En cualquier argumento, siempre hay alguna idea que se olvida. La mirada concentrada en el objetivo temático del que se habla, impone ciertas imposibilidades al contenido. Pero algunas veces es la propia desorientación dentro de la narrativa argumental la que provoca el olvido de los conceptos más elementales. Lo curioso es que, en ese laberinto de palabras, son precisamente esos conceptos los que muestran el camino de salida. A veces, no son necesarios los artefactos o los artificios sino recordar aquello que siempre hemos sabido.
En su obra ‘The People’s Platform: Taking back power and culture in the digital age’ (La Plataforma del Pueblo: Recuperar el poder y la cultura en la era digital), la filósofa Astra Taylor explica: “Jeff Hammerbacher, codificador de software y uno de los primeros empleados de Facebook, dijo sucintamente: “Las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer que la gente haga clic en los anuncios. Eso apesta”.” Y es que los mecanismos de la distracción o de la creación de envolventes físicas o virtuales en el entorno del hábitat son una estrategia natural al ser humano. La complejidad de estas envolventes, de objetivos diversos, crea una inmersión que dificulta, en ocasiones, ver de forma sencilla las ideas más simples y básicas. Otras simplemente, cuesta admitir ciertas realidades.
Algunos procesos culturales de mundanización ponen de manifiesto que las obras más elaboradas esconden una construcción a partir de referentes populares, no siempre de gran calidad. Pero referentes al final, lo que indica que algún aspecto de estos permite extraer algún tipo de interés. Las ciudades miran a las ciudades y las arquitecturas a las arquitecturas, es decir, que existe un diálogo referencial entre unas y otras que no siempre es culta. En ocasiones esas referencias pertenecen al ámbito de una dinámica urbana, de aquello que forma parte de la vida desde una construcción natural despojada de fundamento estético propio.
“Estos espacios monótonos y con poca luz desmienten la naturaleza del producto: los donuts vienen en grandes cajas de cartón extraídas de estantes polvorientos de los proveedores; también pueden ser pernos, bombillas o patos de goma baratos fabricados en China, solo una parte sin sentido de una gran máquina. Cuando Ahmad coloca los dulces en su vitrina, no hay nada apetitoso o atractivo en ellos. Después de ver esta película, lo último que querrás es un donut callejero de Nueva York.” Bilge Ebiri, Man Push Cart: A Melancholy Cart. The Criterion Collection.
Los referentes populares o simplemente anónimos, en el ámbito cultural, son en la actualidad apoyos fundamentales para un acercamiento casi divulgativo que busca democratizar y abrir, fuera de “los lugares de normalización” (expresión del filósofo Paul B Preciado) el hábitat humano. Leer la realidad, interpretarla y traducirla en una forma expresiva nueva, como explica el director de cine Quentin Tarantino en su libro ‘Meditaciones de cine’, resulta natural y no necesita de artificio, sino que es el camino, no tan meditado de quien busca crear cultura. Esta naturalidad, en el ámbito arquitectónico, define una forma de construir la ciudad a través de una materia neutra y homogénea, en la que el espacio se conforma como contenedor de una función.
La ciudad está compuesta de volúmenes neutros y obras singulares que, al ensamblarse, dan sentido a un urbanismo diverso y nutrido. La imagen neutral de ciertas áreas del tejido urbano, conforman la dignidad de la ciudad al igual que lo hacen las obras singulares, con mejor o peor calidad, todas crean un escenario para la vida. El arquitecto holandés Rem Koolhaas define un punto de inflexión difuso entre el desarrollo de la arquitectura pública antigua y la contemporánea (Dilemas en la evolución de la ciudad, 2006), explicando que “antes los edificios podían contentarse con ser absolutamente neutrales y dignos” mientras que en la actualidad “la mera presión comercial que hay detrás de casi todos los edificios en nuestros días fuerza las excentricidades y la extravagancia incluso en los proyectistas más serios”. Comprender obras que, simplemente son escenarios neutrales, permite ver la ciudad como un ser orgánico al servicio de sus ciudadanos.
El silencio de la arquitectura
En A Coruña uno de los edificios silenciosos más icónicos de la ciudad es el Centro comercial de Cuatro Caminos. Construido a mediados de los ochenta e inaugurado el 3 de septiembre de 1987, se convirtió en una obra innovadora y de función vanguardista. Obra de los arquitectos Carlos Fernández-Gago (1936-1999) con Raúl Freire y Jesús Arsenio Díaz, la tipología de centro comercial contemporáneo, como un espacio semiabierto, es innovadora, y responde influencias comerciales internacionales. Si bien en la ciudad existían otros edificios que respondían completamente a este uso como las Galería Maisonfor (1967) o Almacenes El Pote (1930), la novedad de este centro comercial radica en la morfología de una tipología más abierta y heterodoxa.
Hay muchas subtipologías de centro comercial: fashion mall (centrado en la venta de ropa), town center (incluye tiendas de uso cotidiano), community center (una modernización del mercado tradicional), strip mall (constituido por una calle en la que los comercios son homogéneos y están asociados entre sí), lifestyle center (incluye tiendas, hoteles o centro de convenciones), power center (con distribución lineal y tiendas pequeñas), y aunque el origen de la primera organización comercial de este tipo se emplaza en el foro Trajano de Roma (sII), en el siglo XIX este tipo de centros comerciales proliferaron como símbolo de modernidad y progreso.
Selfridges (Londres, 1909) propiedad del empresario americano Harry Gordon Selfridge utiliza la arquitectura como reclamo con su gran edificio en Oxford Street obra de Daniel Burnham o el centro de Birmingham de Future Systems. Bloomingdale’s (Nueva York, 1862), las galerías Lafayette Haussmann (París,1895) o Harrod’s (Londres 1849), son también edificio singulares que se han convertido en nodos del tejido urbano.
El centro comercial de Cuatro Caminos
El centro comercial de Cuatro Caminos, se organiza en dos plantas, con tres sótanos destinados a garaje. Las dos plantas, aunque independientes se conectan entre sí mediante un espacio a doble altura iluminado cenitalmente. El volumen exterior es silencioso, con fachadas sin apenas huecos salvo en los accesos y las oficinas. Del volumen del centro comercial sobresale otro de mayor tamaño, que alberga un hotel. La planta del edificio es casi rectangular salvo por una pequeña deformación para adaptarse a la calle Alcalde Marchesi y un pequeño apéndice que sobresale acompañando el trazado de la calle Pose. La organización del edificio es sencilla, estableciendo un eje central marcado por el gran lucernario central, que permite percibir el interior como un espacio abierto protegido de la intemperie. En la zona vinculada a la calle Pose aparecen algunos lucernarios menos que acompañan las circulaciones interiores.
La estructura del edificio se ejecutó en hormigón armado con forjados bidireccionales de casetones que posteriormente se han revestido en algunas áreas para acomodar los diferentes comercios. Esta se diseñó pensando en una posible ampliación, por lo que el edificio podría soportar al menos una planta más sin reforzar la estructura preexistente. La fachada principal se significa mediante la incorporación de una sencilla composición postmoderna a partir de un conjunto de seis arcos que se dispone de forma simétrica al acceso. Esta composición, por su proporción y cromatismo es un recurso que busca dotar de esbeltez y elegancia a la fachada, un recurso que había sido utilizado por Philip Johnson en el Lincoln center (Nueva York, 1962).
La fachada del centro comercial está formada por un prefabricado de hormigón de tonos claros, combinado con carpintería de aluminio granate. Interiormente los acabados son muy diversos, ya que el uso comercial posibilita transformaciones ornamentales. A pesar de esta posibilidad, se escogieron materiales muy durables para los pavimentos, debido a su resiliencia. El conjunto se completa con el diseño de las comunicaciones verticales entre las plantas, entre las que destaca la escalera con peldañeado de madera y estructura metálica, por su ligereza y permeabilidad. Los accesos se significan mediante cristaleras rematadas en forma de frontón, con acristalamiento ámbar que permite que se perciban de forma integrada en el resto del conjunto.
Los actos de arquitectura y urbanismo
La construcción de la ciudad se fundamenta en un complejo entramado de capas y transformaciones que envuelven realidades más sencillas. La mirada de la ciudad como un hábitat permite entenderla como un organismo vivo, un escenario dinámico en el que la relación del soporte y la vida es simbiótica. Las obras de arquitectura que parecen haberse perpetuado a lo largo de la historia no a través de la memoria, si no a través de la inercia del uso, adquieren una condición atemporal que las fosiliza en una cierta neutralidad perceptiva. Es sólo la curiosidad la que puede observar el paso del tiempo sobre ellas, y analizar esa presencia silenciosa pero funcional que se integra en las inercias sociales.
“Creemos que todo acto de arquitectura es también un acto de urbanismo y que esta crisis sistémica general, debería conducir a dar mayor legitimidad a las aproximaciones nuevas y pragmáticas, a dar mayor credibilidad a las investigaciones alternativas que provienen de la microeconomía” Lacaton & Vassal. Libertad estructural, condición del milagro
Los actos de arquitectura hoy en día son, además de actuaciones destinadas a la mejora urbana, intervenciones que influyen de forma política en la ciudad, creando una posición que construye el futuro de la ciudad. La arquitectura neutra define un espacio común de relación en la ciudad, capaz de mutar con la sociedad convirtiéndose así en lo que esta desee.