La transición del invierno a la primavera es el momento ideal para ir introduciendo nuevas verduras y hortalizas de temporada en nuestra dieta, como las acelgas, las coles, el apio, la lechuga, la coliflor o las espinacas. Estas últimas son consideradas un superalimento muy accesible, gracias a su alto contenido de nutrientes, minerales y vitaminas esenciales.
De hecho, las espinacas gozan de una versatilidad envidiable en la cocina, y gracias a ello son un cultivo muy recurrente en los huertos gallegos. Pero ¿de dónde salen estas “mágicas” hojas verdes?
Del sudeste asiático a Europa (pasando por Popeye)
Las espinacas no tendrían problema en sacarse el carnet de familia numerosa ya que pertenecen a las Chenopodioideae, una subfamilia de las amarantáceas, que cuentan con más de 1400 especies distintas repartidas por todo el globo: algunas de las más conocidas son las remolachas, la quinoa o las propias espinacas.
Al igual que muchos cultivos que se “domesticaron” hace miles de años, el origen de las espinacas es incierto y su forma “silvestre” se desconoce. Sin embargo, varios autores defienden que los primeros indicios de cultivo de la espinaca apuntan a un origen en el sudeste asiático (suelen señalar Persia como lugar de origen concreto del primer cultivo humano de la planta).
Independientemente de su origen, las espinacas entraron en España gracias a los árabes, que introdujeron su cultivo ya en el siglo XI. Su cultivo se extendió lentamente por toda Europa, donde consiguió triunfar considerablemente en países como Francia, Holanda o Inglaterra. Su precio era modesto y su cultivo no era extremadamente complicado, por lo que estas pequeñas hojas verdes se fueron introduciendo en platos y tradiciones de muchas culturas, aunque su mayor momento de fama no llegaría hasta el siglo XX.
Durante la época de la Primera Guerra Mundial, la población europea sufría de numerosas carencias alimenticias, entre ellas la falta de hierro. Ante esta situación, las espinacas gozaron de una fama inmerecida durante esta época ya que, debido a un fallo humano (una coma mal colocada en los números), se pensaba que contenían una grandísima cantidad de hierro. Por eso, su consumo se apoyaba desde todos los ámbitos posibles (incluso personajes ficticios como Popeye se sumaron a convertir a las espinacas en unas superestrellas). Años después se clarificó el error, pero las propiedades (esta vez reales) de las espinacas seguían siendo abrumadoramente buenas, por lo que se mantuvo su estatus de superalimento “modesto”.
Actualmente los mayores productores de este vegetal son Japón, China, Estados Unidos y Turquía. Sin embargo, España ha aumentado gradualmente sus exportaciones y cultivos, donde los grandes centros de producción son Albacete, Navarra y Valladolid. En el caso gallego, las espinacas triunfan entre los huertos “domésticos”, donde hacen ojitos a todos los amantes de la comida ecológica y seguidores del fenómeno realfooder.
Cómo aprovechar las espinacas en casa
Con los primeros pasos de la primavera es el momento ideal para comprar espinacas, ya que en verano no encontraremos ejemplares de tanta calidad (en fresco, claro). Una de las grandes ventajas de las espinacas es que pueden conservarse de muchas maneras, por lo que las podemos encontrar congeladas o enlatadas, y así disfrutar de ellas durante todo el año.
En el momento de comprar unas buenas espinacas debemos fijarnos en su color, que siempre debe ser verde, uniforme y con un brillo característico. Las hojas deben parecer apetecibles, frescas y tiernas. Debemos evitar los colores apagados, con tonos rojizos o amarillentos; ya que pueden indicar que las hojas estén amargas, ásperas y con el tallo fibroso.
A la hora de conservarlas, lo mejor es introducirlas en bolsas perforadas o materiales preparados (plástico, por ejemplo) para guardar en la nevera. Las espinacas pueden aguantar sin problema un par de semanas. Además, podemos congelarlas para tenerlas a mano siempre que las cocinemos antes (un escaldado previo será suficiente).
Si queremos ponernos manos a la obra en la cocina, las posibilidades son casi infinitas. Ahora mismo es la época ideal para consumirlas frescas, ya que sus hojas y tallos estarán tiernos y sabrosos. Funcionan muy bien con frutos secos, tomates cherry y quesos suaves. Sin embargo, si lo que queremos es encender los fuegos, podemos elegir entre hacerlas al vapor (para conservar gran parte de sus propiedades vitamínicas); saltearlas, freírlas o hervirlas.
Las espinacas son grandes compañeras de las legumbres, como los garbanzos o las alubias. Pueden complementar arroces, carnes o pescados, como el bacalao (que también está de temporada) o mariscos como las gambas (que combinan genial con un aderezo a base de ajo).
Pero la cosa no acaba ahí: podemos elaborar batidos muy nutritivos, salsas innovadoras para nuestros platos de pasta (un pesto de espinacas es siempre una elección acertada); rellenos de bocadillos, crepes o croquetas; añadidos para tortillas y menestras, o incluso los tradicionales caldos o purés de verduras. Gracias a su versatilidad, las espinacas pueden introducirse en dietas de mil maneras, favoreciendo el consumo de verduras en la alimentación de los más pequeños.
Estas pequeñas hojas esconden un potencial enorme: como tienen muy poco valor energético, son un ingrediente indispensable en dietas centradas en bajar de peso. Además, son muy saciantes y con alto contenido en fibra. Son buenas para cuidar nuestra vista gracias a sus altos contenidos en vitamina A, y ayudan a prevenir enfermedades, cálculos renales y retención de líquidos gracias a sus componentes antioxidantes. Está claro que Popeye no se equivocaba.