La plaza de las Bárbaras de A Coruña: La intimidad de lo antiguo
La construcción de la ciudad no sólo se articula a través de llenos, sino también de vacíos. En A Coruña, uno de esos vacíos, la Plaza de las Bárbaras, alberga una atmósfera especial que esconde claves arquitectónicas que a veces no se cuentan
21 septiembre, 2022 06:00La arquitectura es, a veces, vacío. Pero no un vacío hueco, en el que se apaga la voz anticipando un profundo sentimiento de ausencia, sino un vacío más próximo a la elipsis del cine, la magia o la música. La composición a través de los vacíos, es una forma de construir una atmósfera a través del ritmo. Ernst Lubitsch, el cineasta alemán, recomendaba a Billy Wilder utilizar los vacíos entre las afiladas y brillantes réplicas de su guion porque, tras un pase de prueba para el público, detectó un error de principiante muy común: no dejaba espacio para la carcajada de los espectadores, así que estos no lograban escuchar el diálogo al completo. En 1952, el músico John Cage presentó su obra 4’33’’, lo que para algunos fue un insulto o una broma, pero para otros una obra de arte, fue el resultado de una experimentación con el silencio o el vacío musical. En arquitectura, una de las formas de representar el vacío, es la ausencia de construcción, aunque no sea siempre así.
‘…Por las noches bajábamos a los muelles del Bastión, junto al mar, bajo un cielo negro como carbón, salpicado de estrellas, para mirar los barcos, silenciosos y extraños… El teatro griego es imponente en dimensiones y en efecto. La misma hermosa gravedad de los templos. La clave de todo ello está en el espacio abierto bajo los cielos, los asientos alrededor del escenario, el llano y el mar. La sencillez de concepción y la gran unidad entre uso y significado ligan el conjunto dándole plenitud arquitectónica”. Gunnar Asplund durante su viaje de estudios por el Mediterráneo, en Siracusa.
En la arquitectura clásica, la relación de la arquitectura con el paisaje parte de una mirada diferente. La integración es natural, ya que el propio soporte forma parte de la pieza arquitectónica creando más una ordenación o moldeado del territorio. Esta mirada puede entenderse a través de las palabras de Plinio: “La mente es el verdadero instrumento de la visión y la observación, y los ojos sirven como una especie de vasija que recibe y transmite la porción visible de la conciencia”. La ilusión de imitar a la naturaleza para crear con ella un determinado efecto como un teatro o un templo, define una intención de adaptar el territorio para hacerlo habitable. Y eso significa no sólo cobijo u organización para una determinada actividad, sino también de significado.
Mirar al cielo
Mirar al cielo y ver las estrellas en un teatro clásico es una consecuencia técnica (o de ausencia de tecnología que permita cubrir grandes luces), pero se aprovecha como un recurso compositivo y simbólico capaz de crear una cierta fenomenología que forma parte de la representación. El vacío en arquitectura es un numen.
La ciudad está poblada de vacíos. Silencios urbanos que tienen habitualmente un origen histórico cuya morfología está determinada por aspectos simbólicos o accidentales, pero que en la ciudad contemporánea se planifican de forma deliberada creando cicatrices orgullosas en la trama urbana. Y es que en términos compositivos a veces existe una tendencia a olvidar lo obvio frente al espacio sus dimensiones, sus formas e implicaciones.
Descubrir una plaza en una ciudad significa en muchos casos penetrar en un espacio abierto, pero de apariencia doméstica. La plaza de San Felip Neri en Barcelona, es un maravilloso descubrimiento para quien nunca la visitó, especialmente a finales de primavera cuando sus tipuanas en flor comienzan a alfombrar el suelo de amarillo lentamente como si fuesen copos de nieve. Si en lugar de flores cayendo lentamente, se escuchase un rumor de agua lejano ese descubrimiento quizás tendría lugar en la ciudad de Venecia. Y siguiendo con un ritmo no demasiado apresurado a un gato aparentemente callejero, el hallazgo seguramente podría situarse en una pequeña población de las Cícladas. La búsqueda del caminante de la ciudad culmina casi siempre con un descubrimiento que tiene algo emocionalmente fenomenológico.
Una plaza sencilla
En A Coruña, hay una plaza que se circunscribe dentro de esas condiciones que abrazan la percepción del paseante y le invitan a entrar. La plaza de Santa Bárbara, conocida popularmente como ‘las Bárbaras’, es un espacio cuyo nombre se repite en las conversaciones que recomiendan caminos dentro de la ciudad. La fenomenología de esta plaza se dibuja entre el vacío y el silencio, un hueco formado dentro de una estructura compacta, y una ausencia de sonidos estridentes capaz de transmitir serenidad. Pero antes de abandonarse voluntariamente al placer de, sencillamente, disfrutar del espacio, es interesante analizar las características de este lugar. Quizás entre ellas se desvelen algunas claves que respondan a preguntas no formuladas porque, cuando un espacio es interpretado desde el deleite, todo lo demás carece de importancia.
El espacio de la plaza es una estructura muy formalizada, y de apariencia rígida, es decir, es fácil comprender los parámetros geométricos de la misma con un solo golpe de vista. A pesar de este planteamiento grave, la plaza es permeable en todas sus caras sin que esto sea percibido. Tres de sus lados se encuentran cerrados por muros, pero en paralelo a la fachada que hace de fondo se desliza lateralmente una calle cuya presencia no se percibe hasta avanzar al interior de esta. El fondo de la plaza y su lateral derecho desde la calle de Santa María están cerrados con la fachada del Convento de Santa Bárbara, mientras que el frente opuesto está ocupado por edificios de vivienda.
Todas las fachadas, a pesar de la severidad de sus muros, se encuentran perforadas por huecos de tamaños diferentes que crean una extraña armonía. Contrasta especialmente el ritmo constante de los huecos del convento, de tamaño casi idéntico y repetición constante, además de los dos accesos de la fachada que sirve de fondo escenográfico caracterizada por unos sencillos arcos de medio punto. El lateral formado por las viviendas, tiene un carácter más orgánico y por tanto los huecos, así como el ritmo de las fachadas es diverso. La morfología desequilibrada entre las fachadas, contribuye en realidad a crear una armonía perceptiva que por una parte es mesurada y por otra refleja la identidad polifacética de la ciudad.
Pero hay más elementos fundamentales como los símbolos, la materialidad y la vegetación, además de la historia que emana dotando de relato a la atmósfera. En el centro de la plaza se sitúa un pequeño crucero de granito montado sobre un plinto de cuatro escalones. La plaza cuenta con siete árboles (acacias y castaños de indias) de los cuales destaca uno de ellos por su dimensión, ya que su copa hace las veces de ‘techo’ de la plaza.
Cómo se construye una atmósfera
La materialidad es una de las claves de la atmósfera de la plaza. La omnipresencia de la piedra se equilibra con el colorido de los huecos y la neutralidad de las fachadas de las viviendas. La morfología diferente de la piedra en la plaza compone un vocabulario fácilmente legible por el paseando urbano, ya que ayuda a identificar los recorridos en la plaza, los símbolos representativos, a poner de manifiesto la relevancia de los huecos y a detectar la jerarquía de los edificios que la forman. El despiece y trabajo de la piedra es revelador.
El muro lateral del convento está ejecutado en sillería sugiriendo opacidad, mientras que el fondo, donde se encuentra el acceso a la capilla, se utiliza mampostería careada con sillares únicamente como refuerzo de los huecos. Si bien esta distinción obedece exclusivamente a un criterio constructivo que responde a las solicitaciones de los dinteles y de las diferentes posiciones de los muros de carga con respecto a la estructura global, la interpretación de esta forma de construir con el paso del tiempo, ha derivado en percibir el sillar como umbral significativo si forma un arco o dintel, o total opacidad y monumentalidad si se utiliza en un muro.
La atmósfera de la plaza, se ve reafirmada con la particular iluminación que se produce cuando la luz natural atraviesa la copa de los árboles y toca los muros matizando el color, la intensidad y los reflejos. Pero como en todos los lugares que dibujan un clima particular, parece existir algo que no se cuenta, una intuición que se revela real con una lectura somera, pero más detenida de algunos paramentos. La dimensión histórica, o los acontecimientos puntuales que tuvieron lugar en la plaza se manifiestan respondiendo a la curiosidad intuitiva del paseante.
El convento de Santa Bárbara, que define dos fachadas de la plaza, así como la direccionalidad tangente a través de la calle Herrerías, es una pieza discreta pero de gran presencia. El convento fundado en 1491 por orden del Papa Alejandro VI a iniciativa de Aldara Núñez, se construyó en el lugar en el que originalmente existía una pequeña capilla dedicada a Santa Bárbara. Posteriormente Gómez Pérez das Mariñas, aristócrata coruñés, les cedió una casa y una huerta para poder construir la comunidad que se vio aumentada en los años siguientes consecuencia de los privilegios concedidos por el arzobispado y el concejo.
La posición del convento, hoy consolidada en el tejido urbano esconde algunas claves perceptivas como la existencia del portillo de la Herrería que atraviesa la muralla adyacente al convento, o un discreto relieve sobre la puerta de acceso. Este grabado en piedra muestra motivos como el peregrino, la piedad franciscana, en Juicio Final y el Cristo Redentor, en la que la escena representa a San Miguel se pesando las almas en una balanza y Santiago protegiendo a los peregrinos. El convento ha sido objeto de numerosas transformaciones debido a los avatares históricos como la toma de las tropas francesas en 1809, o la desamortización de Mendizábal entre 1842 y 1846. En la actualidad las religiosas, de clausura (desde el siglo XVII), pertenecen a la orden de Santa Clara (desde 1846-1912). La iglesia actual, de estilo barroco fue terminada en 1786 y sustituye a la original gótica, muy deteriorada. El conjunto del convento es complejo, y es objeto de un relato propio, pero su presencia en la plaza es determinante para terminar de dibujar la atmósfera del lugar.
En 1971 el conjunto arquitectónico de la Plaza de las Bárbaras fue declarado conjunto histórico-artístico nacional con el fin de “evitar que un conjunto tan valioso pueda sufrir innovaciones o reformas que le perjudiquen” (BOE 31/03/1971).
La intimidad de lo antiguo
En “El Rey Pescador” (Terry Gilliam, 1991), los dos protagonistas, Jeff Bridges y Robin Williams, se tumban de noche en pleno Central Park. Tras todo lo que han pasado a lo largo de la trama, entienden la ciudad de Nueva York como un espacio doméstico y lo único que desean es relajarse en el “sofá” de la ciudad, en este caso el parque, y contemplar los fuegos artificiales. Los espacios vacíos de la ciudad, definen una estructura necesaria, que permite comprenderla como un espacio humanizado y doméstico. Las plazas, en la tradición occidental tienen un significado especial como lugar de encuentro de la comunidad, un espacio doméstico en el que expresarse o celebrar de manera colectiva.
"Cuando se recorren las ruinas de estas ciudades griegas, se nota con cuanta escrupulosidad los arquitectos de la época dorada han sacado partido de la situación de los emplazamientos para hacer valer sus monumentos. Aman la arquitectura en cuanto arte, pero aman también la naturaleza, la luz; casi con coquetería, diría, disponen el edificio; ¡evitan la monotonía, reducen el aburrimiento! Son sabios, artistas severos, llenos de respeto por los principios y la forma; son también sutiles decoradores, delicados escenógrafos. El arquitecto griego no nivela el macizo que servirá de base a su edificio, lo decora, aprovecha sus asperezas, lo recorta con gusto, como profundo conocedor del efecto… El romano no se siente bajo el imperio de estas preocupaciones, es sensible a otras bellezas. En primer lugar se impone con agrado a la naturaleza, la somete a su deseo por el orden y la grandeza” Viollet le Duc, 1836 Agrigento
La ciudad como organismo, y el espacio público como adaptación cuidada de una forma de habitar, convierten a la aparente construcción rígida del tejido urbano, en un lugar colectivo. Jane Jacobs y su lucha por proteger Washington Square de las intenciones de Robert Moses o, ampliando la perspectiva, el simbolismo del que se revisten las plazas europeas en cualquier celebración, representan testimonios de la importancia que el vacío urbano tiene en la vida diaria de los ciudadanos. La arquitectura no se confina en los edificios, sino que también lo hace a través de los silencios, los vacíos.
Aunque quizás lo mejor de esta plaza sea aproximarse lentamente por la calle Herrerías, siguiendo el potente muro de piedra que parece no tener fin, hasta llegar a la plaza, como quien tras recorrer el laberinto como en una novela de Borges, alcanza un lugar singular. Rafael describía esa sensación tras contemplar el espacio interior del Panteón como un lugar en el que después de la tormenta, resuena el silencio y sólo caen unos goterones, entra un aire nuevo que no se deja poseer. El paseante penetra en la intimidad de lo antiguo.