Una fábrica de caramelos en el barrio de Pescadería de A Coruña
El tejido industrial de A Coruña se localizaba en el área cercana a la playa de Orzán en gran medida, pero una gran parte de él se encontraba integrado en el tejido residencial de A Coruña, creando una tipología urbana única y propia de un tiempo
6 abril, 2022 06:00En la revista "Destino" Álvaro Cunqueiro describía, en ocasiones, escenas de la vida cotidiana. En uno de sus artículos mencionaba cómo los fines de semana la ciudad de Vigo se convertía en el destino de los ciudadanos portugueses más cercanos a la frontera, quienes aprovechaban para comprar algunas cosas que no encontraban en su país, como los caramelos de café con leche.
"Como todos los fines de semana, los comercios de Vigo, los restaurantes, las cafeterías, se llenan de portugueses que vienen a ferias, a comprar zapatos y gabardinas, coca-cola, caramelos y bacalao, y otras mercancías" Álvaro Cunqueiro en la revista "Destino".
El dulce era algo muy especial un puñado de décadas atrás. Quizás en una etapa de escasez debido a la crisis de los primeros años de la dictadura franquista, hacía de la importación y producción de algunos productos una pequeña y melancólica fiesta. A pesar de eso, la mirada detenida de los más pequeños en el escaparate de una tienda de dulces, es una imagen atemporal que, de forma romántica vuelve una y otra vez sobre la memoria colectiva.
La arquitectura del dulce
La arquitectura del dulce pasa desapercibida dentro de la trama urbana. Es en apariencia una pieza más de la que tan sólo parece quedar el recuerdo inmaterial. En A Coruña, las fábricas de dulces: chocolates y caramelos, se encontraban distribuidas a lo largo de la ciudad. Sin embargo, su posición no era precisamente aleatoria o descuidada. El área fabril de la ciudad presentaba límites definidos y se encontraba encajada en las proximidades del tejido residencial, pero había algunas excepciones que, a pesar de representar cierta dispersión mantenían conexiones directas con las infraestructuras de apoyo. Las fábricas vinculadas a productos de uso cotidiano como los comestibles se encajan en ciertas áreas del tejido urbano, próximas a infraestructuras de transporte como el puerto o las estaciones de ferrocarril.
Calle de la Estrella, 22
En la calle de la Estrella, 22 se encuentra en la actualidad un edificio que, en apariencia, es una pieza tradicional propia de la identidad urbana de A Coruña. Se trata de una pieza que seguía las ordenanzas municipales del momento con una planta baja dedicada a un uso comercial, la planta primera con balcones y las plantas superiores formadas por las icónicas galerías blancas de madera. Pero hay un detalle que la hace única, y que pone en cuestión esa excepcionalidad. Una pequeña diferencia puede significar una curiosa historia grande o pequeña.
En la primera planta del edificio, los vidrios de esta pieza tradicional son de colores azul oscuro y amarillo, creando una pequeña distinción. Si bien esta condición puede ser aleatoria, distingue el edificio del lienzo del que forma parte. En la actualidad, la planta baja del edificio alberga la ‘Taberna de Cunqueiro’, pero antes de este uso, el espacio fue ocupado por una fábrica de caramelos y bombones, aunque estos últimos en menor cantidad. A Coruña, comenzó a ver este tipo de fábricas tras la segunda revolución industrial y en la década de los treinta, el tejido productivo de la ciudad se enriqueció.
Los espacios productivos, como la fábrica de caramelos, necesitaban más de la mitad de su superficie para dar cabida a la maquinaria, entonces muy voluminosa. Además, estos espacios debían ventilarse e iluminarse adecuadamente. La fábrica de caramelos, incluía varias estancias como el almacén, la zona de mezclado y enfriado, el espacio de trabajo donde se daba forma a los caramelos y por último un espacio para envasar y empaquetar los productos.
En la fábrica de caramelos de la calle de la Estrella, el espacio de trabajo se encontraba enriquecido por una apertura al patio. Ese patio era compartido por las edificaciones de la manzana y permitía que en ellas se instalasen comercios con uso industrial o productivo. A pesar de contar con un espacio tan rico, en este local no se realizaba venta directa, sólo producción. En la actualidad, la organización del local ha variado, aunque la jerarquía de los espacios es similar pese a que ahora ha de dar acogida a más personas que las que trabajaban en la fábrica. La ventilación mecánica contemporánea permite prescindir de la apertura al patio.
El espacio de la fábrica de caramelos, al igual que la actual taberna, era diáfano y contaba con una superficie de un poco más de 100 metros cuadrados. El patio posterior se ha cerrado parcialmente, por lo que el espacio actual no se beneficia de iluminación natural en la parte posterior.
Un barrio con identidad propia
Situada en la calle de la Estrella, en pleno barrio de la Pescadería, la fábrica era una más de las que componían el laberíntico espacio del barrio. La amalgama de calles, estrechas y próximas entre sí permitían un contacto directo entre ellas, pero también con los clientes. Todas ellas, se encontraban vinculadas de forma directa al puerto, recibiendo fácilmente algunas de las materias primas que llegaban a la ciudad. La estructura urbana del barrio de la Pescadería y la incrustación de sus fábricas de forma orgánica crearon una dinámica y una inercia singulares.
La fábrica de caramelos es un ejemplo de pequeña escala, pero paradigmático en cuanto a la definición identitaria de una forma natural de crecimiento propia de una época de pleno expansionismo derivado de la modernización y revolución industrial.
La fábrica de caramelos forma parte de la memoria de una estructura urbana, y es testimonio de la progresión y la adaptabilidad inevitable al contexto sociocultural. La ciudad, mutable y viva es capaz de transformarse dejando atrás una memoria oculta de la que a veces, sólo quedan pequeños guiños.
El oficio de la arquitectura
Álvaro Cunqueiro hablaba del oficio de escritor describiendo el propósito de la profesión: ‘Lo propio de un escritor es contar claro, seguido y bien. Contar para la totalidad humana, que él por su parte tiene la obligación de alimentar con nuevas miradas. Y si hay algo que esté claro en esta dieta, es que el hombre precisa, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños’. De la misma forma, la ciudad, tiene que contar manera material su historia, alimentando la posibilidad de nuevas miradas. Y mostrando que de la utopía de los sueños y su realidad, a veces inefable, es posible proyectar un futuro al servicio de su sociedad y de su cultura.