La Semana Santa guarda una estrecha relación con el mundo gastronómico (especialmente en países con gran influencia católica, como es nuestro caso). La antigua abstinencia de Cuaresma ha hecho que muchas elaboraciones nacieran como alternativa a aquellos platos que no estaban permitidos.
Dentro del mundo del dulce, no son pocas las recetas que han llegado a nuestros días como productos estrechamente ligados con la Semana Santa: buñuelos, monas de pascua, rosquillas de cuaresma, pestiños, leche frita… Sin embargo, si existe una elaboración famosa durante esta temporada, esa es sin duda la torrija. Un plato sencillo, humilde y que tiene una buena cantidad de fans a lo largo de toda Europa y Sudamérica en un sinfín de versiones. Pero ¿cómo nace este postre superventas y qué relación guarda con la Semana Santa?
Orígenes romanos
Las torrijas es una de las primeras elaboraciones dulces de las que se tiene constancia. Su “debut” sería en el libro De re coquinaria, de Marco Gavio Apicio (en el siglo I d.C.). El bueno de Marco se dedicó a recopilar recetas y elaboraciones de su época, por lo que sus escritos son un vestigio imprescindible para comprender de dónde vienen miles de recetas tradicionales.
En el caso de las torrijas, su elaboración era tan sencilla y simple que ni le puso nombre: se limitó a llamarla aliter dulcia (algo así como “plato dulce” u “otro tipo de dulce”). En el libro se especifica una receta tan parecida a la torrija actual que sorprende que apenas haya cambiado veinte siglos después, donde indica que debemos coger varios trozos de pan, quitarles la corteza y remojarlos en leche. Una vez empapados, se fríen en aceite y se le añade miel al final. Aunque se echan en falta ingredientes “modernos” como los huevos o el azúcar, lo cierto es que la receta de Marco es bastante similar a la nuestra.
Mojar el pan en sopas, caldos, vinos y leche fue un acto habitual en casi todas las culturas, especialmente la francesa, que solía acompañar este tipo de elaboraciones como guarnición de carnes de caza. En el siglo XIV aparece la primera receta escrita del antepasado de las “tostadas francesas”, rebozadas en huevo y fritas en aceite; muy similares a nuestras torrijas.
El dulce que se regalaba a las mujeres tras dar a luz
Las torrijas (en aquel entonces todavía sin nombre), fueron extendiéndose como una receta de aprovechamiento que daba utilidad a aquellos trozos de pan duro que resultaban incomibles. No es hasta el siglo XV que la torrija (o torreja) aparece citada como tal por Juan Del Encina, autor, poeta y músico español en la época de los Reyes Católicos. La torrija hace acto de presencia en un villancico donde unos simpáticos pastorcillos llevaban como ofrenda “miel y muchos huevos para hacer torrejas” al pesebre de Belén.
Su componente de receta sencilla y humilde hizo que la torrija se convirtiera en el dulce por excelencia para entregar a las mujeres antes y después del parto, con la intención de que pudieran recuperar fuerzas de manera rápida (por eso los pastorcillos del poema de Encina las llevaban ante un Jesús recién nacido).
De hecho, se pensaba que el consumo de leche ayudaba a que las mujeres pudieran producir más leche materna para sus recién nacidas, por lo que las torrijas eran ideales como regalo posparto. Sin embargo, la leche no era demasiado común en los hogares europeos de la época, y el pan solía empaparse en vino y en otros productos más baratos y no perecederos.
Esta tradición de regalar torrijas como plato energético tras el parto llegó a estar tan establecida que existen diversas referencias pictóricas en toda España. De hecho, no tenemos que irnos muy lejos para dar con un ejemplo: en un retablo del siglo XVII de la Iglesia de Santa María de Pontevedra (llamada Alegoría de la leche); podemos ver una representación del nacimiento de la Virgen María; donde una mujer echa leche encima de un plato que podemos identificar como unas torrijas de vino. Este uso de las torrijas también se ve reflejado en el nombre que recibían en ciertas partes de Galicia, conocidas como torradas de parida.
Además, como se trataba de un bocado que suponía un chute energético muy considerable, también era un regalo a tener en cuenta para personas débiles o enfermas; que necesitaban productos fáciles de digerir (como la leche, el pan, la miel o los huevos).
A partir del siglo XVI se hace referencia a esta tradición en villancicos, cancioneros, poemas o recetarios; y hace acto de presencia en obras de autores como Lope de Vega o Juan de Arce, además de aparecer en diccionarios y otros artículos académicos.
¿Por qué las comemos en Semana Santa?
No lo vamos a negar: a partir del siglo XV es complicado seguirle la pista a la “auténtica” receta de las torrijas. Aunque aparecen en numerosos escritos y recetarios, sus referencias a veces se podrían confundir con la receta de la leche frita, otras simplemente se usaba el término como sinónimo de trozos de pan o incluso era utilizado para explicar la elaboración de una especie de tortilla.
A finales del siglo XVIII la torrija comienza a esclarecer sus ingredientes principales: pan, azúcar, huevos y leche con canela. Con el paso del tiempo, las torrijas pasaron de ser una elaboración para ocasiones especiales a un dulce cotidiano. Pero entonces ¿por qué las asociamos con la Semana Santa?
Al igual que otros productos que no tienen una relación directa con la Semana Santa, las torrijas pasaron a ser un plato muy típico de estas fechas. Hay varias teorías que intentan explicar esto: la primera nace de la necesidad de dar alguna salida al pan sobrante que no se consumía al bajar el consumo de carne durante la abstinencia de Cuaresma. Hay quien dice que las primeras torrijas “modernas” comenzaron a realizarlas las monjas, que buscaban aprovechar el pan duro al bañarlo en leche y miel. Otra teoría opta por una versión más mística, en la que las torrijas de vino representaban la sangre y el cuerpo de Cristo, y por eso se consumía durante estas fechas.
Al igual que otros productos de esta época, las torrijas se han asociado con la Semana Santa casi por casualidad, al tratarse de una elaboración que permite el consumo de dulces durante los tiempos de vigilia, como los buñuelos, el arroz con leche o las chulas gallegas.
Torrijas para todos los gustos
Con una historia de tantísimos años, no es de extrañar que la receta de las torrijas haya sufrido multitud de cambios, añadidos y variaciones. La tradicional torrija de leche se ha ganado el puesto indiscutible de torrija auténtica entre sus competidoras, pero es inevitable ceder una mención de honor a la torrija de vino y a la de miel, un tanto olvidadas hoy en día pero que también están riquísimas.
Para realizar la torrija de leche, debemos contar con un pan que tenga miga abundante para que pueda empaparse bien de la leche infusionada con canela. Tras empapar bien unas rebanadas de un grosor de un par de centímetros, las pasamos al huevo batido (con cuidado para no romperlas, ya que al absorber la leche el pan se quedará muy blando). Una vez tengan el huevo, las pasamos al aceite caliente para que frían durante un par de minutos, vigilando que no se quemen. Una vez fritas, espolvoreamos por encima el azúcar y un poco de canela (ojo, si lo hacemos cuando todavía estén calientes, crearemos una especie de almíbar).
Sin embargo, la experimentación está a la orden del día y las torrijas son una elaboración tan sencilla que resulta un plato muy versátil a la hora de ponerse creativo en la cocina (que se lo digan al chef David Muñoz y sus torrijas con salsa de chocolate y moles mexicanos que está triunfando en A Coruña).
Podemos disfrutar de las torrijas frías o calientes (con una bola de helado de vainilla están fantásticas). Si no queremos sentirnos tan mal a la hora de tomar una torrija, podemos acompañarla de frutas como fresas o plátanos o incluso probar a hacer la versión al horno, evitando la fritura para no sufrir con la operación bikini.
Si queremos optar por clásicos como la torrija de vino, podemos tratar de incorporar nuevos matices con algún buen tinto gallego o un licor café de calidad. Y ojo que la cosa no acaba ahí: podemos innovar con torrijas de horchata, rizar el rizo con torrijas caramelizadas o atrevernos a añadir chocolate al conjunto final.
Lo que está claro es que la torrija es un dulce único, que engloba todo un mundo de posibilidades y que lleva alegrándonos la vida durante varios miles de años. Y tú, ¿cómo la haces?