¿Os imagináis a alguno de esos grandes multimillonarios que todos conocemos regalando todo lo que tienen para la caridad? Yo tampoco… Pero a lo largo de la historia sí que han existido extraordinarios ejemplos de personas que lo tenían todo y que decidieron deshacerse de ello para ayudar a los demás. Algunos les llaman santos, otros les llaman locos. Una de estas excepcionales personas fue un gallego que pasó de pobre a tenerlo todo. Un gallego que trajo el progreso, la riqueza y la prosperidad a las nuevas tierras que Occidente había descubierto en Ultramar. Un gallego que creó la primera empresa de transporte de América y que le convirtió en multimillonario hace ya más de cuatro siglos. Un gallego que decidió que lo mejor que podía hacer con lo que había conseguido era dárselo a los necesitados. Hoy os contamos la historia de un empresario millonario que se convirtió en Santo mexicano: Sebastian de Aparicio Prado.
Sebastián de Aparicio Prado nacía en A Gudiña, municipio de la Provincia de Ourense, el 20 de enero de 1502. Era el tercer hijo de Juan Aparicio y Teresa del Prado, y el primer varón de la familia.
Sebastián no fue a la escuela, ni aprendió a leer ni a escribir, era completamente analfabeto. Sin embargo, desarrolló muchas habilidades técnicas necesarias para sobrevivir en el campo, oficios como el pastoreo, la albañilería, la fabricación de carros o la agricultura. Con 20 años decide irse de casa a buscar fortuna en una hacienda de Salamanca. Pero lo que encontró allí fueron problemas amorosos con la viuda propietaria de la finca, así que se marchó a Zafra, para trabajar al servicio de Pedro de Figueroa, familiar del Duque de Feria pero, de nuevo, algunos líos le obligan a marcharse.
A pesar de todo, sumó suficiente experiencia como para poder gobernar una gran casa, por lo que fue contratado para servir en una de las familias principales de Sanlúcar de Barrameda, donde ganó tanto dinero que pudo pagar las dotes de sus hermanas mayores.
Pero Sebastián quería algo más, por lo que partió rumbo a Nueva España (México) en 1533. Tenía 31 años. Accede al nuevo continente a través del puerto de Veracruz, desde donde llega a la recién fundada villa de Puebla de Los Ángeles. En esta ciudad consigue grandes exenciones de impuestos y beneficios que daba la Corona española a los emigrantes, aunque para ello debían invertir en propiedades al menos el 10% de sus ganancias. La Corona usaba esta estrategia para afianzar a los nuevos habitantes en su nueva tierra.
Sebastián, en vez de trabajar como criado o mayordomo de algunos de sus compatriotas más poderosos, tal y como hacían la mayoría de los recién llegados al Nuevo Mundo, decidió convertirse en empresario.
Por Puebla pasaba todo el tráfico entre Veracruz y la ciudad de México, y Sebastián se dio cuenta de que en las caravanas para el traslado de mercancías se usaban muchos indígenas, quienes eran los encargados de transportar las cargas a su espalda. Y recordó la carreta típica de su tierra, una proeza que podía recorrer cualquier tipo de camino o sendero.
Así que, tras solicitar permiso a la Audiencia Real, se asoció con un carpintero para crear, posiblemente, la primera compañía de transporte de América. El carpintero construía las carretas según las especificaciones de Sebastián, y el gallego se dedicaba a atrapar a los animales de carga que rondaban en abundancia por la zona y a domarlos, para usarlos en sus carros. Además, dirigía las caravanas, buscaba arrieros (conductores) y solicitaba los permisos necesarios para mejorar los caminos y diseñar nuevos itinerarios.
En 1542, ya rico, disolvió la sociedad y partió a la ciudad de México. Cuatro años después se descubrirían las legendarias minas de plata de Zacatecas, a 600 kilómetros de la capital, algunas de las cuales aún se siguen explotando en la actualidad. La incipiente ciudad que allí se comenzaba a levantar necesitaba de transportistas y caminos, así que Sebastián se dirigió de nuevo a la Real Audiencia de México para pedir autorización para abrir un nuevo camino desde la capital mexicana hasta las minas de plata. Por supuesto, le permitieron materializar su idea.
La titánica obra de Sebastián aún sigue sorprendiendo por sus vastas y grandiosas proporciones. Tuvo que allanar valles, rodear montañas, construir puentes, aprovisionar a sus constructores y, todo ello, bajo la amenaza de las tribus chichimecas, famosas por su canibalismo. Pero Sebastián no se arredró, y en pocos años la gigantesca y faraónica obra que lo inmortalizaría para siempre fue finalizada. Su proyecto trajo riqueza, progreso y prosperidad para todos mientras su flota de carros circulaba entre Zacatecas y México transportando viajeros, alimentos, herramientas y plata, mucha plata. Los chichimecas nunca le atacaron, siempre le protegieron y mantuvo su amistad con ellos hasta el fin de sus días.
Con cincuenta años, ya era “Sebastián el rico” y decidió que era momento de retirarse. Vendió su negocio y funda en Azcapotzalco la Hacienda San Nicolás, cerca de la ciudad de México, en una zona en la que hoy en día hay un barrio residencial y una terminal del Metro de México.
Pero no se dedicó a derrochar su dinero, sino que utilizó sus recursos para convertir su casa en refugio de pobres y viajeros, y comenzó a vivir con extrema sencillez. No tenía cama, dormía sobre una esterilla de palma, vestía modestamente, comía lo mismo que sus trabajadores y era conocido por su bondad y compasión con todos los que se le acercaban.
Se llegó a casar dos veces, pero ambas esposas fallecerían por enfermedad.
Con setenta años, “Sebastián el rico” decidió que ayudaría a las hermanas Clarisas, que acababan de llegar al país, no solo con su fortuna sino también con su servicio personal. Por ello el 20 de diciembre de 1573 donaba ante notario todos sus bienes, unos 20.000 pesos de la época, una fortuna, y se ponía al servicio de la orden como portero y ayudante. Tan solo se reservaba, como buen previsor que era, 1.000 pesos por si llegase a necesitarlos más adelante.
Sebastián, además, entra en la vida religiosa a través de los Franciscanos, que dudaban que pudiera aguantar su disciplina debido a su avanzada edad. Como novicio trabajó en el Convento de San Francisco en ciudad de México y en el de Santiago de Tlatelolco, donde inició la tradición de bendecir los vehículos nuevos en el atrio de la iglesia del convento, que se mantuvo hasta 1962.
Santiago aguantó la disciplina franciscana y tan solo dos años después era ordenado como fraile en la Orden. Otro monje tuvo que firmar el acta por él, ya que seguía siendo analfabeto, y es destinado a Puebla para recoger limosna y donativos por toda la región para mantener el Convento de Las Llagas de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, donde había más de un centenar de frailes, alumnos del colegio y pacientes de la enfermería.
“Sebastián el rico” se convirtió en el “Sebastián, el fraile carretero”, que recorría todos los caminos de la región recogiendo alimentos, donativos y provisiones para mantener la numerosa comunidad del convento. En poco tiempo ya tenía una pequeña flota de carretas y bueyes con los que transportaba cargamentos de maíz, trigo o leña y fue ganándose la simpatía y el afecto de todos en la comunidad, ayudando a todo aquel que lo necesitaba.
Durante 23 años ejerció de limosnero y cada día que pasaba su fama de santidad crecía. Algunos recordaban que aquel hombre mayor, que recorría los caminos, había sido mucho tiempo atrás un joven emprendedor que había ayudado con sus propias manos a que Puebla se convirtiera en la ciudad próspera que ya era.
Sus “poderes” parecían no tener límite. Se decía que tenía un dominio sobrenatural sobre todas las bestias, que su fuerza era sobrehumana, que poseía el poder de conjurar tormentas y de erradicar las plagas, y que su viejo y humilde cordón de franciscano tenía capacidades curativas.
Hasta el final de sus días, sus vecinos y paisanos de Puebla lo veían día a día con sus carretas, realizando un trabajo que, debido a su elevada edad, debía de ser extremadamente duro.
Hasta que el 25 de febrero de 1600 su cuerpo dijo basta. Tenía 98 años de edad.
Tuvo que ser amortajado en varias ocasiones, ya que la multitud que acudía a su velatorio rasgaba su hábito para llevarse reliquias de Sebastián, y hubo que esperar cuatro días para poder darle sepultura en la iglesia del Convento de San Francisco de Puebla.
Era tan grande su fama de santidad que en 1603 Felipe III encargó al Obispo de Tlaxcala que se escribiese y recordase su vida y que se iniciaran los trámites con la Santa Sede para que fuera declarado Santo. En 1608, en la primera investigación abierta tras su muerte, se llegaron a contabilizar 590 milagros y favores. En el proceso posterior, que desembocaría en su beatificación por Pio VI en 1789, la cifra ya superaba los 1200.
Durante todo el proceso de beatificación declararon 568 hombres, mujeres, españoles, indios y esclavos.
Su cadáver fue desenterrado hasta en dos ocasiones, apareciendo siempre incorrupto. Su cuerpo se encuentra depositado en una urna de cristal en el Templo de San Francisco en la ciudad de Puebla. Hasta el día de hoy nadie ha conseguido explicar porque parece que haya fallecido hace un par de días, y no hace más de cuatro siglos. Es considerado el patrón de los vehículos y los transportistas, y su fama de santo milagroso continúa creciendo.
Y, por supuesto, como no podía ser de otra manera en Galicia, todos los 25 de febrero Sebastián tiene su propia Romería en A Gudiña, en la que su imagen es sacada en procesión sobre el objeto al que dedicó su vida y que le convirtió en el precursor de los caminos en América: un carro.
Iván Fernández Amil. Top Inspira LinkedIn. Storyteller. Jefe de Compras.
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Referencias:
- es.wikipedia.org
- elcolordelafe.com
- es.aleteia.org
- revistaunica.com.mx
- elsolweb.tv
- es.catholic.net
- religionenlibertad.com
- corazones.org
- dbe.rah.es
- libertaddigital.com
- museodelprado.es
- hispanidad.tripod.com
- esdelafe.mx