Un galeón escondido entre modernismo en la calle Francisco González de A Coruña
El edificio de viviendas en la calle Fernando González 5, es obra del arquitecto modernista Julio Galán. Construida en 1908, esconde tras su fachada pistas para encontrar algo extraordinario
27 julio, 2022 06:00Marco Aurelio recoge en sus meditaciones la descripción de un ritual singular en la cultura romana que, con el paso de las décadas ha desaparecido o simplemente mutado a través de nuevos paradigmas religiosos. El lectisternium, era un rito de purificación que se realizaba sobre la ciudad y cuya primera celebración tuvo lugar en el año 399aC. El evento se celebraba para frenar fenómenos especiales y extraordinarios, es decir, para de alguna forma reafirmar una cierta normalidad frente al miedo generado por el cambio. Durante su celebración se servía un banquete a las imágenes de los dioses tumbadas sobre cojines, mientras que los ciudadanos visitaban los santuarios y rezaban plegarias. Detener lo extraordinario frente a un miedo abstracto, define una posición inmovilista que busca mantener el ecosistema urbano.
En tiempos del imperio romano, este tipo de rituales garantizaban la estabilidad, puesto que servían de bálsamo social ante calamidades en ocasiones inevitables como fenómenos meteorológicos o epidemias de enfermedades entonces desconocidas. Y, sin embargo, en la actualidad, aunque el ritualismo del lectisternium ha desaparecido, en cierto modo la ciudad oculta lo extraordinario dentro de un continuo ordinario. Algo que ya no parece necesario…o quizás sí, porque esta coyuntura crea un efecto de intriga aventurera en la que, con suerte, se puede descubrir algo extraordinario.
‘Desde hace décadas, la atención de los historiadores se ha fijado preferentemente en los largos períodos, como si, por debajo de las peripecias políticas y de sus episodios, se propusieran sacar a la luz los equilibrios estables y difíciles de alterar, los procesos irreversibles, las regulaciones constantes, los fenómenos tendenciales que culminan y se invierten tras de las continuidades seculares, los movimientos de acumulación y las saturaciones lentas, los grandes zócalos inmóviles y mudos que el entrecruzamiento de los relatos tradicionales había cubierto de una espesa capa de acontecimientos‘. Michel Focault
A veces, es buena idea caminar por la ciudad buscando lo extraordinario entre lo ordinario, sin pensar en grandes perspectivas, tan sólo mirando más allá de “las espesas capas de acontecimientos”.
Una calle cargada de arquitectura
En la calle Fernando González, hay numerosos edificios únicos, como el número 47 de la calle Juan Flórez de Carlos Meijide, el edificio Pou de Miguel Fisac o la Casa Díaz Amil de Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés. Entre ellos, en el número 5, se encuentra una pequeña pieza modernista obra de Julio Galán Carbajal, discreta desde el punto de vista modernista, aunque esconde conceptos que pasan inadvertidos.
El edificio de viviendas, fue proyectado por Galán Carbajal entre 1908 y 1909, fechas en las que se encontraba en A Coruña ejerciendo de arquitecto municipal, un cargo que desarrolló desde 1901 hasta 1911, fecha en la que fue nombrado arquitecto municipal de Oviedo volviendo así a su Asturias natal. El bloque de viviendas se manifiesta al exterior como una fachada plana modernista, a diferencia de otras, sin apenas volumen y que, sin embargo, propone una visión vanguardista.
La parcela, de diecisiete metros de frente, esconde tras de sí un volumen que incorpora rasgos regionalistas. Pero además no se trata de una superficie plana sin más, sino que en ella se fusionan dos épocas y una relación especial con la Casa Díaz Amil.
El edificio se organizaba originalmente en tres plantas y bajo, a las que se añadió una más en 1934. El cuarto piso, es incorporado por los arquitectos Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés al tiempo que se construye la casa Díaz Amil. La estrategia de esta ampliación es la de igualar cornisas en términos compositivos, ya que el edificio de Julio Galán distorsionaba la escala previsible para la calle. De hecho, el edificio Pou, así como el número 47 de la calle Juan Flórez alcanzan una mayor altura cumpliendo la normativa aprobada con posterioridad. A pesar de la enorme distancia compositiva y lingüística entre la Casa Díaz Amil y el número 5 de Fernando González, así como las formas diferentes de entender la arquitectura de Tenreiro, Estellés y Carbajal, la cuarta planta del edificio se integra a la perfección dentro de la fachada al tiempo que se ata al volumen colindante.
Cada una de las cuatro plantas incorpora una distribución casi simétrica en torno a un pasillo que discurre en paralelo a la fachada. Hacia el sur, en la fachada posterior se ubicaban la cocina, el comedor y una galería que funcionaba como sala de estar y en cuyo extremo, como era tradición, se encontraba el baño. Mientras que en la fachada principal se encontraban las habitaciones y el salón. La organización de las viviendas sigue el esquema tradicional de la arquitectura vernácula con su distribución tradicional. La galería, pieza fundamental de la arquitectura coruñesa, era la fachada trasera del edificio y, al igual que en los castillos de popa de los galeones, en estas se ubicaba el espacio de aseo. Esta posición no responde a una condición formalista, sino a la sensatez organizativa heredada de la arquitectura naval. Cuando el baño se incorporó al espacio de la vivienda, se ubicó en el lugar más ventilado, por lo tanto, más higiénico, y en una posición secundaria respecto a la distribución de la casa, es decir, en su fachada posterior. Los acabados interiores de la casa, son los propios de la época, con suelos de madera, enlucidos interiores con ornamentación en yeso y carpinterías de madera.
Esgrafiados modernistas
La envolvente modernista esconde en su estructura organizativa una vivienda tradicional coruñesa, con galería y rasgos propios adaptados a los criterios higienistas derivados de las nuevas ordenanzas paralelas al crecimiento del ensanche. Pero también descubre una transformación en la que se adivina una antigua cornisa sobre la tercera planta, que parece falsa, pero que fue el remate original del edificio durante años.
La ornamentación de la fachada es sencilla en comparación con otras obras de Julio Galán como la Casa Viturro, las viviendas en Juana de Vega 56, o la Casa Rey. La fachada de este proyecto se puede comprender como un perfeccionamiento del edificio de viviendas en la calle Galera 8. Aquí el ornamento se dispone de una forma más elegante, esponjada y aparentemente sencilla. Para ello Julio Galán, utiliza el esgrafiado, adaptando esta técnica italiana a los medios del momento y del lugar. El esgrafiado es un tipo de revestimiento decorativo tradicional realizado sobre enlucidos y revoco de muros, es decir, un tipo de ‘grabado’ sobre una superficie estofada a partir de capas superpuestas que pueden incorporar diferentes colores. La técnica se fue transformando localmente según la cultura del lugar, estableciendo en España varias tradiciones como la nazarí o la catalana. Dada la época y el lenguaje arquitectónico utilizado por el arquitecto, Julio Galán recurre a la tradición catalana que utilizaba el esgrafiado como fórmula para dotar de mayor dignidad a la decoración de las viviendas burguesas.
Los elementos lingüísticos elegidos por el arquitecto son mayoritariamente florales, pero incluye una pequeña referencia local que no se esconde, pero pasa, en gran medida desapercibida entre el resto de la ornamentación: el timón. La ornamentación sigue una sutil jerarquía, desde la base que genera un zócalo de aspecto grave, a la ‘falsa cornisa’ que remata con cierto volumen el límite del edificio. El plano vertical de fachada se organiza en bandas verticales, utilizando los huecos como elementos compositivos elementales. En el plano de fachada hay diferencias casi imperceptibles en cada una de las plantas: los huecos de la primera planta son perfectamente rectangulares, mientras que los de la segunda se rematan con un arco rebajado, y los de la tercera con un arco de tres centros. De la misma forma la ornamentación de cada planta varía siguiendo los mismos grados de libertad: la primera planta incorpora frisos con motivos florales, la segunda, motivos geométricos orgánicos y la tercera, guirnaldas, hojas e incluso una línea de imposta de atado que se duplica mediante una cornisa curva que vuela en la parte superior. El añadido posterior realizado por Tenreiro y Estellés, mantiene el criterio lingüístico de Galán, pero lo asimilan mediante una cierta contención para evitar que el centro de gravedad perceptivo de la fachada se desplace hacia la cornisa, y mantener así intacta la estrategia compositiva del proyecto original.
Un galeón abstracto con timón y popa
‘El origen de la galería gallega se pone en relación con la construcción naval en las ciudades de Ferrol y A Coruña, ya que existe la hipótesis de que fueron precisamente las galerías de popa de los navíos los modelos que, adaptados a una arquitectura terrestre, generarían la tipología’. Joaquín Fernández Madrid en ‘La galería en Galicia como elemento de la arquitectura del agua’, 1992
El timón es una referencia náutica, pero también lo es la galería. Esta pieza que siempre se ha visto como una traslación del castillo de popa de un galeón, incorpora ventanas de guillotina que se construyen con madera en ocasiones con ricas decoraciones. Así, la fachada principal oculta tras sus ventanas de apertura francesa con despiece modernista y esgrafiados de motivos orgánicos un “galeón abstracto” del que sólo aparece una pequeña pista: un timón.
‘Lo que un cuadro simboliza es externo a este en cuanto obra de arte. Su tema, si lo posee, sus referencias – sutiles u obvias- mediante símbolos tomados de un vocabulario más o menos conocido no tienen nada que ver con su valor o carácter estético o artístico. Aquello a lo que un cuadro de algún modo se refiere, abierta u ocultamente yace fuera de este’. Nelson Goodman ‘¿Cuándo es el arte?’, 1990
Caminar por la ciudad al encuentro de lo extraordinario entre lo cotidiano, quizás resida en la mirada del paseante. Pero a veces hay algunas pequeñas pistas que permiten encontrar galeones en medio de la ciudad.