La ciudad moderna es una vivienda de percepción infinita. La arquitecta Anna Puigjaner proponía en su investigación cómo sería la ciudad en la que la casa no tuviese cocina (Kitchenless city). La ciudad contemporánea, puede mostrar la hostilidad vacía de Los Ángeles como lo describe Richard Rayner en “En los Ángeles sin un plano” o la confortable y destrozada Manhattan de “Éramos unos niños” de Patti Smith. Pero también se pueden encontrar visiones superpuestas como las infinitas miradas sobre las calles de Roma desde Federico Fellini (La Dolce Vita, 1960. Roma de Fellini, 1972) a Roberto Rosellini (Roma, ciudad abierta, 1969) pasando por Nani Moretti (Caro Diario, 1993), Paolo Sorrentino (La Gran Belleza, 2013), Edoardo Falcone (Si Dios quiere, 2016) o Woody Allen (A Roma con amor, 2012). Una misma ciudad que, en apenas un puñado de décadas atraviesa varias realidades observadas de formas diversas que pivotan desde la superficialidad, a lo puramente filosófico o estético, mientras que otras se introducen en las profundidades de una identidad romana que parece ser siempre un extraño misterio de la cultura occidental.
“Los apartment hotels fueron exitosos ya que permitían reducir considerablemente los costes de mantenimiento de la vivienda y liberar a la vez a la mujer del trabajo doméstico. […] Asimismo el apartment hotel colmaba el deseo de muchos ciudadanos que, sencillamente, querían dejar de preocuparse de las molestias que la gestión del hogar les generaba, para quienes la vida en el apartment hotel suponía una alternativa que tenía más que ver con el confort que con el ahorro económico.” Anna Puigjaner, 2014
La adaptación de la ciudad a la forma de vida del ser humano parece una idea utópica y, sin embargo, sucede de forma latente y constante. Los pequeños cambios quedan sepultados bajo la cotidianidad, cuyo dinamismo impide percibir las transformaciones de forma instantánea, sino que es el tiempo el que evalúa la realidad de unas transiciones que son obra del ser humano y sus acciones. El espacio público avanza hacia la eliminación de la hostilidad y se abre hacia la creación de espacios más confortables para sus habitantes. Esta realidad, común en núcleos pequeños, se convertía en un auténtico desafío al trasladar el modelo a la gran escala, produciéndose disincronías. Las ciudades comienzan así a fragmentarse en núcleos menores, como barrios o incluso entornos de calles y plazas que mediante divisiones espontáneas terminan definiendo una identidad propia.
“La esfera pública, al igual que el mundo en común, nos junta y no obstante impide que caigamos uno sobre otro, por decirlo así. Lo que hace tan difícil de soportar a la sociedad de masas no es el número de personas, o al menos no: de manera fundamental, sino el hecho de que entre ellas el mundo ha perdido su poder para agruparlas, relacionarlas y separarlas. Esta extraña situación semeja a una sesión de espiritismo donde cierto número de personas sentado alrededor de una mesa pudiera ver de repente, por medio de algún truco mágico, cómo ésta desaparece, de modo que dos personas situadas una frente a la otra ya no estuvieran separadas, aunque no relacionadas entre sí por algo tangible”. Hannah Ardent. La condición humana, 1988
La ciudad se ha convertido en una extensión de la vivienda en la que, una persona con ciertos recursos puede conseguir todo lo necesario para pasar día en cualquier momento, desde ropa, comida, herramientas de trabajo, ocio…es decir cubrir al completo necesidades que décadas atrás requerían un cierto tiempo, grandes recursos económicos o, directamente, no eran posibles. La ciudad contemporánea, especialmente las grandes metrópolis, se pueden transfigurar como una enorme vivienda colectiva en la que las necesidades básicas pueden resolverse. Este gigantesco espacio habitable hereda todos los rasgos de quien lo habita, y casi de una forma polimórficamente perversa como afirmaría Freud, refleja a un sujeto que traslada sus procesos naturales e instintivos sobre su hábitat.
Las relaciones humanas dentro de un hábitat o una casa, generan puntos de fricción, algunos de los cuales se encuentran interiorizados dentro del naturalismo cotidiano que perpetúa una tradición en los roles de los individuos. En la película Cinco Lobitos (Alauda Ruíz de Azúa, 2022) hay escenas que penetran hasta extremos abisales de la sensibilidad humana frente a su familia, y sin embargo parece no existir un argumento más allá del devenir de una cotidianidad reconocible. Escenas costumbristas como servir un café, hacer una cama o ir al mercado forman parte de una constelación de acciones diarias que construyen una realidad sobre el cuidado de los propios seres humanos. La ciudad crece con lógicas internas diversas que son impulsadas por estímulos diferentes en cada momento que pueden responder a factores económicos, territoriales, religiosos o comerciales. En las últimas décadas se ha consolidado una tendencia iniciada a finales del siglo XIX y que responde a la adaptación desde el diseño y el planeamiento a las necesidades del ser humano a través de una red de servicios sociales y espacios públicos higiénicos y salubres.
Una ciudad que cuida a sus habitantes
En las últimas décadas la definición de ‘ la ciudad de los cuidados’ engloba sistemas y estructuras de espacios públicos y servicios sociales que conducen a la mejora del soporte básico de colectivos que han sido vulnerados o injustamente excluidos a lo largo de la historia del planeamiento urbanístico. Este planteamiento actúa a varios niveles, por una parte se encuentran las personas de edad avanzada y los niños, que requieren una serie de condiciones específicas por una cuestión meramente física. Por otra parte, las personas con diversidad funcional, cuyas necesidades pueden ser muy diferentes y están directamente relacionadas con cuestiones organolépticas además de las físicas. Pero también afecta a colectivos tradicionalmente excluidos del “gobierno urbano” como las mujeres o las personas que no responden al canon tradicional de familia. El activismo junto con una mirada más consciente sobre la realidad presente, ha permitido realizar transformaciones y progresos de los servicios urbanísticos o dotacionales que buscan mejorar notablemente las condiciones de habitabilidad de la ciudad, domesticando el espacio que comparte la sociedad.
La mirada actual sobre la ciudad tiene una vocación estructural, de tal forma que las actuaciones tienen un carácter expansivo y organizativo, pero las iniciativas sobre el cuidado de todos los habitantes comenzaron a desarrollarse a finales del siglo XIX derivadas en gran parte a las corrientes higienistas europeas. Los fallecimientos y las enfermedades del siglo XIX, suceden en paralelo con grandes avances científicos, pero es precisamente esta comunidad la que desarrolla los parámetros necesarios para transformar la sociedad y garantizar así su supervivencia. Aunque la química y la medicina sean capaces de producir grandes avances capaces de eliminar enfermedades, hay costumbres y organizaciones arquitectónicas que dependen del planeamiento, de la tipología y la construcción que se han de implementar para contribuir a las mejoras higiénicas. A Finales del siglo XIX, muchas disciplinas se alían en favor de las mejoras higiénicas, y comienzan a aparecer en las ciudades nuevas tipologías y transformaciones en favor de la calidad de vida de los seres humanos.
Las arquitecturas del cuidado de finales del siglo XIX o principios del XX, se centran en las necesidades básicas como proporcionar comida, pero también en las sanitarias. Los pequeños equipamientos de uso sanitario como dispensarios o casas de socorro aparecen como recurso social vinculado en algunos casos a los barrios de rentas más bajas o a las zonas industriales, donde la prevención de accidentes laborales comenzaba a tenerse en cuenta. Poco a poco, los problemas esenciales de la sociedad comienzan a tratarse de forma puntual, pero con una mirada estructural. La infancia, así como la sexualidad, son aspectos que tradicionalmente habían sido excluidos de los intereses de las autoridades que gobiernan las ciudades y los territorios.
“Desde que el 10 de noviembre de 1487 salió de la imprenta en Padua el primer tratado dedicado exclusivamente a la Pediatría: De infantium aegritudinibus et remediis, de Paolo Bagellardo (+ 1492), esta disciplina ha sufrido diversos avatares. Hasta bien entrado el siglo XVIII, no existió un interés real por los niños como tales. Es verdad que los médicos ya se ocupaban de ellos, pero, evidentemente, no de todos; eran atendidos aquellos niños cuyos padres eran pudientes. Hasta hace bien poco la Medicina ha sido individual, plutocrática, de y para ricos. Los ideales de la Ilustración llegaron también a esa Medicina pudiente y provocaron paulatinamente un importante cambio ideológico. De una parte, la intención de una asistencia sanitaria a todos, pobres o ricos, hombres o mujeres y por ende, también a los niños. De otra, el Siglo de las Luces vino a recuperar un concepto mucho más práctico, más pegado al terreno, de la higiene, en cuanto ciencia de la promoción de la salud y de la prevención de la enfermedad. Junto a esto, los médicos tomaron conciencia del valor de los niños no sólo en sí mismos, sino también para el progreso de la propia sociedad.” J. Hernández, Presidente de la Sociedad Canaria de Historia de la Medicina, 2007
La gota de leche
Una de las iniciativas más interesantes es la creación de la institución “Gota de leche”. La gota de leche es un servicio que nace con la vocación de resolver los problemas de nutrición y alta mortalidad infantil, con especial atención a aquellas familias que no podían permitirse una nodriza o leche en buenas condiciones. Poco a poco, esta institución se fue haciendo cargo en algunos lugares de más servicio. Aunque la gota de leche fue creada por el médico León Dufour en Francia en 1894, se suele situar como precedente de esta institución el pionero consultorio del doctor Francisco Vidal Solares en el Hospital de niños pobres de Barcelona en 1890. En su consulta, el doctor asesoraba a las madres sobre alimentación infantil y también les proporcionaba leche debidamente esterilizada para alimentar a los bebés que no podían acceder a una lactancia natural. Apenas unos años después se fundaron los Consultorios de niños de pecho como el de Tortosa del doctor Manuel Vila (1904), el de Valencia del doctor Joaquín Aguilar (1904), el de Pamplona promovido por la Sociedad Católica del Trabajo (1905). La “Gota de leche” comienza a aparecer en las ciudades promovida por los ayuntamientos con apoyo de algunas cajas de ahorro locales o provinciales y, en algunos casos, de mecenas particulares. Se fundan estos centros en Barcelona (1903), San Sebastián (1903), Madrid (1904), Logroño (1904), y en 1912 ya se cifran en torno a unas treinta gotas de leche en funcionamiento en todo el país. Esta iniciativa tuvo, además, permeabilidad internacional como la presentación del dotor Rafael Ulecia en un congreso médico celebrado en Berlín en 1911 donde presenta su texto “Consultation für Brustkinder und Gouttes de Lait”. El registro y seguimiento de las gotas de leche se lleva a cabo por el Ministerio de la gobernación (“Los Nuevos apuntes para el estudio y la organización de las instituciones de beneficencia y de la Previsión” 1912-1918 y el “Anuario estadístico de España” 1916-1923).
“El Sr. López Iglesias de La Coruña, propone la creación de la institución de la “Gota de Leche” en donde además de ayudar a las madres en la alimentación del niño, se les ilustre para defender su vida.” ‘Congreso Toja-Mondariz’, 1925. Isabel Rego Lijó, tesis doctoral Dr. Miguel Gil Casares (1871-1931). Obra Médica y Doctrina Tisiológica.
En A Coruña existían ciertas instituciones previas a la creación de la Gota de leche. Los hospicios y la inclusa, además de los dispensarios actuaban como lugares en los que se hacían algunas de las labores propias de la gota de leche. Esta relación era más estrecha en los dispensarios antituberculosos, por la relación directa entre el consumo de leche en condiciones no higiénicas (la leche no tratada adecuadamente puede contener la bacteria de la tuberculosis en animales contagiados) y la transmisión de la tuberculosis. En A Coruña, la inclusa y dos dispensarios próximos a la actual calle del Socorro (Casa de Sol y dispensario San Juan de Dios) asumían estas labores hasta que llegase la creación de más iniciativas algunas de las más interesantes de la mano de María Barbeito (1880-1970), quien también promovió la “Gota de leche”, pero además fue, siguiendo muchos de los postulados de Concepción Arenal (1820-1893), impulsora de la “Casa cuna”, “El niño descalzo”, el “Comedor y ropero Da Guarda”, las “Colonias escolares para niños pretuberculosos”, las “Cantinas escolares Concepción Arenal” o “El tribunal Tutelar de Menores”.
La inclusa, se encontraba integrada en el Hospital de la Caridad (construido en 1791 por iniciativa de Teresa Herrera, incluyendo ya el hospicio, era administrado por las Hijas de la Caridad), hoy desaparecido pero que se ubicaba sobre la parcela que ocupa el Instituto Ramón Menéndez Pidal. El edificio fue ampliado en 1839 por la Asociación de Señoras de A Coruña por iniciativa de Juana de Vega mediante la cesión de unos talleres de mantelería José García adyacentes para el trabajo de mujeres. La inclusa incorporaba un torno, donde dejar a los niños anónimamente, pero también se decía que tenía un paritorio ‘secreto’ que garantizaba la discreción. El hospicio coruñés había sido tradicionalmente una institución de base religiosa y caridad, que ya contaba con varios siglos de antigüedad. Los relatos de Isabel Cendal describen cómo era entonces la vida en ellos: “Aquellos hijos de la pobreza y la desvergüenza eran las cabezas de turco que en muchas ocasiones pagaban con su vida la miserable cuna en la que habían nacido. Envidiaba su ingenuidad a pesar de sus desdichas. Con frecuencia, procuraba arrancarles sonoras carcajadas tumbándolos a todos en fila india y simulando tocar el piano sobre sus cosquillosos estómagos.” (Isabel Cendal, Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la vacuna).
La Gota de leche no tenía una sede oficial y consolidada a principios del siglo XX, es decir, existía tal institución puesto que era esencial y necesaria, pero no dentro de un edificio propiamente diseñado para cubrir el programa de este uso específico. En la década de los cincuenta, en plena autarquía y precariedad de posguerra, se encarga al arquitecto Manuel Andrés Reboredo López (1908-1982). Reboredo fue, no sólo arquitecto, sino también directivo de la Asociación de Artistas coruñeses. Entre sus obras destacan la iglesia parroquial de Guitiriz, el reformatorio de menores en la carretera de As Xubias o trabajos menores en los ayuntamientos de Ordes, Coriós, Mesía y Buján. La placa de su estudio aún se puede ver en el número 12 de la calle Teresa Herrera.
Un proyecto de Manuel Andrés Reboredo
En Junio de 1953, Reboredo, firma un proyecto para Gota de leche y Casa cuna, que se ubicaría en el Campo de Marte (próximo a la actual sede de la Cruz roja). Este proyecto forma parte de un conjunto de edificaciones de esta tipología en tras ciudades gallegas, como el Hogar Manuel de Viarna (Ramino Mariño Caruncho. Ferrol, 1942), el Hogar Infantil Virgen del Carmen en Ferrol (Antonio Navarro Sanjurjo, 1952), el Hospicio Provincial de la Diputación (Fernández Cochón. Pontevedra, 1941), o Hospicio Provincial calvo Sotelo (Eduardo Rodríguez-Losada Rebellón. A Coruña 1942-1967).
El matiz distintivo de este proyecto, es que se centra en la atención a las mujeres y a los niños en sus primeros meses de vida, y no tanto en la conversión de un hogar permanente para niños y niñas que carecían de familia. Este aspecto hace que el proyecto arquitectónico sea completamente diferente. La Gota de leche y Casa cuna proyectada por Reboredo combina el uso sanitario con el residencial, articulando una planta con dos accesos en cada extremo comunicados por un largo pasillo. A un lado del pasillo se encuentra el espacio de uso residencial y de cuidado como el comedor o un aula, mientras que al otro extremo se ubica un pequeño quirófano, sala de curas y diversas consultas o estancias para resolver las necesidades vinculadas a la Gota de leche. Ambas áreas se separaban mediante un patio transversal que atravesaba por completo el edificio.
El proyecto se definía a través de cuatro plantas, además de un semisótano que sirve para acomodar el edificio a la topografía. Las plantas superiores incorporaban espacios residenciales. El lenguaje elegido por Reboredo para este edificio es sobrio y sigue la tradición narrativa de las instituciones relevantes de la ciudad, a pesar de las connotaciones populares y políticas que esta tipología podría sugerir. Los alzados del proyecto reflejan una ornamentación ecléctica que incorpora además elementos propios de la arquitectura vernácula coruñesa como las galerías.
Rematando el conjunto, incluye una enorme torre, en el punto más estrecho de la planta de tal forma que el edificio adquiera un significado singular dentro de la trama urbana, como una proa. La organización funcional del edificio, muy moderna y optimizada contrasta, o casi, se golpea con la estética que determina la envolvente el edificio que parece anticuada. El proyecto nunca llegó a realizarse, sino que el hospicio se mantuvo en el Hospital de la Caridad hasta su derribo, siendo entonces trasladado al hogar infantil Emilio Romay cerca de la estación de tren de San Cristóbal. Un edificio que merece un análisis propio en otro artículo. Este hogar infantil, denominado inicialmente casa de Misericordia, y Casa cuna en 1938, es un centro de protección de menores de titularidad pública que hoy en día se concibe como una casa-escuela moderna, que busca garantizar una infancia segura, sana y alegre.
Una nueva inercia urbana
La ciudad puede ser un enorme hogar. Es más, la ciudad contemporánea es un gigantesco espacio habitable que busca cada vez más, proporcionar todos los servicios posibles a sus habitantes. Pero esta situación no sería posible si no fuese por un cambio de actitud hacia el hábitat humano a partir de los principios de la ilustración y del higienismo.
“la ciudad como producto o proyección del cuerpo (con todas sus variaciones) es una forma de humanismo: el sujeto humano es concebido como soberano y agente autogestionado cuya individualidad o colectivismo, es responsable de todas las producciones sociales e históricas. Los humanos hacen ciudades. Además, en estas formulaciones el cuerpo se subordinado y visto meramente como una herramienta de subjetividad o autoconciencia. […] Si existe una correspondencia morfológica o paralelismo entre el bienestar artificial común (el Leviatán) y el cuerpo humano en esta perversa metáfora cuerpo-política, raramente se le atribuye un sexo al cuerpo. Si una presiona esta metáfora un poco, debemos preguntarnos: ¿y si es el estado de la estructura de la polis/ciudad refleja el cuerpo, que se encarga de la función metafórica de los genitales en el cuerpo-política? […] En otras palabras, ¿tiene el cuerpo-política sexo?” Elizabeth Grosz. Bodies-Cities, 1992
La ciudad como una extensión más del cuerpo, como una atmósfera envolvente que contagia su aire con la esencia de quien lo ocupa, se adapta al ser humano. La gota de leche, es una institución pionera que se convirtió casi sin querer, en uno de los orígenes de una ciudad de los cuidados, creando instituciones abiertas a todos los ciudadanos y ciudadanas, independientemente de sus recursos económicos, como una estancia más de la casa. La ciudad abierta, amable, parece ser una constante que, sin embargo, produce transformaciones estructurales imperceptibles. Una breve mirada al pasado desde la óptica de las pequeñas cosas, y la conciencia del propio cuerpo, define una nueva inercia urbana que busca incluir a todos los habitantes de la ciudad.