El edificio Aliko de A Coruña, un condensador urbano en Os Mallos bajo un juego de geometrías
El edificio Aliko es una pieza arquitectónica integrada en la imagen de la ciudad desde su acceso por la Avenida de la Vedra. Proyectado por el arquitecto José Ramón Miyar Caridad, el edificio es testimonio de un contexto arquitectónico diferente del que aún se pueden recuperar algunos axiomas
20 julio, 2022 06:00La ciudad parece ser una constante, un organismo fosilizado en el que la vida transcurre adaptándose a las formas. Se recrea una percepción inmovilista o en palabras de Marcel Proust “A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas”. Hay edificios, lugares o símbolos que parecen haber estado siempre en el mismo lugar, a pesar de que el paso del tiempo dibuje a su alrededor trazos dinámicos, cambiantes, que son percibidos como líneas borrosas.
A pesar de su aparente perpetuidad, los volúmenes construidos o los espacios inmóviles de la ciudad, experimentan una dualidad en la crítica popular que los califica a través de opiniones, comentarios o simples adjetivaciones. Edificios icónicos que se entienden como patrimonio exquisito y otros que son parte de la forma de la ciudad con una rotundidad inevitable, que provoca alteraciones de la morfología urbana o sencillamente críticas negativas de manera reiterativa. Pero a pesar de las críticas populares, y de los juicios profesionales sobre las deficiencias de algunos edificios de la ciudad, estos forman parte del organismo urbano. Y en muchos casos, su estética se integra de tal manera en la imagen de la ciudad, que su desaparición, aunque representase una mejora aparente, sería sorprendente creando un cierto vacío perceptivo.
La mirada sobre la arquitectura recrea, en ocasiones, una síntesis de juicio simplificada a la dualidad bello y feo. En la cultura griega, como refiere Umberto Eco en su “Historia de la fealdad”, no se creía que el mundo fuera necesariamente bello en su totalidad. De hecho, para Platón la realidad sensible era una imitación torpe de la perfección del mundo de las ideas. Quizás por eso siempre fue más importante analizar la historia de la belleza y sus paradigmas, que la fealdad y sus arquetipos. El modelo de la fealdad se apoya en axiomas propositivos que determinan arquetipos reconocibles en ciertas estrategias urbanas. La ausencia de análisis de esa fealdad en favor de la idealización de lo bello, provoca en ocasiones una elipsis argumentativa en espacios de la ciudad que se consideran popularmente desagradable.
“(…) nosotros no aspiramos a una vida estable, porque la vida es un follón de la leche y nosotros aspiramos a revolcarnos en ese follón, a confundirnos con lo que tocamos y a diferenciar en la bruma lo que nos da la gana y creemos pertinente: lo que nos pertenece a cada uno de nosotros. Según la genética, lo aprendido y el azar.” Rodrigo García en ‘Prefiero que me quite el sueño Goya que cualquier otro hijo de puta’.
El sentido de los términos ha cambiado a lo largo de la historia, especialmente en el mundo de la arquitectura. Uno de los axiomas del juicio estético, entre muchos otros, es la proporción, para un filósofo medieval este concepto aludía a las dimensiones y la forma de una catedral gótica como indica Eco, mientras que un teórico renacentista pensaba en la sección áurea, interpretando como ‘bárbaras’ las composiciones góticas. Con la ilustración, el filósofo Voltaire buscó una disolución de una definición de la belleza absoluta, aludiendo a una pequeña historia sobre un sapo, planteando la premisa: “Preguntad a un sapo qué es la belleza”.
Hay edificios en la ciudad que tradicionalmente llevan asociado un adjetivo negativo, y que popularmente son considerados fuera de los cánones estéticos del momento. Su listado en base al criterio popular los señala, elaborando un catálogo particular en cada ciudad. En Reino Unido incluso existe el Premio Carbuncle al edificio más feo, aunque en la historiografía del galardón existen pequeñas excepciones que son obras de gran valor arquitectónico como el Serpentine Pavilion de 2006 diseñado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas. Si bien el criterio es suficientemente amplio como para dar fundamento a la clasificación, ¿y si se obviase el juicio estético entendiéndolo como un constructo mutable, sería posible valorar una pieza arquitectónica?
El edificio Aliko
En A Coruña hay muchos edificios que los ciudadanos o los visitantes miran con cierta resignación, señalándolos como ejemplo de fealdad o de contraste. Debido a su escala, su lenguaje o su composición, este conjunto genera un negativo urbano. Quizás debido a esta condición pocas veces se habla de ellos en términos interpretativos.
El edificio Aliko es una pieza de valor representativo ya que, en parte, y debido a su gran escala, fue concebida como una imagen integrada en la primera instantánea que el visitante tendría de la ciudad. En el momento de su construcción, la avenida de la Vedra era una obra relativamente reciente y formaba parte de una modernización urbana de la ciudad, en cuyo extremo se situaban la fábrica de Coca-Cola y el concesionario de SEAT, obras pioneras del Movimiento Moderno en la ciudad proyectadas por Andrés Fernández-Albalat. El edificio Aliko es obra del arquitecto José Ramón Miyar Caridad (1939-2010), autor de numerosos edificios de viviendas y de algunos edificios públicos como la sede de la Agencia Tributaria en la calle Comandante Fontanes.
Situado en la avenida de la Sardiñeira en los números 36 y 37, es un volumen de gran tamaño que define un cambio de escala, al que posteriormente seguirían numerosos edificios de la zona próxima al acceso de la ciudad. Compuesto por geometrías que se van asociando entre sí de forma proporcional, se crea un interesante juego de volúmenes. La repetición y la homotecia son las herramientas fundamentales en la composición de la fachada y por extensión del edificio. La alternancia en la organización numérica de dichas piezas, crean una percepción dinámica de la fachada que obliga al ojo a seguir “a saltos” el perfil del edificio. Es precisamente la topografía de la cubierta la que unifica el conjunto y lo organiza. El truco utilizado en la composición por el arquitecto, es la fragmentación, que permite comprender el edificio como una pieza más pequeña, en contraposición a la rotundidad del mismo volumen resuelto mediante una geometría pura lo que generaría una monolítica fachada lisa y grave.
Al margen de la composición volumétrica, un edificio de tal magnitud requiere de una organización funcional estricta ya que acoge 171 viviendas. Esta tipología edificatoria, muy común en la década de los setenta y ochenta, que se corresponde en muchos países con el postmodernismo y específicamente con el brutalismo, enfoca el edificio desde los flujos de movimiento y lo concibe como un condensador capaz de constituirse como un pequeño pueblo o barrio en sí mismo. Grandes ejemplos protegidos por instituciones patrimoniales como el Robin Hood Gardens (Alison & Peter Smithson, 1960), la Unidad Vecinal del Barrio de las flores (Corrales, 1965), el complejo de viviendas en Karaburma (Rista Sekerinski, 1963), el Barbican (Chamberlin, Powell y Bon, 1965-1976), el Split Level House (Atelier 40, 1966) o las viviendas Pegli 3 (Aldo Luigi Rizzo, 1980-1989), son obras singulares, de estética peculiar que se conciben como un ecosistema independiente del resto de la ciudad.
Conceptos abandonables y abandonados
Uno de los conceptos que se esconde entre los planteamientos funcionales de este tipo de edificios es el de “ojos en la calle”, definido por Jane Jacobs en “La muerte y la vida de las grandes ciudades estadounidenses”, y que alude a las comunicaciones interiores dentro del edificio que terminaban generando calles en altura. Las circulaciones interiores en estas tipologías edificatorias son enormemente complejas, llegando a producir aparentes laberintos, al menos para las personas no familiarizadas con el edificio. En muchos edificios similares, este tipo de organización no llegó a funcionar adecuadamente, ya que los pasillos no se conectaban entre sí creando espacios sin salida que generaban gran confusión.
El edificio Aliko, pertenece a un contexto social y arquitectónico, en que la creación de condensadores urbanos como futuro de la vivienda, estaba considerado la mejor opción siguiendo el ejemplo de Reino Unido, Alemania, Suiza o Japón. La idea de reducir el espacio ocupado en favor de la altura, como si de una torre se tratase, pero conservando algunos rasgos amables de las opciones metabolistas inmediatamente anteriores. La herencia del Movimiento Moderno se ve transformada a través de arquitectos escépticos como Allison y Peter Smithson, que ponen en crisis la reciedumbre del dogma moderno para acercarlo a la sociedad desde un punto de vista más flexible y relacionado con la idea de hábitat, dejando el formalismo a un lado. Los tiempos cambiaron y la arquitectura también, el mundo ya pensaba de otra manera. Este tipo de edificaciones resultarían impensables hoy en día, porque la forma de pensar la vida y su atavío es completamente diferente. La contemporaneidad más reciente marca una definición próxima al arquitecto esrilanqués Geoffrey Bawa “la naturaleza nos rodea y es bien sabido que, en la naturaleza, nada es perfecto y todo es perfecto”. El camino hacia un naturalismo crítico, que no olvida el contexto, ni la idea de hábitat, pero tampoco la vanguardia cultural capaz de simbolizar el momento, parece comenzar a dibujarse en el pensamiento colectivo dejando en el abandono aquellas piezas de otros tiempos.
Una biblioteca construida
Quizás la arquitectura pueda funcionar en ocasiones como una gran biblioteca de la biografía cultural de un pueblo. Muestra ejemplares de edificios, todos diferentes, aunque haya similitudes formales, estructurales, estéticas o funcionales. Pensar la ciudad como una gran muestra de lo escrito por una comunidad, permite realizar un juicio más profundo o al menos transversal obviando las afirmaciones absolutas para rescatar ideas o axiomas que pueden cobrar sentido hoy en día, como quien aplica una cita de Sócrates más de veintitrés siglos después
“La lavadora está rota, en la tele se ven sólo dos cadenas, la plancha perfora la ropa, el lavavajillas jamás funcionó, la aspiradora hace un ruido infernal, el móvil no tiene cobertura ni batería y la memoria del Mac petó, pero la biblioteca nos sigue funcionando, joder”. Rodrigo García ‘Prefiero que me quite el sueño Goya que cualquier otro hijo de puta’
Pero la biblioteca arquitectónica patrimonio de la ciudad y de sus habitantes, no es un fósil inmóvil ni tampoco un escenario, esconde un truco que nunca revela salvo que el espíritu crítico del individuo le obligue a mirar atrás. Y es que siempre está ahí, creciendo y transformándose de forma lenta, narrando nuestra historia y pensamiento de forma compleja. El juicio simplista no existe en arquitectura, si eso sucede quizás sea el momento de mirar una segunda vez. Porque si bien es obvio que una pieza interpretada por la singular e irrepetible Portsmouth Sinfonia no suena especialmente bien (de hecho no suena nada bien) si no se entiende como un ejercicio experimental, el compositor Louis Spohr definió la Quinta Sinfonía de Beethoven como ”una orgía de estruendo y vulgaridad”. Reflexionar sobre ambos y analizar su contexto, quizás encontraría algún dato interesante en la “Obertura de Guillermo Tell” (Gioachino Rosini, 1828) interpretada por la Portsmouth Sinfonia (con la intervención de Brian Eno) a pesar de la risa y la razonable incredulidad, pero sería más complejo identificar la Quinta Sinfonía como una obra tan detestable como decía Spohr. Algunos adjetivos no serían los mismos.