La ciudad contemporánea es una construcción heterogénea que, a ojos de quien la pasea se convierte en un extraño escenario a veces distorsionado y caótico que se ha sometido a unas ciertas reglas organizativas con el fin de crear un espacio para la convivencia. Lejos de un urbanismo liberal o anárquico, la ciudad es el escenario de la convivencia de un grupo de personas que deciden habitar un lugar. La diversidad urbana es, en ocasiones, síntoma de riqueza arquitectónica, en otras de proyectos inacabados y en las más peculiares de superposiciones orgánicas obligadas a funcionar. Y es que como construcción colectiva sometida a una dinámica vital la ciudad nunca se detiene.
En 1965 el arquitecto egipcio Hassan Fathy explicaba que “el arquitecto hace lo que puede, y lo que puede, es muy poco”. Los proyectos de arquitectura, de pequeña o gran escala, representan un instante o un fragmento urbano que, si bien puede convertirse en un catalizador en las obras de arquitectura que siguen el “modelo de la excelencia” (Bernard Rudofsky), la mayoría son propuestas que buscan encajarse en el tejido urbano de la forma más sensata y ordenada. El deconstructivismo como puente entre la arquitectura y la filosofía manifestó un análisis de los choques entre contextos urbanos y enfoques arquitectónicos. En este sentido, la crítica del deconstructivismo puede contener algunas ideas aplicables a la percepción de la ciudad contemporánea.
“Lo que resulta finalmente tan inquietante de todo ello es precisamente que la forma no sólo sobrevive a la tortura, sino que parece aún más fuerte por su causa. Tal vez la forma está incluso producida por ella. No está claro que fue primero, la forma o la distorsión, el huésped o el parásito […] Ambos componen una entidad simbiótica” Mark Wigley, 1988
Las formas de la ciudad se pueden mirar desde un punto de vista deconstructivista como un conjunto de distorsiones y alteraciones formales habitadas que, en lugar de percibirse como torturadas, se observan como consolidadas e inamovibles. La realidad es que la ciudad contemporánea se encuentra en constante mutación y adquiere cada vez más dinámicas líquidas, siguiendo los patrones sociales. Las formas de la ciudad compuestas a base de proyectos arquitectónicos crean una estructura perceptiva en la que cada edificio o propuesta de espacio público se pueden analizar de manera individual, como apuntaba Aldous Huxley en ‘Un mundo feliz’ “El cuerpo social persiste, aunque sus células cambien”. Si cada obra que compone la ciudad presenta una cierta calidad arquitectónica, aunque su aspecto sea silencioso y discreto, la morfología de esta se ve enriquecida, y por extensión la cultura de quienes la habitan.
Las obras de apariencia anónima que componen el tejido urbano, a veces, son proyectos singulares realizados por arquitectos de gran talento, que tienen una gran capacidad para dotar de dignidad a cualquier tipología. En la década de 1930, en A Coruña se desarrolla un crecimiento urbano progresivo que sigue la onda expansiva de los ensanches, sin embargo, las viviendas ya no sólo siguen los principios higienistas de principios del siglo XX, sino que su estética racionalista es reflejo de su modernidad compositiva interna.
Tenreiro y Estellés: la vanguardia coruñesa
En la calle Miguel Servet 5-11 se ubica un edificio de viviendas de apariencia neutra, sin más signo llamativo que su combinación de colores en fachada. Sin embargo, esta obra es un proyecto de 1931 del arquitecto Peregrín Estellés, socio de Antonio Tenreiro. El estudio formado por ambos abanderó la vanguardia de la arquitectura coruñesa de la primera mitad del siglo XX. Sus obras introdujeron no solo los postulados de la escuela de Chicago con el Banco Pastor (1922-1925), el purismo con el edificio Atalaya (1933), sino el racionalismo más radical con numerosos edificios de viviendas que en el momento en que se construyeron colisionaban con un clasicismo estético mezclado con ciertas características regionalistas. La reinterpretación que realizan Tenreiro y Estellés de tipologías como la vivienda, constituyen un modelo de modernización de los criterios higienistas y una actualización de las morfologías habitacionales conforme a las nuevas necesidades de una sociedad más avanzada. Sus viviendas no solo sirven de reflexión sobre iluminación y ventilación natural, sino que su distribución dibuja una forma de vivir muy cercana a las dinámicas contemporáneas.
Además, las nuevas tecnologías de la construcción que comenzaban a utilizarse a principios de siglo XX como el hormigón armado les sirven como herramienta constructiva para aplicar el lenguaje racionalista de una forma radical, y es que el uso de este material no sólo les permite liberar la planta de los rígidos muros de carga, sino que además enfatizan sus límites ‘rompiendo’ las esquinas como si se tratase de magia. En la construcción contemporánea el uso de voladizos, o la presencia de sofisticados apeos permite que casi cualquier forma audaz y de apariencia inestable sea factible. No es una sorpresa. Pero en la sociedad de principios de siglo XX, educada en la mirada de arquitecturas tradicionales con enormes muros de carga de piedra en las que la masividad y la presencia componían un lenguaje casi genético e incrustado en el territorio, observar que, en un edificio, la esquina no llega a apoyarse en el suelo, sino que en su lugar hay un vacío cerrado por un vidrio, golpeaba con un enorme interrogante el juicio sobre la realidad. La magia detrás de un enorme volumen que no se apoya donde debe es, en realidad, fruto de un inteligente diseño estructural basado en un nuevo sistema constructivo que permite vanguardias y radicalismos expresivos inéditos.
Edificio de viviendas en la calle Miguel Servet
El edificio de la calle Miguel Servet, es un conjunto compuesto por tres escaleras que ocupan el extremo de una manzana al completo. Una disposición muy similar a la que posteriormente utilizarán en la casa Santiago López (calle Sol, 1935). Este edificio se puede interpretar como la génesis de una larga reflexión proyectual sobre la tipología de vivienda coruñesa de la década de los treinta, ya que es una de las primeras obras de estas características que se construyen en la ciudad. A ella le seguirían la casa Balas (1935) o los edificios proa como la Casa Soto (1934-35), que se convertirían con el paso del tiempo en muestras de una vanguardia que terminó truncándose con la opresión estética de la dictadura. El conjunto se fragmenta a través del juego de volúmenes, mediante tres cuerpos volados en la fachada longitudinal y uno en cada una de las transversales.
Estos elementos se encuentran con la primera planta de una forma singular, y es que lejos de crear un corte abrupto, el portal sirve de motivo compositivo para generar una transición ordenada hacia el plano base de la fachada. Además, la transición genera una singularidad en el acceso al edificio, en la que el umbral parece esculpido. En su parte superior, la última planta incluye un balcón con una pequeña cornisa. Entre los volúmenes que sobresalen la fachada es un lienzo plano que en la planta superior introduce una pequeña distorsión en la zona que alberga el hueco, de tal manera que la fachada parece desdoblarse hacia adelanta y hacia atrás. Al observar la fachada de manera frontal resulta complicado discernir hacia dónde se inclina la fachada en dicho desdoble, lo cual produce una percepción de movimiento que aligera la parte superior del edificio.
El dinamismo de la fachada se ve reforzado por la distinción de colores que agrupan los huecos y las fachadas opacas respectivamente. Este destacado a través del color, se ve reforzado mediante una pequeña moldura que se sitúa en la línea de vierteaguas de manera continua. Así mismo se coloca un motivo decorativo similar a una cornisa discontinua vertical entre cada uno de los tres bloques que albergan cada una de las escaleras. Las viviendas se organizan en cada bloque incluyendo un patio por bloque, y otro patio intermedio entre bloques. Las carpinterías de los huecos eran originalmente de madera, aunque han sido sustituidas en su mayoría por opciones de aluminio lacado o PVC. Pero el hueco más destacado es el que se dispone en la esquina de la calle Miguel Servet con la calle de la Torre, ya que ocupa la posición en la que tradicionalmente se encontraría un apoyo. Sin embargo, se toma la decisión de eliminar este elemento y destacar su ausencia mediante el vacío. Este se resalta mediante una forma geométrica que recuerda al art-dèco de apenas una década antes, y la adición de dos ventanas simétricas respecto a la arista de la esquina con remate triangular.
La arquitectura de cristal
La ciudad y sus habitantes forman un organismo vivo. La cultura de los habitantes de la ciudad es la que construye sus formas, sus espacios y sus lugares a lo largo del tiempo. Pero la relación es simbiótica por lo que no sólo son los ciudadanos los que construyen la ciudad, sino la morfología de esta la que determina en cierta medida la cultura del lugar. El escritor Paul Scheerbart escribió en 1914 La arquitectura de cristal, una obra que anticipaba algunos de los conceptos que impulsarían la vanguardia de la arquitectura de principios del siglo XX. En esta obra Scheebart explica: “Si queremos elevar nuestro nivel cultural, estamos obligados, nos guste o no, a transformar nuestra arquitectura. Y esto sólo será posible si acabamos con el carácter cerrado de las habitaciones donde vivimos.” Una arquitectura de buena calidad, aunque sea anónima, es capaz de crear una atmósfera cultural que catalice las ideas de sus habitantes.
“Las formas de la arquitectura son construcciones que se han optimizado conforme a la tradición. Construir significa progresar en ese proceso, investigar y hacer. El desarrollo de edificios comenzó hace 10000 años y ha alcanzado un nivel altísimo” José María Songel sobre Frei Otto, 1997
Habitar una ciudad heterogénea, formada por capas diversas, yuxtaposiciones, espacios contradictorios y una infinidad de singularidades, es algo natural que, precisamente por su cotidianidad lo hace imperceptible. La mejora de la estructura urbana, y de sus arquitecturas, permite que aquellas percepciones silenciosas emerjan como enseñanzas positivas capaces de contagiar áreas completas de la ciudad. Los pequeños proyectos de arquitectura son en realidad grandes lecciones que si consiguen ser leídas y asimiladas solo pueden conducir a un hábitat mejor.