El edificio azul de la escalinata de Santa Lucía en A Coruña
El edificio de viviendas situado en la escalinata de Santa Lucía es una obra de Eduardo Rodríguez-Losada. Construida en 1929, su fachada sorprende especialmente por un pequeño detalle, un balcón que, al observarlo obliga a girarse y preguntarse a dónde mira
5 abril, 2023 05:00En la ciudad no todo son obras maestras. No todos sus edificios, no todos sus habitantes, ni tampoco lo que en ella sucede provocan catarsis emocionales constantes procedentes de la contemplación de lo inexorable. La organicidad del tejido urbano es en sí una mezcla ciclópea que oscila de forma pendular desde el conglomerado hasta el collage, pasando por la mezcla, la fusión, la inserción, la superposición o la fagocitación. A pesar de todo, incluso dentro de esa masa de apariencia desordenada emergen obras singularizables, pero quizás estas no sean las más interesantes.
“Una característica peculiar del arte termita-tenia-hongos-musgo es que avanza siempre hacia delante, devorando sus límites y, seguramente, no deja a su paso más que el rastro de una actividad entusiasta, diligente y desordenada.“ Manny Farber
El crítico de cine Manny Farber sostenía que “no es necesario aspirar a la cultura en letras doradas”, enunciando a través de su ensayo ‘Arte termita contra arte elefante’ la existencia dual de dos tipos de creaciones artísticas. El elefante blanco es aquel arte coherente y deslumbrante que no arroja dudas sobre su evidente trascendencia en la historia. La termita es para Farber aquel arte que responde a la necesidad inmediata, con una actitud de indiferencia frente a su permanencia o percepción cultural. Y, frente a una posición clasista, prefiere el segundo. El arte termita avanza y construye una masa solvente que puede elevar la calidad media de una producción creativa, como si se tratase de una cimentación productiva. Aplicando esta fórmula conceptual de Farber a la arquitectura de la ciudad, esta puede entenderse como un organismo en que cada nuevo edificio es un acto creativo, y sobre cada uno flota una mirada que pivota en esa dualidad. La comprensión de esta clasificación desde la óptica de la realidad líquida contemporánea, en que las percepciones parecen verse de forma poliédrica o compuesta, genera una actualización de la dualidad definida por Farber que difumina ligeramente los límites de ambos conceptos: termita y elefante.
Hay edificios que no buscan la singularidad, sino que se presentan como un proyecto más y, sin embargo, contienen al igual que todos, el trazo de la mano del arquitecto. Tras cada proyecto hay un trabajo profesional que se adapta a los objetivos solicitados por la propiedad. Y aunque haya elefantes blancos, son las termitas, los hongos o el musgo los que consiguen colonizar grandes áreas de tejido creando una base, pero también una fuerte inercia. Además, estas termitas hablan.
“Deduzco de una frase del evangelio que es mejor un pintor de brocha gorda que Le Corbusier” Franco Battiato
Elefantes y termitas a lo largo del tiempo
Cada momento de la historia tiene un lenguaje propio, un conjunto de parámetros expresivos moldeados por una amplia amalgama de factores: normativa, filosofía, contexto cultural, necesidades sociales, etc. Por ejemplo, las arquitecturas de posguerra están marcadas por la ausencia de determinados materiales, el ingenio para optimizar los recursos y la ausencia de decoración explícita al igual que las arquitecturas deconstructivistas planean la constante crítica sarcástica de la realidad cultural con cierta opulencia económica, creando lo que, desde un punto de vista actual podría entenderse como un edificio-escultura o un nuevo-monumentalismo.
El pulso de cada momento histórico, así como la mayor o menos consciencia de la realidad cultural próxima, determinan el juicio que se realiza sobre la arquitectura de una época. La mirada sobre el brutalismo ha sido admirada y denostada desde 1970, con oscilaciones diversas hasta llegar a un extraño punto que a veces parece de ecuanimidad entre ambas opciones. El barroco horrorizaba a algunos puristas neoclásicos, pero la distancia aún mayor desde la actualidad equilibra la percepción sobre ambos estilos, a pesar de ser conocedores de sus enormes diferencias lingüísticas, conceptuales y compositivas.
La extraña combinación conciliadora del lenguaje ecléctico genera hoy en día una percepción positiva de los edificios que se expresan mediante dicha narrativa compositiva. La mezcla de elementos ornamentales más o menos intensa, así como el uso de recursos sin prestar demasiada atención a su significado simbólico (con excepciones) los sitúa en una posición perceptiva neutral, aparentemente indeterminada temporalmente. Este tipo de edificios crean la ilusión de una ciudad homogénea que, a primera vista la dotan de cierta opulencia, sin embargo, es un efecto provocado por la repetición y expansión del modelo. Trasladada a la gran escala, esta estrategia se traduce en desarrollos como el Plan Haussmann para París y su efecto no sobre el plano (donde produjo la transformación más cualitativa) sino sobre las fachadas.
Viviendas en Santa Lucía
En A Coruña la homogeneidad perceptiva a través de la fachada del conjunto urbano se ha desarrollado en ciertos momentos de su planeamiento urbano. En los sucesivos ensanches, o en las actuaciones de reforma interior como la plaza de María Pita, se buscó a través de ordenanzas dotar de una imagen identitaria a la ciudad. Esa identidad utilizaba elementos como la galería tradicional o la materialidad de la piedra local como estrategias compositivas que funcionaron dotando de unidad a ciertos conjuntos. Pero se trataba de estrategias planificadas, cuando quizás resulte más interesante cuando este tipo de situaciones se producen de forma orgánica.
Las viviendas en Santa Lucía de Eduardo Rodríguez-Losada Rebellón (1886-1973) constituyen un fantástico ejemplo de la elegancia ecléctica que permite crear, en edificios anónimos, la expresión de una imagen neutra y elegante. El edificio situado en las escalinatas de Santa Lucía y la avenida Fernández Latorre es una obra de madurez del arquitecto, en la que pone en práctica elementos y la organización. El edificio fue construido en 1929, y originalmente su fachada estaba revocada completamente en blanco.
La organización del programa funcional es sencilla, se compone de un bajo comercial y una vivienda por planta distribuidas en cuatro alturas. El volumen se perfora en la parte posterior para crear un patio que permite ventilar e iluminar las estancias posteriores. La fachada se compone de una forma sencilla, reservando la ornamentación para los huecos y balcones, en lugar de realizar una composición de fachada unitaria. La ornamentación propuesta por Rodríguez-Losada guarda cierta relación con el edificio del Banco Español de Crédito (1925) o las viviendas en la calle Betanzos 4 (1926). La ornamentación seleccionada por Rodríguez-Losada es una combinación de elementos clásicos como columnas corintias compuestas o frontones con otros más cercanos al modernismo como borlas y algunos elementos vegetales.
Lo singular en lo homogéneo
A pesar de la repetición de elementos ornamentales hay tres rasgos que destacan especialmente, como el balcón en esquina sostenido por un soporte en forma de columna, el tratamiento del recercado de las ventanas y el alero superior que cubre la terraza de la última planta. El balcón en esquina rompe la monotonía de la fachada rompiendo el chaflán mediante una proa, aspecto que adquiere sentido al comprender la posición urbana que ocupaba el edificio en el momento de su construcción, y es que frente a él se encontraba el embarcadero de la palloza de forma inmediata. El embarcadero desapareció con el relleno de la Palloza que actualmente alberga la plaza del mismo nombre. El edificio se configuraba entonces, como un barco que miraba hacia el mar. El hueco queda hacia este balcón se significa de forma especial mediante un frontón.
El recercado de las ventanas sigue una jerarquía compositiva en la que la primera planta la última y las dos intermedias presentan tipologías diferentes. La complejidad aumenta con la altura, de tal forma que la primera planta sólo presenta motivos geométricos, la segunda y tercera añaden una filigrana bajo el vierteaguas, y la última incluye un arco con un pequeño sello en la clave de este.
La cornisa del edificio, presenta grandes dimensiones, algo poco común en la arquitectura tradicional gallega. Este vuelo permite cubrir de forma efectiva parte de la terraza superior, de tal forma que el conjunto de la terraza y la cornisa se puede interpretar como un remate único del edificio. Este enorme remate se sostiene mediante canecillos que se prologan mediante borlas que resbalan sobre la fachada. Rodríguez-Losada utiliza la misma estrategia en la primera planta de la fachada lateral, rompiendo la monotonía de esta.
El acceso del edificio se decora mediante un escudo y un remate con tres bolas ordenadas sobre un arco. La existencia del muelle en la parte inferior, a pocos metros del edificio, motiva que el acceso al edificio se produzca por la escalinata y no por la calle principal.
Si bien la fachada utiliza una envolvente neutra en su integración en el lenguaje ecléctico, la resolución de la esquina mediante el chaflán y un balcón en esquina, crean una irregularidad sorprendente que obliga al observador a girarse e intentar comprender hacia dónde mira ese balcón.
“Al atardecer hilaba sentada bajo mi ventana.
La ventana daba al mar y a veces había una isla a lo lejos…
Muchas veces no hilaba; miraba el mar y me olvidaba de vivir. No sé si era feliz.
Ya no volveré a ser aquello que quizá nunca he sido” Fernando Pessoa
La luna, de acuerdo
La ciudad es un organismo vivo, aunque a veces parezca una estructura rígida en la que los cambios suceden de forma lenta, planificada y carente de conciencia orgánica. Aunque en ocasiones alguna solución pueda ser así, la condición viva de la comunidad que habita una ciudad provoca una ocupación seguida de una colonización al modo de las termitas o el moho, que contagia el desarrollo urbano de forma positiva.
“La luna de acuerdo. Lo que no aguanto son esas columnas clásicas” Yorgos Seferis, 1954
Quizás, la belleza como coloquialismo mundanizado para referirse a aquello que parece encajar dentro de los parámetros estéticos aceptables en un determinado momento, no exista por la adición de pequeños destellos singulares, sino mediante la cuidada repetición, colonización e interiorización de modelos neutros. Puede que las columnas clásicas ya no sean necesarias para componer una imagen artística destacada, pero la presencia expansiva y abstracta de la luna, aún sigue siendo objeto de búsqueda y motivo de sorpresa para la mirada humana. La luna, de acuerdo, siempre formará parte del paisaje.