La fluidez cultural contemporánea define una mirada mutante, en la que los procesos de interpretación y creación alteran los parámetros de una aparente base dogmática. La cultura ha asumido un estado de transformación constante, en la que los quiebros determinantes, las revoluciones paradigmáticas o los puntos de inflexión forman parte de una atmósfera utópica del pasado reciente. En la década de los sesenta Gil Scott-Heron afirmaba en forma de canción que “La revolución no será televisada”, es decir, la morfología cultural contemporánea transversal no será objeto de un cambio popular con aceptación unánime, sino que se produce mediante recurrencias emocionales que actúan bajo la superficie de la estructura social. Uno de los mecanismos integrados en la liquidez cultural contemporánea es la capacidad de deconstrucción y reconstrucción de la realidad a través de la puesta en crisis de los criterios heredados.
El final del siglo XIX produce un estado de cierta tranquilidad en Europa con respecto a las recientes revoluciones y reunificaciones sufridas a principios del siglo. Las últimas décadas de este siglo (desde el final de la guerra franco-prusiana), así como la primera del siglo XX (hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial), se constituyen como los años de la Belle Époque. Un tiempo de embellecimiento y avances científico-culturales al amparo de una pequeña etapa de prosperidad. Las miradas apuntaban al optimismo en el ámbito sociocultural, sin embargo, desde el punto de vista arquitectónico, los críticos contemporáneos definen esa etapa como un vacío propositivo.
“Deconstruir la cultura mundial es apartarse de ese eclecticismo de fin de siècle que se apropió de formas ajenas y exóticas a fin de revitalizar la expresividad de una sociedad debilitada. (Pensemos en la estética de la ‘forma-fuerza’ de Henry van de Velde o en los ‘latigazos-arabescos de Víctor Horta”. Kenneth Frampton 1983
La arquitectura de final de siglo se encontraba en algunos casos ausente de calado narrativo propio, de una identidad en el sentido estricto que fuese capaz de construir en torno a sí una construcción viva, con lógicas internas y externas capaces de interpretar el edificio en su contexto. Sin embargo, el eclecticismo o el modernismo, como estilos capaces de producir arquitecturas de aparente morfología hueca, han creado, con el paso de las décadas una narrativa propia, meramente estética que enlaza de forma íntegra en la sensibilidad cultural contemporánea. Este aspecto tan peculiar, añade valor a obra de arquitectura mediante la presencia de recursos lingüísticos que se han neutralizado y asumido como deseables. De esta forma, su envolvente las ha trasladado de la extemporaneidad a la atemporalidad.
“La culminación de esta empresa estará en la consecución de un lenguaje que dé forma a las esperanzas del progreso material que se han puesto en esta operación de urbanización. Un espíritu basado en la fe en el progreso, en los ideales ilustrados de la civilización y de la racionalidad que el desarrollo material comporta. Un lenguaje ideológico que consolide el poder de esta nueva burguesía con las imágenes de la representación del propio poder” I. Solá Morales
La presencia de edificios eclécticos o modernistas, recuerda de alguna forma la persecución de los ideales ilustrados y genera un estado de optimismo en la percepción de la ciudad cuando un tejido urbano se ve envuelto con este tipo de obras. Quizás, permiten recordar que existe una forma positiva de mirar la ciudad.
Las fachadas compensatorias
La presencia de arquitecturas y eclécticas o modernistas, aunque en cierto modo “fachadas compensatorias” como apuntaba el teórico Michael Graves, resultan eficientes en su propósito de tal forma que se constituyen, desde un punto de vista contemporáneo, como arquitecturas con significado simbólico. La estética, como vertiente filosófica que estudia la esencia perceptiva de la belleza y del arte, permite lecturas en clave analítica de forma natural. El filósofo Omar Calabrese explica que hay una resultante del racionalismo más radical en el que los aspectos más recargados o amorfos evitan una estructura rígida abogando por la “estética de lo fluctuante”, de tal manera que dentro del postmodernismo los lenguajes arquitectónicos más saturados, barrocos o incluso basados en estructuras caóticas al modo de Benoît Mandelbrot, resultan aceptables e incluso perceptivamente disfrutables desde una estética contemporánea. Quizás ese pensamiento contemporáneo es el que permite percibir esta clase de edificios como piezas admirables o históricas, lejos de crear el rechazo a su obsolescencia funcional, como ha sucedido con otras construcciones cercanas a su tiempo.
En A Coruña, la arquitectura modernista y ecléctica forman parte de la imagen asociada a la ciudad. Situados posiblemente en un segundo plano, tras la arquitectura de las galerías, los lenguajes modernista y ecléctico envuelven numerosos edificios significativos construidos a principios de siglo como el Palacio del Ayuntamiento, la Terraza, el Quiosco Alfonso, el desaparecido Hotel Atlantic, y varios edificios residenciales que destacan por su presencia urbana, como la casa Escariz, la casa Ameixeiras, la Casa Cortés o la Casa Viturro. La atmósfera positiva de los edificios de lenguaje modernista o ecléctico, representan en su época la vanguardia y la conexión con las tendencias europeas que en aquel momento se encontraban en el centro de la ebullición cultural y artística progresista.
Los hermanos Ricardo y Ángela Labaca, filántropos coruñeses, crean a principios del siglo XX la Fundación Labaca, una organización benéfica que busca canalizar el capital invertido en sanidad o educación. Los hermanos abren en 1915 las escuelas Labaca en la calle Juan Flórez. Pero esta primera obra es sólo el prólogo de las inversiones que realizarán para la ciudad. Tras el fallecimiento de Ricardo Labaca en 1915 y Ángela Labaca unos años después (1929), la fundación queda a cargo del magistrado Atanagildo Pardo de Andrade y Sánchez (y algunos autorizados), quien velará por la realización de los proyectos que ambos dejaron escritos. Ángela Labaca, había expresado la intención de construir un Hospital Materno-infantil, una iglesia y una Escuela de enfermeras y matronas en el lugar conocido como Montserrat (en la actualidad se corresponde con la zona sureste de Eirís). La iglesia y el hospital se llevaron a término, no así la escuela de enfermeras y matronas. El encargo de los tres proyectos financiados por la Fundación de la familia Labaca recayó en el arquitecto Leoncio Bescansa (1879-1957).
La creación del hospital
A mediados de los años 20, el Patronato de la fundación que inicialmente había sido presidido por el sacerdote D. José Sánchez Mosquera, pasa a ser dirigido por Pardo de Andrade quien forma una junta en la que agrupa a ciudadanos de prestigio social y económico. Las obras finalizarían en torno al año 1927 y un año después, en 1928, el hospital comenzaría a funcionar de forma normal.
El programa del edificio resultaba complejo ya que incluía administración, laboratorios, sala de rayos X, lavandería, cocinas, consultas, paritorios, quirófanos, habitaciones para las mujeres y niños ingresada, además de una zona en la sala baja para enfermos psiquiátricos agudos. Este conjunto de funciones que hoy en día no resultan sorprendentes en un centro especializado en maternidad y pediatría, suponían en aquel momento un gran avance, no sólo por la especialización sino por la aplicación de los nuevos postulados médicos que avanzaban a pasos agigantados. Los hospitales o sanatorios de la ciudad, por entonces, apenas tenían espacio para camas, el hospital militar era uno de los de mayor capacidad junto con el Hospital de la Beneficencia de Zalaeta que contaba con 25 camas, el nuevo hospital proyectado por Bescansa albergaba 100 camas.
La organización del programa de necesidades dentro de la estructura del hospital era lo más sencilla posible, situando en la planta baja los espacios destinados a administración, dirección y actividades auxiliares como cocinas, laboratorios y sala de rayos X. Además, en esta planta, ligeramente separada se encontraba una sala de enfermos psiquiátricos. En la primera planta se encontraban las camas con habitaciones compartidas e individuales y los quirófanos. En la segunda planta se encontraban dos salas, separadas por sexos, reservando un espacio para la Comunidad de hermanas de la Caridad.
A pesar de que el proyecto se concibió de forma completa, el hospital funcionó durante varios años únicamente con la planta baja y la primera, construyéndose la segunda un tiempo después. El edificio tuvo una gran actividad tras su creación, atendiendo a la ciudad y su comarca. En 1936, sin embargo, el hospital reajusta su uso. La Guerra Civil consecuencia del golpe de estado militar, crea una necesidad de atención a enfermos y heridos procedentes del conflicto. Por ello el Dr. Barcia Goyanes director del hospital en ese momento, adaptó las instalaciones creando, sin saberlo, el primer hospital específicamente dedicado a heridos de guerra del mundo.
La obra de Bescansa, de lenguaje y composición ecléctica, incluye algunos rasgos modernistas en su envolvente. La morfología del hospital es clásica y funcional en términos higienistas, utiliza una organización en tres pabellones unidos a través de dos cuerpos transicionales, a la manera casi de Juan de Villanueva (1739-1811). Interiormente los flujos de circulación y la disposición de cada uno de los usos es rígida. Pero esta organización circunspecta, se reviste de la amabilidad y significación positiva de la estética derivada del lenguaje ecléctico y moderno. La planta baja se constituye en “zócalo” con un despiece de apariencia grave, sobre el que emerge la primera planta con motivos decorativos verticales en contraposición a la horizontalidad del zócalo.
La disposición de los huecos es ordenada y no incorpora apenas manierismos lingüísticos, lo cual genera equilibrio con los remates de cubierta compuesta por volúmenes sobresalientes envueltos de motivos vegetales y guirnaldas que parecen encontrarse en movimiento. El remate superior de las fachadas utiliza un recurso sencillo mediante una balaustrada resaltada mediante una cornisa de grandes dimensiones para crear una línea paralela con respecto al terreno. Los juegos de líneas a través de la envolvente permiten enmarcar el edificio y dotar a un edificio de gran escala, de una fragmentación que permita percibirlo de manera más cercana.
Los acabados interiores resultan más acogedores. El arquitecto incorpora carpinterías de madera con lenguaje modernista, así como acabados interiores que buscan domesticar un espacio aparentemente aséptico. Los interiores se revisten con papel y forrados de madera, que actúan como protección de los paramentos en un edificio de uso constante. Las camas y las instalaciones son modernas para el momento, pero quizás lo más destacable de sus interiores sea la presencia de la luz natural.
A finales de los cuarenta, el ayuntamiento se mostró interesado en el hospital culminando su compra en 1950 por siete millones de pesetas. El hospital cambió su uso como materno-infantil a hospital de la beneficencia en el recientemente clausurado hospital de Zalaeta. En el acceso del hospital se colocó el dintel del centro derribado en recuerdo a Teresa Herrera. A pesar de ser un centro fundamental, la creación de un sistema sanitario nacional apoyado en la seguridad social, implica el declive del centro puesto que cualquier ciudadano tendría acceso a la medicina pública. En 1971 el ayuntamiento cede a la Asociación Española contra el Cáncer (de reciente creación) con mediación de José Antonio Quiroga de la Junta provincial y Susi Marchesi presidenta de la Junta de Damas. El edificio se amplía con la construcción de instalaciones necesarias para el nuevo uso como un búnker para la unidad de Co-60, y algunos quirófanos más. Adyacente al hospital se encuentra la iglesia, que cierra el conjunto y que es merecedora de un análisis propio.
Una pequeña muestra de arte
La arquitectura envuelta de un lenguaje ecléctico y modernista parece querer convertirse en una pieza de arte singular. La fachada se convierte en un mecanismo de expresión para dotar de significado al edificio. Desde un punto de vista radicalmente funcional, la arquitectura hospitalaria suele convertirse en un organismo optimizado que a veces deja a un lado la estética, o la somete a una cierta contención.
“Solo hay una pequeña parte de la arquitectura que pertenece al arte: el monumento funerario y el monumento conmemorativo. Todo lo demás, o que sirve para un fin, debe quedar excluido de reino del arte” Adolf Loos
Y, sin embargo, el eclecticismo o el modernismo, representan lenguajes capaces de dotar al edificio de una extraña significación urbana. La envolvente permite que un volumen sencillo se convierta en un elemento destacado de la ciudad. Y una pequeña parte de él se convierte de forma natural en una pieza que pertenece al mundo del arte.