Vivimos en la era de la publicidad, de las redes sociales y de la presencia envolvente. Miremos a donde miremos podemos encontrar mensajes publicitarios, más o menos encubiertos, más o menos honestos o directos. Parece que ya no hay negocio que sobreviva sin gastar un poco en marketing, en algún contacto o promoción. Pero nos equivocamos; los hay que guardan el secreto de triunfar sin esforzarse, sin intentarlo. Hay modelos de negocio que todavía se mantienen sin necesidad de buscar al cliente, o más bien de correr tras él. Y si queremos un ejemplo made in Galicia, el furancho es sin duda uno de ellos.
Un negocio nacido de las sobras, que aún guarda la esencia casera en la forma de tratar al cliente. Puramente estival, y muchas veces sin anunciarse más que con un pequeño cartelito al borde de una carretera. Los furanchos gallegos siguen sobreviviendo del boca a boca de la calle, de las recomendaciones de clientes satisfechos que marchan de sus mesas pensando ya cuando volver. Quizás es la razón por la que todo en ellos respira otros tiempos; desde la decoración hasta los precios, pasando por el saber hacer y por los platos que sirven. No encontrarás modernidades en un furancho, porque tampoco irás allí a buscarlas: el cliente sabe a lo que va, y esa es la clave de su éxito.
Por todas estas cosas, estos negocios hosteleros tan típicos de nuestras tierras encandilan tanto a recién llegados como a naturales de aquí, en una de esas cosas donde la unanimidad es palpable. Pero ¿de dónde salen, y hacia dónde van?
Si tiramos de tradición debemos decir que un verdadero furancho, uno como Dios manda, no es exactamente un restaurante. Encontraremos negocios chapados al hacer de antaño en los bajos de casas antiguas, con instalaciones puramente improvisadas y mesas apuradas con lo que se tiene. El origen del furancho no es dar de comer, sino más bien dar salida a los excedentes de vino que se conseguían de las temporadas de producción. De una manera tan peculiar como efectiva, aquellos que deseaban deshacerse de los restos preparaban en sus espacios libres mesas, sillas y demás mobiliario necesario para acomodar a las gentes, y servían vino como si ese fuera su negocio durante todo el año. Pero, ¡nada más que eso! Los verdaderos orígenes de estos negocios no pasaban por dar de comer a sus visitantes, sino que eran ellos mismos los que traían su propio almuerzo en una especie de picnic regado por el vino en cuestión, que salía la mar de rápido.
Pero esa dinámica ya ha desaparecido en nuestros tiempos. Todos los furanchos de la actualidad sirven comidas, siendo ese su especial atractivo entre la población que los frecuenta. Ahora bien, la variedad dentro de su modelo de negocio es enorme; podemos encontrar hasta negocios abiertos escasamente un mes, como otros con licencia de restaurante, sin restringirse solo a los meses primaverales y de verano.
De abril a junio, aunque también en verano
Debemos trasladarnos hasta Pontevedra para encontrar el verdadero epicentro de actividad furancheira. Si preguntamos por la zona no obtendremos una respuesta clara en cuanto a cuál es la verdadera época de apertura de estos negocios. Aunque una de sus principales peculiaridades es su apertura reducida a escasos cuatro meses del año, existen dudas sobre cuáles son esos meses. Dependerá totalmente de caso, pero podemos decir que de mayo a julio son los más habituales, aunque últimamente con el gran atractivo que suponen para los turistas, muchos se animan a mantenerse abiertos todo el verano.
Terrazas improvisadas, mucho vino… Ya sabemos con qué nos encontraremos al visitar un negocio de este estilo, pero ¿y qué hay de la comida? Lo más importante lo hemos dejado para el final, porque cualquiera que haya visitado una de estas Estrella Michelín en potencia es consciente de que si de algo saben en los furanchos es de cocinar. Lo que se suele decir “bueno, bonito, barato”, es una frase que resume perfectamente el espíritu de estos locales.
Quizás la razón por la que este tipo de restaurantes causan tanto furor entre los turistas que pisan Galicia en la temporada estival es porque resume perfectamente el espíritu de la gastronomía gallega. Es muy probable que en ellos encontremos los platos más típicos de nuestra tierra, aquellos de degustación obligatoria para los que son nuevos por aquí. Raciones de zorza, raxo y por supuesto churrasco para los amantes de la carne; tortilla de patatas y pimientos de Padrón, un combo que hacen las delicias de cualquier comida. Todo ello regado con vino de la casa servido en típicas cuncas, una experiencia inmersiva en el xantar gallego.
El único problema si nos animamos a degustar las delicias furancheiras es, paradójicamente, encontrarlo. Como ya decíamos al principio, no son negocios que destaquen por su inversión en darse a conocer. Pero como las tecnologías son información, y la información es poder, siempre podemos sumergirnos en un sinfín de páginas web que rastrean e informan sobre los furanchos en activo en la zona. Así que, ¡no dejes pasar la oportunidad de probarlo!