicio de la actividad que desempeña, Raquel Calvo destaca que no tuvo ningún tipo de dificultad, "todo lo contrario". Según explica la trabajadora de Stellantis, "haber cursado estos estudios me abrió la puerta a un mundo laboral especializado y me llevó a poder desempeñar un puesto de profesional".

Raquel hace hincapié en la importancia de educar en el respeto y la igualdad y tiene claro que los hombres y las mujeres pueden desempeñar los mismos trabajos. "Una mujer puede ser fresadora, tornera, fontanera o ingeniera, del mismo modo que un hombre puede ser peluquero o dedicarse al mundo de la moda", afirma. 

Además, para conseguir esa igualdad, estima, "hay que motivar a las mujeres a cursar estudios o realizar trabajos que históricamente se consideran masculinos. Para ello la sociedad necesita salir de ese tabú de estudios masculinos y femeninos, además de que las mujeres no nos limitemos nosotras mismas antes de descubrir si esa puede llegar a ser nuestra profesión".

Sobre la importancia de los referentes femeninos, Raquel Calvo, cuenta cómo para ella, que abrió camino en su puesto de trabajo, "sería un orgullo que esto dejara de ser noticia o una excepción, y que consiguiéramos normalizar que no somos ni hombres ni mujeres, sino personas desempeñando puestos de trabajo", concluye. 

Nuria Lázaro Iglesias, piloto

Cuando tenía 4 o 5 años, en uno de los viajes que realizaba sola en avión para visitar a sus abuelos que vivían en Madrid, la tripulación de cabina la llevó a la cabina de los pilotos. A partir de ese momento Nuria Lázaro tuvo claro lo que quería ser cuando fuera mayor. "Me dije ‘yo quiero hacer esto’ y desde entonces siempre he querido ser piloto".

Esta comandante viguesa de 36 años entró en la compañía Vueling en 2010 y desde entonces ejerce una profesión en la que los hombres, aún hoy, son mayoría absoluta. "Cuando estudié era la única chica de mi promoción y cuando empecé a volar éramos unas 10 mujeres en la compañía. Hoy somos entre 50 y 60 de 1.400 pilotos". 

Aunque las cifras demuestran una progresión al alza, donde las mujeres piloto tienen ya un espacio en la aviación, el cambio cultural es lento. "Hoy, los niños no le dan el mismo valor al género y se ha avanzado en muchos aspectos, pero aún así es un trabajo lento que hay que ir haciendo para ver los resultados a largo plazo, no podemos pretender cambiar en un día las generaciones", explica Nuria. "Cuando digo que trabajo en aviación la gente da por hecho que soy azafata y no creo que sea con mala intención, es lo que hemos vivido", añade.

Dar visibilidad a la mujer en estas profesiones históricamente masculinas forma parte de las actividades que Nuria Lázaro desarrolla desde su compañía en colaboración con el Sepla (Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas). Esta misma semana, la comandante gallega acudió a un centro educativo para explicar a los niños detalles de su profesión, tanto aspectos técnicos sobre los aviones, como sobre el día a día de un piloto, para ella, la clave es normalizar la situación. "Mi mensaje no es decirle a las niñas que pueden ser lo que quieran, nos dirigimos a niños y a niñas, les contamos cosas de nuestra profesión y ellos ven que nosotras somos los pilotos". "Llevo años dando charlas y fue  la primera vez que vi que había niños que dibujaban a mujeres piloto", explica Lázaro.

Nuria se muestra clara en su postura sobre el esfuerzo o la discriminación y cuenta que, aunque ha tenido alguna situación muy concreta en su carrera que podría interpretarse como machista, ella pone el foco en la persona y no en un hecho verdaderamente discriminatorio. Además, asegura que no ha tenido que esforzarse más por el hecho de ser mujer, sino que ha tenido que esforzarse por llegar hasta donde ha llegado "como el resto de mis compañeros". "Creo que también está en uno mismo, que tú no creas que tienes que demostrar más por ser mujer; a veces las que nos ponemos los límites somos nosotras. Yo nunca he tenido que demostrar más, sino simplemente demostrar cómo soy".