Las manos del que produce arte se notan, si es virtuoso en cada una de sus obras. Los detalles y manías se reflejan de forma repetida y subliminal de forma que es sencillo diferenciar una obra de Velázquez de otra de Goya. Un ejercicio sencillo y trasladable a casi cualquier disciplina artística jugando a distinguir a Bach de Tchaikovsky, que sin embargo de complica a medida que la línea cronológica se acerca al presente y el lenguaje del arte muta conforme a las latencias sociales. Una componente fundamental del arte contemporáneo es la codificación del lenguaje, exigiendo un cierto conocimiento o preparación psicológica del observador. Incluso el arte de consumo directo que busca provocar la emoción pura a través del color o la performance, requiere de una cierta actitud o mentalidad abierta por parte del observador.
Aunque parezca una estrategia de actitud elitista en realidad es una manera de atraer y sumergir al espectador en una atmosfera o sensación determinada. Y es que quizás no sea muy fácil explicar que al contemplar “Los músicos” de Picasso en el MoMA al cabo de unos minutos Estos comienzan a moverse y la música resuena en la cabeza, al menos aseverando que no ha habido una ingesta masiva de sicotrópicos antes de ingresar en el museo…pero sí es posible, incluso a través de una imagen, transmitir la sensación inmersiva del “Infinite Mirrors” de Yayoi Kusama o “Ritmo 0” de Marina Abramovic. Particularmente esta última, protagonizada por la propia Abramovic, revelaba en los espectadores los más profundos sentimientos animales de amor, odio, rechazo, asco, pasión, erotismo, tortura, caridad o lástima, suponiendo un punto de inflexión en el discurso peyorativo sobre el arte moderno. Un punto final para el rechazo al arte moderno, un punto y seguido para la producción artística. “La experiencia que aprendí fue que… si se deja la decisión al público, te pueden matar… Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de rosas en el estómago, una persona me apuntó con el arma en la cabeza y otra se la quitó. Se creó una atmósfera agresiva. Después de exactamente 6 horas, como estaba planeado, me puse de pie y empecé a caminar hacia el público. Todo el mundo salió corriendo, escapando de una confrontación real.” Marina Abramovic
Es fácil reconocer los rasgos de la obra de Abramovic, de Kusama, de Goya o Velázquez, pero es un arte excepcional, en todos los sentidos, es decir, no es un arte conviviente con el día a día, sino que se encuentra estático en un lugar, en un momento. La progresiva modernización del arte, ha llevado a una popularización del mismo permitiendo el acceso de cualquier ciudadano a su conocimiento. Este es el caso del cine, la literatura o la arquitectura, que por su condición de convivencia constante con el ser humano se convierten en artes en ocasiones simbióticas. Entonces ¿es posible reconocer las manos que se esconden tras ellas? Claro que es fácil distinguir una película de Tarantino de una John Ford, o una novela de Toni Morrison de una de Zadie Smith, a pesar de las similitudes e influencias en ambos casos. Pequeños detalles como esa manía de Hitchcock de aparecer en sus películas o los cigarrillos Red Apple de Tarantino. También sucede en arquitectura, cuando las manos del arquitecto trazan determinadas líneas al sentarse delante de los primeros bocetos, pero ¿no ocurre eso a veces en la ciudad también? Lugares repetidos en una ciudad, y en otra y una vez más…independientemente del idioma que se escuche en sus calles o de la temperatura. ¿Cómo es posible que un rasgo atraviese culturas arquitectónicas dispares generando una sospechosa narrativa que intriga al transeúnte más tranquilo?
Un edificio coronado por un Fénix
Hay afirmaciones de bar, aseveraciones que se lanzan con ligereza al aire como una verdad de bases sólidas e inexpugnables. Eliminando la pátina costumbrista del ambiente de bar, es cierto que se pueden crear afirmaciones aleatorias a veces, con la voluntad de convertirse en una hipótesis a desmontar de manera colectiva. Al final no se trata de nada más que un juego o una búsqueda de interacción social, pero resultan ser, al igual que los rumores, enormemente reveladores: “En todas las ciudades hay un edificio con una figura elevada sobre una esquina, apostaría que culminando una cúpula, es más, seguro que se trata de una figura alada”. Obviamente no se trata de una aseveración científica, comprobada o ni siquiera real, pero es una idea consciente basada en la experiencia personal. Se establece un rasgo común a la ciudad, como hábitat humano, que es reconocible aparentemente en cualquier latitud, con una morfología y estética concretas. Se pueden encontrar en Madrid, en Barcelona, en París, Roma, Buenos Aires…y en Coruña también, en plena plaza de Mina, un edificio con una reconocible cúpula en esquina se corona con una gran figura alada.
Popularmente conocido como el edificio del Fénix, este proyecto de aspecto monumental lleva el nombre de su segundo propietario Edificio Unión y el Fénix. Considerado el primer edificio del ensanche coruñés, sobre esta parcela se edificó una primera obra a cargo del arquitecto coruñés Faustino Domínguez y Coumes-Gay (1845-1900), autor entre otros del Colegio Eusebio da Guarda (1886-1889) o la iglesia de San Andrés (1884-1890), arquitecto municipal de Ferrol (1868-1870), de Santiago de Compostela (1879-1887) y arquitecto provincial de A Coruña. Domínguez y Coumes-Gay se haría cargo de más edificios del ensanche, pero en esta primera obra que inaugura el tránsito arquitectónico del urbanismo hacia la modernidad, desarrolla un edificio singular con el lenguaje ecléctico e historicista que caracterizaba su obra. Una obra que Juan de Ciórraga, entonces arquitecto municipal de la ciudad definió la obra, quizás con cierta ironía cargada de crítica, como una “feliz imitación de las modernas edificaciones de París”. París, y su beaux arts, era el lugar que condensaba las miradas de la tendencia arquitectónica decimonónica, los deseos de Napoleón III por embellecer su capital imperial parecían resultar contagiosos. Tanto es así que todas las ciudades buscaban con desesperación este embellecimiento europeísta de los escenarios descritos por Victor Hugo en Los Miserables (1862), desde Viena hasta Buenos Aires.
El primer edificio de Domínguez y Coumes-Gay era un volumen de bajo y tres alturas que emulaba a los edificios muro franceses en lugar de seguir la morfología local en la que se disponían los balcones en la planta primera, tratando la envolvente del edificio de manera homogénea. En lugar de esto, Domínguez y Coumes-Gay diseña tres fachadas diferentes, con identidades propias relacionadas con la estructura de la calle a la que dan frente.
La fachada que da a la Plaza de Mina fue concebida como una solución estética de apariencia moderna, incorporando el torreón y la cúpula en esquina, lo que entonces debió de suponer una gran sorpresa vanguardista. Hacia la calle Compostela, menor en presencia y articulada dentro de lo que sería la trama interior del ensanche, dispuso miradores tipo galería. La última de las fachadas, la que da a la calle Sánchez Bregua (entonces calle Pacto Federal), estaba compuesta con huecos que incorporaban balcones de forja. Sin embargo, con una rápida mirada hacia el edificio hoy, su descripción no se corresponde con esta. Y es que en 1945 el edificio sufrió una profunda reforma que alteró también parte de su estética. El arquitecto Fernando Cánovas del Castillo y de Ibarrola, es quien dota al edificio de su imagen actual.
Y aquí puede entrar esa afirmación de bar que aseveraría que en todas las ciudades hay un edificio coronado por un Fénix. Cánovas del Castillo (el arquitecto, no el político…quizás eso tendría que ver con otro tipo de discusiones de bar) realizó gran parte de los edificios de la compañía la Unión y el Fénix Español, una aseguradora de la que el fénix era como indica su nombre, la imagen corporativa. Cánovas del castillo lleva a cabo una serie de renovaciones o proyectos de nueva planta en muchas ciudades españolas en las que esta compañía adquiría un edificio de posición icónica sobre el que acomodar su empresa. En Sevilla realiza un edificio Unión y el Fénix entre 1938 y 1940, en Madrid realiza la fachada del edificio Gran vía 32 o Edificio Madrid-París que inicialmente había albergado el primer gran centro comercial de Madrid al estilo francés (emulando los grandes almacenes Lafayette), y hoy en día tras haber cambiado varias veces de uso contiene la popular tienda Primark. Y ¿Sólo hay dos más?…no exactamente se puede encontrar un edificio similar en Valladolid (1936), otro en Barcelona (1927), otro en Valencia (1929), en Córdoba (1927), en Albacete (1950), el Alicante (1941-1942) y en Madrid hasta tres, siendo el más conocido el edificio Metrópolis (1907), situado en la Gran vía frente al Círculo de Bellas Artes. Casi todas las capitales de provincia españolas tienen entre su patrimonio arquitectónico un edificio coronado por un Fénix.
La figura que culmina el edificio es una escultura que muestra a Ganímedes sobre un ave fénix, y a pesar de que esta en realidad responde a una interpretación errónea de la mitología (en realidad Ganímedes debería montar un águila), se trata de una pieza de gran valor patrimonial. Ganímedes era, según a mitología, un príncipe troyano muy hermoso que Zeus secuestró para ser su amante. Esta pieza es la culminación de la envolvente historicista con la que Cánovas del Castillo reviste el edificio de la compañía aseguradora, reestructurando su interior para acomodar oficinas y viviendas. En 1948, el arquitecto Antonio Vicéns Moltó amplió el edificio con un ático.
El edificio, de origen afrancesado muta poco a poco mediante las sucesivas intervenciones hacia una integración urbana local. La envolvente actual es una composición en tres partes siguiendo una jerarquía que se aligera conforme asciende en altura: la parte inferior es un zócalo almohadillado de aspecto pesado, las plantas intermedias se enfoscan y la parte superior se retranquea y se acomoda mediante una balaustrada.
La mano omnipresente y el arte contemporáneo
La mano del arquitecto parece omnipresente al pensar en estos edificios que crean paralelismos entre unas ciudades y otras. Pequeñas pistas escondidas en nuestro hábitat que, a través de cierta sensibilidad, crean una escenografía similar a una instalación de arte contemporáneo. La ciudad, el edificio, repetido una y otra vez provocan una sensación vibrante a través de la cual se percibe el hábitat como una construcción mezcla de genética y cultura. Con apenas señalar ligeramente un icono formal la cultura y génesis urbana se devuelven al ciudadano provocándole una emoción más, abstracta y curiosa, despojada ya de su significado capitalista. Una imagen de la ciudad cargada de significado en la que cualquier pequeño detalle puede significar más de lo que parece.