La ciudad es un organismo diverso, está formada por obras muy diferentes entre sí a las que, sin embargo, sus habitantes se acostumbran demasiado rápido. Este hábitat heterogéneo constituye la naturaleza de la ciudad, y es asimilado, sin complejos por quienes la habitan, quizás porque también lo construyen. Y es a través de esta táctica que algunas obras excepcionales se ocultan en la trama urbana, pero otras, más discretas aprovechan esta circunstancia a su favor convirtiéndose en espacios armónicamente serenos que ocultan funciones imprevistas. Porque, incluso lo más doméstico, como desayunar café con leche y tostadas puede significar, según el contexto, un dato relevante.

“- ¿Cómo han sabido que veníamos?

– Saben hasta lo que desayunamos.

– Entonces sólo hay una forma de vencerlos.

– ¿Cómo?

– Averiguando lo que desayunan ellos.”
Michael Collins

La mimetización de la arquitectura a través de un lenguaje local crea un contexto de estructura armónica en la que nada parece destacar, convirtiendo la función en el parámetro distintivo en la morfología arquitectónica. Cuando un tejido mantiene un cierto carácter homogéneo ya sea por una voluntad basada en la estética o por la consolidación de esta de manera natural, la actividad humana se sitúa en un segundo plano. Existe una manipulación, en la que el poder totalitario utiliza la arquitectura al servicio de la creación de determinadas atmósferas, por una parte, espacios monumentales, pero por otra, tejido residencial homogéneo.

Este aspecto, eliminada la fórmula política, y analizada desde un estado democrático, permite analizar las implicaciones sociales y emocionales de estas actuaciones, ya que, en algunas ocasiones estas obras muestran una gran calidad arquitectónica. Las atmósferas entonces se perciben diferente, quizás esa opresión derivada de la homogeneidad de la repetición se transforma en equilibrio compositivo. La adaptación de actuaciones urbanas que buscan la ordenación incluyendo la estética entre sus parámetros genéticos, son capaces de crear ese mismo equilibrio aparente. 

Fotografía: Nuria Prieto

“La arquitectura es el testigo insobornable de la historia, porque no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él el testigo de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones…” Octavio Paz

El equilibrio y la inexistencia de alteraciones muy destacables, crea ciudades de apariencia tranquila. La organización estructurada de la manera adecuada a través de la repetición parece dotar de cierto control que, sin embargo, es una falacia. El París de Haussmann o la Viena Potemkin son ejemplos de ocultación de un espíritu revolucionario mediante una arquitectura muraria que busca contener la expresión de la rebelión. La apariencia frente a la realidad dibuja ciudades modernas, de aspecto burgués, serenas y amplias que, a pesar de todo sucumben a los impulsos vitales de su sociedad. Y es que, aunque Nietzsche afirmara que “la decisión cristiana de considerar que el mundo es feo y malo ha hecho al mundo feo y malo”, la vida, su diversidad y el espíritu humano crean una transformación del hábitat en el que la homogeneidad y la ocultación estética con la voluntad de aparentar, se desmembran dejando ver la materia real con que está construida la sociedad. Quizás no es fea, ni mala, solo es.

Fotografía: Nuria Prieto

Una casa del ensanche

El primer ensanche coruñés, nace como respuesta al crecimiento de la ciudad tras el derribo de las murallas que limitaban el barrio de la Pescadería. Situado entre las actuales calles Juan Flórez y Juana de Vega, fue desarrollado por el arquitecto Juan de Ciórraga entre 1878 y 1885. Al igual que todos los proyectos de ensanche decimonónicos, se basa en criterios higienistas, pero también en una búsqueda de la nueva morfología de la ciudad en términos de escala, composición, materialidad y, en definitiva, una estética en consonancia con el momento en que se construye. La manzana formada por las calles Padre Feijóo, Picavia, plaza de Ourense y plaza de Lugo, se constituye como prototipo de proyecto unitario de manzana del ensanche.

Obra de Faustino Domínguez y Coumes-Gay, esta manzana construida entre 1883 y 1899 se estructuró como un proyecto global, con una definición ordenada de cada uno de los bloques de vivienda: cada uno de ellos cuenta con dos viviendas por planta con el bajo ocupado por uso comercial. La construcción se realizó con mampostería de piedra revocada y pintada que en algunos puntos se ve reforzada con sillería que se deja vista. La composición de la fachada alterna las galerías y los balcones, llevando las primeras a las medianeras o a las esquinas, y los segundos al centro del cuerpo central. Los huecos de la planta baja siguen el mismo ritmo que los huecos de las plantas superiores. Las galerías se enriquecen con un despiece sencillo, y los huecos utilizan un recercado de piedra para dotarles de un cierto carácter regionalista.

Cada una de las plantas presenta una altura diferente: 4,50m en la planta baja, 3,80m en la planta primera y 3,60m en las dos siguientes. Las estancias de estar de la casa se ubican a la calle: salón y despacho, mientras que la cocina se lleva al patio de manzana. Los dormitorios son habitaciones italianas, es decir accesibles desde otras estancias sin iluminación natural directa. El formato de vivienda es sencillo, también su apariencia exterior. La propuesta de Domínguez y Coumes-Gay buscó no sólo realizar un prototipo ideal de edificación para el ensanche, sino también encontrar la estética adecuada de la arquitectura de principios de sXX en A Coruña. Tan sólo el edificio de Radio EAJ41 Coruña de Santiago Rey Pedreira construido en 1952 rompe la homogeneidad de la manzana. 

Arquitecturas públicas, privadas y secretas

El escritor Gabriel García Márquez explicaba que cuando escribió sus memorias se dio cuenta de que estaba escribiendo un hecho vivido y que había vividos “tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta. La buena es la secreta”. La arquitectura, desde el momento que finaliza la obra, también comienza una vida que es pública, privada y secreta. Y bajo la sobriedad de una imagen pública integrada en la ciudad sucede la vida privada, pero puede ser que hubiese una vida secreta como sucedía en el número 1 de la calle Picavia (al que se accedía desde la plaza de Ourense nº2). En este edificio de la manzana prototípica del primer ensanche coruñés, se encontraba el consulado alemán durante la segunda guerra mundial que, ocultaba muchas de las actividades de la Abwehr como describe José María Reiriz en A Coruña y la II Guerra Mundial (Anuario Brigantio, 2006).

Este consulado había ocupado otros lugares en la ciudad como el nº14 de Cantón Grande o el tercer piso del nº4 de la calle Fontán. El bajo del edificio de la calle Picavia se encontraba un nodo fundamental de la red de espionaje del régimen nazi que se veía reforzado con la sede del banco Lloyds en la calle Juan Flórez. A pocos metros de esta en el nº2 de Linares Rivas (actual nº1) se encontraba el consulado británico quien vigilaba muy de cerca las actividades alemanas, especialmente aquellas vinculadas al ámbito naval denominada ‘Ab-I-Marine’. Gran parte de este control tenía que ver con las exportaciones del wolframio por vía marítima que se controlaba desde Vigo y A Coruña. 

Fotografía: Nuria Prieto

La arquitectura de aspecto sencillo y homogéneo, armónicamente regionalista se convierte, en ocasiones, en camuflaje de la función. Si esta tuviese un aspecto singular podría resultar más sospechosa. La morfología repetitiva de elementos compositivos crea un ritmo urbano que transmite discreción y cierta confusión provocada por la rigidez del orden. Por otra parte, la atmósfera que transmite una obra unitaria y prototípica genera un ambiente tranquilo que de forma inconsciente oculta cualquier sospecha de alguna actividad criminal. El paso del tiempo elimina la presencia directa de ciertas funciones, y el aspecto del edificio, aquello que buscaba transmitir permanece incólume, de tal forma que algunas historias quedan ocultas u olvidadas. 

Fotografía: Nuria Prieto

Dispénsenme

La permanencia es una de las características atribuidas a la arquitectura por su vocación longeva, estable e integrada en el hábitat. Pero dentro de esta larga biografía, pueden suceder muchas cosas, en las que la arquitectura puede ser o no utilizada como argumento funcional. El edificio no es solo un escenario, sino un conjunto de espacios capaces de generar atmósferas a través de emociones.

Fotografía: Nuria Prieto

“Dispénsenme caballeros. Lo de ustedes es la política. Lo mío, dirigir este local” Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca. Michael Curtiz, 1946

La función en arquitectura se encuentra en la génesis de un proyecto, pero también puede mutar a lo largo de la vida del edificio, produciendo interferencias, adaptaciones o cambios en la morfología de este. Pero, cuando la función se utiliza desde un punto de vista estético, el resto de las acciones pasan a un segundo plano desentendiéndose de la imagen del edificio. Quizás por eso, los espías elegían los lugares más mundanos, más integrados en la vida cotidiana. Y es que la arquitectura no sólo dibuja la imagen de la ciudad, si no que es capaz de crear historias propias en las que sus habitantes se sumergen de forma consciente o inconsciente.