Roma explica muchas cosas. Al menos a los arquitectos. Es esa absurda recurrencia a los clásicos que en las crisis amnésicas de creador atormentado conduce a buscar desesperadamente una respuesta que parece no llegar.
La amnesia en urbanismo arquitectónico se puede llamar palimpsesto, una herramienta lingüística que cuando gira su mirada sobre la ciudad es porque algo no demasiado bueno ha sucedido. Y es que palimpsesto es un sinónimo revestido de eufemismo historicista para denominar al borrado deliberado y destrucción del trazado de una ciudad. Una vez más, la obra del ser humano capaz de comprender y crear belleza, pero también de destrozarla hasta su completa aniquilación. Hasta la desaparición de la memoria.
Recuerda, recuerda, recuerda como en las miradas cruzadas de Ingrid Bergman y Gregory Peck. Pero quizás el vacío que deja el palimpsesto no es tal, y algunas heridas y cicatrices se muestran casi sin significado aparente. De eso Roma sabe más que ninguna otra ciudad, pero recordar es ese acto de traer imágenes a la memoria. La memoria de una ciudad que ha atravesado el tiempo, y que se sienta a recordar mientras el doctor le dice lo mismo que a Bergman y Peck: "Espero que tengáis niños en vez de fobias".
Roma, la única ciudad que no es romana y la que contiene las claves del urbanismo occidental como contenedor de la experimentación: la Roma imperial de las siete colinas que se destruye dejando la muralla Aureliana como recuerdo de un pasado glorioso, la Roma papal que llena la ciudad de obeliscos a través de una nueva red nerviosa basada en las siete basílicas, la Terza Roma con la elegancia de la modernidad desde Termini hasta el Vittoriano. Roma que se destruye y se construye utilizando el lenguaje de su propio pasado nutrido de las culturas con las que ha tratado. Roma civitas caput mundi, que se declara Ciudad Abierta en la guerra, consciente de su patrimonio, de un valor incalculable para la memoria de la humanidad. Roma es la biblioteca a la que a menudo vuelven los arquitectos buscando las palabras adecuadas de esas piedras que hablan con sabiduría, la ciudad es una narradora de las historias que componen una biografía que nunca se acaba.
La estructura de A Coruña
Si Roma habla, sería interesante saber cómo escucharla, o dónde leer esas historias tan maravillosas que son cuentos fantásticos de moraleja didáctica. Roma habla al tocar sus piedras y al caminar en silencio por sus calles, pero ha dejado sus palabras escritas en un plano. Y es que hay un plano que cuenta muchas historias y da muchas respuestas, y no, no es un mapa pirata. Es un plano que contiene las claves para no perder el norte, el plano de la capital italiana elaborado por Giambattista Nolli, conocido como "el Nolli" entre los arquitectos, uno de esos molestos apelativos corporativistas. De lectura enigmática aparente, una mirada relajada y curiosa sobre este plano en blanco y negro durante un tiempo, tiene el mismo efecto que la contemplación de un cuadro de Picasso. Al igual que en esas pinturas, en las que a los pocos minutos las figuras se mueven como Las Señoritas de Avignon, tocan música como en Los Tres Músicos o gritan como en El Guernica, en el Nolli las calles se despliegan en sus tres dimensiones mostrándonos la cuarta: el paso del tiempo y las cicatrices no borradas de un palimpsesto urbano. Roma no tiene amnesia, pero juega al misterio a través del plano.
El juego misterioso no termina en Roma, sino que el Nolli, esa forma de representación clásica, es una herramienta para comprender el urbanismo de la ciudad a través del tiempo. Una forma de dibujar la ciudad que, como en los buenos retratos, es capaz de captar el carácter de la persona. Es un juego inofensivo en apariencia, pero su carácter revelador incita a practicarlo en casa, en cualquier fragmento de la ciudad.
Juegos misteriosos en la ciudad
"Incluso en los juegos de niños hay cosas para interesar al matemático más grande." Leibniz
Hay lugares de la ciudad que son reconocibles como nodos, porque se traducen al lenguaje coloquial como ese lugar en el que citarse con otras personas: quedamos en en el Obelisco, quedamos en la Plaza Pontevedra. También lo son, porque por ellos casi siempre pasan varias líneas de autobús, hay alguna parada de taxi y muchas veces niños correteando de aquí para allá en busca de una pelota. En análisis de estos nodos urbanos a través del juego de representación de Nolli, permite desentrañar las claves del lugar, como quien rehace la historia a través de los hechos.
La Plaza de Pontevedra podría ser un buen lugar. Su aparente desestructuración, su circulación constante, un párking subterráneo, una cafetería en forma de isla, un colegio, un parque y muchas calles principales que parecen confluir en este lugar de forma irregular y extraña cerca de la playa, pero autista respecto a ella. Y es que en apariencia la Plaza de Pontevedra "es como estar en un juego con reglas sin sentido creadas por las personas equivocadas." (El graduado, 1967. Mike Nichols).
El plano de la plaza resulta curioso, se compone de elementos dispersos reconocibles: el Instituto da Guarda, el edificio Ocaso, Casa Salorio, Edificio Escariz, la cafetería Manhattan, el párking subterráneo que de alguna forma se encuentran cosidos por las vías: calle San Andrés, calle Juan Flórez, calle Juana de Vega, calle Rubine. Este punto es además lugar de transición entre dos barrios: Pescadería y Ensanche.
Time Warp
Dando un salto atrás en el tiempo, como un time warp. Este lugar no era más que el final de la muralla barroca que defendía el segundo crecimiento de la ciudad, el barrio de la Pescadería. Definía el extremo de un límite urbano construido en forma de muro, que se remataba con un fuerte defensivo, el conocido como el baluarte del Caramanchón. Este fuerte formaba parte del conocido como Fronte de Tierra cuya construcción se había iniciado en 1625 según los planos de Tiburcio Spanochi, y que junto con las murallas de la ciudad alta construidas por orden de Alfonso IX, constituían las defensas de la ciudad. Éstas se vieron reforzadas tras el ataque de Drake en 1589, y se vieron debilitadas con la explosión del polvorín el 3 de Abril de 1658 situado en los actuales jardines de San Carlos. Cabe recordar que los ataques de la piratería contra la ciudad provocaron un blindaje de la misma, con numerosas baterías navales, como si se tratase de un barco en tierra.
El proyecto de Spanochi para el Fronte de Terra incluía cinco baluartes, aunque no llegan a completarse por falta de fondos. Los baluartes ocupaban un gran espacio, el equivalente a la distancia de tiro de un cañón de la época. Extramuros, como era habitual, se encontraban los caminos que llevaban a poblaciones lejanas y las huertas, que no formaban parte del tejido defendido por las murallas. La ciudad se desborda en el siglo XIX y, como era habitual en otras poblaciones europeas, la progresiva modernización que traía el ferrocarril, el puerto y el resto de comunicaciones convertían a las murallas en un obstáculo importante. Esta circunstancia era especialmente importante en A Coruña, una ciudad que por su morfología en tómbolo-península, hace que las circulaciones se vean concentradas en las zonas mas estrechas. En 1869 comienza la demolición de la Fronte de Terra, uniendo así la Pescadería con las Hortas de Garás.
Los puntos de conexión nunca son fáciles. Y en eso Roma tiene respuestas, porque cuando se pasa de una etapa urbana a otra en la ciudad se produce un trauma en su tejido, que tarda años en recuperar su movilidad, y es necesaria alguna estrategia catalizadora del proceso. Es cierto que Roma nunca derribó sus murallas al completo, ni siquiera cuando en la Brecchia de Roma los Bersaglieri decidieron romper un pedacito de la muralla Aureliana a unos metros de Porta Pía (diseño de Miguel Ángel) al paso de los carros de combate para no estropear este monumento. Pero las actuaciones de la Roma papal tienen mucho de conexión, y un intento de crear un tejido a partir de la unión de nodos. Se acuña el término sventramento (una cirugía de corte sobre el tejido urbano destinado a operar y mejorar la ciudad). Así mismo en la Terza Roma, muchas de las soluciones que en el Barroco no tuvieron arreglo, se resuelven de forma magistral mediante trabajos urbanísticos de adecuación muy acertados. Esta estrategia es adoptada de forma inconsciente en urbanismo con mejor o peor suerte.
Lobotomía y genética urbana
En A Coruña, el derribo de la muralla deja espacio a la Calle Juana de Vega, que sirve de conexión entre ambos barrios a través de la coincidencia de las tramas del ensanche con las tres principales vías de la Pescadería. Pero los extremos generan las circunstancias propias de ser espacios vacíos en lo que entonces se entendía como la fachada (el frente que da al puerto) y la trasera (el frente que da a las playas) de la ciudad. La parte que se entiende como fachada, ocupada por el fuerte de Malvecín, es rápidamente absorbida por las construcciones del puerto, y la adecuación de ese área como frente representativo de la ciudad al igual que lo eran las fachadas de galerías de la Marina y los Cantones. Pero la parte trasera es de alguna forma un espacio sobrante, un espacio convertido en plaza pública pero carente de la representatividad de aquel que significaba fachada principal.
Esta parte trasera es un lugar de paso que conecta el camino que sale de la Pescadería (actual calle San Andrés) con la carretera hacia Finisterre (Avenida Finisterre), pero muy marcada por el vector que genera la Calle Juana de Vega. Para ocupar el espacio que dejan los arranques del baluarte vinculado al mar, se construye en 1889 el primer Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad a iniciativa del filántropo Eusebio da Guarda. Esta pieza, de 50x40m en planta diseñada por Faustino Domíngiez y Coumes-Gay, cierra compositivamente la perspectiva de la calle Juana de Vega.
Este edificio es el que sirve de alguna forma de apoyo para definir la nueva composición de la plaza, que tiene ahora un elemento significativo. De esta forma, el límite posterior del Ensanche y las derivas de la red viaria hacia la Avenida Finisterre, Calle Rubine y la Calle Juan Flórez comienzan a generar alineaciones claras y otras piezas significativas por "contagio" como la Casa Salorio (1912) o el Edificio Escariz (1925, 1930). La plaza central está constituída por un parque en el que en su límite sur se unen tres calles por lo que se convierte en condensador que une las tres vías en un espacio público desahogado. El edificio Ocaso, obra de Andrés Fernández-Albalat cierra la composición y convirtiéndose en icono de la plaza al cerrar la escala de la Pescadería en el frente de conexión hacia el Ensanche.
Comprendiendo la plaza de esta forma, el espacio público se encierra mediante edificios que buscan a través de su escala y la definición morfológica de su fachada que se abren hacia él. Es decir, a través de la construcción de edificios exentos que constituyen en sí manzanas o frentes facetados de un límite de manzana, se consigue la confluencia de vectores de las calles hacia un lugar de reunión público que funciona de manera flexible, amoldándose a las necesidades de un nodo intenso, vivo y en movimiento constante.
“La piel que actúa de contenedor silencioso en los edificios esconde en su interior inimaginables programas que en absoluto se reflejan en la apariencia exterior de la arquitectura del manhattanismo puesto que “estas construcciones pueden dedicar sus exteriores sólo al formalismo y sus interiores sólo al funcionalismo”. Este es uno de los axiomas de la arquitectura de la “Ciudad del globo cautivo”: la lobotomía”. Rem Koolhaas, Delirio en Nueva York
Pero pronto esta plaza se transforma de manera sustancial con la construcción de un parking bajo ella. La circulación se organiza en torno a este al igual que el parque precedente, sin embargo, el espacio que antes ocupaba el parque se transforma en una plaza dura en forma de plinto que se eleva respecto a la cota de la calle. La plaza dura, con un carácter excesivamente formalista, provoca la rigidización del espacio. El vacío de zonas verdes provoca que se busquen soluciones para llenar esta superficie yerma. Así en 1972 se traslada al centro de la plaza la cafetería Manhattan, hasta entonces situada en la esquina de la Calle San Andrés hacia la plaza. También se realiza en los 90 la conexión bajo la plaza entre las calles Juana de Vega, Juan Flórez y Avenida Barrié la Maza, provocando la aparición de bocas subterráneas que complican más el número de elementos que aparecen en superficie.
La excesiva rigidización del espacio público de la plaza anula la estrategia de las fachadas y los volúmenes exentos, ya que se rompe el equilibrio entre espacio público y volumen construido. La interposición de obstáculos en este espacio público provoca una sobrecarga que lejos de catalizar la actividad de la plaza, la colapsa, de forma que es el propio espacio público el que se anula a sí mismo. Al igual que la excesiva limpieza espacial provoca la extrañeza de escala y una sensación de vacío duro que no encaja con la proporción habitual marcada por el tejido urbano, la sobrecarga lo convierte en una condensación de elementos que aportan discordia. Han sido muchos los proyectos de adecuación que se han llevado a cabo aquí, buscando la reorganización espacial y que no funcionan.
Romanos que caminan hacia el Manhattanismo pasando por Coruña
La plaza de Pontevedra actúa como un escenario para la experimentación urbana, como espacio de apoyo y laboratorio urbano de la ciudad (esto sucede también con algunos otros lugares). Cuando se construye el nuevo edificio de la Plaza de Lugo, es la Plaza de Pontevedra el espacio que da lugar a una solución temporal al comercio, pero es también esta la que se convirtió en un skatepark improvisado, sala de juegos urbana y muchos más usos improvisados tomando este espacio en un laboratorio sobre el que verter elementos esperando a ver el resultado.
No es algo negativo, pero traslada la visión de la estrategia urbanística desde el clasicismo occidental romano, a una forma de hacer más contemporánea al estilo de Manhattan. Es aquí cuando aparece la ironía por primera vez, Manhattan está muy presente en la Plaza de Pontevedra. Cuando el arquitecto holandés Rem Koolhaas explora a través de su libro Delirio en Nueva York el urbanismo singular de Manhattan como paradigma del urbanismo contemporáneo, define Coney Island como ese laboratorio de experimentación que luego se aplicará a la ciudad, una ciudad que tiene la identidad definida precisamente por la sobreintensidad de identidades, y que ahora, con el paso de las décadas comienza a ser reconocible.
Algo hay de esa conceptualización del urbanismo contemporáneo en la Plaza de Pontevedra, porqueA Coruña, como cualquier otra ciudad occidental, no es ajena a los virajes de la filosofía arquitectónica y a las nuevas definiciones de la forma de la ciudad. La cafetería Manhattan convive con un Wok, el Eusebio da Guarda con el edificio Ocaso, la paloma de Picasso con una canasta de balocesto. Estos contrastes que golpean a nuestra visión tradicional del urbanismo más afrancesado, son en realidad Roma y Manhattan, la aplicación de un crecimiento visceral de la ciudad, es inevitable y al mismo tiempo presiona a los ciudadanos a cambiar la mentalidad hacia una liberación del dogma ideológico y el utopismo radical de “lo que debería ser”.
Y aquí aparece la ironía una segunda vez, porque mientras no se elabora un discurso que acomode el contraste y la visceralidad se percibe esta forma de hacer como un urbanismo irascible, (al igual que hay edificios irascibles, aquellos que crean un espacio tan incómodo que resulta ser irascible para los que lo habitan, y éstos terminan discutiendo a todas horas). El urbanismo irascible se convierte en el paso intermedio entre la no aceptación de la visceralidad romana o manhattanista en favor de las ideas afrancesadas más conservadoras, pero al mismo tiempo adolece de un cierto liberalismo, afortunadamente crítico, que lo sitúa en una pre-postmodernidad difícil de interpretar.
Quizás esto es lo que tienen los lugares de paso, que son momentos de transición. Instantes aparentemente flotantes, detenidos, críticos y criticables, que en realidad soportan una intensa carga en su interior. Para ello basta sentarse unos minutos en la Plaza de Pontevedra, observar con ternura sus cicatrices y contemplar su movimiento en el tiempo a través de su respiración y sus latidos. Es como ver a un malabarista, parece que nunca se le va a caer la pelota, parece fácil. Pero no lo es.