En el relato Cordero asado de Roald Dahl, el autor propone un ejercicio de ingenio haciendo cómplice al lector. Esta premisa proporciona un cierto poder sobre la interpretación de la historia, pero al mismo tiempo crea una atmósfera de omnisciencia que permite una identificación fácil con cada uno de los personajes que aparecen más allá de la protagonista. Los diferentes puntos de vista definen posibles devenires de una misma realidad.
“El crimen perfecto habría consistido en inventar un mundo sin fallos y retirarse de él sin dejar huellas. Pero no lo conseguimos. Seguimos dejando por todas partes huellas —virus, lapsus, gérmenes y catástrofes—, signos de imperfección que son como la firma del hombre en el corazón del mundo artificial” (Jean Baudrillard, 2000)
Los signos de imperfección de las acciones humanas son, a veces, imperceptibles porque se han mimetizado entre las dinámicas del hábitat. Tan solo algunas cicatrices del tejido urbano o rural reflejan errores, malentendidos o acciones deliberadas que han contribuido a dañar el soporte sobre el que tiene lugar la vida. La manera de comprender estas insólitas morfologías parte de una intuición sencilla, una mirada que se detiene sobre aquello que le produce extrañeza. Reconocer el paisaje sobre el que tiene lugar la vida cotidiana es la primera identificación de este como hábitat y reclamarlo, aunque solo sea de manera cultural, como genético. La defensa del hábitat parte de la comprensión de este como extensión de la propia vida y de la aceptación de sus virtudes y sus cicatrices, al igual que sucede con el propio cuerpo con el paso del tiempo. Hay errores que se podrían haber evitado, heridas inmarcesibles, y recuerdos en forma de surcos, pero al final del día lo físico en el acto de vivir es una relación constante con el cuerpo y con el lugar.
La arquitectura aparece como una disciplina que parece manejada por un demiurgo, pero en realidad es una herramienta al servicio de la sociedad que permite crear abstracciones de un hábitat peligroso y adaptarlo a las necesidades de la vida de diaria con el objetivo de hacerla confortable, segura, eficiente e incluso, hermosa. En el camino de la construcción de la ciudad, hay direcciones que no se toman, aunque todo pareciese indicar que podían ser correctas. Una u otra razón seleccionó un camino, y por tanto una realidad frente a otra, dejando una constelación de posibles que nunca fueron.
Dean Buinomano, neurocientífico describe esta clase de alternancias temporales explicando que Londres y Los Ángeles existen, y el hecho de estar en una no significa que la otra no exista o sea irreal, sino que es el procesamiento del cerebro el que crea a veces razonamientos imaginativos: “Lo que quiere decir esta teoría es que el tiempo es una dimensión, como el espacio, en el que todos los momentos del tiempo son igualmente reales aunque uno no los pueda sentir o vivir, porque está encerrado en un momento, en su presente. Y lo que señala esta visión es que, al igual que no puedo sentir lo que pasa en Londres ahora mismo, tampoco lo puedo hacer con lo que va a pasar en el futuro, pero eso no significa que no sea real.” Aplicando este razonamiento hacia el pasado hace que, a pesar de no haberlo vivido, este ha sido real y determinados caminos tuvieron sentido en el momento en que se tomaron, aunque desde una perspectiva contemporánea no lo parezca. Quizás esos caminos no tomados, pertenezcan a otra realidad, en la que no se puede vivir, aunque existan de manera abstracta en los dibujos.
La revolución optimista
Con la llegada del siglo XX, los impulsos de cambio y la euforia por la modernización y los avances tecnológicos definen una atmósfera optimista y alegre. La música, la pintura, la política, la literatura y todas las expresiones de la cultura social experimentan una explosión de vanguardia y progreso creando una dinámica positiva. La arquitectura en su expresión estética muestra el sentir cultural de una sociedad, de alguna forma se pueden leer las emociones de una época a través de sus edificios.
“No podemos exponerlo y se acabó.
Pero si de eso se trata precisamente en esta exposición-le explicó Walter-cogiéndole amablemente del brazo-Es una oportunidad que permite al artista enviar lo que se le antoje que sea el artista y nadie más quien decida qué es arte” Beatrice Wood sobre la exposición del icónico urinario de Duchamp
Las nuevas arquitecturas de principios de siglo, aunque ahora puedan parecer obras memorables e integradas en la ciudad como auténticas obras de arte, fueron en su momento expresiones de vanguardia que causaron asombro. Aunque algunas solo se quedaron en el papel como testigos de una intención. Curiosamente, aquellas que sólo fueron intenciones, muestran conceptos más reveladores. El papel siempre es el soporte de los sueños que no se cumplen, de las emociones que no se dicen o de las historias que ya sucedieron y nunca volverán.
En 1914, el arquitecto Antonio López Hernández entrega un proyecto para la construcción de un casino en los jardines de Méndez Núñez. Esta pequeña zona de la ciudad estaba sufriendo una profunda transformación con el inicio del nuevo siglo. La apertura del puerto con las nuevas formas de turismo que llegaban por barco define una manera diferente comprender algunos tejidos urbanos. La zona próxima al puerto se convierte en un área de recepción en la que comienzan a aparecer nuevas tipologías arquitectónicas como un moderno hotel, una terraza de ocio o una sala de exposiciones. El casino diseñado por Antonio López Hernández, era una obra singular que ocuparía la parcela en la que posteriormente se construyó el Hotel Atlantic. La obra, de dimensiones monumentales, se convertiría en una gran puerta de acceso a la ciudad.
El beaux arts coruñés
López Hernández es uno de los máximos exponentes del modernismo coruñés, su obra cargada de lirismo y delicadeza captaba la voluntad cultural de un momento histórico. Pero, además, la composición volumétrica de sus obras está caracterizada por una profunda organización lógica, en la que la rigidez de cada espacio se ve aliviada por la conexión con el exterior o con otras zonas. Su propuesta para el casino de A Coruña está formada por un cuerpo central que se rodea por un volumen perimetral que se altera volumétricamente en función a lo que sucede en la ciudad. Todo el conjunto se sitúa sobre un plinto de una planta que crea una plaza elevada. La fachada hacia los jardines se constituye como un espacio de acceso secundario que permite disfrutar del exterior, mientras que la que da hacia el mar incorpora dos claustros separados por un gran retranqueo. La fragmentación del volumen hacia el puerto crea un pliegue en el centro que se percibe como una gran puerta, acogedora. Uno de los testeros se constituye como acceso principal mostrando una fachada más rica y decorada. Si bien todo el conjunto se reviste de una ornamentación de referentes franceses, su morfología revela además un cierto paralelismo con otros casinos históricos como el de Montecarlo. Proyectado por Charles Garnier, también autor de la ópera de París, abrió sus puertas en su edificación actual en 1863. El lenguaje elegido por el arquitecto es el decimonónico Beaux Arts o estilo Segundo Imperio o Napoleón III.
En 1924 la construcción de un casino en una ciudad que buscaba la modernización y la vanguardia tenía como referente directo la arquitectura burguesa europea, especialmente a la francesa. El estilo Beaux Arts se impone como el lenguaje de la arquitectura vinculada a actividades de clase alta, a diferencia del modernismo que es más común en viviendas o pequeños pabellones. Este lenguaje incluye no sólo una ornamentación específica más clásica, sino también algunos elementos específicos como torres o pináculos que transforman la volumetría del conjunto. El recorte de los huecos es también singular, estableciendo una jerarquía entre ellos: por una parte, arcos sin cerramiento, por otros huecos rectangulares de grandes dimensiones algunos de los cuales se han dividido al estilo de las galerías tradicionales, pero otros incorporan algunos rasgos del lenguaje modernista más florido como arcos o elementos vegetales. Las cubiertas se conciben como un pabellón modernista formado por una estructura de forja sobre la cual se disponen los diferentes planos, en la mitad del cuerpo central curvos, que sirven de cobertura.
La distribución interior sigue la lógica volumétrica del exterior, así el cuerpo central se define como un espacio diáfano, un gran salón central al que se dirigen todas las salas y demás espacios auxiliares, y es que accesible desde tres de sus cuatro fachadas. Si bien todo el conjunto muestra una vocación de doble simetría muy clara, sobre esta se organiza una entrada principal y dos secundarias vinculadas a las fachadas que dan al puerto y la ciudad. Así se establece una permeabilidad filtrada a través del ornamento de una envolvente rica y ostentosa. Finalmente este proyecto de casino no llegó a realizarse, pero en su lugar se construyó el espléndido Hotel Atlantic, con una estética similar pero con una arquitectura más humilde en términos de escala y percepción.
Ciudades de papel
Hay letras y trazos que nunca abandonan el papel, habitan un lugar que no existe más que en la imaginación. A pesar de eso según el dicho griego “las palabras no tienen huesos, pero los rompen” y es que algunas obras son capaces de producir mayor impacto urbano desde el papel que una vez construidas. Los trazos que no abandonan el papel no crean cicatrices urbanas visibles, pero sí abren debates culturales creando brechas argumentales.
La ciudad y su relación con el ser humano es un conjunto de “jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desarticulación de todas las ideologías. Es una pena…” según Diamela Eltit, pero también “Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. De hecho, no necesita tener casas, la ciudad; las fachadas bastan. Las ciudades clásicas están basadas en un instinto opuesto al doméstico. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya.” Como indicaba José Ortega y Gasset. La ciudad se configura como un conjunto de relatos, reales o imaginarios que permiten percibir el hábitat como un lugar, a veces, mágicamente incomprensible.