Madrid, unos años antes de la guerra. José Martínez Ruíz (1873-1967), más conocido como Azorín, escritor de la generación del 98 se encuentra en el Congreso de los Diputados con el político Manuel Casás (1867-1960). Azorín pregunta a Casás: "¿Sigue Lino Pérez con su pabellón?"
Casás, que fue alcalde de la ciudad en los periodos 1916-1917, 1917-1919 y 1925-1930, le contestaba afirmativamente aunque sorprendido. Un estupor que, sin embargo, Casás podría haber supuesto, ya que Lino no sólo era un personaje característico de la sociedad coruñesa de principios de siglo, si no también alguien tan apasionado de la cultura que dirigió todos sus esfuerzos a hacer de esta su profesión a pesar de su origen humilde. Lino Pérez (1862-1918) comenzó como vendedor de periódicos para luego montar su propia librería en la Calle Real 43. Su librería fue uno de los lugares culturales más importantes del momento, y al que Julio Ponte (1917-2006) dio continuidad, en ella que tenían lugar las tertulias de intelectuales como Lugris, Cebreiro, García Patiño, Paco Tudela, Cunqueiro, Couceiro Tovar, Cela, Otero Pedrayo, Juan Naya, o Rodríguez Yordi. Unos años más tarde llevaría a cabo uno de los proyectos más interesantes de principios de siglo XX en la ciudad, y el edificio que grabó su nombre en la biografía urbana de A Coruña.
El Pabellón de Lino (1906-1919) es una obra desaparecida, pero que de alguna forma se encuentra en la memoria de la ciudad, aunque ningún ciudadano actual lo haya pisado nunca. Se trata de una construcción que representa el escenario de las historias narradas por varias generaciones atrás. Un lugar para el ocio que comenzaba a democratizarse a través del acceso de la población a determinados auditorios y lugares hasta entonces reservados para élites económicas. La lectura sociocultural del pabellón de Lino gravita entre el cine introducido en la ciudad por José Sellier (amigo de Pérez Lastres) y el cuplé, como estilo musical innovador y popular que en ocasiones incluso podía resultar picante o grosero para los estándares de la época. Es precisamente este carácter popular el que provocó una gran acogida. Era una de las primeras veces en que llegaba un contenido cultural más variado de lo habitual, de digestión sencilla para el que no era necesario estar dotado de una sensibilidad especial o un vasto conocimiento. Al igual que el cine adaptó obras literarias, teatro y ópera produciendo una pieza cultural más accesible, este tipo de construcciones popularizaban el consumo cultural que comenzaba a ser además una forma de ocio.
La mundanización de las propuestas culturales de principios de siglo, es indisoluble de la construcción en la que se ubican. La pieza arquitectónica diseñada para este tipo de espectáculos que en la solicitud al ayuntamiento constaba como Pabellón para “Fantoches, Cinematógrafo y Teatro”, se anticipaba a los postulados del simbolismo iconográfico persuasivo y comercial de Denise Scott-Brown y Robert Venturi en Aprendiendo de las Vegas (1977). Pero el contexto no sólo se articula desde el ámbito funcional, sino que el Pabellón de Lino encaja dentro de un tejido urbano exuberante en aspectos estéticos y formales.
El Pabellón Lino
El Pabellón de Lino se construyó en 1906 en la zona conocida como “el relleno” situada frente a los cantones, tras el Kiosko Alfonso y la Terraza, diseñada por Antonio López Hernández (hoy situada en Sada). La imagen era la de un urbanismo sicalíptico, que alentaba a la excitación social y también enlazaba de forma abstracta con las acciones culturales que tenían lugar en estos edificios. Se podría llegar a leer, de ser capaz de interpretar el lenguaje, una atmósfera potencial cargada de erotismo y exotismo. Un aspecto propio en ocasiones del saturado lenguaje modernista que propone espacios imaginativos, exóticos, innovadores que parecen evocar realidades paralelas en las que potenciar los instintos.
"Agradó generalmente la disposición del teatro, sólido, amplio, elegante, bien distribuido en sus diversos locales, con escenario perfectamente capaz para que en él pueda desenvolverse una compañía de zarzuela, 12 filas de cómodas butacas, en el patio, varias otras a mayor altura, banquetas de anfiteatro y una espaciosa galería en la cual tienen cabida algunas docenas de personas" La Voz de Galicia, 28 junio 1906.
La idea que Pérez Lastres tenía en mente cuando solicitó licencia para su construcción (8 de mayo de 1905), era la de construir una réplica de la terraza diseñada por López Hernández. La pieza contaba con dos accesos, desde la izquierda (hacia las gradas) y desde la derecha (a la platea). Se había diseñado conforme a la normativa municipal de 27 de octubre de 1885, por lo que no contaba con letrinas (se utilizaban las de edificios cercanos). Sin embargo, en las obras de reforma de 1916, se dota al edificio de estas instalaciones. En 1914 por petición de la Junta del Puerto, se había acometido una reforma anterior, consistente en la disposición de un cerramiento con arquería del mismo que se pintase para simular unos ventanales, mediante vidrio colocado sobre los contrafuertes existentes.
El Pabellón fue inaugurado el 27 de Junio de 1906, con un aforo de 600 personas distribuidas en 17 filas. El acceso al espacio del auditorio se producía a través de un vestíbulo de espera, con decoración sencilla, algo que contrastaba con la saturación de su fachada.
“Predominan en todo el edificio, espléndidamente iluminado con luz eléctrica, los tonos claros. El escenario, ajustado a todas las exigencias del teatro moderno, tiene la suficiente amplitud para que en él pueda actuar una compañía numerosa. Pero sobre todo esto, lo que más llama ‘la atención es el hermoso expresivo que figura al frente de la portada, iluminada con 200 lámparas eléctricas de diversos colores, que dan a la entrada, modernista y de un orden arquitectónico en consonancia con el órgano, un aspecto fantástico”. El Noroeste, 28 junio 1906.
Pabellones Modernistas
La fachada del pabellón utiliza un lenguaje modernista, lo que se traduce en una estética exótica de inspiración neo-arabesca que mezcla referencias a edificios españoles como la Alhambra. Apenas unos años después de su inauguración, Pérez Lastres encarga al arquitecto coruñés Antonio López Hernández una reforma que dota de un mayor encaje estético al edificio, especialmente con contexto urbano. López Hernández, autor de la terraza, incorporó mascarones y detalles teatrales sobre su fachada, cuya geometría contrastaba con el Kiosko Alfonso del arquitecto Rafael González Villar. Aunque estéticamente el grupo de edificios crea un conjunto fantástico y exótico que se completará con el Hotel Atlantic y la segunda Terraza, la sucesión cronológica de las diferentes construcciones permite comprender el enriquecimiento estético del área del relleno y Jardines de Méndez Núñez. Si bien los pabellones eran muy sencillos y económicos en términos constructivos, su estética era muy efectiva: pequeñas estrategias de composición combinadas con un lenguaje modernista exótico y florido.
El día 3 de noviembre de 1919, mientras tenía lugar la proyección del filme Mefisto tras la actuación del ventrílocuo Balder, en torno a las 22:30 el cinematógrafo prendió fuego. Afortunadamente los espectadores pudieron abandonar el edificio sin sufrir daños, que si embargo se consumió en pocas horas al estar construido íntegramente en madera con revocos decorativos de escayola. Tras su desaparición, su dueño Isaac Fraga (1888-1982) quien sucedió a Lino Pérez tras su fallecimiento en 1918, tomó la decisión de reconstruir el pabellón, encargando el proyecto al arquitecto coruñés Eduardo Rodríguez-Losada. La reconstrucción nunca comenzó, Fraga decidió invertir en otros espectáculos, particularmente en el alquiler el teatro Rosalía de Castro.
La vida del pabellón fue intensa a pesar de ser breve. En la sala tuvieron lugar obras de teatro, cuplé o actuaciones musicales, con protagonistas como La Chelito y la Goya (ambas cupletistas), Ricardo Puga, Raquel Meller, Ricardo Calvo o María Guerrero. Pero también fue un foro para el discurso político de personajes como Ramón Cabanillas, Linares Rivas, Rey Soto o Javier Valcarce.
Destinos dantescos
La ligereza de la arquitectura suele expresarse a través de muchas lecturas, aunque quizás la más reclamada sea su capacidad para desaparecer. Según el arquitecto Jaume Prat, la primera vez que se describe la ligereza como rasgo positivo es en la divina comedida de Dante. ‘’El infierno se esculpe enterrado como está, con la Tierra en bruto, un material denso, pesado, caliente, texturizado […] El Purgatorio se identifica con nuestro mundo, ubicado en la superficie de esta Tierra que nos aprisiona gracias a la gravedad no postulada todavía, […] el Paraíso es inmaterial, etéreo desprendido del peso de la materia que nos corrompe’’ Este recorrido desde la gravedad pesada a la ligereza, es acompañada por la forma de la prosa dantesca que va aligerándose a través de un abocetamiento similar al de un pintor que traslada su mano desde el perfeccionismo académico a la naturalidad expresionista a través de un trazo cada vez más suelto.
El pabellón Lino se comportó como una Divina Comedia en la que la gravedad que aprisiona al ser humano en la tierra es liberado dentro de una pieza arquitectónica ligera. Una característica arquitectónica que además deriva en ese destino metafórico de la arquitectura ligera que es su desaparición sin huella. Esta pieza, desaparecida y nunca reconstruida, supuso uno de los centros culturales más importantes de los espectáculos de A Coruña junto con el cercano teatro Emilia Pardo Bazán y la sala de proyecciones de José Sellier. La arquitectura de esta pieza representa un riqueza notable en la construcción de escenarios para espectáculos en contraposición de los escenarios contemporáneos construidos temporalmente en lugares como la Plaza de María Pita. La ausencia de creatividad de esa pieza efímera aún se echa de menos, con la misma intensidad que los personajes como Lino Pérez que las idearon, cuando la arquitectura para el espectáculo era en sí un espectáculo y no una mera construcción descontextualizada.
El conjunto cultural en el que se integraba el pabellón, se materializaba a través de un lenguaje específico, pero su atmosfera, la de un espacio para el ocio, la cultura y la diversión, aún flota en la memoria de la ciudad, esperando algún escenario de calidad arquitectónica suficiente para volver a la vida.