Los finales suelen tener como consecuencia una mirada reflexiva. El cierre de una etapa provoca la reconstrucción de su relato completo inmediatamente después. Pero como afirmaba Jean Baudrillard “El problema de hablar del fin (en particular del fin de la historia) es que uno debe hablar de lo que hay más allá del fin y también, al mismo tiempo, de la imposibilidad de finalizar”. La reflexión trae consigo conclusiones que, en la postmodernidad crean una “incredulidad hacia las metanarrativas” (Jean-François Lyotard) en favor de las lecturas breves o más acotadas.
En términos arquitectónicos la reflexión de las diferentes etapas, especialmente las próximas se produce además un revisionismo, a veces crítico, que afecta tanto a aspectos técnicos como coyunturales. En las últimas décadas se ha producido una cierta licuefacción de conceptos consolidados y consecuentemente la impresión de que la crítica arquitectónica está ausente y es insolvente. Pero quizás sólo sea una alienación basada en una forma de mirar que sigue el canon de finales del siglo XX.
“Lo que se da como racionalidad de la sociedad moderna es simplemente la forma, las conexiones exteriormente necesarias, el dominio perpetuo del silogismo. Pero, en estos silogismos de la vida moderna, las premisas toman su contenido de lo imaginario; y la prevalencia del silogismo como tal, la obsesión de la "racionalidad" separada del resto, constituyen un imaginario de segundo grado. La pseudoracionalidad moderna es una de las formas históricas de lo imaginario; es arbitraria en sus fines últimos, en la medida en que éstos no responden a razón alguna, y es arbitraria cuando se propone a sí misma como fin, no apuntando a otra cosa que a una "racionalización" formal y vacía.” Cornelius Castoriadis
La arquitectura contemporánea, líquida y separada ya de reflexiones grabadas en mármol, busca la separación de la racionalidad moderna que acompañó la base de la composición arquitectónica del siglo XX (salvo explosiones contraculturales). Lejos de la forma, lejos de los silogismos que la atan a conceptos obsoletos, la arquitectura toma una deriva postmoderna hacia la abolición del metarrelato en favor de la realidad, que está compuesta por pequeños detalles, por situaciones específicas de una sociedad que no es homogénea y que cada vez más, se hace de forma democrática con los mimbres de la cultura, porque en realidad ya era suya.
Pequeñas historias del lugar
En este sentido las arquitecturas de finales del siglo XX inmersas en el movimiento deconstructivista, postmodernista o ausente de identidad atraviesan las diferentes transformaciones del metarrelato hacia las narrativas localizadas y, a pesar de los influjos globalistas de las obras finiseculares, los pequeños rasgos que asientan a la obra en el lugar comienzan a expresarse de forma honesta. Parecen actos inconscientes, pero que en realidad se encuentran enmarcados en esa voluntad de separación y búsqueda de otras formas de hacer arquitectura. Como decía el actor Richard Harris sobre su colega Michael Caine “es un maestro de la inconsciencia enmascarado de gurú que convierte sus vastas limitaciones en piadosas virtudes”, y es que Caine, a pesar de las críticas (especialmente de sus primeras interpretaciones) sí tenía una técnica propia que había depurado poco a poco, entre las que se incluía la peculiaridad de no parpadear nunca en cámara, ya que esto, según él, restaba solidez y sinceridad al diálogo y la acción.
Hay obras de arquitectura que, en ese proceso de fuga deliberada de los cánones teóricos, corre por territorios experimentales o simplemente mira con anhelo las prácticas vanguardistas buscando su mundanización en favor de la sociedad. Ese mecanismo, tan propio del cine de autores como Quentin Tarantino o Martin Scorsese que toman aquello que les fascina (especialmente la música) y lo introducen en su obra con intención compositiva y divulgativa, en la arquitectura se realiza a través de trayectos menos populares, pero igualmente efectivos. Así, a veces, observar un edificio es ver muchos otros que le precedieron o que se están construyendo bajo los mismos parámetros.
El edificio de la ONCE situado en el Cantón Grande es una obra contemporánea en relación con algunos de sus vecinos más consolidados. Obra del estudio de arquitectura Mateu i Bausells, el edificio forma parte de una serie de edificios vinculados a esta organización y que mantienen una imagen equilibrada entre la vanguardia y la contención. Las sedes de Navarra, Madrid y el pabellón para la Expo de Sevilla ’92 componen ese conjunto. La sede de Madrid puede comprenderse como génesis de un planteamiento ya que en la elección por parte de la ONCE de este edificio puede interpretarse a través de una intención lingüística que construye una imagen urbana. El edificio de Madrid era obra del arquitecto Luis Gutiérrez Soto (1900-1977) profesional muy prolífico del que Miguel Ángel Baldellou llegó a catalogar hasta 650 obras (400 de ellas, en Madrid). Su estilo particular, ajeno a los lenguajes y corrientes internacionales, definió la imagen del Madrid desde la década de los veinte (Cine Callao, 1926; Cine Barceló, 1930) hasta los sesenta y setenta (Ministerio del aire, 1951 o la torre del Retiro, 1972).
El edificio de la ONCE de Madrid, construido en 1961, es reformado manteniendo la estética de la fachada y la lógica del edificio, aunque se efectúa una fuerte transformación interior para adaptarlo al nuevo y exigente uso. La morfología de esta obra de Gutiérrez Soto define una estética sobria subrayada por el ritmo constante de los huecos y una materialidad neutra, un aspecto que influye en la concepción de las siguientes sedes de la ONCE. El edificio de Navarra (proyectado en colaboración con BT&S) incorpora un nuevo uso lo cual provoca una separación que se manifiesta en la fachada. El edificio de la Expo’92 sin embargo, da un paso hacia la experimentación en la que la envolvente del edificio se acerca a los postulados del hi-tech. Este estilo también denominado expresionismo estructural está basado en los avances tecnológicos de finales del siglo XX, que permiten experimentar envolventes nuevas, estructuras de mayor luz y un aspecto vanguardista cercano a la aeronáutica.
Aunque este tipo de arquitectura se vincula al arquitecto británico Norman Foster, es una corriente de investigación más amplia dentro de la cual se pueden encontrar obras de Renzo Piano, Richard Rogers, Future Systems, Arup o César Pelli, y un gran número de precursores como Peter Cook, Buckminster Fuller, Frei Otto o Cedric Price, quienes representan la contracultura y la vanguardia en la construcción arquitectónica de mediados de siglo XX. El edificio de la expo’92 para la ONCE presenta una fachada completamente acristalada con un sistema de sujeción entonces innovador, en el que la carpintería que sostiene el vidrio es casi invisible. Este efecto que hoy no resulta novedoso creaba en aquel momento la idea de una envolvente transparente y que buscaba desmaterializar la fachada.
El edificio de A Coruña, construido en la década de los noventa, puede interpretarse como una suma de estas experiencias o referencias, que culmina con una obra que es, discreta pero que incorpora algún elemento innovador. La fachada del edificio es una solución compuesta en la que se superpone una lámina de vidrio sobre una fachada de aspecto pétreo. El edificio se alinea con las construcciones colindantes (entonces la medianera derecha aún no se encontraba edificada) y se constituye como una fachada uniforme con un ritmo de huecos constante que, sin embargo, no se corresponde con ninguna referencia externa. Sobre este lienzo pétreo se superpone una lámina de vidrio que se asemeja morfológicamente a la galería coruñesa. La tecnología permite depurar las características propias de la galería hasta reducirla a la propia esencia de este elemento constructivo.
Para ello se utilizó un sistema de fijación similar al tipo ‘spider’ que hacía desaparecer la estructura de montantes y largueros propios de cualquier estructura volada que sobresale de la fachada con la intención de incorporar paños de vidrio. El sistema además incluía refuerzos mediante cables para evitar la flexión de los paños por efecto del viento, mientras que las pasarelas, se constituía en arriostramiento además de espacio necesario para el mantenimiento. Esta nueva forma de introducir la galería en un edificio no es una reinterpretación arquitectónica, como suele denominarse habitualmente, sino una mundanización de esta. Es decir, se toma un elemento constructivo tradicional y se abre conceptualmente para dotarlo de nuevas interpretaciones abiertas a la sociedad contemporánea.
El acceso al edificio se constituye como un arco que ocupa toda la longitud de la fachada abriéndose en doble altura, un gesto postmoderno que queda sometido a un segundo plano bajo la galería, de la misma forma que ésta oculta la disparidad en la distribución de los huecos con respecto a los edificios colindantes. El edificio cuenta con siete plantas y un bajocubierta. A pesar de la sofisticación y del uso de vidrios templados, adecuados para el sistema, el paso del tiempo causó el falló de algunos agarres, lo que provocó una reforma de la galería que fue llevada a cabo por Jacobo Rodríguez-Losada Allende, modificando ligeramente las características de esta.
El instinto más poderoso del hombre
Los proyectos de arquitectura son procesos complejos, en los que influyen numerosos aspectos que es necesario conciliar, desde la técnica a la estética, pasando por el urbanismo o la función. Pero hay algo que se desarrolla en paralelo, y que se constituye como una reflexión de fondo, y es que cada gesto que aparece en el proyecto establece una conexión entre los referentes de la obra y la influencia de esta sobre la ciudad. En la actualidad, la presencia en la ciudad tiene una componente de democratización resultado del proceso de mundanización de los referentes que abre la interpretación del edificio a quien lo observa y así, lo hace suyo.
“Crecí viendo muchas películas. Me atrae este género y ese género, este tipo de historia y ese tipo de historia. Mientras veo películas, hago una versión en mi cabeza que no es exactamente lo que estoy viendo: tomó las cosas que me gustan y las mezclo con cosas que nunca antes había visto.” – Quentin Tarantino
Un paseo por la ciudad puede ser algo más que un entretenimiento, porque a veces hay algo que detiene la mirada o ralentiza el paso. Alguno de los pequeños o grandes detalles que construyen la ciudad y que quizás ese día parecía diferente. El interrogante aparece como un pequeño conflicto que Jean Baudrillard reconocía como “el instinto más poderoso del hombre”, y es su capacidad de “entrar en conflicto con la verdad, y por tanto con lo real”. Pero el acto de mirar, acercarse y poco a poco observar con detenimiento provoca una interpretación natural e involuntaria de la realidad que activa la memoria. Los ojos casi fotografían cada detalle sorprendente, y los almacenan en el espacio que la cabeza reserva para la riqueza cultural que se aprende con la experiencia. Porque observar la arquitectura es, en el mundo contemporáneo, reclamar la ciudad como propiedad y reconocerse como parte de ella.