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Lucía terminó sus estudios con unas notas muy aceptables que le abrían las puertas de muchos estudios superiores y especializados. Pero seguía sin librarse de la duda que le perseguía desde hacía un par de años: qué hacer tras finalizar los estudios. No había nada que le interesase especialmente y quería algo que de verdad le convenciese. Primero, porque estaba decidiendo lo que iba a hacer el resto de su vida; y segundo, porque no quería que su familia afrontase un gasto en algo que realmente no le satisfacía.
Ella, siempre inquieta y curiosa, no servía para un trabajo rutinario donde todos los días fueran como el anterior. Era una persona muy dinámica, con buenas habilidades sociales y espíritu aventurero, le gustaba conocer gente nueva y la idea de ver mundo. Se fijó entonces en un anuncio que siempre veía por la ciudad: ‘Air Hostess, Escuela Oficial de Auxiliares de Vuelo. Desde 1995. Av. Rubine, 31. 607 722 578’. “Caray”, pensó, “esto no se me había ocurrido a mí.”
Sin pensarlo 2 veces se presentó en la escuela, donde le explicaron muy detalladamente en qué consistía la formación y cuáles eran los requisitos y condiciones. En 3 meses podía obtener el certificado de Tripulante de Cabina de Pasajeros homologado por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea y presentarse a ofertas de empleo de compañías de toda Europa. “En cuestión de medio año puedo amortizar con un buen sueldo la inversión realizada en el curso”, pensó. Le enseñaron el simulador donde se impartían los contenidos prácticos, que era prácticamente como estar dentro de un avión. Le daban también facilidades de pago, además de ofrecerle un plan de estudios optativo con contenidos como aviación ejecutiva o intensivo de inglés
Pero lo que más le llamó la atención fue ver las personas que estaban realizando el curso en aquel momento. Había un grupo de unos 15 estudiantes de diferentes nacionalidades que venía de la escuela de Barcelona a realizar las prácticas en el simulador, y otro de la propia A Coruña que estaban en una clase de medicina. Todos iban uniformados con el mismo traje y había muy buen ambiente entre ellos. Estaban a punto de examinarse y se percibía la ilusión por estar tan cerca del objetivo: titularse y a volar. Le hablaron de la proyección profesional y del plan de la escuela para ayudar a los alumnos a encontrar trabajo, y le dijeron que estaban a punto de abrir una nueva convocatoria. Echó cuentas y calculó que en unos 5 meses podía estar volando.
Todo fue muy rápido entonces. Ya era casi la hora de comer y salió directamente a su casa intentando poner en orden las ideas para exponerlas a sus padres de la forma más clara y convincente posible. Cuando se lo dijo, les sorprendió, pero no la habían visto nunca tan decidida sobre lo que quería hacer. Presentaron la matrícula esa misma semana y en 15 días estaba empezando el curso.
Asistía todos los días a clase uniformada y empezó a ver que la formación era mucho más técnica y compleja de lo que se imaginaba cuando veía a una azafata o auxiliar de vuelo. Complejos protocolos de seguridad, primeros auxilios, inglés técnico de aviación, atención al cliente… Y la capacidad de asumir una gran carga de responsabilidad sobre el pasaje. Además, se había formado un grupo muy sano en aquel curso, con muchas ganas y muchas vocación.
Enseguida pasaron los 3 meses, y casi sin darse cuenta estaba delante de un técnico de selección de una aerolínea nacional, algo nerviosa pero muy segura de sí misma y de la formación que había recibido. Consiguió el empleo y allí estuvo durante un año, cogiendo experiencia y mejorando mucho su nivel de inglés hasta dar el paso a una compañía internacional en la que lleva 2 años y con la que vuela principalmente a Asia y Oriente Medio. Disfrutando de una profesión que encontró de casualidad y que le ofrece todo lo que buscaba en un trabajo: emoción, dinamismo y conocer gente y mundo.