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La cafetería Manhattan y el lugar: un icono de A Coruña
- La cafetería Manhattan es un icono de la ciudad que ha formado parte de las diversas reformas de la Plaza de Pontevedra, llevadas a cabo en la década de los setenta por el arquitecto Andrés Fernández-Albalat y en la década de los ochenta por el ‘diseñador urbano’ Antonio Vázquez Liñeiro. Su traslado en la plaza y su estética postmoderna aún generan controversia hoy en día.
- Muy cerca: El número 161 de la calle San Andrés de A Coruña
Siempre hay lugares singulares en la ciudad. Escenarios urbanos que parecen soportar cualquier capricho de la sociedad que los habita y que, con una lealtad tranquila, terminan formando parte de una biografía infinita. Quizás por eso, algunos generan un extraño magnetismo que conduce a una constante mirada reflexiva. Observar los lugares que significan algo, o que al menos parecen singulares, a menudo formulan preguntas sobre el pasado o crean innumerables historias sobre su futuro. Su atmósfera desencadena una reflexión de la ciudad, un pensamiento que no es puntual, sino que debido a la singularidad del lugar crea una vibración expansiva que afecta al concepto que construye el territorio. Estos pensamientos sencillos, no hacen otra cosa que crear un conjunto de emociones en torno a la percepción de la ciudad, y su propia existencia describe la calidad del mundo que habitamos.
“Intento ejercer una inteligencia sentimental a través de la poesía, a la cual no queda ya más característica para identificarse al respecto de la prosa que la concisión y la exactitud. Es la más exacta de las letras en el mismo sentido en que las matemáticas son la más exacta de las ciencias. Y si se trata de un mal poema, ensuciará el mundo, como la bolsa de basura dejada en medio de la calle. Porque un mal poema no es neutral, sino que contribuye a ensuciar, a desordenar el mundo, igual que un buen poema contribuye de algún modo al orden y la higiene del mundo. Éstos son los ejes que me traza, al cabo de los años, mi confortable desinterés por lo que tiene la pretensión de ser novedoso o exótico, un retorno a la divisa de Diderot. “A la mediocridad la caracteriza su gusto por lo extraordinario”. Joan Margarit
La reflexión pausada en torno a los lugares singulares impide buscar lo extraordinario, sino más bien comprender lo ordinario, para encontrar una lectura de entramado sólido, creado por la propia ciudad. Washington square, es una de las plazas más emblemáticas de Manhattan. La reflexión en torno a este lugar ha sido siempre objeto de análisis inductivos sobre la composición urbana y la transformación de los tejidos, especialmente tras las ínfulas de Robert Moses y su intención de destruir la plaza para crear un enlace de autopista metropolitana que desembocase en el extremo de la Quinta avenida, donde se encuentra la plaza. La defensa de la plaza, encabezada por los vecinos entre los que se encontraba Jane Jacobs, se convirtió en manifiesto y en texto analítico, un auténtico manual de urbanismo de la ciudad contemporánea y su futuro.
Y es que parece que los grandes cambios urbanos solo tuvieron lugar en el pasado: el derribo de las murallas, la entrada del ferrocarril, las reconstrucciones de posguerra. Pero las ciudades ya no se habitan como en la década de los cincuenta, la sociedad es diferente, así como la tecnología y las costumbres que poco a poco se han ido adaptando a las diferentes transformaciones. Si las ciudades ya no se habitan de la misma manera, aquellos elementos que sobreviven, no a la historia, sino a las propias dinámicas de la ciudad se convierten en pequeños iconos de una biografía infinita. La elección moral de la ciudad es compleja, pero sus inercias definen la realidad.
“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear.” Anthony Burgess, La Naranja mecánica.
Manhattan
En A Coruña uno de estos iconos, por su situación e imagen es la cafetería Manhattan. Su ubicación, en pleno dentro de la ciudad, dentro de un nodo complejo y relevante en términos históricos, esta cafetería es una obra singular, resultado de una actuación urbana que se ha ido transformado con el paso del tiempo. La plaza de Pontevedra comenzó siendo un gran espacio peatonal con vocación de plaza, resultado del derribo de las murallas en su extremo en contacto con el Orzán y toda la composición orgánica generada en torno a estas. La modernización de la ciudad llevó a plantear un proyecto más allá de la depuración del espacio con una mera ordenación superficial. El auge del automóvil, así como las transformaciones en la manera de moverse por la ciudad, crean la necesidad de un cambio para adaptar la plaza, así en la década de los sesenta se comienza a desarrollar un proyecto que modifica de manera global el lugar. En 1970 se produjo la inauguración de la nueva plaza obra de Andrés Fernández-Albalat. En este primer proyecto el conjunto giraba en torno a dos circunferencias que se configuraban como acceso al párking, incluyendo también una gasolinera. La parte superior de la plaza se convirtió en espacio público habilitado como plaza con graderío para actividades y parque infantil.
En el primer proyecto la cafetería se encontraba en el extremo norte de la plaza. Su morfología circular, creaba en su entorno una terraza de disposición agradable, y un espacio completamente acristalado al exterior. La cubierta de la cafetería era utilizada como plaza pública. La estética de esta primera cafetería era radicalmente moderna que recordaba a los ‘Diners’ americanos, de hecho, Fernández-Albalat introdujo con sus primeras obras como la fábrica de Coca-Cola o la sede de SEAT un lenguaje moderno cercano al del arquitecto Richard Neutra.
Una nueva reforma
En la década de los ochenta se produce una reforma de la plaza que se inaugura en 1989, obra del “diseñador urbano” Antonio Vázquez Liñeiro. La reforma produjo una nueva transformación radical de la plaza, modificando incluso el aparcamiento subterráneo. Esta nueva plaza de lenguaje posmoderno, incorporó varios elementos ornamentales como la Paloma de Picasso o la estatua de Eusebio da Guarda. También se revistió de elementos cerámicos el pavimento y se incluyeron algunos elementos como una marquesina en sección triangular al estilo de la Estación de Cardona en Milán.
La cafetería se instaló en la isleta en forma de lágrima que se quedó en medio de la plaza. Un volumen cerrado por columnas de inspiración dórica revestidas de granito. Este lenguaje, que hoy en día se percibe como kitsch es una traslación de la arquitectura postmoderna de la década de los ochenta que dio lugar a grandes obras de arquitectura en manos de arquitectos como Aldo Rossi, Carlo Scarpa, Robert Venturi y Denise Scott-Brown o Mario Botta. La traducción del lenguaje de la arquitectura clásica a la contemporaneidad fue una labor que permitió desarrollar obras en las que la geometría, los planos y formas simples, además de los colores sólidos se combinaban para generar espacios de aspecto limpio y armónico. Pero el uso del lenguaje postmoderno no siempre ha dado obras singulares.
La cafetería Manhattan mantiene una morfología circular, al igual que el proyecto original situando en el extremo norte, pero se reviste de una envolvente con lenguaje postmoderno. Los elementos principales son el uso de columnas, cúpula y frontones. Éstos buscan la integración en el lugar mediante la materialidad que se transforma a través de los materiales en un postmodernismo regionalista. El intercolumnio de las fachadas crea el espacio para los huecos acristalados que se rematan inferiormente con un arco impostado sobre la carpintería, dotando de mayor ornamentación al esquema rítmico de la envolvente.
Interiormente, el espacio se reviste de forrados de madera que construyen una atmosfera interior clasicista que se refuerza con el uso de espejos y una contundente barra. En el centro de la cafetería se sitúa un hueco en forma de círculo resultante de la solución estructural de cubierta que requiere de una organización radiocéntrica dada la forma de la planta. Este hueco se cierra con una claraboya que permite la entrada de luz. Los accesos principales de la cafetería se señalan mediante pequeños frontones. El conjunto se cierra con una marquesina que se prolonga ligeramente al exterior. En la fachada sur, enfocada hacia la perspectiva que se ve desde la avenida Finisterre se sitúa el rótulo “Cafetería Manhattan”, de proporción grande con respecto a la composición de la fachada y del volumen del conjunto de la isleta.
No seas cool
La cafetería Manhattan es un icono de la ciudad, al margen de su estética y su función. Su posición central y su imagen singular, la han convertido en elemento no solo reconocible, sino ineludible. Siempre hay lugares singulares en la ciudad. Escenarios capaces de soportar cualquier situación, crítica, análisis u opinión. Incluso a pesar de la idoneidad del proyecto y el debate abierto que cuestiona de forma latente su morfología o su presencia, la cafetería Manhattan es un elemento urbano con entidad propia. Su magnetismo define en cierto modo el carácter de la plaza en ocasiones inestable, en otras de obra inacabada o espacio indeterminado en el tiempo.
El diseñador canadiense Bruce Mau elaboró un “Manifiesto para el crecimiento” en que enumeraba a lo largo de 43 puntos, una serie de consejos como instrumento para “orientar nuestras vidas de tal forma que se garantice la protección del planeta y el bienestar de nuestras comunidades”. Uno de los puntos dice “No seas cool. Cool es el temor conservador vestido de negro. Libérate de este tipo de límites”. Porque a veces los cambios en la ciudad no necesitan ser cool, sino que han de partir de una profunda reflexión arraigada más allá de la superficie.
“La historia da rumbo al crecimiento. Pero un recuerdo nunca es perfecto. Cada recuerdo es una imagen degradada o recompuesta de un momento o acontecimiento previo. Esto es lo que nos hace conscientes de que se trata del pasado y no del presente. Esto significa que cada recuerdo es nuevo, un constructo del parcial diferentes de su fuente y, como tal, con un potencial de crecimiento propio”. Bruce Mau
El rumbo, en una ciudad tan próxima a la naturaleza del mar, es inherente a su biografía. Así que quizás, profundizando sea el territorio y el lugar los que determinen la prevalencia del icono, y el peso del recuerdo.