La cultura de la hiperexigencia
David Garrote, experto en psicología organizacional, explora en este artículo cómo la cultura de la hiperexigencia, intensificada por la era digital y la comparación constante, impacta en nuestra salud mental. A través de reflexiones personales, datos recientes y la perspectiva de expertos, examina los riesgos del perfeccionismo excesivo y nos invita a replantear nuestras prioridades para encontrar un equilibrio entre la ambición y el bienestar emocional
No hace mucho, alguien me dijo: “he escuchado en un podcast un concepto que te va como anillo al dedo: ser un yonki de la curva de aprendizaje”. Se refería a que, cuando me meto a aprender algo nuevo, me involucro hasta el fondo; y siempre estoy buscando nuevos saraos en los que meterme.
De entrada, la idea me hizo sentir cierto orgullo. Porque, admitámoslo, a todos nos gusta pensar que destacamos en algo. Pero, a medida que lo he ido pensando, me entran dudas. ¿Hasta qué punto es saludable estar siempre subidos a la ola de los nuevos retos?
Hace algunas semanas, tuve el placer de entrevistar a María Leirós Lorenzo, Doctora en Neurociencia y Psicología Clínica. Charlando con ella sobre salud mental, me dijo:
“Vivimos en una sociedad que ha reforzado y publicitado la cultura de la hiperexigencia, y esto es una trampa. La hiperexigencia se alimenta a sí misma: cuanto más la aplicamos, más nos sentimos insuficientes, lo que aumenta aún más nuestras demandas sobre nosotros mismos. Este ciclo es lo que contribuye al desgaste emocional”.
¿No es, en el fondo, ser un yonki de la curva de aprendizaje un efecto de esta cultura de la hiperexigencia?
El 23% de los adultos con altos niveles de perfeccionismo desarrollan síntomas de ansiedad clínica
La autoexigencia y el perfeccionismo en adultos tienen consecuencias significativas para la salud mental, como lo reflejan diversos estudios. Aproximadamente el 23% de los adultos con altos niveles de perfeccionismo desarrollan síntomas de ansiedad clínica, mientras que un 17% presenta trastornos depresivos, según un estudio publicado en Psicología y Mente (2023). La evidencia demuestra que el perfeccionismo está vinculado a un aumento en el estrés y el agotamiento emocional, afectando la calidad de vida y generando ciclos de insatisfacción continua (Olaya Alcaraz, 2023). Además, investigaciones han identificado que la presión constante por cumplir con estándares elevados actúa como un factor de riesgo en trastornos graves, como la ideación suicida, especialmente en adultos que sienten que nunca alcanzan sus objetivos (Elsevier, 2016). Este patrón perpetúa una cultura de hiperexigencia que, aunque socialmente reforzada, puede tener efectos devastadores en el bienestar emocional y físico de quienes la experimentan.
Las redes sociales como Instagram o LinkedIn promueven una narrativa constante de éxito y productividad
¿De dónde surge esta cultura de la hiperexigencia? En gran parte, se ha intensificado en las últimas décadas con la digitalización y la hiperconexión. Redes sociales como Instagram o LinkedIn promueven una narrativa constante de éxito y productividad, donde parecer ocupado o sobresaliente es casi una norma. Esto refuerza el perfeccionismo y la necesidad de validación externa, creando una presión constante que nos lleva a compararnos con un estándar irreal.
¿Podemos, por lo tanto, decir que el perfeccionismo y la autoexigencia son perjudiciales para la salud mental? Pues, como todo, depende. En su justa medida, no. La autoexigencia, cuando se maneja adecuadamente, puede impulsar el desarrollo personal y profesional al fomentar la mejora continua y la resiliencia. ¿Quién no se siente orgulloso de ser autoexigente? El problema viene cuando transformamos esa autoexigencia en una hiperexigencia que nos lleva al más profundo agotamiento mental.
Un antiguo profesor mío de la facultad de Psicología solía decir que la vida de cualquier persona se fundamenta en apenas unos cuantos pilares: las relaciones afectivas o de pareja, el trabajo, la familia y los círculos sociales o amistades. Y, rodeando a todo eso, por supuesto, la salud. Nos insistía mucho en que, al empezar a trabajar con cualquier paciente, es clave identificar cuán sólidos son estos pilares en su vida. Siempre había interpretado esta regla de oro como la importancia de encontrar lo que está fallando. Pero ¿qué pasa cuando lo que sacude los cimientos es la hiperexigencia? Esforzarnos demasiado en nuestras relaciones afectivas, familiares o sociales —por ejemplo, estando siempre disponibles para las personas que nos rodean—; o hablarnos mal a nosotros mismos porque no alcanzamos los desmesurados objetivos de crecimiento profesional que nos hemos propuesto. Flaco favor nos hacemos.
Es como cuando llevamos un año yendo al gimnasio, hemos desarrollado hábitos saludables, nos encontramos bien físicamente, pero nos azuzamos porque no vamos a llegar al verano sin quitarnos hasta el último michelín. ¿Por qué nos cuesta tanto celebrar el camino recorrido? Caminante, no hay camino…
Sospecho que los tiempos no ayudan. No es fácil sentirse orgulloso de uno mismo en la época que nos ha tocado vivir. Si hablamos de “cultura de la hiperexigencia” es, en parte, porque se trata de un mal generalizado. Pero —y aunque resulte paradójico—, quizás sea el momento de ser más autoexigentes a la hora de no ser tan hiperexigentes.