El 8 de agosto de 1903 un granjero noruego visitó a un arqueólogo y profesor de la Universidad de Oslo para contarle que, excavando en sus tierras, se había topado con los restos de un barco. Dos días después se desplazó hasta el lugar del hallazgo y comenzó a investigar. No tardó en descubrir que tenía ante sí un navío de la desaparecida cultura vikinga. La excavación tuvo que retrasarse hasta el verano siguiente debido a las adversidades climatológicas, pero cuando se completó, tras tres meses de trabajo, los expertos se dieron cuenta de que habían encontrado una joya. Era un barco construido alrededor del año 820 con capacidad para 30 remeros, profusamente decorado, de 21,5 metros de eslora por 6,5 de manga. El navío conservaba su forma original, pero tanto el mástil como el contenido de la cubierta habían sido aplastados por el terreno. La restauración concluyó 21 años después empleando el mayor porcentaje de madera original que fue posible, haciendo que hoy en día el “Oseberg”, como se le bautizó, sea el más espectacular de los tres barcos vikingos del Museo de Oslo, conservando el 90 % del roble con el que surcó los mares hace ya más de 1.200 años. Aunque el Oseberg era un barco funerario, navíos similares a él trajeron a Galicia muerte y destrucción, convirtiendo a los vikingos en los grandes enemigos del país. En el siglo X, uno de sus caudillos atacó Santiago de Compostela y saqueó durante años tierras gallegas, pero justo cuando volvía a casa para disfrutar del botín, fue vencido por un noble gallego que acabó con todos: Gonzalo Sánchez.
En el año 968, el duque de Normandía, Ricardo I, convocó a sus parientes normandos franceses, noruegos y daneses para que le apoyaran en su lucha contra el rey de Francia, Lotario, llamada a la que acudieron con una gran flota vikinga de al menos doscientas naves.
Tras derrotar a Lotario comandados por Gunrod o Gunderedo, Rey del Mar vikingo, pariente del legendario Harald II, rey de Noruega, se convirtieron en un problema de convivencia para el duque, ya que se dedicaron a campar a sus anchas por toda Normandía sembrando el caos y el terror.
Ricardo, conocedor de la existencia de la tumba del apóstol en un remoto rincón en el que la tierra estaba colmada de riquezas y de lujosos peregrinos, les sugirió que quizá deberían dirigir sus esfuerzos a Santiago de Compostela: Jakobsland. Gunrod aceptó la sugerencia y junto a sus hombres partió en busca de los tesoros gallegos en las conocidas como las “terceras invasiones vikingas de Galicia”.
Las crónicas cuentan que a su llegada dividieron su flota en dos. La mitad se detuvo en la Mariña lucense, desde donde lanzaron un ataque contra Lugo, pero el obispo Hermenegildo consiguió defender la ciudad. Aunque no pudo impedir que arrasaran las tierras de la diócesis de Bretoña, cuya antigua sede quedó destruida, siendo reconstruida posteriormente en el actual Mondoñedo.
La otra mitad, bajo las órdenes del Rey del Mar Gunderedo, fijaron su objetivo en Santiago. Tras internarse por la ría de Arousa, desembarcaron en el puerto de Xunqueira, en las cercanías de la actual Catoira, y comenzaron a saquear y destruir todo a su paso.
Tomaron Iria Flavia y se dirigieron hacia Compostela, justo cuando salió a su paso un gran ejército que había formado el obispo Sisnando Menéndez y que se enfrentó a ellos en la legendaria batalla de Fornelos, entre Padrón y Santiago, el 29 de marzo del año 968. Los gallegos estaban a punto de vencer a los invasores cuando una flecha acabó con la vida del obispo de Iria Flavia, provocando que las tropas cristianas huyesen en desbandada dejando vía libre a los vikingos para asediar la ciudad y toda la región.
Tras esta gran victoria, los vikingos camparon a sus anchas durante casi tres años por Galicia saqueando pueblos, iglesias y monasterios que encontraron a su paso, llegando hasta O Courel y O Cebreiro.
El rey de León, Ramiro III, de quien dependía el Reino de Galicia, poco podía hacer para detenerlos, ya que contaba con tan solo 7 años y a sus regentes, su tía y su madre, no parecía preocuparles excesivamente el destino de los gallegos.
Pero en el año 970, cargados ya con un enorme botín y un importante número de prisioneros que planeaban vender como esclavos, decidieron retornar a su tierra a disfrutar de sus tesoros en casa. Para ello se dirigieron a la Ría de Ferrol, el lugar donde habían dejado fondeados sus temibles barcos de guerra durante los tres años de saqueo.
Pero allí surgió la leyenda del heroico conde Gonzalo Sánchez, de quien prácticamente no existe información. Lo poco que sabemos de él es que era el comandante en jefe de los ejércitos en la frontera de la Galicia actual contra los musulmanes.
Gonzalo y el nuevo obispo de Iria Flavia, San Rosendo, habían reunido un fabuloso y poderoso ejército que situaron cerca de la flota vikinga a la espera del regreso de las tropas invasoras. Cuando llegaron a sus naves, Gonzalo y sus hombres lograron interceptarles en una batalla en la que los barcos fueron incendiados y Gunderedo pereció junto a la mayoría de sus vikingos.
Pero sorprendentemente, Gunderedo no era el primer rey con el que acababa Gonzalo. En julio del año 965 había estallado un enfrentamiento entre los señores de Galicia y Portugal que provocó que la nobleza gallega y castellana se rebelaran contra el poder de León, lo que motivó que el rey, Sancho I el Craso, emprendiera una expedición por tierras gallegas y portuguesas para sofocar la rebelión.
Según algunas crónicas, en el monasterio de Castrelo de Miño, el conde Gonzalo envenenó su comida. Sancho intentó regresar a León, pero nunca llegó. Falleció en el camino al tercer día de viaje, recayendo el trono en un niño: Ramiro III, el mismo que, años más tarde, no pudo atajar los ataques vikingos bajo el mando de Gunderedo.
Los pocos supervivientes vikingos que consiguieron huir de la masacre en la Ría de Ferrol, pusieron rumbo al sur para continuar saqueando a lo largo de la costa portuguesa.
La muerte del Rey del Mar, Gunderedo, no fue el fin de los actos de piratería y saqueo de los vikingos, ya que poco tiempo después, otro caudillo volvió a sembrar el terror durante 20 años por tierras gallegas.
La última incursión de un rey vikingo en Galicia se produjo en 1108, cuando el rey Sigurd de Noruega peregrinó a Santiago de Compostela por el camino marítimo del “vestvegr”, que conectaba Escandinavia y Galicia. Eso sí, lo hizo en son de paz y para pedir el perdón por sus pecados.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
es.wikipedia.org
elespanol.com
lavozdegalicia.es
puzzledelahistoria.com
sge.org
condadodecastilla.es
hispania-vikinga.blogspot.com
okdiario.com
xacopedia.com