Cuando el Gobierno Central anunció el estado de alarma el 14 de marzo de 2020 Julia tenía cuatro años. Cuando por fin salió a la calle y comenzó a volver a tocar a sus amigos y a sus compañeros de colegio, tenía cinco. Pasó su cumpleaños en casa, junto a sus dos hermanos y sus padres. Cuatro años después, sigue diciendo a su madre que ese fue "el mejor cumpleaños de su vida".
El covid-19 fue un hecho sin precedentes. Las calles se quedaron desiertas y miles de personas fallecían en hospitales y residencias, mientras otros tantos millones permanecían encerrados en casa. Fue una época distópica que algunos vivieron como un oasis y muchos otros como un auténtico infierno.
Los adultos, frustraciones aparte, pudieron escuchar y entender los motivos que llevaron a administraciones de todo el mundo a echar el freno y negar el derecho a la libre circulación. Sin embargo, hubo un sector de la población igual de afectado al que le costó más procesar la situación: los pequeños de la casa.
Para miles de padres y madres fue un auténtico reto explicar a sus hijos por qué ya no podían salir al parque, ir al colegio a jugar con sus amigos o ir a visitar a sus abuelos. En total fueron 99 días encerrados entre las cuatro paredes del hogar. Los más afortunados lo hicieron en un espacio diáfano en el que poder jugar y pasar el día, pero muchos otros lo hicieron en pisos minúsculos a repartir entre todos los residentes. Vivir sin contacto con el exterior les afectó, pero, cuatro años después, ¿el encierro sigue pasando factura a la generación Alfa, los niños más pequeños de entonces?
Impacto en las habilidades sociales
Los nacidos entre 2010 y 2024 pertenecen a la generación Alfa. En el momento del estado de alarma este grupo de población tenía entre 0 y 10 años. Es decir, cursaban Educación Infantil y Educación Primaria, una de las épocas más relevantes para el desarrollo cognitivo y social, según expone el investigador del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la USC, Manoel Baña.
El encierro "nos obligó a cambiar nuestras costumbres y hábitos", un hecho que, necesariamente, afectó al desarrollo de los más pequeños. Los meses de confinamiento, pero también los posteriores —con la distancia de seguridad y las mascarillas como protagonistas—, estuvieron marcados por la reducción de las interacciones sociales: "Fueron mínimas", recuerda Baña.
Las deficiencias que causó la pandemia en la generación Alfa fueron notorias: "Les limitó muchísimo, sobre todo en términos de relación social. Al final el 70% de la comunicación humana es no verbal y las mascarillas y la distancia restaban muchos estímulos", apunta el profesor de la USC. Sin embargo, un bache como la pandemia no va a hipotecar las habilidades de toda una generación: "La mente infantil tiene esa gran ventaja, es muy maleable, tiene una gran capacidad de asimilación y adaptación al medio", añade Baña.
Con el paso del tiempo, los criados en la pandemia volvieron a conocer la normalidad y a readaptarse al ritmo de la sociedad. Sí, quedan recuerdos de lo que fue la pandemia, pero ya no lastran el día a día de los más jóvenes, según el investigador de la USC. Ya no hay miedo a quitarse la mascarilla con amigos, ni tampoco a tocarse y abrazarse.
La educación: hace mella en la ESO, pero no en Primaria
Antonio Leonardo Pastor tiene más de dos décadas de experiencia como profesor de Educación Infantil, es director del CEIP Curros Enríquez de A Coruña y, además, es el presidente de la Asociación de Directores de Colegios Públicos de A Coruña. Pastor reconoce que durante la pandemia los alumnos de Educación Primaria "no adquirieron todos los conocimientos que tenían que haber aprendido", pero matiza que esas lagunas "se solucionaron en los dos años posteriores al covid-19".
La ONU estima que los estudiantes de todo el mundo han perdido 1,8 billones de horas de aprendizaje presencial debido a los cierres por el virus que paralizó al mundo. Sí, la cuarentena hizo mella en la enseñanza, especialmente a aquellas familias gallegas azotadas por la brecha digital y la falta de conectividad. "Los profesores nos adaptamos a objetivos más generales, no íbamos a lo específico", reconoce Leonardo Pastor.
Con todo, el director del CEIP Curros Enríquez no considera que los alumnos que se gradúan de Educación Primaria este 2024 terminen su etapa escolar con lagunas: "Saldrán igual de formados que lo harían los que pasaron a la ESO en 2017", asegura.
En los cursos más avanzados, aquellos que en 2020 cursaban la ESO y Bachiller —Generación Z— sí han podido notar de forma significativa los ecos de la pandemia. En el último informe PISA, Galicia descendió del quinto puesto obtenido en 2018 al octavo. Un retroceso que, pese a no ser muy notorio, respalda la teoría de que la pandemia hizo mella entre los estudiantes de ESO y Bachillerato. Así lo reconocen diferentes profesores de secundaria en centros gallegos a este medio: "En las aulas de estudio todavía se habla de la generación covid".
¿Cómo lo vivieron las familias?
Es inviable dar una respuesta unificada de la sociedad gallega sobre cómo fue el confinamiento. Lo llevadero de la cuarentena dependió, íntimamente, del estado de salud de las familias, su contexto personal y de los medios materiales de los que disponían.
Hay casos como el de Uxía (nombre ficticio), lucense con dos hijos. Su pareja y ella tuvieron "la inmensa suerte" de sobrellevar el encierro en una casa con un pequeño jardín y teletrabajando como profesores. Eso, recuerda, les permitió pasar más tiempo con sus hijos Mario y Lucía.
En ese momento los pequeños de la casa tenía dos años y diez meses, respectivamente. Uxía defiende fervientemente que tener dos hijos lo hizo todo más fácil: "Ambos jugaban entre ellos y no llegaron a echar de menos el contacto con otros niños, más allá de echar de menos a sus amigos, claro", explica.
No poder salir de casa era un reto, tanto para los niños como para sus padres, sin embargo, desde el principio procuraron "mantener una rutina": "Por la mañana hacíamos fichas y dibujos y por la tarde jugábamos y cocinábamos alguna receta en familia", expone esta lucense.
Los algo más de tres meses de cuarentena fueron bastante livianos. Echaban de menos a familia y amigos, pero la tecnología también les ayudó: "Videollamadas hacíamos muchísimas, tanto con amigos del cole como con los abuelos", detalla.
Quizás lo más impactante llegó después, cuando poco a poco tuvieron que volver a la normalidad. "Al principio notábamos como estaban sumamente tímidos, incluso con los abuelos. Me acuerdo de que a Mario le tocó hacer el cambio de la guardería al colegio y tenía mucho respeto por quitarse la mascarilla", hace memoria Uxía.
Tanto Uxía como Silvia, viguesa con tres niños, ponían el telediario a sus hijos para que "entendiesen la situación". Mario, hijo de Uxía, "todavía se acuerda del señor del virus —Fernando Simón—".
Por otro lado, Silvia reconoce que la cuarentena no fue nada fácil para ella: el trabajo, los hijos y la situación le superaron. Con todo, dice que fueron "unos afortunados".
Ahora, con perspectiva, asume que durante del estado de alarma cayó en rutinas "poco saludables": "Durante el encierro abrí la mano y les dejaba estar mucho con las tablets, más de lo que debería. Hubo un momento en el que me causaba rechazo porque nosotros siempre hemos intentado limitad al máximo el uso de la tecnología en casa, pero en ese momento la situación nos superaba", cuenta.
Silvia convivía con su marido, que salía cada día a trabajar, y con Elisa (4 años), Julia (7 años) y Jacobo (8 años). Las peleas entre ellos eran constantes. "No son hermanos que peleen mucho, pero en la cuarentena no paraban de hacerlo, se volvieron un poco egoístas esos meses", explica a Quincemil.
Ella lo entiende, estar encerrados en casa, sin poder salir ni contar con un espacio exterior (como sí hacía Uxía) les pasó factura. "Los niños pasaron a dormir mucho menos porque directamente no se cansaban, se acostaban a las 00:00 y a las 07:00 horas estaban en pie", dice Silvia. Pasar las horas era un auténtico reto: "Comíamos cantidades ingentes de comida, cocinábamos mucho", señala.
Andrea, viguesa con niñas de 9 meses y 3 años en ese momento, también cayó presa de la cocina como método de diversión, aunque en su caso intentaron ser lo más imaginativos posible y sorprender a sus hijas cada día: "Usábamos el pasillo como pista de patinaje y la bañera como piscina, entrábamos con bañador y gafas de bucear", explica divertida. "Tuve muchísimo trabajo que tenía que hacer desde casa y ahora, en la distancia, no sé ni cómo sobrevivimos, pero el día a día lo llevamos bien. Tratamos de que hubiera diversión en esa situación tan extraña, y creo que lo conseguimos", añade.
Silvia, sin embargo, recuerda el estado de alarma con un sabor agridulce: "caímos en rutinas poco saludables, pero también nos lo pasamos muy bien", reconoce. De hecho, su hija Julia sigue diciendo que en 2020 tuvo "el mejor cumpleaños de su vida". "Los vecinos del edificio de enfrente salieron a los balcones con pancartas, altavoces con música y globos para felicitarla. Fue genial", describe con una sonrisa en la cara. Fue una época dura, no cabe duda, pero algunas familias gallegas todavía atesoran bonitos recuerdos en el baúl.