En una ocasión, Otto Preminger, el cineasta americano se encontraba inmerso en la dirección de la película Margin for Error (1943) y no conseguía que uno de sus actores interpretase de manera correcta sus líneas. Eran apenas dos párrafos de texto, una interpretación muy breve de un refugiado alemán durante la guerra, pero tras varias tomas el actor era incapaz de decir correctamente sus frases, resultaba demasiado rígido. Preminger le insistía en que se relajase, hasta que finalmente se acercó a él y a muy poca distancia le gritó: relájese. El hombre se desmayó, y no fue hasta varias tomas después, con disculpa incluida, que la escena resultó bien. En ocasiones las decisiones compositivas resultan frustrantes aplicando una perspectiva generalista, porque la mirada se fija en el resultado final. Afortunadamente para los arquitectos los edificios no se desmayan al proferirles un grito, lo máximo que puede suceder es que uno o varios planos acaben en la papelera siguiendo horas o días de bloqueo. La ciudad, de alguna manera, se beneficia de estos instantes detenidos por la ausencia de ilación, ya que somatiza las decisiones proyectuales transformándolas en un escenario para la vida: la buena vida o la mala vida. Principio y final de un proceso, desde las ideas a las consecuencias.
Los pequeños proyectos son en ocasiones percibidos como extrañas piezas inservibles para la ciudad. Piezas mínimas que en realidad actúan como catalizadores urbanos e insignias identitarias. Resultado quizás de uno de esos ‘relájese’.
Las huellas de Eduardo Torroja
Un profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid (José Antonio Torroja Cabanillas) decía: ‘’sí, sí, ya lo sé…soy hijo del brillante ingeniero Eduardo Torroja y padre de la popular cantante Ana Torroja ¡qué le voy a hacer!’’. Quizás una posición vital complicada, pero una herencia magnífica la de un genio estructural que marcó un hito internacional en términos estructurales con su ‘Razón y ser de los tipos estructurales’ (1956). Eduardo Torroja Miret (1899-1961), fue un ingeniero español que estudió la arquitectura de las cáscaras y las membranas, llegando a ser uno de los mayores expertos mundiales en hormigón armado de su época. Su obra fue determinante a nivel internacional, y obviamente un referente identitario en España. ¿Qué tiene que ver la brillantez de Torroja con un momento de relajación y con la ciudad de A Coruña?
Cuando un espacio urbano abierto comienza a consolidarse tras un proceso de profundos cambios, se produce un momento de incertidumbre en el que la composición arquitectónica es clave para organizar la transición hacia la construcción de un tejido integrado en la ciudad. Esta circunstancia sucedió con el desarrollo del ensanche, no dentro de su planeamiento que es en sí un proyecto coherente, si no en los puntos de fricción en los que debía articular una conexión con la ciudad preexistente, con la topografía o con alguna infraestructura. Uno de esos puntos es la actual plaza de Ourense. La intersección entre la calle Feijóo, calle Fontán y la calle Sánchez Bregua generó un vacío de forma irregular, un lugar público sobre el que la oficina técnica del ayuntamiento comenzó a trabajar a principios de los años cincuenta.
El espacio público y una pequeña construcción
El estudio inicial de este espacio, desde la perspectiva municipal, comenzó con la definición de un programa adecuado: se trataba de un espacio público, pero a diferencia de otros con carácter más ‘doméstico’ es decir protegido, este se encontraba vinculado a vías fundamentales para el funcionamiento del tejido del ensanche, pero también a vías de gran actividad que condensan el tráfico de acceso a la ciudad. La vinculación cercana al puerto y a algunos edificios de carácter administrativo o institucional, también constituyeron factores esenciales en la decisión programática de la plaza. La decisión tomada por el ayuntamiento fue la de incorporar en ese espacio una pequeña pieza de carácter público, es decir, una estructura singular de carácter comercial cuyo uso fuese muy común a diario: un quiosco/estanco que aglutinase los diversos puntos de venta. La pequeña construcción que albergaría este uso tan sencillo, debería tener un carácter singular, un cierto aroma de virtuosismo como los quioscos de prensa franceses o incluso las fuentes públicas de Estambul. Desde el ayuntamiento se desarrolla un proyecto del cual no se conserva la planimetría original, y que se cree que fue desarrollado por el entonces arquitecto municipal Santiago Rey Pedreira, especialmente tras haber firmado junto con Antonio Tenreiro el Mercado de San Agustín. El mercado fue una obra vanguardista, una pieza que trasladaba la modernidad europea a una ciudad del noroeste español y especialmente un alarde estructural digno de París, Milán o Londres. Siguiendo esta línea que caminaba por las huellas de Eduardo Torroja como figura notable del panorama constructivo español, se recurre de nuevo al uso referencial de las brillantes investigaciones del ingeniero.
El quiosco de la Plaza de Ourense
El quiosco de la plaza de Ourense (1953-1955) es una construcción de planta circular, con un diámetro de 7.50m. La estructura de la pieza se ejecuta en hormigón armado que convergen en el centro constituyendo una corona. De esta parte la estructura que conforma la cubierta, una sucesión radial de seis cáscaras alabeadas en forma de paraguas. La curvatura de estas láminas es precisamente la que las dota de rigidez, permitiendo que su espesor sea de tan sólo 7cm en el borde, y por ello estas pueden volar una distancia considerable respecto de la fachada. La estructura modula la pieza dividiéndola en seis sectores los cuales originalmente tenían usos separados. Los sectores se ocupaban con aseos, servicios administrativos del ayuntamiento y los otros cuatro se circunscribían a concesiones particulares de venta de prensa y estanco. Bajo la rígida geometría impuesta por la composición estructural, se dispusieron las diferentes particiones necesarias para el correcto funcionamiento programático de la pieza. Estas particiones se encontraban revestidas de espejo, de forma que se acentuaba el carácter repetitivo provocado por la matriz polar compositiva, creando una percepción caleidoscópica ¿un juego?
Quizás un juego, y es que el diseño de pequeñas piezas urbanas de uso público constituye un procedimiento compositivo de gran responsabilidad, pero de apariencia relajada: ¡¡relájese!!, un delicado equilibrio entre el compromiso social y la necesidad de una ligera vertiente lúdica que convierta a esa pieza en un elemento cercano de interacción ciudadana, y no en un mero volumen decorativo de gusto cuestionable.
El diseño de la pieza se culmina con un amable guiño a la arquitectura vernácula coruñesa: la ventana de guillotina a la forma de las galerías de la Marina. Desde la lejanía el quiosco sugiere vanguardia, pero cerca, lo suficientemente cerca como para medirse con él, la galería y su baja línea de imposta describen la proximidad de la identidad coruñesa a través del tacto de la madera pintada en blanco y de las pequeñas piezas de vidrio sujetas mediante junquillos de pequeño espesor. De la vanguardia a lo doméstico, en un acto de traducción tras ese grito que reconduce la labor de proyecto hacia la realidad flexible en un punto de contacto urbano que se apuntaba como espacio público susceptible de transformaciones futuras vinculadas a la vitalidad urbana de la ciudad.
La ilusión de la pequeña escala
La llegada a Coruña desde el interior pasaba de manera ineludible por este pequeño punto, convirtiendo al quiosco de la plaza de Ourense en un icono urbano que comenzaba a construir la identidad abstracta de la ciudad antes de llegar a la Marina, a la plaza de María Pita o a la Torre de Hércules. En la percepción de la ciudad se pueden olvidar accidentalmente las pequeñas piezas, y sin embargo estas catalizan el desarrollo de espacio públicos insuflándoles vida una y otra vez de manera inesperada a veces, y otras accidental. La imprevisibilidad de la pequeña escala no deja margen de error, por eso sus epílogos son en realidad luz. El quiosco de la plaza de Ourense recuperará parte de su vida con la nueva cafetería que se abrirá en breve: ilusión y tradición como sinónimo de vanguardia e identidad en una pieza pequeña.