La composición de una estructura es algo casi automático, al hablar, al caminar, al realizar cualquier actividad, la acción está construida mediante una estructura abstracta que puede ser narrativa, organizativa, dinámica o simplemente inconsciente. La estructura que subyace en la composición de cualquier acción tiene una estabilidad basada en la naturalidad o el costumbrismo de esa acción, de esa narrativa o de esa melodía. Pero en ocasiones aparecen disonancias inesperadas. Algo parece resultar diferente, sin juicio de valor, tan sólo excepcional. Este era la descripción que en ocasiones se aplicaba al discurrir melódico de la música de Thelonius Monk.
“Yo lo que te digo es: toca a tu manera. No toques lo que el público quiere oír. Toca lo que tú quieres y deja que el público lo descubra después, incluso si les cuesta quince o veinte años”. (Thelonius Monk)
La percepción de la disonancia en arquitectura
La respuesta de Monk ante las etiquetas sobre sus disonancias era sencilla, una tesis independiente que apoyaba un argumento: su particular experiencia de la música como una energía interna, un sentimiento que arraigaba en la sensibilidad propia de su identidad, es decir un rasgo inalienable.
La composición arquitectónica en ocasiones se reviste de una atmósfera cercana a la arquitectura musical. A veces suena como Charlie Parker, pero otras como Thelonius Monk, con disonancias o una comprensión espacial heterogénea. Hay edificios que se perciben como espacios neutros, lugares que apenas parece transmitir emociones. Y, sin embargo, con el paso del tiempo, se consolida una identificación con el lugar a través del paulatino descubrimiento de pequeños matices. Un extraño aprendizaje simbiótico entre lo emocional y lo arquitectónico que trasciende la estética, dejando a un lado el juicio superficial para desarrollar una sensación compuesta de cientos de pequeñas experiencias.
En A Coruña, como en cualquier ciudad hay muchos edificios de aspecto neutro, aquellos que no gritan su presencia en la ciudad, y que tampoco se esconden, simplemente tienen una presencia aparentemente sencilla, sin ínfulas de convertirse en algo extraordinario. Esta materia gris del tejido urbano, es en sí la estructura formal de la ciudad. Uno de ellos es el Club Universitario, una pieza tan pequeña situada al lado de otra tan grande como la Torre de control marítimo que apenas es visible. Como contaban los arquitectos Albert Viaplana y Helio Piñón, a veces para que no se vea una columna o un elemento constructivo basta con colocar una escultura sobre ella, y entonces esta desaparecerá. De hecho, en su proyecto para la Plaza de los Países catalanes tiene un gato escondido, algo que pasado un tiempo hace que la estructura se desmaterialice en favor de la búsqueda incansable del animal.
El Club Universitario de A Coruña
El Club Universitario es una intervención realizada por el estudio de arquitectura Noguerol y Díez (Alberto Noguerol y Pilar Díez), sobre el Aula Club de la Escuela Oficial de Náutica. El objetivo del proyecto era acondicionar un espacio de función educativa para convertirlo en un Club con una mayor oferta de servicios como cafetería, almacenes y base de operaciones del Marineda (el velero propiedad de la Universidade da Coruña). Aunque la intervención se plantea como un proyecto sencillo, la reestructuración de un espacio existente, sin alterar su identidad sino reforzándola resulta algo realmente delicado, especialmente cuando se encuentra dentro de un contexto urbano que, aunque artificial, se ensambla con el mar con naturalidad.
La intervención de los arquitectos incluye transformaciones de pequeña escala que modificaron por completo la volumetría, en palabras del arquitecto Alberto Noguerol. ‘’Añadir un pequeño cuerpo de entrada y otro mayor en la última planta. Agrandar, abrir, cegar, variar huecos y ventanas. Modificar la distribución interior y la posición de las escaleras. Cambiar escaleras, barandas, pavimentos, falsos techos, instalaciones, barra del bar, carpinterías…’’ Una sucesión de elementos modificados dentro de una constante morfológica ligada al mundo del mar.
El club universitario comienza su transformación mediante la reorganización del sótano incorporando el almacén y la base de operaciones para el Marineda, de manera que estas actividades se encontrasen más próximas al nivel del mar. La planta baja se convierte en cafetería, de forma que resulte más accesible y al mismo tiempo pueda beneficiarse de las vistas, realmente privilegiadas. En la planta superior se disponen dos aulas para celebrar reuniones y conferencias.
El lenguaje náutico en arquitectura entre la modernidad y la vanguardia
El lenguaje náutico aplicado a la arquitectura resulta siempre moderno. La fascinación del movimiento moderno por la aeronáutica es un sentimiento que el arquitecto suizo le Corbusier refleja en su publicación ‘Hacia una arquitectura’. De la misma forma, la no vinculación de la fachada con aquello que ocurre en el interior es un rasgo de vanguardia a principios del siglo XX, un aspecto que se ha mantenido hasta la actualidad. El club universitario incorpora esta disociación fachada-uso, en forma de disonancia apenas perceptible: las ventanas que debido a su forma y características parecen fijas son en realidad las que permiten la apertura y viceversa. Pequeños juegos que sólo son perceptibles desde el interior. El lenguaje náutico se hace visible a través de la materialidad, las carpinterías se resuelven en aluminio mate, los paños huecos con tablero marino, los añadidos estructurales mediante perfiles de acero tratados para ambiente marino y pintura blanca en todos los paramentos. Las barandillas tubulares y su presencia de apariencia secundaria, crean una falsa confusión entre estas y las instalaciones, similar a la que puede transmitir cualquier construcción náutica.
Al final, parece el mismo
En alguna ocasión, Alberto Noguerol y Pilar Díaz finalizaban su explicación de esta obra con las palabras: ‘’Al final, el edificio parece el mismo’’. Quizás la frase que popularmente se desea escuchar cuando finaliza la intervención sobre un edificio existente, especialmente si este ofrece prestaciones más completas y contemporáneas.
‘’Trabajar con Monk me acercó a un arquitecto musical del más elevado orden. Sentí que de él estaba aprendiendo de todas las maneras: a través de los sentidos, de la teoría, de la técnica. Le hablaba de problemas musicales y él se sentaba al piano y me mostraba las respuestas, simplemente tocándolas. Podía verlo y descubrir aquellas cosas que quería aprender. También podía ver un montón de cosas que hasta entonces no conocía en absoluto’’. (John Coltrane)
Un proyecto disonante en la melodía de su entorno, quizás incluso haya algún gato escondido, sin embargo, al igual que un tema interpretado por Monk tiene un sentido propio, y una identidad que la enriquece aunque al final parezca lo mismo.