La noche del 29 de enero de 1879 se descubría en la Catedral de Santiago de Compostela un tosco sarcófago de piedra con tres esqueletos humanos. Por fin, la búsqueda llegaba a su fin. Aunque se necesitarían seis años para que la Iglesia declarara la autenticidad de los restos, todo parecía indicar que el Apóstol Santiago, perdido durante casi 300 años, salía de nuevo a la luz. Los restos del Apóstol estuvieron perdidos, desaparecidos, olvidados, escondidos, desde el siglo XVI, fecha en que se habían ocultado por el temor a que Sir Francis Drake, que atacaba las costas coruñesas, alcanzase Compostela para profanar los santos restos. Aunque pueda sonar increíble, con el tiempo se fue olvidando el paradero de las reliquias e, incluso, había quien ya dudaba de su existencia. Hoy os contamos la historia de cómo el Apóstol Santiago estuvo perdido durante casi 300 años en su propia catedral.
En 1585, Francis Drake, uno de los más famosos piratas y corsarios ingleses, llegó a atacar diversas ciudades de Galicia como Baiona o Vigo, lo que motivó la acción de Felipe II de atacar a Inglaterra con la Grande y Felicísima Armada, más conocida como la Armada Invencible, que partiría de A Coruña el 22 de julio de 1585. Pero las enfermedades, el mal tiempo y la inexperiencia acabaron con su “invencibilidad”.
Tras esta gran victoria, los ingleses decidieron contraatacar con una flota comandada por Sir Francis Drake, que decidió comenzar el ataque a España por A Coruña, de donde saldría por patas tras una humillante derrota ante un enemigo mucho peor preparado y en inferioridad numérica, tal y como ya os contamos aquí.
Pero las noticias de la amenaza de Drake alarmaron al arzobispo de Santiago de Compostela, Juan de Sanclemente, que pidió auxilio para que el Santo Cuerpo del Apóstol no fuera profanado. Los principales objetos de valor, documentos y reliquias de la Catedral fueron enviados a la Catedral de Ourense y a la Fortaleza de Camba en Lalín, para que allí fueran custodiados.
Pero el arzobispo se opuso a que los restos del Apóstol salieran de la Catedral con una legendaria frase que quedaría para la historia: “Dejemos al Santo Apóstol, que él se defenderá y nos defenderá a nosotros”. Así que decide ocultarlos dentro de la misma Catedral, junto con los de sus dos discípulos, en un sepulcro de piedra construido de manera improvisada. Solo el arzobispo y un selecto grupo de personas eran conocedores de su escondite, y nada quedó escrito ni registrado sobre ello.
Las reliquias deberían permaneces ocultas hasta que los ingleses levantaran el cerco a la ciudad, si alguna vez se llegara a producir, y embarcaran de nuevo a Inglaterra. En ese momento serían devueltos a su lugar de descanso. Nadie sabe realmente por qué, pero nunca fueron restituidas, y la ubicación de su escondite terminó por perderse en la bruma de los tiempos.
Pero hay una teoría que nos ayuda a entender por qué nadie en Compostela se interesó en devolver las reliquias al público. Las Actas del Cabildo de la Catedral dicen sin lugar a dudas que el motivo para ocultar los restos fue el temor a un ataque de Francis Drake, pero parece un simple y burdo pretexto, ya que en aquella época la Catedral de Santiago tenía dos graves problemas pendientes de resolver.
Por un lado, se estaba creando en el Monasterio de El Escorial un lugar en el que reunir las reliquias más sagradas del mundo. Además, un informe oficial de 1571 recomendaba al Rey Felipe II recuperar los restos del Apóstol de Santiago, ya que en él se decía que los restos estaban mal cuidados y repartidos por la Catedral.
Por otro lado, existía un complejo pleito entre los cinco obispados de la Corona de Castilla y la Catedral compostelana por el pago del voto a Santiago. Entre los argumentos para eliminar el pago de este voto, se decía que la documentación de la Catedral de Santiago era falsa y también lo eran los restos del Apóstol, por lo que se pedía una inspección in situ de los mismos.
De esta manera, parece que hacer desaparecer todo era lo más conveniente. Si Felipe II o los jueces del pleito hubieran ordenado una inspección de las reliquias, nada encontrarían que inspeccionar, ya que habían sido puestas a buen recaudo en total y absoluto secretismo.
Lo que sí es cierto es que su escondite se olvidó durante 290 años. Hasta que un arzobispo decidió que había que encontrar a Santiago.
Corría el siglo XIX, y la catedral se encontraba en una complicada situación. La pérdida de las reliquias durante casi tres siglos había convertido en mito y leyenda la presencia del cuerpo del Apóstol. Además, la imposibilidad de venerar un sarcófago, una lápida o algún resto perjudicaba la credibilidad de Compostela lo que, unido a otros factores históricos, motiva la decisión del Arzobispo, Miguel Payá y Rico, de ordenar, en 1878, una expedición arqueológica para recuperar los restos perdidos del Apóstol Santiago y autentificarlos al más alto nivel. La razón de ser de la Catedral eran aquellas reliquias y solo ellas podían seguir dándole sentido.
Miguel Payá era un valenciano que llegó a Santiago en 1875. Era un hombre muy dinámico y ambicioso que, además, tenía grandes influencias en las altas esferas de la Iglesia. Consideró su nuevo destino como un reto y decidió reforzar el prestigio e identidad de la Catedral con una arriesgada, pero gran iniciativa: encontrar al Apóstol.
A finales de 1878 comenzaban los trabajos de búsqueda, con la excusa de reformar algunas zonas de la Catedral. Tras varias semanas excavando en distintos sectores, durante la noche del 28 de enero de 1879, tras varias jornadas nocturnas de excavación en el altar mayor, las reliquias fueron encontradas.
Una vez notificado el hallazgo a Miguel Payá, este encarga a varios expertos un informe que demostrase la pertenencia de los huesos al Apóstol y sus discípulos. Los restos estaban muy deteriorados, mezclados con tierra, sin orden, fraccionados, frágiles. No había ni un solo hueso entero, por lo que su capacidad informativa era muy reducida, algo lógico tratándose de unos huesos con dos mil años de antigüedad. Los expertos los retiraron y los trasladaron a la Universidad de Santiago, donde fueron estudiados a fondo. Hoy en día, con el Carbono 14 no sería muy complicado averiguar su antigüedad, pero en el siglo XIX esa pregunta no era tan sencilla de contestar.
Finalmente, tras seis meses de investigación, los expertos dieron su veredicto: Nada parecía indicar que no pudieran tratarse de los restos del Apóstol Santiago y sus dos discípulos. Payá notificó el hallazgo al Papa León XIII, que nombró una comisión extraordinaria de la Congregación de Ritos para que estudiase el expediente enviado desde Santiago de Compostela.
El primer veredicto, de mayo de 1884, consideraba insuficientes las pruebas, por lo que se acordó que un cardenal, Agustín Caprara, actuara como abogado del diablo y se desplazase a España para resolver los puntos más oscuros del proceso. Caprara viajó a Pistoia, en Italia, donde se conserva desde el siglo XII la única reliquia reconocida del Apóstol que no está en Compostela. Comparando ese fragmento con los restos, daría con la prueba esencial que confirmaría la identificación positiva.
El 17 de julio de 1884, tras un año de deliberaciones, la Comisión vaticana confirmaba la autenticidad de los huesos del informe del arzobispo de Santiago. El veredicto del Papa se daba a conocer el 25 de julio, y el 1 de noviembre, Leon XIII emitía la Bula Deus Omnipotens, declarando que los restos encontrados eran del Apostol Santiago el Mayor y sus discípulos Anastasio y Teodoro, e invitando a todos los católicos a volver de nuevo su mirada hacia la peregrinación a Compostela y, para fomentarlo, declaraba 1885 Año Jacobeo extraordinario.
El día de Santiago de 1885, los restos recorrieron las calles de Santiago de Compostela hasta su ubicación definitiva, en una urna de plata en un lugar privilegiado de la Catedral: la cripta situada bajo el Altar Mayor.
Santiago volvía por fin a casa.
Hay quien dice que realmente esos restos tampoco son los del Apóstol Santiago, sino los de un renegado de la Iglesia. Sería irónico que en uno de los lugares más sagrados del mundo católico estuviera enterrado un hereje.
Aunque realmente, al Camino, le daría igual. La mayoría de los peregrinos lo hacen por razones espirituales, no religiosas. Para ellos no es importante si en Santiago está enterrado el Apóstol, un hereje o Elvis. Aunque esta ya es otra historia.
En la actualidad, subiendo las escaleras para dar el abrazo al Apóstol, se puede observar en el suelo de la pequeña capilla de la derecha una zona rectangular acristalada. Ahí fue donde Juan de Sanclemente, por temor a perderlo, escondió al Apóstol Santiago, que estuvo perdido en su propia Catedral durante casi tres siglos.
Iván Fernández Amil. Top Inspira LinkedIn. Storyteller. Jefe de Compras.
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Referencias:
- es.wikipedia.org
- abc.es
- albertosolana.wordpress.com
- xacopedia.com
- elcaminoconcorreos.com
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- laopinioncoruna.es
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- lasprovincias.es
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- khronoshistoria.com
- lugaresconhistoria.com
- atlantico.net