7 de cada 10 niños ha sufrido (yo entre ellos), sufren o sufrirán violencia física, verbal o relacional entre los 5 y los 19 años. No lo digo yo, lo dice el Instituto Nacional de Estadística en sus últimos informes sobre un tema, el acoso escolar, del que seguimos sin hablar con la claridad suficiente hasta que un video nos muestra ante los ojos la crueldad con la que podemos llegar a tratarnos entre nosotros por un hecho tan insignificante como ser diferente a la media en peso, altura, actitud, gustos o cualquier gilipollez que pueda servir como argumento a los gilipollas.
“Cosas de críos” decían en mis tiempos y dicen algunos. “Cuando yo era pequeño, también pasaba y nos hacía más fuertes” pensaban y piensan todavía otros . “Es simplemente una broma entre niños” decían y, por desgracia, dicen aún. Y así, bajo la excusa de la inconsciencia del verdugo, escudaban y escudan muchos el ver lo que está pasando sin actuar. Ellos, entre los que por desgracia hubo y hay educadores e incluso padres, son también verdugos de un escenario de violencia contra el más débil, aquel que aún no tiene las armas suficientes para entender y defenderse de sus palabras, de sus golpes o de lo que a veces es incluso peor, su permisividad condescendiente.
El bullying o acoso escolar es responsable cada año de 200.000 suicidios en el mundo. No lo digo yo, lo dice un informe realizado por la Organización Mundial de la Salud junto a Naciones Unidas y en el que se constata que el acoso escolar multiplica por 2,5 el riesgo de suicidio adolescente, el otro tema del que nunca hablamos hasta que una noticia nos hiela la sangre al ver el alma rota de unos padres que pierden para siempre a su hijo pues y con esa muerte inocente, se muere no solo una familia sino un pedazo de nuestra sociedad y de nuestro futuro.
No son cosas de niños, el bullying es un problema de máxima gravedad que debemos de resolver los adultos a través de la educación, la vigilancia, la protección y el remedio. No te hace más fuerte, te deja secuelas en lo más profundo de tu ser, algunas de las que ni siquiera serás plenamente consciente pero que afectan a tu personalidad o a tus relaciones a lo largo de toda tu vida adulta. No es una broma, la aparición de las redes sociales y, con ellas, el ciberacoso impulsado por el anonimato del online ha provocado que los casos denunciados (los menos) de bullying aumenten en más de un 12% anualmente y el suicidio se ha convertido ya en la principal causa de muerte entre los jóvenes de entre 14 y 29 años.
España encabeza la lista de los países europeos con más casos de bullying. No lo digo yo, lo dice un reciente informe de la UNESCO y ante un problema tan alarmante y continuado como todavía oculto, necesitamos soluciones políticas, sociales y educativas con la mayor de las urgencias.
Los que hemos tenido la suerte de superar con (relativo) éxito alguno de estos episodios, sabemos de la vulnerabilidad emocional que causan y la importancia de estar rodeado por un entorno seguro. En mi caso, fueron mis amigos, los que afortunadamente conscientes (más que yo incluso algunos) me protegieron y acompañaron hasta hacerme lo suficientemente fuerte e impermeable a los ataques. Con ellas y ellos tampoco nunca he hablado lo suficiente sobre este tema, pero sobre todo no les he agradecido lo suficiente haberme soportado (en todas sus acepciones).
Como padre, me tiemblan las piernas solo con pensar que alguno de los míos tenga que pasar por el infierno del acoso o pueda llegar incluso a ser partícipe de ello, descargando sus frustraciones propias contra otro; Porque víctima es el acosado, pero el verdadero problema lo tiene dentro el acosador que tristemente no es capaz de hacerse grande sin hacer sentir a los demás más pequeños.
A aquellos que lo observen, les suplico que defiendan con valentía el respeto, que no sean partícipes ni directos ni indirectos y que lo cuenten lo antes posible para que su silencio no sea cómplice de que un problema aún pequeño se haga grande y sus estragos sean aún mayores.
A los que tienen o tendrán la desgracia de tener que vivirlo, solo puedo recomendarles que hablen, con sus amigos, con sus profesores, con su familia o con uno de los especialistas de los servicios de atención al menor del Teléfono Europeo de Ayuda a la Infancia (116 111 – operativo 24h) o de cualquiera de sus equivalentes nacionales y regionales. No hay nada de qué avergonzarse, no tienes la culpa de nada ni amargarás la vida de nadie contándolo. No estás solo, solo necesitas ayuda.
Desde la atalaya del tiempo, puedo hoy asegurarte que lo que serás en el futuro no tiene por qué estar construido sobre lo que los demás opinen o digan sobre ti ahora. Por muy distinto que te sientas, precisamente en tu diferencia está tu belleza.