Una niña juega con globos.

Una niña juega con globos. Shutterstock

Opinión

Flores de chocolate y rosas: Consecuencias de la madurez

A medida que crecemos, aprendemos a diferenciar entre lo que es real e imaginario, perdiendo parte de esa creatividad que de niños tanto nos divierte y que es tan necesario mantener a lo largo de nuestra vida

3 agosto, 2024 11:10

La metamorfosis de la creatividad humana a lo largo de la vida es un fenómeno fascinante y, en muchos aspectos, desalentador. Desde la perspectiva de la niñez, el mundo es un inmenso campo de posibilidades infinitas, donde la imaginación no conoce límites. Esta creatividad sin trabas se manifiesta de manera vívida cuando pedimos a niños pequeños que cierren los ojos y piensen en una flor. Para ellos, una flor puede ser de chocolate, de nata, de nube, o incluso de oro y plata. Estas creaciones no existen en la realidad, pero en la mente de un niño, son tan tangibles como cualquier flor que haya visto en el mundo físico.

Sin embargo, si repetimos este mismo ejercicio con adolescentes de bachillerato, observamos un cambio notable. Sus flores imaginadas son amapolas, margaritas, rosas; flores que existen y con las que están familiarizados. ¿Qué ha sucedido entre la infancia y la adolescencia para que la imaginación se haya encorsetado de tal manera?

El filósofo y escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, conocido por su capacidad para explorar los límites del conocimiento humano y la imaginación, probablemente vería en este fenómeno una consecuencia de la educación y la socialización. A medida que crecemos, la sociedad nos moldea, enseñándonos a valorar lo que es real y tangible sobre lo que es imaginario y fantástico. Los sistemas educativos tradicionales, a menudo centrados en la memorización y la conformidad, pueden sofocar la creatividad, alentando a los niños a aceptar lo conocido y comprobado en lugar de explorar lo nuevo y desconocido.

Además, los miedos y temores que se desarrollan con la edad también juegan un papel crucial en este proceso. De niños, somos más valientes, dispuestos a expresar nuestras ideas sin temor al juicio o al fracaso. La creatividad florece en un ambiente de libertad y seguridad, donde no hay barreras para la exploración mental. Sin embargo, a medida que crecemos, nos volvemos más conscientes del juicio de los demás y más temerosos del fracaso. Esta autocensura puede bloquear nuestros pensamientos más creativos y originales.

La neurociencia también nos ofrece una visión interesante. Durante la infancia, el cerebro es extraordinariamente plástico, capaz de formar nuevas conexiones neuronales a un ritmo asombroso. Esta plasticidad permite una mayor libertad de pensamiento y una mayor capacidad para imaginar mundos nuevos y emocionantes. Sin embargo, con la edad, esta plasticidad disminuye y nuestras redes neuronales se estabilizan. Esta estabilización, si bien necesaria para funciones cognitivas más complejas y específicas, también puede limitar nuestra capacidad de pensar de manera creativa.

El entorno juega otro papel crucial. Los niños están inmersos en un mundo de estímulos sensoriales y experiencias nuevas que alimentan su imaginación. A medida que envejecemos, nuestras experiencias se vuelven más rutinarias y predecibles, y nuestra mente se adapta a este patrón, perdiendo la capacidad de sorprenderse y maravillarse con la misma facilidad.

Es importante reflexionar sobre las implicaciones de esta pérdida de imaginación. En un mundo que se enfrenta desafíos sin precedentes, desde el cambio climático hasta la exploración espacial, la capacidad de imaginar soluciones innovadoras y creativas es más vital que nunca. ¿Cómo podemos, entonces, fomentar y mantener esta creatividad a lo largo de nuestras vidas?

Quizás, como sugeriría Asimov, la clave reside en cultivar la mentalidad del asombro y la curiosidad continua. Debemos esforzarnos por mantener la mente abierta, buscar nuevas experiencias y desafíos, y fomentar entornos educativos que valoren la creatividad tanto como el conocimiento. Debemos, en esencia, aprender a abrazar el espíritu infantil que llevamos dentro, permitiéndonos soñar con flores de chocolate, de nata, de nube, de oro y de plata, incluso en la madurez.

En última instancia, la imaginación es una de las herramientas más poderosas que poseemos. Nos permite no solo concebir mundos nuevos y emocionantes, sino también transformarlos en realidades. Si podemos mantener viva esta chispa de creatividad a lo largo de nuestras vidas, quizás podamos no solo imaginar un mundo mejor, sino también construirlo.