Tengo un amigo de un amigo que tiene 2 hijos, a los que llamaremos, para mantener su anonimato, número 1 y número 2 (por su orden de llegada al mundo).
Número 1 tiene 10 años y cursa 5º de primaria en uno de los colegios de la ciudad (para aquellos que, como yo, se perdieron a partir de la Ley General de Educación de 1970 , sería el equivalente a 5º de EGB).
Número 1 se enfrenta ya a esta edad a una etapa complicada. Con el cambio de ciclo educativo, el colegio deja de ser básicamente un parque de atracciones para convertirse en un centro de aprendizaje en el que el primer paso es desarrollar eso que ha venido en llamarse “hábito” o “método” de estudio y que se resume en estructurar el cerebro para ir construyendo un fondo de armario cultural que le permita ir asimilando conceptos cada vez más complicados. En otras palabras, ya no llega con atender medianamente en clase, sino que asentar los conocimientos en sus pequeñas y bulliciosas neuronas requiere de un esfuerzo adicional que coloquialmente denominamos “chapar en casa”.
Número 1 debe además de adaptarse a un sistema de control basado en el juicio continuo de su progreso normativo a través de eso que denominamos “exámenes” y en los que debe demostrar que merece pasar el “filtro” de lo standard (como odio esa palabra) con la tensión adicional que puede suponer no pasarlo (o no siempre) y aprender a asumir de forma sana la frustración asociada así como a gestionar el desarrollo de la competitividad (arma de doble filo) al ver cómo otros no pasan el listón o superan su nivel. Así es y así será, por desgracia, su futuro académico: un continuo filtro en modo “baile del Limbo” hasta que a esta sociedad se nos ocurra otro modo más eficiente y justo de clasificar capacidades.
Afortunadamente, el centro educativo y número 1 cuentan con la colaboración de sus progenitores, que han pasado por un proceso similar y pueden fortalecer la adquisición efectiva de dichos conocimientos en el hogar…. Y es ahí donde el amigo de mi amigo asiste perplejo al desarrollo de acontecimientos.
Los progenitores de número 1 y número 2 intentan no ejercer presión pero sí responsabilidad sobre sus descendientes para con la educación académica, supongo que como todos los padres intentamos. Esto es, tratan de desarrollar en ellos el concepto de que “estudiar”, pese a requerir cierto esfuerzo, les ayudará a ganar criterio, independencia y que incluso puede llegar a ser divertido si se enfoca desde un punto de vista adecuado. Intentan hacerlo desde un papel motivador sin adquirir el liderazgo de su plan formativo pero aun así, lógico y normal mientras todavía carecen del mencionado “método”, deben vigilar que realizan el esfuerzo que necesitan para saltar la valla del “5” en sus frecuentes controles.
Recientemente, número 1 tuvo un examen de “Ciencias Sociais”, esa asignatura fundamental (cero ironía) en la que, por ejemplo el año pasado adquirió conocimientos tan importantes (ironía) como la diferencia entre el censo y el padrón o que su país estaba regido por un sistema al que llamamos monarquía parlamentaria en la que un señor obtiene un cargo simplemente por tener muchos apellidos y gracias a ello vive a cuerpo de Rey (nunca mejor dicho) gracias a la contribución del resto de la sociedad. Este año, al menos para este examen, número 1 tiene que interiorizar conceptos como la diferencia entre la rotación y la traslación terrestre, el orden planetario de nuestra galaxia o los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) de la Agenda 2030.
En un pequeño apartado de la materia a asimilar se encuentra también el concepto de mapa y su diferencia con un plano. En ese punto, número 1 le pregunta a su padre dónde trabaja. Su progenitor responde que habitualmente se desplaza de A Coruña a Pontevedra, que es la provincia que se encuentra al sur de su domicilio familiar para terminar el viernes en O Porriño, una localidad prácticamente limítrofe con el otro país de la península. Aprovechando la situación, el motivado e inocente padre, lo reta a dibujar un mapa posicionando su ruta semanal e incluyendo, de paso, una escala y una leyenda (otro de los puntos en estudio) indicando qué animales cree que podría encontrarse en su trayecto.
Este es el esquema resultante (agárrate que vienen curvas):
Obviaré todas las faltas gramaticales de la imagen como la “B” en Pontevedra, aunque sería adecuado otro análisis para preguntarse si es conveniente que número 1 sepa decir “dedo oponible” o “conciencia de uno mismo” en inglés pero no eche en falta la “H” en la palabra búho. Una reflexión sobre si la adquisición de conocimientos está adecuadamente alineada entre materias tan imprescindibles como los diferentes idiomas y en la que no entraré en detalle (al menos no en este artículo).
Llegados a este punto, y en vista del dibujo de número 1, el progenitor de nuestro anónimo protagonista se pregunta si estamos educando a nuestros niños en el orden correcto y que da nombre a este artículo.
Sobra decir que cualquier educación en valores sociales o medioambientales como los que contienen los ODS son imprescindibles y fundamentales. Sobra también señalar que saber cuál es nuestro sistema de gobierno o si Plutón es un planeta grande o pequeño, exterior o interior dentro del sistema solar son conocimientos importantísimos para una cultura general, pero… ¿es correcta la adquisición de ese saber cuándo aún no se entiende lo más cercano? ¿es adecuado saberse de memoria el orden de los planetas en un plano hiperespacial cuándo no se tiene “conciencia de uno mismo” (self awareness, por cierto) sobre nuestra propia situación en un mapa de cercanía? ¿Se puede buscar el Norte cuándo se cree que éste está al Sur?
Estoy seguro de que no es un problema individual, pues el amigo de mi amigo ha constatado huecos y vacíos muy similares en amigos de los amigos de número 1. Me la juego a que estas carencias fundamentales no están causadas por el docente o el centro escolar, que se limitan a adaptarse de la mejor forma humanamente posible a un plan educativo marcado, temática y temporalmente, a nivel gubernamental. Me consta que cientos de pedagogos, expertos en didáctica y políticos (quizás ahí esté parte del error) reflexionan sobre ello cada vez que las elecciones marcan un cambio de gobierno y que, de hecho, desde 1980 hemos tenido 8 leyes educativas distintas, de la LOECE a la LOMLOE pasando por la LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE o LOE (advierto a los responsables que se les están agotando las posibilidades de ordenar iniciales) pero…¿estamos realmente construyendo el conocimiento educativo del modo más correcto y efectivo?
Nota del autor: En el hipotético e improbable caso de que número 1 lea este artículo cuando su capacidad de actuación le permita enviar a su padre al asilo (o peor aún, ni eso) me gustaría dejar constancia del anonimato de los protagonistas y de que cualquier parecido con la realidad del autor es pura coincidencia.