Ser padre (de una empresa)
Los paralelismos entre ser padre y el mundo empresarial
11 septiembre, 2021 12:28Ser empresario y ser padre se parecen mucho. Te lo digo yo que tengo 2 hijos biológicos y aún más empresariales.
En ambos casos, todo comienza con un chispazo en tu interior que va creciendo día a día, una idea se ha clavado en tu mente y de repente ya solo piensas en cómo desarrollarla para convertirla en algo vivo. A lo largo de este “embarazo” emprendedor irás notando cómo todo se va construyendo poco a poco dentro de tí, haciéndose tan tangible que te juro que yo incluso he llegado a sentir como mis ideas me daban pataditas, ansiosas por ver la luz.
Es una etapa llena de ilusión, en la que no dejas de imaginarte cómo será tu empresa (o tu hijo) cuando sea mayor, cómo será la familia que formarás a vuestro alrededor y los muchos momentos de alegría que viviréis juntos.
Los embarazos empresariales tienen una duración más variable que los humanos. Algunos duran solo días o semanas pero otros te acompañan durante años, madurando y construyéndose lentamente en tu cerebro en espera del momento adecuado para su nacimiento oficial.
El día del “parto” es pura adrenalina y oxitocina. Atontado por la emoción del momento, de repente te encuentras lleno de miedos e incertidumbres y has olvidado todo lo que has aprendido en las clases de preparación al parto o en lo que hayas leído o estudiado sobre emprendimiento (o recién nacidos). ¿Cuánto va a doler esto? ¿Es esta la decisión adecuada? ¿Seré un buen padre? Son exactamente las mismas preguntas hechas en un paritorio que en la mesa del notario (curiosamente, 2 ambientes igual de asépticos).
Algunas empresas nacen de padres solteros que deciden emprender el camino en solitario y otras son concebidas por múltiples progenitores, pero los negocios nunca nacen solos. Somos emprendedores gracias al soporte de nuestra pareja, nuestra familia o todos esos amigos que, con su apoyo, te alientan para seguir adelante y cumplir el sueño de convertir tu proyecto en una realidad.
Los primeros años no son como te habían contado ni como te habías imaginado, ni con los hijos ni con las empresas. No te haría ningún favor diciéndote lo contrario. De repente te das cuenta de que tú no marcas la totalidad del camino ni tienes el control absoluto de todo lo que pasa. Una leve infección o un problema que no contemplabas puede obligarte a pasar toda la noche sin dormir, una o varias. Ese pequeño ser empresarial que balbucea pero que todavía no es capaz de expresarse con claridad (o quizás es que tú no logras entenderlo) se pone a veces a llorar y tú no sabes muy bien si es que tiene hambre, si le duelen los dientes o si se ha cagado (tú probablemente ya te habrás cagado de miedo hace tiempo). Es una etapa complicada, de enorme esfuerzo físico y mental, pero al mismo tiempo repleta de las alegrías de las “primeras veces”: tu primer cliente, tu primera oficina o tu primer empleado. Con cada paso, un gran avance pero también nuevas responsabilidades. No te voy a engañar, habrá tropezones y caídas. Ten a mano la barrita de árnica. Nadie dijo que aprender a caminar fuese fácil pero es necesario para llegar lejos.
Piensas que a medida que tu hijo crece la cosa mejorará pero, como me dijo un gran empresario al que tuve que recurrir ante una de mis primeras crisis, cuanto más grande se va haciendo una empresa, algunos problemas también se van haciendo mayores. De repente, ese contrato del que dependía tu beneficio anual se cae, ese empleado en el que tanto confiabas te abandona o ese socio al que tanto querías ha dejado de compartir tu visión estratégica. Como en todas las familias, no todos los que forman parte de ella viven el presente o contemplan el futuro de la misma forma en todo momento y pueden producirse divorcios y separaciones que pueden afectar mucho al desarrollo de la compañía creando traumas permanentes (en la empresa y en ti mismo). Para mí, estas situaciones y mi incapacidad de alejar la emocionalidad personal de la gestión profesional han sido los únicos instantes en los que en mi cerebro se cruzó la idea de dejarlo todo y de que el esfuerzo no merecía la pena. Afortunadamente, esos momentos se superan aunque a veces dejen cicatrices para toda la vida.
Tu empresa sigue evolucionando y notas que, como con tus hijos, tú no eres suficiente para ofrecerle todo lo necesario. Necesitas acompañarte de otras capacidades para crear una empresa potente, grande y feliz. Para mí, no ha habido mayor satisfacción profesional que encontrar a personas que hayan apostado por mí y por desarrollarse laboralmente con mis proyectos, depositando su ilusión, esfuerzo y talento en ayudarme a cuidar y construir una empresa cada vez mas adulta.
Como en la vida, hay amigos o compañeros que son vitales en una determinada etapa y otros que lo son para toda la vida. Incluso hay algunos que considerabas que lo serían por siempre pero con el tiempo dejáis de tener sintonía. Para ellos tampoco es fácil, porque al igual que no eres un padre perfecto, tampoco eres un empresario perfecto y es probable que muchos salgan también con cicatrices de la experiencia.
A medida que la empresa crece, si el mercado (y la suerte) te acompaña, muchas alegrías también se van haciendo mayores y te llenas de la satisfacción de ver cómo tu negocio se desarrolla, cada vez tienes más clientes o de mayor relevancia, tus empleados evolucionan profesionalmente y cada vez tu empresa es capaz de agregar más valor. Es una etapa en la que ves como tu proyecto va ganando autonomía y contemplas orgulloso que la educación que has intentado darle en sus etapas iniciales la va convirtiendo en una empresa sana y responsable.
Mis hijos biológicos y empresariales se acercan actualmente a la adolescencia. Ambos pegarán el estirón, su padre ya no será ese superhéroe que todo lo puede o lo sabe e incluso podrán desarrollar cierta rebeldía. La experiencia me ha ayudado a relativizar las situaciones y también un poco el apego sentimental a las etapas, enseñándome a saborear al máximo lo bueno y conviviendo con lo malo de cada una de ellas. Sé que todo pasa y de todo se aprende (ellos y yo). En ambos casos lo contemplo consciente de que ya no soy el protagonista principal de su futuro, nervioso por saber que se enfrentarán a situaciones complicadas que deben resolver por sí mismos. A los 2 intento otorgarles espacio para su desarrollo autónomo, pero me mantengo cercano por si necesitan un consejo desde la experiencia que da la edad o incluso volver a casa de papá para reconstruirse durante una temporada.
Me veo reflejado en muchos de los rasgos de mis hijos y de mis empresas pero también observo orgulloso como han desarrollado su propia personalidad que les hará mejores personas y mejores empresas en el futuro. Sé que quedan muchos momentos felices por vivir juntos y ellos saben que papá siempre estará ahí cuando lo necesiten.