A veces las obras más silenciosas son las que más historia esconden. La mano que dibuja y traza un proyecto de arquitectura es, en ocasiones, una herramienta sumaria de experiencias, tactos, acciones o sensaciones. Sostener un lápiz, pasar páginas de un libro, fregar con fuerza, pero también notar el pulso casi en la piel bajo una tela fina, la fuerza de un vehículo al sostener la dirección con el volante o el tacto de la madera constituye, desde la infancia, un archivo de experiencias sensoriales.
En el desarrollo profesional del arquitecto, la mano, como describe Juhanni Pallasmaa, piensa. Acumulada toda esa experiencia, la mano traza una línea a la que seguirán muchas más creando una pieza. La creación artística y su técnica requieren de un dominio perfecto de la mano experimentada por parte del autor que toma las decisiones. Aunque a veces el resultado sea abrumadoramente sencillo.
“Estudiar bien el arte clásico, enseña todo lo que no es clasicismo, porque el clasicismo es imitación, y el arte clásico creación libre y universal”. Carlo Argan
El contexto de la arquitectura, especialmente en Galicia, es fundamental para la definición de un proyecto. No sólo influye el paisaje, la geografía o las costumbres, también lo hace especialmente el clima y los vientos que pueden garantizar o no la supervivencia de una construcción con el paso del tiempo.
“Las fotografías testimonian una elección humana en una situación determinada. He decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo”. John Berger, “Sobre las propiedades del retrato fotográfico”
Las manos de la ciudad
Hay manos que construyen la ciudad. Y ciudades que no se podrían comprender sin determinadas manos que las modelan, sostienen y ordenan. Esta acción no puede ser pretendidamente instantánea, sino que es comprendida con el paso de las décadas e incluso de los siglos, ya que se trata de una labor coral y transdisciplinar sometida constantemente a la prueba de uso y juicio de los ciudadanos y ciudadanas.
En todas las ciudades pueden reconocerse las manos de muchas personas y, entre ellas, las de algunos arquitectos y arquitectas que dibujaron el futuro urbano. Reconocidos de forma memorística por la gente del lugar, sus nombres están indisolublemente ligados a la ciudad. Este es el caso de Ramón Vázquez Molezún (1922-1996) y A Coruña. De origen coruñés, la obra del arquitecto en la ciudad está ligada a su profundo conocimiento de la cultura local, pero también a la experiencia de sus manos. Molezún, becado en la academia de Roma, realizó un viaje de estudios en moto por Europa que se encuentra en la memoria romántica del mundo arquitectónico. Molezún y su motocicleta Lambretta, a la que fotografiaba en cada parada, y que le permitió llegar a casi cualquier lugar, aunque bañadas por una pátina de emoción y nostalgia, configuraron un aprendizaje y sumaron una experiencia personal que el arquitecto aplicaría posteriormente a sus obras.
“Para Molezún era posible construirse un tecnígrafo de igual manera que podía ajustar las piezas de su Lambretta o cortar el fibrocemento de Bruselas”. Justo Isassi
La obra de Molezún, brillante y de gran calidad, incluye piezas que, aunque modestas, no están exentas de maestría. Dentro de su obra coruñesa hay piezas muy destacables como el edificio del Banco Gallego o las viviendas en la calle Concepción Arenal, otras que no llegaron a construirse y algunas que pasan desapercibidas debido a su imagen sencilla y neutra.
Una ciudad en crecimiento
La avenida de Arteixo era, en 1957 una zona poco urbanizada, percibida como un lugar de futura expansión urbana pero de potencial aún invisible. Los promotores comienzan a interesarse por las zonas en desarrollo, por lo que en esas fechas D. José Trillo junto con sus socios encargan a Ramón Vázquez Molezún un edificio de viviendas de renta limitada. Curiosamente la obra resultante dista del proyecto original sin que esta diferencia haya provocado una disminución en la calidad arquitectónica de la pieza.
La parcela en la que se asienta el edificio tiene unas dimensiones de 10x28m, sobre la que se erige el volumen del edificio con seis plantas, bajo y ático, incluyendo dos viviendas por planta. La distribución de las viviendas es sencilla, siguiendo la estrategia global del edificio además de la condición modesta de las viviendas. La distribución incluye dos o tres dormitorios, cocina, salón, despensa y dos baños. Sin embargo, esta organización no era definitiva, ya que, una vez vendidos los pisos, cada propietario realizó alteraciones en la misma para adaptarlas a sus necesidades. Las modificaciones interiores, aparentemente no suponen una gran alteración de la fachada, si el edificio se encuentra construido, pero en este caso, el arquitecto se vio obligado a recomponer la fachada para poder ensamblarla con la nueva distribución.
Una fachada sencilla en apariencia
La fachada del edificio es, al final, la imagen urbana del edificio. Con su personal punto de vista y habilidad para resolver los problemas arquitectónicos con creatividad, Molezún decide recurrir al uso de la ventana alargada, denominada por los arquitectos del momento “fenêtre en longeur” utilizando la terminología acuñada por el arquitecto suizo Le Corbusier. La ventana alargada se había convertido en uno de los símbolos del movimiento moderno, ya que era muestra incontestable de la separación entre estructura y envolvente. Pero a pesar de esa modernidad, Molezún incluye una pieza elemental de la construcción tradicional gallega. Sobre las ventanas dispone un pequeño vierteaguas, elemento esencial en la construcción vernácula cuando la ventana se coloca a haces exteriores para evitar la penetración de agua que resbalaba por la fachada. La carpintería elegida para esta ventana alargada tan singular y moderna, es muy sencilla con perfilería especialmente fina para que la percepción desde la calle sea la de una superficie acristalada de gran transparencia colocada a paño. En la actualidad las carpinterías originales han sido sustituidas o se les ha añadido un recercado que altera la percepción buscada por el arquitecto.
La planta superior, es un remate de referencias clásicas, sencillo y limpio, constituido por seis soportes esbeltos y una delgada cubierta. Las cinco plantas bajo este ático vuelan ligeramente sobre la primera planta y el bajo siguiendo la ordenanza municipal del momento. La materialidad de la fachada definida por el arquitecto es sutil, combina la capacidad reflectante y el brillo de los vidrios de la carpintería con un revestimiento de gres de pequeño tamaño en un tono azul grisáceo. Desde la calle, la fachada neutra y plana comienza a mostrar pequeños detalles que muestran su brillantez: la ventana alargada con vierteaguas superior, el revestimiento cerámico y el remate clásico. El revestimiento de fachada ha sido sustituido en la actualidad por un mortero que ha modificado esa imagen reflectante.
El portal, retoma de nuevo el clasicismo conceptual utilizado en el ático. Esta pieza se realiza con granito local, disponiendo vidrios a hueso y tiradores de madera proporcionando una gradación lingüística genuinamente moderna. El granito permite significar el acceso, pero el vidrio a hueso lo hace desaparecer siguiendo uno de los dogmas más o menos difusos del movimiento moderno, que planteaba la ausencia de la monumentalidad de la entrada. Finalmente, la madera representa la domesticidad o cercanía, el elemento al que asirse para acceder al edificio.
La maestría de Molezún y su capacidad de improvisación en obra, se manifiestan de forma explícita en esta obra. El edificio se modificó durante la construcción, y a pesar de ello el resultado inmediato fue una pieza dotada de sutilezas y detalles sensibles.
Las manos del arquitecto
La experiencia del arquitecto, sus viajes, sus dibujos y vivencias constituyeron una formación esencial para que la mano sobre el papel fuese capaz de dibujar y redibujar el proyecto. La improvisación sabia le permitió desarrollar una pieza arquitectónica sensible y con detalles imperceptibles en una instantánea descuidada, pero que de alguna forma van desvelándose mostrando una atmósfera especial.
Desde la Roma clásica a la riqueza ornamental de los países nórdicos, pasando por la radical modernidad francesa y alemana, Molezún utiliza los recursos dibujados, analizados y aprendidos para realizar sus proyectos.
“Tenía sorprendente habilidad manual que ejercitaba desmontando sus motos y arreglando su frágil barca de Bueu en la ría de Pontevedra, que le permitía proyectar como si estuviera construyendo con sus propias manos” Ricardo Aroca.
La arquitectura construida por manos que han experimentado la cultura es capaz de crear nuevas formas que enriquecen la ciudad. Una cultura extensa, desde el tacto de un material al refinado dibujo del detalle más sensible de una pieza de arquitectura.