Hay edificios en la ciudad que no se perciben de forma normal. La escala, el contexto o el lenguaje determinan entre otros, que la mirada se pose sobre un edificio y no se pueda mover de ahí durante unos segundos. Quizás porque hay obras que detienen el tiempo.
Esos edificios que provocan un efecto de traveling compensado o Dolly zoom, crean un efecto de vértigo que recuerda a las mejores películas de suspense, pero también un viaje nostálgico a gran velocidad. El edificio permanece inmóvil mientras el escenario cambia al ritmo al que la ciudad se transforma. El valor del edificio pasa desapercibido en esta mirada simbólica del objeto arquitectónico. Una escena de cine. Una imagen dinámica y detenida al mismo tiempo, como cuando Jamal busca a Latika entre los trenes de la estación en Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008). O el tramo de tiempo que transcurre en Alexanderplatz en Berlín durante la caída del muro, de la película Goodbye Lennin! (Wolfgang Becker, 2003). La narración de una escena a través de un Dolly zoom, parece condensar en el escenario móvil la importancia del tiempo transcurrido, como algo consabido, haciendo cómplice al espectador de ese contexto que ya conoce. Mientras, la obra inmóvil, se convierte en un testigo silencioso.
A principios del siglo XX, A Coruña, como muchas otras ciudades europeas se ve asolada por diversas crisis sanitarias pero una enfermedad en particular preocupaba a las autoridades sanitarias: la tuberculosis. Esta enfermedad pulmonar junto con algunas otras de transmisión sexual como la sífilis, buscan controlarse mediante el refuerzo del acercamiento a los ciudadanos. La herramienta para conseguir esta proximidad a los habitantes de la ciudad es la arquitectura.
La arquitectura al servicio de la salud
En las primeras décadas del siglo XX se construyen sanatorios y dispensarios para resolver las carencias higiénicas de la sociedad. Estos edificios, son centros de atención primaria que anticipan a los centros de salud contemporáneo. En A Coruña, comienzan a construirse este tipo de edificios en lugares ligeramente apartados del tejido urbano residencial, puesto que el tratamiento de según qué enfermedades estaba estigmatizado debido a su elevada capacidad de contagio. En el área industrial que se situaba en el actual barrio de la Pescadería en su vertiente hacia la playa de Orzán se ubicaron algunos, como el dispensario de San Juan o el dispensario de la calle del Sol.
En 1903 el Colegio de Médicos de la ciudad, propone al ayuntamiento la construcción de un dispensario antituberculoso que se situaría entre las cocheras de tranvías (actual sede de la agencia tributaria) y el antiguo lavadero de Orzán (situado aproximadamente a continuación del centro de salud San José). El proyecto del edificio fue desarrollado por el entonces arquitecto municipal, Pedro Mariño (1865-1931) autor del Palacio Municipal de Maria Pita o la ampliación del Cementerio de San Amaro entre otras obras menores. La licencia de construcción del proyecto fue aprobada el 31 de Mayo de 1905, con matices, dos años después del encargo. Durante la sesión en la que se debatió el proyecto se decidió cambiar la parcela en la que se ubicaría el dispensario, el lugar en que se encuentra actualmente.
Una obra de Pedro Mariño
Mariño era un arquitecto de formación ecléctica, algo que trasmite a su obra, por lo que en ocasiones resulta complejo ubicar el origen compositivo de sus proyectos, ya que no es único sino múltiple. La escala del pabellón es muy común en algunas arquitecturas eclécticas, ya que este tipo de construcciones siempre han servido para mostrar la vanguardia del momento. Los inicios del siglo XX se corresponden, además, con la etapa de las exposiciones universales en las que no sólo importaba el contenido excepcional y curioso sino también la novedad del continente. De alguna forma la arquitectura del pabellón está emparentado con el gabinete de curiosidades o la construcción temporal, tipologías edificatorias entonces consideradas muy menores e incluso denostadas. Pero que con el paso del tiempo se revistieron de la dignidad de la sorpresa y la vanguardia, transformando la percepción social de ellas.
La arquitectura de los pabellones es heterogénea. El icono constructivo de este tipo de obras es el Crystal Palace de Joseph Paxton en 1815, una obra de montaje rápido en seco muy impactante. A esta obra le siguieron muchos grandes ejemplos de vanguardia como el Pabellón Real de Brighton (John Nash, 1815) o el Pabellón de L’Espirit Nouveau (Le Corbusier, Pierre Jeanneret, 1922). Obras diversas en las que cada una desarrolla su propia búsqueda hacia la modernidad. La Casa del Sol, tiende un paralelismo más cercano con otras obras similares de pequeña escala como la Casa Solans (Miguel Ángel Navarro Pérez. Zaragoza, 1921) o el Pabellón París (Henri Picq. París, 1889 y Santiago de Chile, 1894).
La Casa del Sol es un pequeño pabellón de planta cuadrada cuyos vértices se han suavizado mediante curvatura. La simplicidad compositiva del edificio se traduce al interior, de manera que este puede mutar en otro uso. Una intención que quizás el arquitecto no contemplase, aunque dado el tejido urbano en el que se encajaba, es muy sensato desde un punto de vista técnico pensar que si el edificio iba a ser permanente muy probablemente transformase su uso en el futuro.
La Casa de Sol
El pabellón es una pieza de apariencia doble simétrica. La fachada de acceso y la posterior siguen la misma modulación, pero diferente composición, mientras que las fachadas laterales son idénticas. El acceso está significado mediante molduras y relieves que imitan un trabajo de carpintería. El resto de la modulación se crea a partir de la impostación de columnas, capiteles y cornisas. La construcción es muy sencilla, y se resuelve con ladrillo revocado. Hay un pequeño detalle constructivo que resulta llamativo para la mirada quisquillosa, y es que los huecos parecen no tener dintel. La ausencia de este es algo normal en la arquitectura contemporánea, de hecho ocultar esta pequeña solución estructural es algo esencial en el diseño del detalle constructivo hoy en día, pero entonces resultaba poco común. Pedro Mariño decide ocultar los dinteles a la manera contemporánea, algo disimuladamente transgresor en términos constructivos para el momento en que se construyó.
El programa del edificio era sencillo: sala de espera, consulta y despacho, aseos, habitación para usos múltiples y laboratorio. El laboratorio incluye además una cámara negra necesaria para las actividades propias del análisis y diagnóstico. La sala de espera se ilumina cenitalmente creando una percepción espacial muy agradable.
Pedro Mariño diseñó una pieza atemporal, que, si bien lingüísticamente indica su pertenencia a otro tiempo, permite su adaptación a la vida contemporánea. El eclecticismo de su proyecto provoca una conexión-desconexión con la cronología de la ciudad, en la que el contexto urbano ha ayudado a esa independización de la pieza con respecto al entorno.
Una escena sin tiempo
La percepción arquitectónica es similar a la emoción del cine. La materialidad y la experiencia espacial son similares a la atmósfera que la música y el argumento crean en una película. Quizás por eso es posible percibir partes de la ciudad a través de un travelling compensado. Las consecuencias de esta mirada escenográficamente natural, son la lectura cronológica de la historia popular y la memoria personal. Hay edificios que parecen haber estado siempre ahí.
“Bob Dylan suena como si sus canciones tuvieran 300 años pero hubieran sido escritas ayer. Lo más importante de Dylan es la poesía que hay en sus canciones, que trascienden su propia música” Martin Scorsese sobre Bob Dylan
Las escenas urbanas, son pequeños fragmentos de cultura que expresan su identidad con naturalidad. Miradas detenidas sobre un edificio que apenas duran segundos, pero que condensan la historia y la memoria del lugar. Contemplar la ciudad no sólo es observarla de manera analítica, sino dejarse llevar como en una obra cubista o en una película: detenerse, mirar y poco a poco esta comenzará la narración de su propia historia.