Poner un objeto bajo un foco de luz en una estancia completamente oscura y observarlo con detenimiento es un acto de contemplación. Define una relación de contacto e intimidad, de lectura y reflexión del objeto con respecto de la propia identidad del observador. El cambio de escala, en ese intercambio no altera la acción. La observación arquitectónica tiene ese espíritu singular, algo que Henri Beyle más conocido como Stendhal sin duda entendió demasiado bien. Tanto que dio nombre a la ‘enfermedad’ provocada por un exceso en esa observación.
La arquitectura es narrativa, construye la ciudad y determina su identidad de una manera trasversal en un conjunto en el que se encuentra la lírica, la función, la estructura, la forma o la estética. Quizás por ello su observación no es una mera mirada atenta, sino una experimentación que consigue establecer un diálogo con quién quiere escuchar.
La singularidad en arquitectura crea una sensación de soledad volumétrica o de presencia aislada, lo que enfatiza la contemplación en favor de la sorpresa. Un edificio exento, separado de la coordinación geométrica de la ciudad, como un faro, un edificio institucional o un monumento, utiliza ese pequeño truco de forma involuntaria. La ausencia de una pretensión individualista en el proyecto arquitectónico que, sin embargo, se materializa con naturalidad crea un efecto similar a la composición de un plano cinematográfico. Aparece, sin previo aviso, la poética.
Arquitectura contemporánea y singularidad
La arquitectura contemporánea es en sí una pieza de análisis pormenorizada, es decir, no trasmite toda su expresividad de manera extrovertida. Al igual que el arte contemporáneo, el código estético tras el que se esconde solicita tiempo.
‘Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. El rey le pidió que dibujara un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco años y el dibujo aún no estaba empezado. ‘’Necesito cinco años más’’ El rey se lo concedió. Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo, el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto’ Italo Calvino
Italo Calvino expresa a través de este breve relato el valor del conocimiento y de la técnica obtenida a través de la práctica y la madurez de las ideas. Edificios modernos como el Coliseo Cuadrado (Guarini, Lapadula, 1939), la casa Malaparte (Libera, 1937), el memorial de Roosevelt Island (Kahn, 2012) o el Arco de la Dèfènse (von Sprecklesen, 1985) son algunos pequeños ejemplos de la singularidad arquitectónica provocada por la soledad del emplazamiento.
La soledad de la pieza arquitectónica, voluntaria o involuntariamente, define un nodo que se convierte en punto de atracción visual. Si a la condición exclusivamente geométrico-topográfica, se le superponen las anteriores: el valor arquitectónico de la pieza y su carácter contemporáneo.
La modernidad en los edificios de vivienda de Andrés Fernández-Albalat
La obra de Andrés Fernández-Albalat Lois forma parte de la identidad coruñesa, y no sólo porque su magnífica carrera haya dejado iconos arquitectónicos como la fábrica de Coca-Cola, la hípica o el Centro de Cálculo de Caixa Galicia. Sino porque gran parte de sus obras forman parte del tejido urbano de manera casi anónima. Y sin embargo, al contemplarlas, estas se destacan como algo diferente.
Los edificios de vivienda de Fernández-Alabalat son innovadores, radicalmente modernos y buscan encaminar la ciudad hacia un futuro diferente. Sus propuestas, destacan por su altura, su materialidad no tradicional, su reinterpretación de la ventana y la sencillez compositiva en favor de espacios fluidos y flexibles en consonancia con la modernidad del momento.
En la calle Gregorio Hernández, 8 (1963), se encuentra un edificio de Fernández-Albalat de voluntad integradora y que sin embargo se define como singular dada su soledad dentro de la alineación urbana. Este edificio, presenta una definición geométrica clásica: basamento, cuerpo y remate. Pero interpreta la norma hasta acercarla a sus límites en favor de la modernización de la tipología arquitectónica, por ello el remate, se convierte en una planta estilizando su composición y transformando los ‘antepechos, cornisas, motivos ornamentales […] y pináculos que se crean oportunos con cualquier altura’ (Plan del 49, citado por Emilio Argiz, La primera arquitectura residencial. Calidad proyectual y elasticidad normativa recogido en ‘Albalat Arquitecto’ editado por Antonio Río).
El ornamento de principios del siglo XX se deja atrás a través de los proyectos que deconstruyen los modos antiguos de ver la arquitectura pero no los tradicionales. Fernández-Albalat consigue en este proyecto unir tradición y modernidad a través de la fusión entre la composición y la materialidad. La composición clásica de la fachada sumada a la vanguardia de sus distribuciones, contrasta con la solución de fachada. El plano de la fachada es completamente plano, sólo se altera en el basamento y la cornisa. Este plano se resuelve con un revestimiento cerámico pintado, en el que sólo destacan los recortes de las ventanas con una carpintería de aluminio ligeramente retranqueada. El basamento se destaca mediante el uso de aluminio acanalado y mármol que componen el juego del bajo comercial y garaje en el primer caso y el portal de acceso en el segundo. Entre ambos: cuerpo y basamento se dispone un cierto vuelo revestido con madera, un material clásico y doméstico.
Este edificio de viviendas con voluntad de integración en la futura fachada urbana de la calle Gregorio Hernández, se ha quedado sin vecinos, como una pieza aislada y singular que destaca en el conjunto. Este aspecto se ve enfatizado por la presencia del edificio el observatorio en la parte posterior, con el que establece un diálogo de ausencias entre llenos y vacíos.
La Torre Benita
Este no es el único edificio que se vio singularizado por su posición urbana atravesando algunas rigideces definidas por el carácter del momento en que fueron proyectados. El edificio de viviendas en plaza de San José, 1 (1963) más conocido como Torre Benita, fue una pieza que rompió volumétricamente la percepción del barrio. Con diecisiete plantas y ático, el proyecto definía una torre de cincuenta y un metros de altura, algo que rebasaba en mucho los quince metros hasta entonces permitidos por la normativa. Pero la década de los sesenta era una época en la que la arquitectura moderna comenzaba a integrarse en el tejido urbano.
Poco a poco, la normativa de fue flexibilizando en favor de aquellos proyectos que permitían modernizar la ciudad. El proyecto de Torre Benita recibe su licencia a pesar de rebasar dicha altura, puesto que cumple el criterio de altura con respecto a la sección de la calle. Pero apenas un año después, la Dirección General de Bellas Artes informa al ayuntamiento de sus dudas respecto al edificio, ya que su presencia interfiere con la percepción de la Torre Hércules, próxima y declarada Monumento Nacional entonces. Sus dudas se constituyen en crítica, puesto que alegan, según indica Argiz en su texto, que fue la ausencia de autorización por parte de esta institución la que motiva el informe. Las consecuencias de este informe son la eliminación de cinco plantas, resultando en las doce actuales con bajocubierta y la indemnización a los promotores con casi un millón de pesetas.
Torre Benita es apenas reconocible más allá de su volumen en la actualidad. El proyecto original proponía una fachada moderna con una magnífica definición geométrica de la carpintería de aluminio, reforzada con batientes verticales que acentúan el carácter vertical de su fachada.
El edificio, al igual que la propuesta de la calle Gregorio Hernández, propone una estructura clásica con basamento, cuerpo y remate. El basamento en este caso se destaca a través de un gran retranqueo que define un bajo comercial con doble altura luminoso y flexible. La homogeneidad y neutralidad material del conjunto permitía la integración de la pieza. En la actualidad la envolvente se ha transformado por completo, distorsionando su imagen inicial.
Ambos edificios, el situado en la calle Gregorio Hernández y en la Plaza san José fueron proyectados el mismo año, y ambos se enmarcan dentro de una modernidad tranquila y al mismo tiempo transformadora que buscaba modernizar el tejido urbano desde las herramientas disponibles.
Cómo encajar la vanguardia en el tejido urbano
El encaje urbano es siempre un desafío para la arquitectura. El corsé aparentemente estético no se define a través de una cuestión tan simple como la imagen final, si no que la estética es una cuestión mucho más profunda y ni siquiera es la única. La integración urbana implica factores legales definidos por la normativa existente (municipal, nacional, patrimonial), condiciones topográficas y reológicas, morfológicas, funcionales y tipológicas. La trascendencia de la imagen provoca que la primera cuestión analítica sea la estética.
La arquitectura de Fernández-Albalat no se puede definir únicamente en términos estéticos, si no que responde a una nueva forma de ver y hacer la arquitectura que dio nombre a toda una generación de arquitectos de posguerra: los pioneros. Responsabilidad y vanguardia eran quizás los dos términos entre los cuales equilibraban su obra, con pocos medios, y pocos argumentos a favor. Sin embargo, los pioneros de la arquitectura moderna han transformado el tejido urbano de muchas ciudades, entre ellas A Coruña.