Hay recuerdos, obsesiones o sentimientos que nunca se van. Incluso cuando parecen haber desaparecido, adquieren extrañas formas de retorno que dibujan memorias en el presente. Probablemente por su insistencia en no desaparecer, o porque el presente resultaría incomprensible sin una presencia recurrente que mostrase el contexto, estos dibujan las respuestas, incluso cuando no se buscan.
“Construimos nuestro legado fragmento a fragmento y quizás el mundo te recordará o quizás sólo un par de personas, pero haces lo que puedes para asegurarte que aún sigues ahí una vez que te has ido” A ghost story.
En arquitectura, el legado es más que una definición abstracta que se pueda esbozar únicamente con palabras, o sencillamente a través de instantáneas que muestran una escena desaparecida. La palabra legado se traduce como patrimonio, incluyendo sus implicaciones. El patrimonio arquitectónico no es una imagen detenida, tampoco un instante histórico que se conserva con la voluntad de ser revivido de forma teatralizada, sino que se trata de una obra que pertenece al hábitat, por lo tanto, está viva. La congelación de una obra en el tiempo, crea una transición en su biografía, dejando de ser arquitectura para convertirse en monumento o musealización de un pasado que nunca volverá. La definición de una obra de arquitectura como patrimonio se encuentra sostenida por el presente, y es la latencia de su pasado en convivencia con el contexto contemporáneo la alianza necesaria para que crear el equilibrio necesario que dota de vida a la obra, sin dejarla desvanecerse en un mero escenario teatral.
El patrimonio industrial y su presencia contemporánea
El valor de un edificio patrimonial se percibe como obviedad cuando se ve apoyado en la historia, pero resulta más complejo cuando esta se esconde en una nebulosa de percepción. La tradición europea, con su asombrosa densidad monumental y memorias tejidas de forma saturada sobre infinitas capas de tejido, impide la singularización de una sola obra. Es necesario un desprendimiento de miradas simplificadoras y asimilar la densidad de un contexto culturalmente complejo cargado de matices. Los modelos de ciudades de fundación más moderna son extrovertidas en términos analíticos, su estructura conceptual es limpia y se basa en ideales sociopolíticos contemporáneos que facilitan su comprensión.
“Una coalición espontánea de promotores, visionarios, escritores, arquitectos y periodistas se cruzaba con las expectativas populares para hacer de la ciudad una extremada y estimulante máquina democrática, capaz de procesa a todos los recién llegados” Rem Koolhaas. Calzoncillos blancos frente a la suciedad, 2004
El patrimonio contemporáneo, al igual que la ciudad moderna dibuja una nueva realidad, en la que su percepción como un valor cultural es popularmente difuso. Pero la memoria no es un recuerdo. El patrimonio que construye la memoria cultural de un lugar no se basa en recuerdos personales, construidos a partir de una interpretación subjetiva, sino que se sustenta en la realidad de lo sucedido y las implicaciones sociales que estas determinaron, una pequeña esencia a la que Ortega y Gasset se refería de forma concisa y racional: “El progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino, al revés, en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear ese hoy mejor”.
En A Coruña el patrimonio arquitectónico, al igual que en otras ciudades es objeto de protección y, al mismo tiempo puede establecerse dentro de él una organización tipológica en función a sus características internas: etapa histórica, estado de conservación, impacto sociológico, o relación con su entorno urbano. El patrimonio contemporáneo es un desafío en la percepción popular de su valor intrínseco, pero aún resulta más complejo si se enmarca en el uso industrial. El valor patrimonial de la arquitectura industrial enfrenta la dualidad entre la importancia de su función y la trascendencia cultual de su construcción.
En el entorno de A Coruña, las áreas industriales se multiplicaron desde principios del siglo XX, aprovechándose de la posición cercana al mar que, en muchos casos, resultaba muy útil para ciertas labores o para eliminar los residuos de forma directa (el contexto de concienciación higiénica y medioambiental era, obviamente muy diferente al actual). El área de Orzán en el barrio de la Pescadería coruñesa, el entorno de la plaza de la Palloza y el puerto, son ejemplos de antiguos entornos industriales de la ciudad de las que apenas quedan testigos arquitectónicos visibles, salvo alguna construcción como la fábrica de tabacos o la casa de Sol, y de manera menos perceptible su antiguo trazado. Pero hay otros enclaves próximos a la ciudad que aún muestran la memoria de un pasado industrial y que se convierten en construcciones icónicas que producen asombro por su escala y contexto urbano.
A Cros
La fábrica Cros en Culleredo es un icono de la arquitectura industrial local. Inaugurada en 1931, pertenecía a la sociedad cros SA, fundada en 1904 por Amadeu cros i Nubiola, aunque su abuelo, Joan François Cros i Dupuis ya había anticipado la creación de la empresa en 1814, con una pequeña instalación en Sants (Barcelona) dedicada a la fabricación de productos químicos que abastecían al sector industrial cercano. Esta instalación fue la herencia de Joan Timoleón Cros y posteriormente de Amadeu Cros quien convertiría una fábrica de carácter local en una empresa importancia nacional con filiales en todo el país. Cros comenzó la transformación mediante una visión moderna que le lleva a trasladar la empresa a Badalona en un entorno vinculado al ferrocarril y al mar.
Esta estrategia anticipa una mirada progresista y protodesarrollista, en la que la ubicación anticipa el dinamismo y capacidad de expansión de la empresa. Pronto construiría sedes de la empresa por todo el país, e incluso saldría a bolsa en 1904. Ciudades como Albacete, Alicante, Málaga, Bilbao, Valencia, Zaragoza, Guadalajara o Jerez contaban con una fábrica de la empresa Cros. Tras la muerte de Cros, le empresa inicia una nueva etapa en la que Julio Galve, nuevo director, construirá más sedes de la empresa y abriría su comercio con puertos estratégicos como Casablanca, Marruecos y Túnez, llegado a ser la industria química más importante y próspera del país hasta la llegada de la Guerra Civil. Bajo su dirección se toma la decisión de abrir una sede en Culleredo (A Coruña).
La Fábrica de Culleredo comenzó a construirse en 1929, ocupando un área de unas 20 hectáreas, ya que el complejo no sólo era ocupado estrictamente por las instalaciones de la fábrica, sino también por las construcciones auxiliares destinadas al bienestar de sus trabajadores como viviendas para empleados y directivos, colegio, laboratorios, equipamientos deportivos o garitas de acceso y control. La fábrica comenzó a producir fosfatos de cal, ácido nítrico, ácido clorhídrico, sulfato de cobre, sulfato de sodio y otros compuestos químicos que abastecían el mercado agrícola de Galicia. La producción aumentó, propiciando la ampliación de la fábrica llegando a plantear la modificación de los puentes de la ría para permitir el paso de barcos de mayor carga que fuesen capaces de exportar la mercancía de forma directa.
En 1942 la producción de la empresa se suma a la “unión española de explosivos” lo que lleva a la fundación de una sede en Pontevedra (Campañó, 1954). En la década de los sesenta modifica su producción y comienza a producir químicos utilizados en la industria conservera y ácido sulfúrico. En la década de los setenta, la crisis derivada del petróleo afecta a todo el sector y la empresa se resiente provocando una onda expansiva que lleva al cierre de la mayor parte de fábricas. En la década de los ochenta se fusionaría con “Explosivos Rio Tinto” formando la Ercros. El cierre de la fábrica de Culleredo, tiene lugar en la década de los ochenta, aunque la fecha definitiva de su cierre varía según la fuente consultada.
Arquitectura al servicio de la industria: función y estructura
La fábrica Cros se ubica en un enclave perfecto para el desarrollo industrial: próxima al mar, al ferrocarril y a un puerto de carácter metropolitano a escasos kilómetros. El conjunto que se conserva está formado por la estructura de tres de las naves que componían la fábrica, el resto del área ocupada por la misma ha sido reintegrada en el tejido urbano de la ciudad (fundamentalmente espacio público, vivienda y equipamientos). El conjunto fue construido con hormigón armado, un material más resistente que la madera o el acero frente a la posible abrasión química (si cuenta con la dosificación correcta de componentes y aditivos) y con una gran capacidad mecánica para resolver las grandes luces y la escala industrial necesaria para albergar todas las actividades de la fábrica. La estructura de la fábrica está formada por pórticos de hormigón con apoyos de gran tamaño, pilares apantallados que se arriostran entre sí cada tres metros aproximadamente. Los pórticos se atan entre sí mediante una solución estructuralmente muy eficiente: el uso de una cáscara de hormigón armado como cubierta que se apoya en la arista superior, de tal forma que además de servir como cubierta arriostra de forma global el conjunto.
La morfología de la estructura muestra la previsión de una fabrica en la que se producirá el almacenaje y movimiento de grandes cargas. La posición de los pilares, así como su proximidad permitirían la colocación de un puente grúa de gran tonelaje, o la disposición de diferentes silos y maquinaria pesada en los diferentes forjados. El fuerte arriostramiento del conjunto sugiere la existencia de cargas dinámicas (por transporte o por la presencia de maquinaria) en la fábrica que, eventualmente podrían trasmitir vibraciones a través del hormigón. La cáscara de cubierta se refuerza mediante la adición de arcos de refuerzo que fajan el conjunto aumentando su tenacidad. Los volúmenes de menor tamaño, incluso la tolva, utilizan la misma lógica estructural utilizando pequeñas cáscaras como cubiertas en el sentido perpendicular a la estructura principal.
Los restos que se conservan de la fábrica Cros permiten una lectura del patrimonio industrial en su clave dual: por una parte la fábrica es memoria del pasado industrial de la zona y por extensión de un contexto sociocultural y comercial que permite interpretar una época (tal y como relata magníficamente José Carlos Alonso Sánchez en la publicación Proyecto Flujos) ; por otra, la construcción es una estructura que permite un análisis pormenorizado del comportamiento de las cáscaras y del hormigón armado como material al servicio del diseño de la arquitectura industrial y su comportamiento mecánico. Recientemente el estudio de arquitectura Díaz y Díaz ha llevado a cabo el saneamiento y consolidación de la estructura añadiendo refuerzos metálicos.
Mirar al pasado. Mirar al futuro
El patrimonio industrial es una mirada al pasado obrero de un país, a una cultura inmaterial que emerge del esfuerzo y la dignidad de sus trabajadores. Quizás por eso cuando es valorado, se produce una identificación emocional directa, especialmente, de quien ha dedicado más de la mitad de su vida a habitar una arquitectura industrial. Las experiencias, recuerdos, obsesiones y anécdotas construyen la memoria inmaterial del lugar y de forma involuntaria convierten el debate patrimonial en un valor incuestionable al ser contenedor de algo tan valioso.
“Finalmente se llega a la preocupación que trasciende al monumento y a los conjunto arquitectónicos, la de la teoría más actual con el debate sobre conservar o restaurar y de qué manera y cuándo desarrollar ambos, porque incide en todos los problemas hoy planteados: el uso sensato del patrimonio, la rehabilitación pertinente, el completamiento de las carencias, el relleno de las lagunas, la opción preservacionista y la que opta por la creatividad, está bien desde la contemporaneidad bien desde el resurgir de los neo-estilos.” Javier Rivera Blanco. De varia restauratione,2008
La lectura del patrimonio industrial, no debería someterse a un análisis frío derivado de una idea preconcebida en torno a las implicaciones de su función. La mirada únicamente funcionalista de la arquitectura es pobre y sesgada. La industria constituye también la identidad patrimonial de la sociedad, sus trabajadores simbolizan el progreso, la dignidad y la capacidad de desarrollo de un lugar. No se trata de arquitecturas huecas, sino de memorias que nunca se van, en las que los recuerdos personales simbolizan más que una pequeña historia, fragmentos de la vida de muchos trabajadores y trabajadoras. Quizás una nueva forma de mirar el pasado que impulsa el futuro.