El frontón de A Coruña: arquitecturas en segundo plano
El frontón de Riazor es una instalación deportiva que hoy en día se encuentra en un segundo plano, eclipsada por el estadio de fútbol, y que sin embargo, ha sido testigo de la transformación arquitectónica de la ciudad deportiva de Riazor.
21 octubre, 2020 06:00En segundo plano es donde parecen suceder cosas realmente trascendentes. Quizás en la difusa imaginería humana resulta atractivo pensar en una cierta magia conspirativa que envuelve a esas actividades casi escondidas tras algo más deslumbrante y protagónico. Lo cierto es que, con independencia de las lecturas metafísicas, es cierto que la posición intermedia del segundo plano es una figura muy interesante y si no, basta pensar apenas unos segundos cuántos personajes hay en las Meninas de Velázquez.
La perspectiva reforzada por la profundidad habitada de la escena costumbrista de Velázquez no sería posible sin una cuidada estructura compositiva en la que se incluye la acción y los detalles de ese segundo plano. Algo obvio en las artes visuales como la pintura, el teatro o el cine, pero más abstracto en el caso de la arquitectura. Hay elementos urbanos de presencia tan destacada, que ocultan de forma inconsciente obras próximas, que por escala o composición no permiten la percepción del contexto de manera estructurada.
Y es que en la ciudad, al igual que en una película de Luis García Berlanga, hay cosas que suceden en ese segundo plano registrando la narrativa de una subtrama o no, pero que en cualquier caso se representa con un rigor igual a aquello que sucede en primer plano. Algo común en las ciudades europeas, una superposición de discursos que deriva en una morfología intensamente rica, sobre la que a veces se desplaza una mirada inconsciente. Sin estructura y sin segundos planos, no existiría la percepción de riqueza urbana o espacial, incluso si la imagen final es extremadamente minimalista.
En la Ciudad Deportiva de Riazor, una porción de ciudad dedicada al uso deportivo, se suman varios ámbitos que se ven eclipsados por la escala del Estadio Municipal de fútbol. Y es que la pieza arquitectónica que constituía el estadio de fútbol antes de 1982 era un diseño magnífico de influencias muy próximas al monumentalismo contemporáneo alemán o a la arquitectura fascista italiana. Estilos arquitectónicos masivos, con elementos decorativos simbolistas, que funcionaban muy bien con tipologías deportivas debido a su escala y a la morfología simbólica que este tipo de equipamientos requiere. Sin embargo, todo ese conjunto de factores que adornan la constelación de características que definen al edificio, producen un efecto de eclipse en su entorno. Estos edificios tienen la capacidad de absorber la atención visual con su propia gravedad urbana.
En segundo plano, en torno al estadio de fútbol, hay algunas piezas muy notables, como "las polideportivas", basadas en un proyecto de cubiertas del ingeniero Rodolfo Ucha Donate (modificado posteriormente por el ingeniero municipal Ángel Monteoliva) o el exquisito Palacio de los Deportes de Riazor (1968) del arquitecto Santiago Rey Pedreira. Lo cierto es que este fragmento urbano dedicado al deporte fue un área urbana profundamente estudiada por Santiago Rey Pedreira, arquitecto municipal en el momento de replanteo y organización del equipamiento. Su visión vanguardista y su capacidad organizativa, han permitido que esta área densa en actividades deportivas, funcione y al mismo tiempo tenga una buena integración urbanística.
Hay muchas piezas que configuran la estructura de la ciudad deportiva de Riazor, todas ellas reconocibles y notables, incluso una muy pequeña que con el paso del tiempo se ha ido escondiendo entre los grandes volúmenes que la rodean. Se trata del frontón de Riazor. Una instalación deportiva que sirve a un deporte poco tradicional en la ciudad y que, sin embargo, en otras ciudades españolas suele contenerse en obras arquitectónicas de muy alta calidad.
Algunos ejemplos son el frontón de Recoletos (1935-1973) en Madrid diseñado por el excelente ingeniero Eduardo Torroja, el frontón Beti-Jai (Madrid, 1894), el frontón de Jai-Alai de San Sebastián (1887), el frontón de la Trini del arquitecto Luis Peña Ganchegui (San Sebastián, 1963) o el frontón Zaragozano (Zaragoza, 1895). Todas estas obras, que pertenecen a diferentes épocas, responden magistralmente a una tipología arquitectónica que se encuentra en el margen del espacio público y privado, abierto y cerrado, cubierto y descubierto. Al tratarse inicialmente de un deporte de carácter popular, en muchos entornos urbanos su integración no se trasladó de la vertiente popular a la profesionalizada, por lo que siguen formando parte de espacios públicos cotidianos. Si bien, como muchos otros deportes sus instalaciones deportivas comenzaron siendo una construcción más del espacio público.
El frontón de Riazor se situó en un lateral del estadio, entre el muro de las gradas y el desnivel de cota respecto al Paseo de la Habana. Este proyecto representa una forma muy elegante e inteligente de resolver un desnivel en el espacio público a través de un uso que encaja perfectamente con su entorno inmediato. El rectángulo del frontón se ubicaba en los laterales del espacio de vestíbulo previo tras la columnata de acceso al área deportiva. Al igual que en los teatros y circos romanos, que disponían de un espacio público previo para permitir la reunión antes y después del evento, el estadio de fútbol dispone de un ámbito así (espacio sobre el que se construirá posteriormente el palacio de los Deportes), con vocación de plaza pública, pero que termina por trufarse de diferentes instalaciones de pequeño tamaño.
La pieza del frontón se incorporó en uno de los laterales y, con un encaje perfecto, compacto y cerrado, pasó a formar parte del conjunto deportivo que con el paso de los años se ha ido transformando y completando. En 1951 Rey Pedreira desarrolla un proyecto para cubrir la pista, ya que se estaban realizando obras en el estadio, sin embargo, este no llega a construirse. Han de pasar ocho años hasta que Antonio Tenreiro se ocupe del frontón, desarrollando un proyecto de adecuación y cubierta del mismo que sí se ejecutó.
La estructura del frontón de Riazor es sencilla. Para acoplar la morfología propia de este tipo arquitectónico, se utiliza el muro de contención hacia el Paseo de la Habana, y un muro de separación respecto del graderío del estadio de fútbol situado al sur. En el muro corto, el que recibe los impactos de pelota se inserta un lienzo de muro de sillería de mejor calidad, precisamente para garantizar la resiliencia del muro frente al impacto. En la actualidad estos elementos constructivos permanecen, aunque se encuentran renovados y consolidados. En 1972 Rey Pedreira unifica este volumen con la piscina municipal que se encuentra delante de él a través de un proyecto que no se llega a construir y que cerraría junto con el Palacio de los deportes, la parcela en su fachada principal. Será en 1975 cuando se consolide de forma definitiva su integración a través el proyecto de Jesús Arsenio Díaz.
Hace varias décadas, cuando el estadio de fútbol aún tenía la imagen monumentalista hoy olvidada, el frontón de Riazor era una pieza perfectamente reconocible. Y aún sigue ahí, oculto bajo la multiplicidad de capas y el aprovechamiento intenso de la parcela que antes se encontraba más esponjada. Una pequeña pieza escondida, porque a veces el excesivo uso del espacio lleva a la ocultación de lugares magníficos o simplemente impide la contemplación serena de la composición urbana. Planos saturados en diferentes posiciones que permiten ver una composición coral desentramada con la mirada distante y abierta ante del descubrimiento de los pequeños detalles.
La mirada en algunos fragmentos de la ciudad requiere tomarse su tiempo. Analizar, cuestionar y pensar en todo lo que el golpe de vista muestra, sin perder la mirada crítica que atraviesa las diferentes perspectivas. Quizá mirando un poco más allá, y prestando atención al segundo plano, se descubra algo sorprendente y trascendente…como en esa escena de El Verdugo (Luis García Berlanga, 1964) en la que en un segundo plano, ajeno a la acción principal, José Luis López Vázquez mide la cabeza a una niña mientras su mujer enfadada le replica: ‘¡Que te digo que es normal!! Que lo de mi padre no es hereditario’.