Hay un ensayo clásico en la investigación arquitectónica contemporánea, conocido como el “experimento de la burbuja”. Este consiste en formar una burbuja con una proporción controlada de agua y jabón, de forma que tenga un tamaño concreto (aproximadamente unos 10-12cm de diámetro). A continuación, se dispara un proyectil contra la burbuja (una pieza lo más aerodinámica posible). El resultado es obvio: la burbuja explota. Pero no sería un experimento si no hubiese algo más. Todo el procedimiento se fotografía con una cámara lenta capaz de registrar de forma clara cada instante. Lo curioso del resultado es que la bala penetra en la burbuja, sale limpiamente y es tras una centésimas de segundo cuando el proyectil ya ha salido de la burbuja que esta explota. La burbuja no desaparece como consecuencia del impacto el proyectil, si no porque las perforaciones provocan una redistribución de las tensiones internas del material, creando puntos en los que estas se hacen tan intensas que la membrana no puede equilibrarlo, el material agota su capacidad y revienta. Este estudio permitió desarrollar un estudio profundo sobre la “teoría de la membrana” y su comportamiento estructural, posibilitando la construcción de muchas obras contemporáneas que utilizan la membrana como concepto básico de su estructura portante.
El arquitecto alemán Frei Otto desarrolló en su Instituto de Estructuras Ligeras de Stuttgart numerosos ensayos con burbujas que fueron determinantes para la arquitectura contemporánea europea. En España el arquitecto José Miguel de Prada-Poole estudió igualmente este tipo de ensayos trasladándolo a sus estructuras neumáticas, pero proporcionó a esta teoría una dimensión más. Prada-Poole planteó a través de sus textos “¿y si la burbuja no explota?”. Y la respuesta es que la burbuja, la pompa de jabón (como el la denominaba), siempre explotará. Explotará porque las condiciones ambientales (rozamiento del aire, movimiento) y su morfología (materialidad, equilibrios tensionales internos debidos a irregularidades) impiden que las tensiones permanezcan estables en el tiempo provocando acumulaciones puntuales que terminan con la desaparición repentina de esta. Se formula la “arquitectura perecedera”, frente a la arquitectura efímera. Lo efímero frente a lo perecedero. La arquitectura efímera se proyecta con una fecha de inicio y de fin, mientras que la perecedera tiene fecha de caducidad. En la primera la burbuja se pincharía a voluntad, en la segunda desaparecería porque así es como su comportamiento natural.
“Las ciudades se asemejarían entonces a inmensas acumulaciones de finísima espuma, en la que delicadas burbujas transparentes se unirían a otras burbujas transparentes, y a su vez contendrían en su interior más burbujas y burbujas, que al igual que en la espuma se estarían renovando continuamente. Uniéndose dos o tres para formar una sola, y una dividiéndose en dos o tres, que a su vez…, en un proceso sin solución de continuidad”. Pompas de Jabón. Prada-Poole, 1974
Las interferencias aparecen cuando lo que era efímero se convierte en perecedero y viceversa, pero especialmente cuando ambas intentan ser permanentes. La arquitectura perecedera es más sensible, puesto que su comportamiento orgánico la obliga a atravesar por una etapa de deterioro al final de su vida útil, en la que en lugar de ser objeto de “cuidados paliativos” (no de rehabilitaciones) suele convertirse en el blanco de la crítica pública y el vandalismo. Su carácter inanimado elimina la visión empática de la pieza abocando una acelerada destrucción. En A Coruña hubo alguna pieza “efímera” que atravesó por varias etapas e interferencias sorprendentes debido a avatares legales, históricos, arquitectónicos o constructivos.
Un circo provisional
Una de las obras con mayor carácter efímero en la historia de la ciudad es el “Circo Coruñés”. Una arquitectura singular que acotó su vida útil a finales del siglo XIX y estuvo integrada en un contexto de interferencias culturales, sociales y políticas como refleja en su investigación la arquitecta Victoria Rodríguez Solórzano (“Los circos de madera en A Coruña: cronología de su construcción”, publicado por la Escuela Técnica superior de arquitectura de A Coruña).
En 1873 se solicita por primera vez la construcción de un circo de madera. La solicitud, a cargo de Juan Álvarez Ferrón tendrá el uso de circo y espacio de exhibición ecuestre. Y si bien la petición de licencia plantea situar el circo en la actual plaza de María Pita, el ayuntamiento responde matizando las condiciones y proporcionando un permiso para dos meses. La construcción sería ligera, con un cierre de madera y un volumen únicamente formado por una lona que debería ubicarse en la prolongación de la calle Santa Catalina. Este tipo de circos, son muy comunes en Europa, ya que permiten realizar eventos puntuales e itinerantes que no es posible celebrar dentro de teatros u óperas.
La popularidad del circo
La popularidad de los circos es tal a finales del siglo XIX que las solicitudes de licencia se suceden en los años siguientes. Así en 1876 Plácido de Lesaca, solicita un nuevo permiso que le es denegado hasta que su insistencia culmina con un permiso de nuevo condicionado. El proyecto de A Coruña es obra de Juan de Ciórraga (1836-1891, fue arquitecto municipal). Tras considerar el Campo de Artillería como lugar para ubicarlo, finalmente se construye en la plaza de María Pita, cerca de San Jorge, aunque tendría que ser trasladado pronto con motivo del inicio de las obras de replanteo para el futuro palacio consistorial de María Pita.
En ese momento, parece que la tendencia a disponer un circo efímero en la ciudad se va a convertir en algo periódico o semipermanente. Por ello el ayuntamiento decide legislar mínimamente este tipo de estructura, no sólo a nivel constructivo, sino también legal. La concesión de licencia obliga a una retribución económica (inicialmente de 20 pesetas, y posteriormente de 60), a disponer de algún sistema de bombeo de agua en caso de incendio, el compromiso de dejar el lugar tal y como estaba (reposición de pavimentos y mobiliario urbano) y la dirección de obra de un arquitecto durante el montaje del mismo. Así en 1884 se solicitan nuevos permisos por parte de Carlos Ferrón primero y Vicente Marini y Wolsi Casimir agitando notablemente el interés y crecimiento del circo lo que culmina con una queja de José Barcia, gestor del Teatro Principal para evitar que la programación incluya espectáculos propios del teatro. Finalmente, el circo se desmonta y se traslada a otro lugar.
El último emplazamiento del circo fue el espacio de la Junta de Obras del Puerto (próximo al actual edificio de Correos). La construcción es muy sencilla, se trata de un edificio de base circular formado a partir de una matriz polar de secciones rectas. La cubierta está fragmentada en tres faldones, para permitir el paso de luz. Interiormente se dispone un graderío siguiendo la forma de la envolvente, y exteriormente destaca su puerta de acceso ligeramente ornamentada con estilo neoclásico. La estructura, de madera aserrada, es muy sencilla, recurriendo a tornapuntas en lugar de cuchillos para sostener la cubierta, sobre postes verticales dispuestos en el perímetro. Esta sirve de apoyo directo al cerramiento vertical y horizontal.
El último emplazamiento del Circo Coruñés
En su último emplazamiento el Circo ya incorpora lámparas de petróleo en el interior y nueva ornamentación, lo que junto con el coste del traslado motiva continuas solicitudes por parte de sus gestores para así cubrir los gastos. Por otra parte y tras la negativa a la solicitud de celebrar zarzuelas, ya que eso es competencia del Teatro Principal, se llega a un cierto acuerdo entre ambas instituciones acotando el territorio de cada una. El final del teatro es motivado por su duración excesivamente dilatada. Las sucesivas prórrogas han deteriorado una estructura originalmente efímera, que provocan la denuncia ciudadana alegando que el entorno del circo se está convirtiendo en un espacio sucio y peligroso. Los ciudadanos describen la decadencia de este espacio público motivado por la suciedad debida al uso como “retrete público” de ciertas zonas del perímetro del edificio, también la presencia de numerosos animales muertos que se acumulan creando un peligro constante para la salud, y finalmente la presencia de “trasnochadores” y maleantes que alteran la tranquilidad del lugar.
Las autoridades deciden desmontar el edificio en 1901 y adaptan la zona como un jardín urbano a petición de los vecinos que finalmente da paso a una construcción permanente similar al circo, el posterior Teatro-Circo Emilia Pardo Bazán, que de alguna forma aglutina aquellos espectáculos propios del circo y no tanto del teatro.
La ciudad perecedera
La arquitectura efímera es una disciplina magnífica entendida desde la contemporaneidad. La prefabricación y el avance de la tecnología ha permitido reducir el esfuerzo económico de su construcción, propiciando que su prolongación no atraviese un declive peligroso. La legislación al respecto también ha progresado conforme la disciplina lo requería creando espacios seguros y adecuados. Sin embargo, la división entre arquitectura efímera y perecedera permanece, siendo un pequeño matiz el que las separa y el que motiva una u otra percepción ciudadana.
“La ciudad, como hecho material sólido, desaparecería para dar cabida a la ciudad mágica, evanescente e inmaterial, recorrida por olas estimulares y energéticas, que semejarían una ebullición solar. En ella, pasado, presente y futuro se confundirían para constituir un instante único y múltiple, individual y universal” Pompas de Jabón. Prada-Poole, 1974.