En el ensayo del premio nobel Maurice Maeterlink “La vida de las abejas”, el autor belga escribe: “El espíritu de la colmena" ¿dónde está? ¿En quién se encarna? (…) Dispone sin piedad, pero con discreción, y como sometido a algún deber, de las riquezas, del bienestar, de la libertad, de la vida de todo un pueblo alado”. Apenas dos líneas sencillas, en las que el autor describe un sentimiento común a muchas culturas sometidas, se dibuja una imagen neorrealista de una sociedad ensimismada y desprovista de los modos de expresión más elementales. Miedo escondido, necesidades esenciales, ausencias dolorosas y silencio, un silencio sepulcral que se opone al menester de la reconstrucción física y social para restaurar el ritmo de un país abatido por un conflicto bélico. Europa, asolada por las guerras, tiene experiencia en estas extrañas sensaciones que son sorprendentemente cercanas. España, sometida a una dictadura posterior a la guerra, rehabita su ruina social dibujando una historia diferente. Los mecanismos del estado totalitario, destinan un organismo para reorganizar la población en el país y moldearla en función a sus principios, lo cual genera una homogeneidad en la creación de las nuevas poblaciones y barrios. Una homogeneidad aparente, que se convierte en una realidad diferente para cada lugar.
Durante los primeros años de la dictadura, el periodo de la autarquía que se extendió desde 1939 hasta 1959, la crisis económica era permanente. La depresión económica era tal, que afectó profundamente a las condiciones de vida de los ciudadanos lo que incentivó el mercado negro, la miseria y un retroceso grave de los niveles de bienestar de doscientos años como refiere el catedrático de historia y economía Carlos Barciela López en “Guerra Civil y primer franquismo (1936-1959). Historia económica de España, siglos X-XX” (Ed. Crítica, 2003).
La organización social del país, junto con la reconstrucción se convierten en objetivos vitales para la permanencia del régimen, lo que en términos arquitectónicos se traduce en la construcción de barrios y poblados. La dotación de vivienda enmascara la reorganización socioeconómica del país creando nuevos poblados y barrios a lo largo de toda la geografía. El cineasta Víctor Erice comienza su película “El espíritu de la colmena” con un “Érase una vez”, una fórmula de la fantasía encarnada por la imaginación de las niñas protagonistas del relato, algo que contrasta con la triste realidad de su contexto.
Reconstrucción y colonización
En 1939 se crea la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones (1939-1959) con la vocación de reconstruir las ciudades y poblaciones dañadas por la guerra, a este organismo se sumó la Dirección General de Arquitectura dirigida entonces por Pedro Muguruza (1839-1952). Paralelamente se crea el Instituto Nacional de Colonización (1939-1971) destinado a desarrollar el tejido agrícola mediante la creación de pantanos, poblados y proyectos en el ámbito rural. Los proyectos impulsados por estos organismos, desde un punto de vista exclusivamente arquitectónico, son propuestas mínimas tanto en su presupuesto como en la definición funcional, pero suponen un avance en la vivienda ya que muchos de los arquitectos que las diseñan incluyen en ellas principios del movimiento moderno ocultos dentro de la imagen estética franquista.
En las ciudades, la reconstrucción pasa por reacondicionar estructuralmente el urbanismo de las mismas. La organización se centra en la disposición de edificios emblemáticos del poder franquista en puntos estratégicos, procedimiento similar al realizado por Mussolini en Roma (es icónica la actuación en torno al históricamente relevante Mausoleo de Augusto y el Ara Pacis), pero también en la creación de viviendas sociales e infraestructuras. Todas las ciudades españolas cuentan con alguna o varias actuaciones de este tipo, especialmente aquellas en las que la destrucción fue mayor. Tras la guerra, la crisis había provocado la proliferación de infravivienda por subsistencia y necesidad. En términos arquitectónicos, las nuevas viviendas supondrán un cambio radical para estos ciudadanos, ya que incorporan avances técnicos propios de la época y están dotadas de una aparente dignidad a pesar de la precariedad constructiva. Habitualmente se definen viviendas muy ajustadas en superficie, en las que resulta difícil encajar la convivencia de una familia media de aquel momento, pero incorporan un baño higiénico e independiente, así como, en muchos casos, patio para cultivos o ganadería. Esta tipología arquitectónica es común en los regímenes autoritarios europeos.
Las políticas agrarias de Stalin desarrolladas entre 1948 y 1953 son un ejemplo trascendente a nivel europeo, como menciona Alexandra Kharitonova en su investigación incluida en “Countryside A report” del arquitecto holandés Rem Koolhaas. Desprovistas de los aspectos ideológicos o políticos, estos grandes proyectos (con un cierto tinte megalómano) llevados a cabo por regímenes dictatoriales europeos son analizados con cuidado hoy en día, ya que a pesar de sus claroscuros, se puede extraer mucho de los claros y aplicar las conclusiones en los proyectos de desarrollo contemporáneos como evidencia Koolhaas en su publicación, que analiza propuestas históricas en Rusia, Italia, China, Kenia, Holanda o Francia, que en muchos casos se vinculan a momentos muy duros en términos políticos, culturales, económicos y sociales. A pesar de la coyuntura política, en muchos casos había profesionales muy brillantes trabajando las propuestas, siendo o no afines a la ideología del régimen existente en cada país (aunque estos últimos se viesen obligados a ocultar su disconformidad).
El poblado Pardo de Santayana
El 4 de Abril de 1953 se inauguró en A Coruña una de las colonias enmarcadas dentro de estos procesos de reconstrucción y reorganización urbana. Un poblado de los muchos existentes en la ciudad y que popularmente se conocen como “viviendas de Franco” y en otros lugares “corea”. El poblado Pardo de Santayana situado en la zona de San Roque de Afuera, es contemporáneo de otras actuaciones como las viviendas de Juan Canalejo en Os Mallos o Las viviendas Maria Pita también en Labañou, todas ellas diseñadas por el mismo arquitecto: Juan González Cebrián.
Las viviendas del “Grupo Pardo de Santayana” hoy conocidas como “Grupo Nuestra señora do Perpetuo Socorro”, se encuentran en una zona que, en términos topográficos se encuentra muy expuesta y condicionada. Esta área de la ciudad era poco confortable para crear un hábitat, por ello en ese momento apenas había construcciones y los núcleos de población se situaban ligeramente desplazados al interior como San pedro de Visma. El vacío de estas áreas urbanas, se convierten en espacios para la ubicación de vivienda social, ya que no resultan ser los más agradables para inversores privados.
El veintidós de septiembre de 1951, se constituye el Patronato de vivienda económica de San Roque de Afuera con la voluntad de resolver una demanda de viviendas sociales en esta área de la ciudad. En el documento constitutivo del patronato se indicaba que se construirían setenta y ocho viviendas, apenas un mes después se le une la Organización sindical. Las obras dan comienzo a finales de ese mismo año, en la que participan, según la prensa siete constructores para que el proceso se acelere. Durante el transcurso de las obras falleció un obrero víctima de un accidente laboral, José Seoane Rama, a quien se dedicaría una de las calles tras la inauguración. Cuando se terminan las obras, se realiza un acto propagandístico para mostrar la vanguardia de las inversiones en la ciudad. Y aunque se quería inaugurar el día de San José de 1952, se retrasa un mes, haciéndola coincidir con una efeméride franquista.
La inauguración de las viviendas es una fiesta a la que asiste el gobernador civil, José Manuel Pardo Santayana, falangista antiliberal que apadrina esta colonia, dándole inicialmente su nombre. El acto es relatado por la prensa local como un evento que seguía los protocolos de la época mostrando una cara amable. Se explica igualmente que la compra del terreno fue posible gracias a la venta de excedentes de productos racionados como el azúcar, y que ciertos mesones de la ciudad donaron comida y compraron animales para que los nuevos habitantes de las casas tuviesen una nevera llena y ganado que criar. El acuerdo implicaba que, de los animales engordados parte de estos debían ser cedidos a los mesones como compensación a su generosidad. Por esta razón una de las calles lleva el nombre de “Hostal”.
Un proyecto complejo
Las viviendas que proyectó González Cebrián, son muy sencillas, pero incorporan desde esa perspectiva de mínimos una cierta vanguardia. La vivienda tipo presenta una única planta que ocupa una parte de la parcela. El patio que se crea en la parte posterior se completa con una pequeña construcción secundaria de apoyo a la ganadería o la huerta. Formalmente la estructura de la vivienda puede ser similar a la de cualquier vivienda rural gallega, sin embargo, no parecen encajar en el contexto de la ciudad. Las viviendas parecen haber sido extraídas de un pueblo andaluz, o al menos transmiten esa estética que era del gusto del régimen en intervenciones de carácter rural o semirrural.
La fachada principal incorpora un pequeño porche de entrada en forma de arco rebajado, la cornisa que remata la cubierta de teja y el zócalo que protege el contacto con el terreno son formalmente herederos de un planteamiento arquitectónico diferente al propio de la tradición gallega. A pesar de estas diferencias estéticas, las viviendas se integran debido a su vocación social y a la intención de convertir el vacío entre las diferentes piezas en espacio público. La tipología es muy simple: un volumen con cubierta a dos aguas y huecos dispuestos en ambas fachadas para iluminar las diferentes estancias que se organizan de una manera muy racional. Las estancias que forman parte de la vivienda presentan dimensiones mínimas desde la perspectiva y normativa contemporáneas. El aseo, como elemento innovador dentro de la vivienda, cuenta con apenas un metro de ancho pero ya incluye sanitarios.
La construcción de las viviendas es muy precaria, y sin embargo su estructura es de hormigón. Las dimensiones, capas y materiales utilizados responden al estándar disponible en la época, es decir, el hormigón utilizado no incluye el armado o la sección eficaz contemporáneas. El cerramiento también es muy sencillo compuesto por muros de hormigón ciclópeo (desde un punto de vista actual), así como las carpinterías, que carecen de aislamiento o estanqueidad, aunque en años posteriores los vecinos solventaron estas carencias y sus patologías derivadas poco a poco.
El conjunto se completa meses después de su inauguración con la apertura de las escuelas y la iglesia. Ambas piezas muestran una estética sencilla y humilde, en consonancia con el resto de la colonia. La fachada de la iglesia es un plano sencillo, revocado en blanco que se remata con dos pequeñas volutas rematadas con una borla y una espadaña baja central que sostiene la campana. Para que esta pieza singular, y tan importante en las colonias de origen franquista, pudiese tener un lugar protagonista y al mismo tiempo un espacio público para celebraciones próximo, se organiza de forma que una de las calles principales de la colonia desemboca en ella. De esta forma la iglesia se convierte en fondo perspectivo. Además, destacaba en el conjunto la tienda local que abastecía a la colonia popularmente conocida como la tienda de Celso, y la señora Fina.
El espíritu de la colmena
Las colonias urbanas desarrolladas en la década de los cuarenta y cincuenta, son proyectos arquitectónicos muy audaces en su planteamiento, ya que la falta de recursos constructivos y el corsé estético funcional definido por la dictadura, convertían la labor del arquitecto en un complejo puzle que debía conciliar los aspectos económicos, con los sociales y los políticos. Apenas unos años después llegarían obras más libres y de calidad arquitectónica mayor como los poblados diseñados por Fernández del Amo o Alejandro de la Sota. En conjunto, la perspectiva de estas actuaciones de manera global (recogidos en la publicación ‘Habitar el agua’ Ana Amado, Andrés Patiño) permiten establecer una mirada sobre la arquitectura de la subsistencia y de la reorganización social. En el ámbito urbano, las actuaciones se asemejan a implantes que se multiplicarán década a década con las sucesivas migraciones del campo a la ciudad.
Cada colonia o poblado tiene un carácter diferente, pero hay una identificación directa de las personas que los habitan o los habitaron con ese lugar. En el poblado de Esquivel en Sevilla (Aníbal González, Alejandro de la Sota. 1951-1952), uno de los arquitectónicamente más notables, sus habitantes no dudaron en organizarse en autobuses para asistir a una exposición que se realizaba en Madrid sobre el proyecto.
“Te lo he dicho, es un espíritu. Si eres su amiga, puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas. Soy Ana”. El Espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)
En A Coruña, los barrios están cargados de identidad, pero en aquellos en los que existe una colonia, este aspecto aún es más notable. Quizás porque de alguna forma se transforma ese espíritu de la colmena que mencionaba Maeterlink en un ente abstracto que se ha liberado de la opresión, para convertirse en un espíritu independiente pero arraigado y libre pero comprometido con la comunidad. En El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) la inocencia y la imaginación se mezclan en un realismo minimalista y de tonos ocre, casi como una fotografía detenida en la memoria de la vida en un tiempo difícil. Es la ensoñación de las niñas y su pensamiento sin límites en un mundo oprimido por el silencio, el que por momentos dibuja otro escenario que las hace dueñas de su propia historia. Y es que con el paso de los años, los habitantes de estas originalmente humildes colonias, han hecho suyo el lugar, han construido su relato y han definido su propia identidad a través de un espíritu común.