Las viviendas González Villar en la calle Ramón de la Sagra: racionalismo en A Coruña
El edificio que cierra el ensanche coruñés hacia la avenida de Alfonso Molina, es una pieza compacta y masiva diseñada por el arquitecto coruñés Rafael González Villar en una época difícil: la posguerra española
8 diciembre, 2021 06:00En la arquitectura hay siempre una vocación de permanencia. Incluso en aquellas obras efímeras o perecederas hay una perspectiva que tiene en cuenta la trascendencia temporal de la intervención arquitectónica. La ciudad de Roma, y su poso cultural es un referente para los países de influencia Europea. Cada área de influencia cultural tiene su capa arquitectónica, de manera que los rasgos compositivos determinan una cadencia que atraviesa el tiempo permitiendo que sea identificada popularmente. Así la arquitectura clásica, japonesa, nórdica, china, subsahariana…son tan sólo los calificativos con los que la sociedad valora el entorno cultural en el que se manifiesta lingüísticamente un edificio. En los países de influencia cultural romana aún se plantea la icónica cuestión de los Monty Python: ‘¿Qué nos han dado los romanos?’
‘Cuando se debaten los logros de la civilización romana se enumeran los acueductos y los molinos, sus leyes, su política, su democracia, la Pax romana y el latín, pero en realidad el gran legado de roma para el mundo occidental es el de la sofisticación que esos logros conllevaron y exigieron. Gracias a su aparato estatal y burocrático, Roma fue la primera ciudad occidental con una economía compleja, que permitió a sus ciudadanos, incluso de clases desfavorecidas, gozar de un nivel de prosperidad inusitado hasta la época.’ Octavio medina, Pablo Simón y Juan Font ¿Qué le debemos a Roma?
¿Qué nos han dado los romanos?
Roma esconde muchas respuestas a preguntas arquitectónicas, y sigue siendo aún la referencia a múltiples niveles tantos que algunos, a veces, pasan desapercibidos. Quizás las estrategias más icónicas sean observadas de una manera más romántica como la reinterpretación de los órdenes clásicos, o ciertas organizaciones del espacio público. Pero hay otras, las que no son completamente correctas, las que a veces se reinterpretan sin más explicaciones. Estos pequeños errores de la arquitectura clásica pasan desapercibidos porque se admiten con naturalidad como parte de la ciudad. La fachada sur de la Basílica de San Marco en Venecia y su trampantojo o el más visible de la Scuola Grande di san Marco, el trazado de la via del Babuino en Roma, la ordenación del entorno de la Santa Croce en Florencia…
En la primera no hubo opción de resolver la fachada de forma volumétrica, así que se recurrió a la gran maestría de los pintores venecianos para que desde el mar, la basílica pareciese completamente finalizada. En la segunda, cuando Sixto V plantea la reorganización de la trama urbana de Roma, traza una serie de vías de conexión entre las basílicas en su condición de ‘pontífice máximo’, obviando ligeramente la topografía romana, lo que provoca que la vía de Babuino ante la imposibilidad de salvar una cota muy elevada necesita de una solución singular: la piazza di Spagna y sus icónicos pasos. En la última, la plaza de la Santa Croce es el resultado de un espacio público creado para servir al antiguo anfiteatro, ahora absorbido por la trama urbana de la ciudad, una pieza ubicada en el lado opuesto de la plaza donde un tiempo después se construiría la iglesia.
La naturalidad con la que algunas intervenciones son absorbidas por la ciudad, sean correctas o no, incluso con independencia de la fuerza se su planteamiento o el peso de su autoría, determinan la flexibilidad y capacidad de adaptación del tejido urbano.
En la calle Ramón de la Sagra en su intersección con la avenida de Linares Rivas, se encuentra un edificio de carácter sólido y masivo que cierra la perspectiva de salida de la ciudad a través de esta vía. La pieza, un edificio de viviendas en esquina ocupa seis alturas y bajocubierta a lo largo de una fachada que se desarrolla desde la calle Ramón de la Sagra doblando la esquina hasta incorporarse a la vía principal. De aspecto masivo, esta es una de las últimas obras desarrolladas por el arquitecto coruñés Rafael González Villar (1887-1941) entre 1939 y 1941.
En la construcción de este edificio colisionan dos circunstancias que han de encajar, la primera es la coyuntura socioeconómica, la guerra. La segunda es el desarrollo de la carrera profesional de González Villar que se encuentra en una etapa de madurez, en la que ha conseguido llevar el estilo racionalista hacia una optimización estética única en la ciudad.
Un desafío arquitectónico en la posguerra
El edificio es un desafío en términos compositivos y estéticos, ya que la gran longitud de la fachada entraña varios problemas que es necesario resolver: la repetición, la escala, la monotonía, la masividad, el ritmo de huecos o la integración urbana. González Villar decide utilizar las herramientas de la estética racionalista para organizar la fachada, fragmentándola y dislocando dichas secciones de manera que esta adquiere una repetición armónica y un cierto ritmo.
La fragmentación y dislocación se traduce en la incorporación de la ‘bow window’ como elemento recurrente, elemento que ya aparece en la fachada del edificio del Cine Avenida o en las viviendas de la calle Federico Tapia, 8. La verticalización de la fachada se resalta ligeramente mediante los remates en la última planta, ausentes de decoración, pero geométricos hasta el punto de crear una cornisa variable. Las bandas verticales no ocupadas por las ‘bow windows’ se resuelven de dos formas diferentes para evitar la repetición monótona que transforme la fachada en algo masivo o murario.
El conjunto del edificio se convierte en una fachada armónica, con una definición estética propia de carácter racionalista, es decir elegantemente austera que se construye en un contexto de pobreza absoluta, la inmediata posguerra española. Las viviendas responden al esquema organizativo de la época incluyendo cinco dormitorios, cocina, comedor, gabinete y baños. Las plantas superiores se vieron modificadas por el arquitecto Antonio Vicéns quien redujo pasillos e incorporó patios interiores.
A pesar de todos los inconvenientes de su contexto, el proyecto de González Villar deja aún una huella imborrable en la ciudad. El proyecto corrige el trazado del ensanche de 1883, situándose sobre la parcela por decisión del arquitecto. Décadas después con la construcción del viaducto de acceso a la ciudad, este aspecto se hizo más visible incrementando la percepción del desfase. Hoy en día esta diferencia en la alineación hacia la avenida de Linares Rivas es aún visible, creando una sensación de umbral natural en el acceso a la ciudad.
Arquitectura racionalista
La historia de este edificio define uno de los pensamientos de González Villar: ‘Puede más la tenacidad bien orientada que la espontaneidad mal aprovechada’. Una pieza realizada al final de su vida que resume la arquitectura racionalista coruñesa y que determina una construcción de mínimos en tiempos difíciles. Una obra sólida que se convierte en el testimonio de una transformación urbana que consolida el proyecto de ensanche coruñés colocándolo en situación de crisis, que define una nueva forma de estructurar las fachadas de gran longitud en las nuevas tipologías arquitectónicas de mayor escala que las del XIX.
La naturalidad de algunas interpretaciones urbanas a través del proyecto de arquitectura, permite la integración del mismo si este se resuelve de la forma adecuada. La coincidencia de términos lingüísticos entre el estilo racionalista y el racionalismo del pensamiento, encuentran en la construcción arquitectónica un argumento más para adaptar ambos al signo de los tiempos. La razón y la arquitectura a veces crean irregularidades…pero con naturalidad.