En 1993 Fernando Trueba decía en su discurso de recogida del Óscar a mejor película extranjera por Belle Èpoque, que como era agnóstico no agradecía ese premio a Dios, sino a Billy Wilder. Apenas unos días después Trueba recibió una llamada, y al descolgar el teléfono escuchó: Hola Fernando, soy Dios.
Wilder, irónico pero agradecido por el comentario de, a sus ojos, un joven director español, reconocía en esa posterior conversación el amor mutuo de ambos por el cine, y en su caso particular por la obra de Eisenstein y Lubitsch. Trueba unía en su película el amor por el cine que recogía referencias de grandes maestros con la Belle Époque, ese periodo de tiempo habitualmente situado entre 1871 y 1914… aunque Trueba lo sitúe en la España de los 30.
El nacimiento del cine como arte y su desarrollo tecnológico tienen lugar precisamente en esa Belle Époque. Un término de origen francés como el propio cine (aunque en los últimos años la invención tecnológica del cinematógrafo se atribuye al Padre paúl de origen burgalés Mariano Díez Tobar). Pero antes, de la llegada del cine, hubo numerosos artefactos que buscaban obtener la imagen en movimiento.
En A Coruña, el cine llegó de la mano de un ciudadano de origen francés, José Sellier Loup quien ahora da nombre a la plaza situada entre la calle Picos y calle Pastoriza. Pero ¿en qué momento el cine y la Belle Époque se unen a través de la arquitectura? Pues quizás porque los tres coinciden en alguna de sus capas y en alguna ocasión en algo que decía Wilder sobre el cine: “Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces, el cine ha conseguido su objetivo”
Un poquito antes de la llegada del cine a Coruña
En el número 48 de la calle San Andrés, Enrique Luard (ciudadano suizo afincado en Coruña) publicitaba en 1837 el cosmorama, un ingenio predecesor del cine. El cosmorama era una construcción muy singular, en la que a través de la luz y la superposición de planos se conseguía un efecto de imagen realista inmersiva. Creado a principios del siglo XIX, es el punto de partida para muchos ingenios que culminarán en el cine. Mientras tanto Luard mostraba cosmoramas como “el tunante y su familia”, “paseo extramuros de La Habana”, “vista de París”, “una tempestad” y “los amores del joven Troilos con la hermosa Crecida”. Años después Luard se dedicaría a otros negocios comerciales. A finales de siglo, José Sellier tomaría el testigo de Luard. Aunque el origen el cine es popularmente conocido, hay un camino previo en el que la arquitectura fue creando un soporte que proporcionaría las claves para la construcción de las salas de cine.
Tras el cosmorama, que tuvo sus variantes como el diorama, diafanorama (vistas semitransparentes) o georama (vista de la tierra en forma de globo), se buscó la forma de conseguir una experiencia más inmersiva. Volviendo la mirada atrás hacia proyectos como el Tutilimundi (1861 aprox.) un ingenio realmente curioso que incluso Francisco de Goya refleja en sus grabados debido a la novedad que suponía su presencia en las fiestas populares, se recupera también el diseño de Atanasio Kircher: la linterna
mágica.
De entre las construcciones más interesantes que buscan apoyar esta inmersión espacial en la experiencia de la imagen vívida, destacan el ciclorama y el mareorama. El ciclorama era una pintura sin fin, que permitía una mirada de 180º y de límites superior e inferior suficientemente difuminados como para crear realismo, a través de objetos en la parte inferior y luz en la parte superior. Los más destacables son el de la Batalla de Gettysburg de Paul Philippoteaux para el que el arquitecto austriaco Richard Neutra (1892-1970) diseña una pieza arquitectónica singular, o la vista de Edimburgo de Robert Barker. El mareorama es una invención de Hugo d’Alesi, pintor de carteles publicitarios, quien diseña una combinación de pinturas que se mueven a través de una gran plataforma.
El más relevante fue el exhibido en la Exposición Universal del París en 1900, en el que se proponía al visitante un viaje en barco de vapor desde Marsella a Yokohama pasando por Nápoles, Estambul o el Canal de Suez. La construcción representaba una cubierta de un barco de vapor que se balanceaba e inclinaba (entre los 20y los 50cm) simulando ser un barco mediante un sistema de cadenas y motores eléctricos. En esa misma exposición se mostraron numerosos ingenios similares como el quinetoscopio de Thomas Edison (creado en 1894) o las primeras películas de los hermanos Lumière (1895).
Una Belle Époque, en la que se buscaba la sorpresa del espectador, la contemplación tranquila de la belleza, la mirada hacia un futuro prometedor y estable.
En A Coruña, mientras tanto, José Sellier había instalado su estudio de fotografía en la calle San Andrés nº9 con el nombre de “Fotografía de París” (1894). Sellier (1850-1922) llega en 1886 a Coruña y se hace cargo del estudio de fotografía de su hermano Louis (quien se cree que habría llegado a Coruña para trabajar en la industria del vidrio, si bien ejerció como retratista). Sellier vuelve a menudo a Francia, y visita las exposiciones universales donde descubre las novedades de la fotografía y los ingenios que se están desarrollando casi como prototipos. En uno de esos viajes adquiere una cámara “Lumière” con la que graba desde el balcón de su casa en el nº86 de la calle Real el cortejo fúnebre del general Sánchez Bregua el 20 de Junio de 1897, considerado como la primera grabación realizada en Galicia. Apenas unos años antes, se había presentado en Madrid (1894) el quinetoscopio de Edison, y en 1895 el animatógrafo de Rousby.
Los primeros "cines"
La exhibición de estas imágenes en su estudio tuvo un gran éxito. Sellier había acondicionado su estudio para la exhibición cinematográfica, convirtiéndolo en un primer prototipo de una sala de cine. A la primer proyección siguen “Temporal en Riazor”, “San Jorge, salida de misa”, “fábrica de carbón”, “Matadero, salida de operarios” “Desembarco de los heridos en Cuba en nuestro puerto” o “Fábrica de gas”.
Las primeras proyecciones se realizaron también en el Bazar de la industria en Calle Real 8, donde más tarde se construiría el cine París, la que en un momento dado se convertiría en la sala de cine en activo más antigua de España. Previamente Sellier solicitó al ayuntamiento un permiso para disponer un pabellón en el paseo de Méndez Núñez para poder realizar proyecciones con el cinematógrafo. El ayuntamiento le deniega el permiso, indicándole que puede solicitar permiso para construir esa instalación en otro lugar. Algo que se solventaría unos pocos años después con la fundación del cine París, pero también del Pabellón Lino (1906-1919), el Royal Cosmograph, el cinematógrafo de Matías Sánchez, el pabellón Pradera, el Olimpo, el Salón Cinema Coruña (en el desaparecido hotel Atlantic) y con posterioridad la terraza y el quiosco Alfonso.
Aunque pionero del cine en Galicia, Sellier se centró exclusivamente en la fotografía a partir de 1900 dejando las proyecciones. El estudio lo hereda su hijo Esteban Sellier Farge, con el nombre de “Fotografía de París”. Su obra pasó casi desapercibida hasta que recientemente se publicaron diversos trabajos que reflejaban su trabajo como La Coruña y el Cine de J.L. Castro, José Sellier en A Coruña: los orígenes del cine español editado por Galaxia o el estudio no publicado de Xulio Franco del Amo, culminando en una exposición celebrada en la Sala Municipal Salvador de Madariaga en 2013.
Al margen de su obra, pionera y única, Sellier proporciona una nueva tipología arquitectónica a la ciudad. Un espacio en el que compartir una experiencia nueva: el cine. El primer lugar que utilizó para esta exhibición, su estudio, fue acondicionado más allá del sistema de cortinajes que éste utilizaba para crear escenarios en sus fotografías. Una transformación que de algún modo indica que es necesario un cambio espacial para la observación de imágenes en movimiento, un paso más desde el cosmograma hacia una atmósfera oscura en la que las imágenes se pudiesen ver con nitidez. El Cine París, es la primera sala estable y específica para la proyección de películas, nace a partir de todas esas experiencias la nueva tipología, que define una morfología, una estética, una función, una estructura y un lenguaje.
La tipología arquitectónica y la adaptación a la vida
Las tipologías arquitectónicas no nacen de una idea fulgurante, si no de la experimentación o de la semejanza a la tradición. La construcción de espacios a partir de la creación de un “laboratorio de formas arquitectónicas” desarrollado por ideas dispares, pensamientos divergentes y experiencias extraordinarias, es la que eclosiona la nueva tipología con todos sus rasgos particulares. Una forma de proyectar no referencial o no tradicional, pero que funciona y se adapta a estructura urbana y su identidad particular. Es precisamente el contraste entre experimentación y adaptación de la tradición, la que produce un edificio tan singular como la sala de cine, capaz de trasladar al ciudadano a una gran metrópolis con tan solo comprender el lenguaje arquitectónico de la obra.
La arquitectura crea el escenario para la vida, un espacio en el que cualquier acción desarrollada por el ser humano pueda tener lugar, por extrañas o innovadoras que sean estas.