El edificio de González Villar en la calle Tren de A Coruña (la Salita de Juegos)

El edificio de González Villar en la calle Tren de A Coruña (la Salita de Juegos)

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El edificio de González Villar en la calle Tren de A Coruña (la Salita de Juegos)

El arquitecto Rafael González Villar proyecta un edificio de viviendas entre la calle Tren y calle Campo de Artillería que tiene la capacidad de vibrar y cuyos destellos dorados, aunque abstractos, llegan al día de hoy

19 octubre, 2022 06:00

Hay disciplinas artísticas que parecen no dar más de sí. Y entonces, el arte se convierte en un extraño objeto de lujo, a veces patrimonial, para contemplar en museos o destinado a ser un bien de intercambio en transacciones comerciales de aspecto inasequible. Pero a veces, de forma inesperada, el arte golpea a la sociedad y cuando lo hace, no hay lugar para la indiferencia. Quizás porque la profundidad de ese impacto agarra con fuerza entrañas de una percepción que parecía adormecida en la monotonía de la dinámica social posmoderna. 

Cuando Marina Abramovic grita, mira o se cae, conmueve o al menos altera a quien la mira. De alguna forma apela al observador, busca la conexión a través de la cual éste sea capaz de leer e interpretar lo que, a través del arte, intenta transmitir. Pero ¿y si no hay más que una imagen pintada o impresa? La ausencia de movimiento propia del teatro, del cine o de las artes performativas parece detener la idea de emoción y, sin embargo, hay obras contemporáneas capaces de conseguirlo. El arte empuja sus límites aunque la técnica no experimente variaciones ostensibles. 

El fotógrafo Wolfgang Tillmans muestra en ocasiones escenas cotidianas, como dos personas besándose, un plato con comida o una ventana semiabierta, pero provocan una reacción en quien las mira. De alguna forma conectan con emociones internas. Los cuadros de Jenny Saville, aunque óleos tradicionales, están muy lejos de trasmitir las sensaciones de otras obras de arte tradicionales. Sus monumentales pinturas constituyen una muestra de la realidad que, como enunció un crítico, pone de manifiesto las palabras de San Juan en su evangelio: “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. 

La arquitectura parece no tener capacidad de sorprender más allá de las innovaciones técnicas. Y a pesar de ello, hay edificios que aún son capaces de provocar emociones diferentes de las habituales. Puede ser que algunas veces éstas sean el resultado de un olvido (descuidado o deliberado) en el que el edificio desaparece de la memoria colectiva o se neutraliza hasta el punto de fosilizarse en la cotidianidad urbana. 

Fotografías de Wolfgang Tillmans en la Tate Modern por Howard Stanbury_via flickr

Fotografías de Wolfgang Tillmans en la Tate Modern por Howard Stanbury_via flickr

"Viajar es útil, ejercita la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga. Nuestro viaje es enteramente imaginario. Ahí reside su fuerza. Va de la vida a la muerte. Personas, animales, ciudades y cosas, todo es inventado. Es una novela, nada más que una historia ficticia. Lo dice Littre, él no se equivoca nunca. Y además, cualquiera puede hacer otro tanto. Basta cerrar los ojos. Está en la otra parte de la vida" (Louis-Ferdinand Celine, Viaje al fin de la vida)

El espíritu de Mahler

En ocasiones, ‘inventar’ la mirada sobre un edificio lo devuelve a la vida porque, quizás, esa invención es, en realidad, la historia del edificio simplemente recordada. El arquitecto mexicano Luis Barragán respondía frecuentemente en entrevistas “No me pregunten de este edificio o de aquel. No miren lo que yo hago. Miren lo que yo vi”. Miren, y vean

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

El arquitecto coruñés Rafael González Villar (1887-1941) evoca la elegancia de un tiempo con reflejos dorados. Su nombre despierta el recuerdo de la arquitectura culta de principios del siglo XX, pero también la Viena potenkim de Gustav Klimt, Joseph Maria Olbrich, Sigmund Freud, Josef Hoffmann, Adolf Loos o Gustav y Alma Mahler. Una esfera intelectual de deriva cultural y artística en que cada nota o cada pincelada brillan en tono dorado. El edificio de viviendas que González Villar proyecta y construye en la calle Tren es un trazo brillante más, un poco lejos de Viena.

González Villar proyectó el edificio en 1924 en la calle Campo de Artillería 10, entonces (y ahora) la pieza rompe la escala y el lenguaje de los edificios de su entorno. El edificio se organiza a partir de la esquina, que define una arista, a partir de la cual se establece una composición simétrica. Aunque la casa cuenta con cuatro plantas y bajo, la fachada se percibe únicamente dividida en dos además del bajo comercial. Ese efecto es posible porque González Villar establece una jerarquía compositiva que fusiona con el lenguaje art dèco. Al aplicar esta estrategia a la simetría que parte de la arista, la estructura morfológica de la casa comienza a potenciar la presencia de la arista hasta casi convertir el volumen en un barco abstracto.

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Fachadas que vibran  y se mueven

La definición dinámica, propia del racionalismo, estilo arquitectónico posterior al momento de construcción del edificio, adquiere en el volumen proyectado por González Villar una postura vanguardista. Ya que se trata de un edificio dinámico antes de que esto haya arraigado en la cultura arquitectónica. En la ciudad de Nueva York, el edificio Chrysler, anticipaba con el mismo lenguaje Art Dèco, el camino de un mundo más dinámico en el que los medios de transporte como el avión, el barco o los modernos coches definen una nueva estética aerodinámica.

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Ambas fachadas, simétricas, son idénticas en términos compositivos, si bien una cuenta con cuatro, y la otra con dos de los cuales los más próximos a la arista se significan de forma especial. Las ventanas próximas a la esquina se dividen en tres, siendo el hueco central mayor que los laterales. En la última planta las buhardillas son menores que el resto. Al igual que la composición se vuelve más profusa a medida que se aproxima a la arista, este efecto también se produce en altura, de forma que la planta baja presenta menor ornamentación que las superiores. La planta bajocubierta se pinta en un tono granate, de forma que parece encontrarse en un plano posterior al de fachada.  Las plantas segunda y tercera se separan mediante una cornisa rompiendo el ritmo de la fachada ‘acelerando’ la fragmentación de la composición. La partición de la fachada en medios o tercios es la estrategia utilizada para acelerar la mirada sobre el plano de fachada, cuanta más fragmentación más percepción de vibración y movimiento se trasmite al observador. 

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Si bien la estructura compositiva organiza el volumen del edificio para componer una fachada con movimiento. Sobre la misma se dispone una ornamentación propia del art dèco, en la que destacan las guirnaldas y motivos geométricos. Además, los antepechos se adornan con motivos florales. Algunos pequeños detalles pasan desapercibidos como las discretas gárgolas metálicas bajo las buhardillas, un rasgo muy común de este tipo de arquitecturas ya que, dada la ausencia de ascensor, se utilizaban como medio para subir elementos a los pisos más altos. También parece imperceptible la pequeña curvatura de los huecos próximos a la esquina en la tercera planta, haciendo vibrar la arista. Desde la distancia, la esquina comienza a asemejarse a un mástil de barco engalanado.

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Un cuadro de Whistler

La arquitectura, a veces, no siempre, pero a veces ofrece regalos a sus ciudadanos. De forma aparentemente inesperada, un volumen simple enriquece el tejido urbano. Como en una fotografía de Wolfgang Tillmans lo común, puede transformarse en extraordinario. Esta magnífica obra de González Villar devuelve esa confianza en el arte y la cultura que en ocasiones se abandona a la desidia de la incomprensión. La arquitectura es, además de arte y técnica, una disciplina más capaz de construir el hábitat humano. 

“Ahora la línea oscura de la bahía en forma de medialuna y la penumbra del mar representaban un cuadro de Whistler. Unos pocos faroles como enormes luciérnagas titilaban entre los árboles que cortaban con sus negras copas el velo del cielo que conservaba aún un ligero tono rojo.” Catherine Gasquoine Hartley, 1911.

Foto: Luis Santalla

Foto: Luis Santalla

Apenas una década antes, la ciudad ya se podía leer como una modesta obra de arte. Quizás las disciplinas nunca se queden sin ideas, sino que sea la acomodación a la dinámica cotidiana la que provoque el olvido de aquellos edificios excepcionales. Mirar, observar, al estilo de John Berger, y pensar en la ciudad como un hábitat jalonado de pequeños rincones que permiten una interpretación artística, o a veces, incluso onírica.