Hace más de 1000 años, uno de los más grandes y legendarios caudillos de todos los tiempos decidía que había que acabar de una vez por todas con la osadía de los cristianos. Tenía que atacar al corazón del origen sagrado de la Reconquista, al nexo de unión de todos los reinos ibéricos y ejecutar un rotundo golpe a su credo: Marcharía contra Santiago de Compostela, el mayor santuario de la Cristiandad en Europa. Su furia arrasó Compostela, dejando a su paso un reguero de destrucción que aún es recordado. Hoy conoceremos la historia del legendario Abu Amil Muhammad ben Amir al-Ma Afiri, el musulmán que destruyó Santiago de Compostela y cuyo nombre, que aterrorizó a generaciones, quedaría grabado para siempre en la historia universal: Almanzor.
Almanzor nacía en Málaga en el año 940, en el seno de una familia noble asentada en la Península desde los primeros tiempos de la conquista islámica. Muy joven se trasladó a la esplendorosa Córdoba califal donde se instruyó en Derecho y Letras. Tras un ascenso meteórico se convierte en canciller del Califato de Córdoba, y ostenta en la práctica el poder absoluto del Califato.
Entre los años 977 y 1002, Almanzor realizaría 56 campañas contra los cristianos, en las que nunca llegaría a conocer la derrota. El objetivo de sus ataques era recordar a los cristianos quién seguía siendo dueño y señor de la Península. No podemos obviar que en aquella época España no existía, sino pequeños reinos como el de León, el de Navarra y varios Condados. Más de la mitad de la Península Ibérica entraba dentro de los dominios del todopoderoso Califato de Córdoba. En la práctica toda la Península estaba bajo su dominio directo o indirecto a través de tributos.
Mientras Almanzor hacía frente a una revuelta en África, el Rey Bermudo II de León decidió suspender el pago del tributo. Almanzor no dejó pasar ni un día y decidió que había que acabar de una vez por todas con la osadía de los reinos peninsulares. Atacaría Santiago de Compostela, el mayor santuario de la Cristiandad en Europa, la tumba del apóstol.
Ningún musulmán se había embarcado en semejante hazaña y afrenta para los cristianos. Almanzor creía que este ataque le encumbraría al mismo nivel de líderes legendarios como Julio César o Alejandro Magno. Y así, el 3 de julio del año 997, se iniciaba la campaña contra Santiago de Compostela.
Las imponentes tropas musulmanas partían de Córdoba por la Vía de la Plata hacia Oporto, donde se reabastecerían para dirigirse hacia el norte por la costa. Atraviesan el Miño destruyendo iglesias, monasterios y conventos, y haciendo prisioneros a miles de cristianos para venderlos como esclavos.
El 10 de agosto llegan a Santiago de Compostela, una ciudad sin habitantes, vacía y abandonada ante el pánico por las noticias de la llegada de los musulmanes. Compostela fue saqueada sin resistencia alguna durante una semana y, posteriormente, sus murallas, edificios, palacios y edificaciones fueron incendiadas y derribadas. La ciudad fue arrasada hasta los cimientos. Cuenta la leyenda que, como última afrenta, Almanzor dio de beber a sus caballos en la pila bautismal de la iglesia del santo sepulcro, pila que se conserva en la actualidad en la Catedral.
Nada quedó en pie, excepto una cosa: La tumba del apóstol. Por algún motivo desconocido el sepulcro fue respetado. La leyenda nos dice que cuando Almanzor llegó al sepulcro, se encontró allí con un viejo monje custodiando la tumba, siendo el único cristiano que había permanecido en Compostela y que su fe y valentía fueron respetadas por Almanzor. Leyendas aparte, ¿qué habría ocurrido de no haberse producido este gesto de respeto? La historia conocida se habría escrito de otra manera. Santiago, Galicia, España y Europa, probablemente, no serían la mismas si la tumba de Santiago hubiera sido arrasada y saqueada.
Destruida la ciudad de Santiago, Almanzor inicia su triunfal regreso al califato de Córdoba. Entre los tesoros que portaba se encontraban las puertas de la ciudad, las de la iglesia del santo sepulcro, oro, piedras preciosas y arena de las playas gallegas que regalaría al Califa de Córdoba.
Además, se había hecho con las campanas de la tumba del apóstol y todas las demás que había robado de las iglesias que había encontrado en su camino y que eran transportadas por prisioneros cristianos, y que acabarían siendo usadas como lámparas en la mezquita de Córdoba, que se encontraba en plena ampliación en aquella época.
Tan solo dos años después de la destrucción de Santiago, tras la muerte de Bermudo II, su heredero Alfonso V (que contaba con solo 5 años) conseguiría lo nunca visto hasta ese momento: los grandes nobles de Castilla, León, Galicia y Navarra se unían para proteger al joven rey. Además, todos los territorios se aliaban para resguardar la reconstrucción de la ciudad santa, a través de un nexo común, el Camino de Santiago. La ciudad resurgiría de sus cenizas con más fuerza que nunca.
Pero incluso las leyendas tienen un final. El 9 de agosto del año 1002, con 62 años de edad, Almanzor fallecía en Medinaceli, Soria, de muerte natural. Los reyes cristianos festejaron su fallecimiento y años después se inventarían que había muerto en la batalla de Calatañazor. Se desconoce la localización exacta de su tumba. Según el historiador árabe Ibn Idari, los siguientes versos se esculpieron en mármol, a manera de epitafio:
Sus hazañas te enseñarán sobre él,
como si lo vieras con tus propios ojos.
Por Dios que jamás volverá a dar el mundo nadie como él,
ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar.
A pesar del mito de su nombre y de su legendaria figura, que sembró el miedo y el terror entre los cristianos durante generaciones, el éxito de Almanzor fue más moral que real, pues no amplió las fronteras ni mejoró la economía del califato. Aunque sí que conseguiría victorias que pasarían a la posteridad como la conquista de Simancas en julio del año 983, en la que capturó a 17.000 mujeres y 10.000 hombre, o la destrucción de Barcelona en el año 985, tras la cual llevó encadenados a Córdoba a 70.000 cristianos.
El 29 de junio de 1236, dos siglos y medio después de la destrucción de Santiago, Fernando III conquistaba Córdoba. El Rey quiso recompensar a los compostelanos con nuevas campanas, para lo cual ordenó refundir todo el bronce de la Mezquita para fabricarlas. Serían transportadas, en esta ocasión, por prisioneros musulmanes.
Las campanas actuales de la Catedral no son aquellas transportadas desde Córdoba, ya que fue necesario fabricar otras para la Catedral románica. En el Siglo XVI se erigió la nueva torre de la catedral, la Torre del Reloj o Torre Berenguela, que necesitaba una gran campana que se obtuvo de fundir las traídas desde Córdoba. Tampoco la que actualmente se encuentra en la torre es esa campana original, ya que tuvo que ser sustituida en 1989 al producirse en la misma unas grietas.
La campana original descansa en el claustro de la Catedral para la admiración del público. El bronce que la compone tiene más de 1.000 años de antigüedad y ha sido testigo de muchas de nuestras Historias de la Historia…
Iván Fernández Amil. Top Inspira LinkedIn. Storyteller. Jefe de Compras.
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Referencias:
- VALLVÉ BERMEJO J. El Califato de Córdoba. Editorial Mapfre, 1992
- BARIANI, L. Almanzor. Editorial Nerea, 2003.
- es.wikipedia.org
- lavozdegalicia.es
- defensa.gob.es
- elcorreogallego.es
- xacopedia.com
- bajolamiradadecordoba.blogspot.com
- marcopolito56.wordpress.com
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- recreacionhistoria.com
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- caminandoporlahistoria.com
- institucional.us.es