Las montañas de Dewa Sanzan, en la prefectura japonesa de Yamagata, están repletas de santuarios que esconden un secreto. En algunos de sus templos se exponen, en un lugar de honor, las momias de unos monjes perfectamente conservadas, vestidas con sus túnicas y sujetando los rosarios de oración. Cuando en 1960 fueron encontradas por unos investigadores, descubrieron que habían comenzado a momificarse antes de morir. Al parecer, estos monjes se momificaron a sí mismos, en un extraño ritual llamado “sokushinbutsu”, que significa “convertirse en buda en vida”, durante el cual se abstenía de comer durante mil días y se alimentaba exclusivamente de semillas y frutos secos. Este ayuno extremo producía al monje un gran sufrimiento, pero era el requisito imprescindible para alcanzar la iluminación y, a la vez, ayudaba al proceso de momificación. Sentados en la posición del loto, eran introducidos en una caja, donde se iniciaba su meditación final acompañados de una pequeña campana que tocaban una vez al día para informar que seguían con vida. Cuando ésta dejaba de sonar, la comunidad sellaba la caja y, pasados mil días, se volvía a abrir y se comprobaba si el monje había alcanzado el “sokushinbutsu”. Si el cuerpo se había momificado correctamente, se situaba en un lugar visible en el templo donde era adorado como un buda viviente. En caso contrario, si el cuerpo estaba deteriorado, se procedía a enterrarlo con todos los honores. Lo más extraordinario de esta historia, cuyo origen se remonta a hace más de 1.000 años, es que una mujer de un pequeño pueblo de Galicia, hizo algo similar hace más de 150 años, aunque en su caso fue debido a una enfermedad que la mantuvo 42 años sin comer ni beber. Así fue como Josefa de la Torre alcanzó el “sokushinbutsu”.
Josefa de la Torre nace el 11 de noviembre de 1773 en la parroquia de Gastrar, en el municipio de Boqueixon, a pocos kilómetros de Santiago de Compostela. Josefa fue educada por uno de sus tíos, cura de la parroquia, con quien vivió hasta los 16 años, ya que con esa edad se trasladó junto a sus padres a Santa Eulalia de Vigo, otra pequeña aldea del mismo municipio.
Años después se trasladaría a Gonzar, en el ayuntamiento de O Pino, a tan solo unos kilómetros de distancia de su lugar de nacimiento, donde conoce a su futuro esposo, con quien tiene cuatro hijos. Aunque uno de ellos fallece, al igual que su esposo, cuando contaba con 30 años, en 1803.
Su vida siguió adelante hasta que, en noviembre de 1806, todo cambió.
Por aquellas fechas, su suegro, quien vivía con la familia, decidió contratar a varios trabajadores para ayudarles a recoger el grano de sus tierras. Josefa le dijo que era mejor posponerlo, ya que creía que esos días iba a llover y a hacer bastante frío, pero su suegro, como ya había avisado a los jornaleros, no le hizo caso.
El día que los hombres comenzaron a trabajar, Josefa estaba en la cocina preparándoles la comida cuando, a media mañana, comenzó a llover torrencialmente. La mujer salió de casa para avisar a los trabajadores de que dejaran las labores agrícolas y que entraran a resguardarse, pero no llegó junto a ellos, ya que comenzó a convulsionar de manera violenta con múltiples espasmos de manera continua.
El incidente duró 48 horas y a las dos semanas, tras el fallecimiento de su madre, volvieron los ataques de nuevo, provocando que sus miembros se paralizasen y que perdiera parte de la visión, además de abrirse llagas en algunas partes de su cuerpo.
Desde ese momento Josefa no se movía de la cama, se mantenía inmóvil en posición fetal y rechazaba ingerir alimentos y bebida. De su débil cuerpo tampoco salían heces, ni orina, algo nunca visto y que pasaría por las revistas más afamadas del mundo, que la consideraron una momia en vida.
La familia solicitó ayuda al párroco de la aldea, quien la visitaba una vez al mes para confesarla y comulgar, tomando ese día el único alimento que entraba por su boca, la oblea consagrada.
En busca de un posible fraude, aunque económicamente la familia vivía holgada y no aceptaba donativos, el arzobispo de Santiago decidió pagar a una de las criadas de Josefa para que la vigilase, pero solo descubrió que, por las noches, mientras los demás dormían, Josefa se levantaba y se sentaba ante el fuego para peinarse.
Sus vecinos comenzaron a considerarla una santa, la “Espiritada de Gonzar” y se organizaban excursiones de peregrinos y enfermos llegados de toda la Península Ibérica en busca de curación a sus males, lo que provocó que el arzobispo iniciase una investigación oficial.
Ante la negativa de Josefa a ser trasladada a Santiago para ser estudiada, la Iglesia envió a tres monjes benedictinos para que la vigilasen de manera permanente. Tras 17 días de estudio, en los que estuvieron por turnos día y noche junto a ella, confirmaron que la mujer no probaba bocado ni bebía líquido alguno.
En 1838, José Varela Montes, una de las figuras de la Medicina de la época tanto en Galicia como en España, decidió investigar a Josefa. Durante 13 días comprobó su ayuno total y descartó que se tratase de una intervención divina. Montes envió un informe a la Real Academia de Ciencias Naturales desarrollando una teoría sobre el proceso metabólico según la cual Josefa no necesitaba comer porque tampoco consumía energía, algo similar a lo que hacían los monjes japoneses, aunque fue descartada tiempo después por otros colegas como Justo Logú y Zelada, médico de la Corte.
Tanto fue el interés suscitado por este caso que incluso el estamento militar quiso comprobar de manera independiente lo que se decía sobre Josefa. El mismo año que Varela Montes la estudió, se desplazó a su casa el capitán del tercer Batallón del Regimiento de Castilla, quien descubrió aquel cuerpo inmóvil, con una tez lisa, sin arrugas y blanquecina que solo hablaba con su confesor una vez al mes.
Josefa falleció en 1848, con 75 años de edad. Fue enterrada cinco días después en un acto multitudinario en un lugar de honor de la iglesia de Santa María de Gonzar, bajo el altar de la Virgen del Carmen. Su tumba jamás fue abierta, aunque hay rumores que afirman que en el Palacio Arzobispal de Santiago de Compostela se custodia una llave para abrirla, ya que saben que el cuerpo de Josefa se mantiene incorrupto y tal y como se enterró.
Josefa logró sobrevivir 42 años sin comida ni bebida, un hecho certificado por las autoridades médicas, eclesiásticas y militares que descartaban cualquier tipo de fraude, pero existen testimonios que afirman que, durante la autopsia, se encontraron restos de comida en su estómago, lo que parece indicar que, de manera muy hábil, Josefa debía alimentarse en algún momento del día.
Fraude o milagro, en pleno siglo XXI, todavía hay mucha gente que sigue sintiendo gran devoción por una santa que nunca fue canonizada ni reconocida por ningún Papa…
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- elespanol.com
- lavozdegalicia.es
- farodevigo.es
- galiciadigital.com
- hitosdelcamino.blogspot.com
- elcorreogallego.es
- laregion.es
- diariodepontevedra.es
- opino.gal
- cuatro.com